Lo que tengo para ti

Desorientado

Rafael se hundía en su tristeza, era domingo al mediodía y Taís había salido con Rodrigo. Últimamente siempre estaba con su novio, a él lo evitaba o le reprochaba constantemente que se emborrachara. ¿Qué caso tenía explicárselo? Taís no lo entendería y tampoco tenía por qué seguir cargándola con sus problemas.

Rafael estaba harto, harto de la vida y de los problemas que siempre había tenido que enfrentar, harto de tener que ser el bueno y de comportarse siempre correctamente. ¿De qué le había servido todo aquello después de todo? ¡De nada!

De nada le había servido amar tanto a una mujer, de nada le había servido llorar su ausencia durante años, de nada le había servido perdonarla ni volver a intentar confiar en ella. Era tarde para ellos, era tarde para retomar lo que nunca tuvieron, eso le dolía en el alma. Podía haber soportado todo aquello una vez, pero dos… era demasiado.

«Bien… llego el día antes de la boda… Ya he comprado mi vestido y sé que lo amarás». Esas palabras simplemente no se borraban de su mente.

La tarde en que ella lo llamó para conversar, él decidió que estaba cansado de hablar. Desde el encuentro que tuvieron el fin de semana en la casa de campo de Carolina, él tuvo la certeza de que nunca amaría a nadie más como la amó a ella, como la amaba a ella. Aun así, tuvo miedo de enfrascarse de nuevo en una relación.

La química que sentía cuando estaban juntos era intensa y explosiva como había sido siempre. Las charlas y los momentos que pasaban, incluso los silencios, lo llenaban de paz y de felicidad, al punto de hacerlo sentir completo de nuevo, de hacerlo experimentar plenitud y gozo. Él había pasado por un momento difícil, había estado al borde de la muerte y, cuando despertó, la vida la había puesto de nuevo allí, como si él no pudiera irse de este mundo sin arreglar aquello que estaba inconcluso y que tanto dolor le había causado.

Dejó que el tiempo pasara mientras disfrutaba de su compañía, de sus caricias y de sus cuidados. No quería que hablaran del pasado por miedo a que desenterrar todos esos recuerdos los terminara por ahogar a ambos. Rafael quería perdonarla, pero no sabía si podría hacerlo. Entonces, mientras la vida le regalaba una hermosa oportunidad de volver a vivirla, él se relajaba y la dejaba entrar lentamente a su mundo, veía y reconocía a la mujer que un día amó e intentaba encontrar lo que quedaba de la chica que él conoció.

Se encontró entonces frente a una versión de Carolina mucho más bella y admirable que la que conoció años atrás. Era una mujer fuerte, segura de sí misma, que había aprendido de los errores cometidos y había sorteado todos los obstáculos que la vida había puesto en su camino. Se dedicó a admirarla durante esos días mientras disfrutaba de los pequeños contactos que tenían y de las conversaciones triviales.

Cuando finalmente ella exigió la tan esperada conversación, él supo que no podía negarse. Había pasado demasiado tiempo desde que se reencontraron y el futuro no marcaría su rumbo si primero no era solucionado el pasado. Así, con miedo a lo que podría escuchar y sentir, con miedo a volver a revivir el dolor que tanto le había costado sepultar, Rafael aceptó aquel fin de semana de conversación que se convirtió en algo más que eso.

Saber que Carolina lo había amado y que nunca había deseado intencionalmente hacerle daño, sino más bien todo lo contrario, le devolvió a Rafael la paz que le había sido arrebatada tantos años atrás. Pudo sentir que su corazón terminaba de liberarse y que, a pesar de todo, lo vivido había valido la pena.

No contaba con que el contacto con su piel mezclado con los recuerdos haría que las cosas simplemente fluyeran y que el torbellino de pasión que los abrazaba de jóvenes surgiría como siempre, como si solo hubiera estado dormido por todos esos años. Rafael no contó con que ver sus ojos cargados de culpa, de lágrimas, de dolor y de amor fuera a hacerlo caer en ese mar profundo y verdoso hasta ahogarlo dentro.

Rafael no contó con que se entregarían el uno al otro de la forma en que lo hicieron en aquel fin de semana. Y no contó con que después de eso desearía más… mucho más de Carolina; todo lo que siempre había deseado de ella.

Se despertó el lunes con ansias de volver a verla, hablarle de nuevo. Sentía que su mundo colapsaba y que sus manos le temblaban de ansiedad cada vez que recibía un mensaje o una llamada y pensaba que pudiera ser ella.

Pero tenía miedo, mucho miedo… No quería equivocarse más, no con ella, no después de todo lo que habían pasado; y, para ello, debían ir con calma, de a poco, conociéndose de nuevo. Ella parecía estar en la misma sintonía que él, de hecho, fue ella quien planteó la pregunta acerca del futuro. Entonces, Rafa se sintió seguro, se sintió feliz al entender —aun sin palabras— que el corazón de Carolina seguía latiendo por él.

Como habían decidido ir con calma, él se prometió a sí mismo no llegar a nada serio hasta no estar seguro. Pero luego de tener esa conversación tan delicada con Taís sobre el perdón y el olvido, y sintiendo en su corazón que ya había perdonado a Carolina, decidió que quería intentarlo, que quería arriesgarse y probar porque ella valía pena. Y es que Rafael se estaba volviendo a enamorar… o, quizás, nunca había dejado de estarlo.

Justo en ese momento Carolina lo llamó para hablar, ella quería que conversaran y le dijo que ya no podían seguir así. Sabía que a ella nunca le había gustado tener amigos con derechos y eso era justamente lo que estaban haciendo en ese momento. Así que decidió que esa noche la haría sentir amada, que le dejaría ver lo importante que era para él y que en la mañana siguiente, luego de desayunar, le pediría que lo volvieran a intentar.

Pero entonces, cuando llevaba la bandeja con el desayuno que le había preparado, la escuchó hablar por teléfono.

«Ya no puedo esperar para volver a verte, tenemos tantas cosas de las que hablar… ¿Sigues convencido de querer casarte?».



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En el texto hay: destino, separacion, amor

Editado: 03.03.2020

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