Rafael se encontraba en su estudio, era sábado por la noche y él estaba adormilado. Alguna mujer cuyo nombre no recordaba yacía en su cama cuando un portazo lo terminó por despertar.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Taís al verlo casi inconsciente sobre su escritorio, estaba en boxers; una botella de vino a medio tomar descansaba a un costado del mueble.
—¿Qué horas son estas de llegar? —preguntó Rafael al observar que el reloj marcaba casi las cinco de la madrugada… o las cuatro… no lo sabía con seguridad porque las agujas por algún motivo se movían más rápido de lo normal.
—¡Apestas a alcohol! —exclamó Taís con pena, odiaba aquello en lo que su tío se estaba convirtiendo—. ¿Te sientes bien?
—¡Quiero saber de dónde vienes a estas horas! —exclamó él con autoridad.
—Mira, no tengo por qué darte explicaciones —respondió la joven.
Rafael se levantó tambaleándose para encararla.
—Mientras vivas bajo mi techo, te riges por mis normas —dijo él trastabillando al intentar acercarse.
—¿Ah, sí? ¿Y cuáles son esas reglas? ¿Tomar hasta que me duelan las tripas y acostarme cada día con una persona distinta? ¡Estoy cansada de esas reglas! ¡Si sigues así terminaré por irme de aquí! No me gusta en lo que te has convertido; si me quedo aquí es solo por el amor que te tengo y porque en todo este tiempo he aprendido que la gente se equivoca y comete errores. Se supone que, si te amo, debo estar a tu lado como tú siempre has estado para mí, que debo tener paciencia mientras espero que esta racha de joven desorientado se te pase y vuelvas a ser el de siempre. —Se quejó ella antes de salir del estudio donde su tío acababa lentamente con su vida.
De camino a la habitación, se cruzó con una mujer morena de pelo encrespado enfundada en un horrendo vestido negro que dejaba al descubierto casi todo su cuerpo. La extraña llevaba sus zapatos de taco en sus manos y le sonrió al verla. Taís no la saludó ni le respondió al gesto, estaba harta de cruzarse con una persona distinta cada fin de semana y estaba cansada de que su vida se hubiera vuelto un infierno.
Rodrigo era todo lo que tenía, lo que le brindaba paz; él le prometía que, al terminar la universidad, se casarían y él la sacaría de ese lugar en donde últimamente era tan infeliz. A él también le dolía ver el proceso de autodestrucción que había elegido Rafael, pero no había nada que ellos pudieran hacer. Rodrigo creía que la gente no mejoraba si no quería hacerlo, y Rafael en aquel momento lo único que deseaba era hundirse una y otra vez en su miseria, aunque ninguno de los dos sabían el porqué.
Cuando Carolina se marchó, Taís pensó que Rafael iría en su búsqueda, ella estaba segura de que las cosas entre ellos se arreglarían, los había visto juntos, mirándose, tocándose, incluso los había descubierto besándose a escondidas en una oportunidad. Pero, luego de aquella noche en la cual encontró a Carolina vestida solo con una camisa de su tío en la cocina, todo había cambiado… aunque no de la forma en que ella lo esperaba, sino completamente al revés.
Rafael empezó a mostrarse frío con ella y a salir a menudo con Lina. Carolina sintió esa distancia y decidió partir. Lina, por su parte, decidió alejarse —aunque Rafael le gustaba—, sabía que eso afectaría su amistad con Carolina y para ella eso era lo más importante. Según la visión de Lina, los hombres iban y venían, pero las amigas eran sagradas y ella nunca había tenido una mejor amiga como Carolina, así que jamás le haría daño intencionalmente.
De todas formas, Lina le contó a Taís que Rafael la había besado y que, aunque a ella le costó resistirse, finalmente lo hizo. Le dijo que él le había dicho que le gustaba y que quería intentar algo juntos. Lina lo rechazó una y otra vez porque no deseaba fallar a su amistad con Carolina, pero cuando esta finalmente se fue, y como antes de irse le dijo que le dejaba el camino libre y que hiciera feliz a Rafael, un par de meses después, ella terminó por aceptar la propuesta.
Lina realmente creía que Rafael estaba enamorado de ella, pero Taís sabía que no era así. Rafael no miraba a Lina de la forma en que miraba a Carolina ni hablaba de ella o se preocupaba por ella como lo hacía con Caro. Aun así, la adolescente no entendía por qué él había rechazado a Carolina y había elegido a Lina. Ambas eran sus amigas, así que prefirió no hablarlo con ninguna de las dos y dejar que ellos resolvieran sus cosas.
Lina y Rafael salieron por un par de meses hasta que ella decidió terminar la relación y tomar una oportunidad de trabajo en otra ciudad. Antes de partir, le dijo a Taís que sentía muchísimo haberse involucrado con su tío, que él no había sanado sus heridas y que solo la había lastimado. Taís no entendió, pero luego Lina le contó cómo la trataba, lo frío que era con ella y finalmente le confesó que, una noche, cuando ambos habían tomado y luego discutido por alguna nimiedad, Rafael en el calor del momento le había dicho que solo estaba con ella para lastimar a Carolina.
Eso hizo sentir a Lina como la peor de las personas, no solo había sido humillada y utilizada por un hombre a quien pensaba bueno y admirable, por el hombre al que amaba, sino que, además, había ayudado —sin saberlo— a lastimar a su amiga del alma. Se preguntó por qué Rafael quería hacerle daño, pero él no se lo dijo, la dejó allí, envuelta en lágrimas, y se marchó a su casa.
Taís no pudo imaginarlo comportándose de esa forma, pero creía en Lina y sabía que ella no le mentiría, así que la apoyó en la decisión de alejarse y rehacer su vida.
Justo después de eso, la bebida se convirtió en parte de la vida de Rafael; al principio era solo un vaso de vino o una lata de cerveza, pero luego fue aumentando paulatinamente y no había noche que no durmiera embriagado. Pronto empezó a salir y a traer mujeres a la casa, cosa que Taís no aprobaba, pero tampoco podía hacer nada al respecto. Rafael estaba imposible, huraño y solitario y no podía conversar con él, era como si otra persona hubiera poseído su cuerpo y ella ya no lo conociera.