Gritos ahogados por el crepitar de las llamas. El suelo temblaba bajo los cascos de los enormes caballos de guerra mientras un hombre atrancaba las puertas. La larga espera de un niño bajo la cama. Silencio. De pronto, unos golpes cayeron sobre la puerta principal hasta que consiguieron echarla abajo. Sombras informes irrumpieron en la habitación y una de ellas se llevó a la mujer. El hombre trató de impedirlo, pero una flecha le alcanzó en el hombro. Cayó de rodillas. El que parecía el líder de los invasores avanzó hacia el hombre herido. Su tez delicada, marcada por una mueca orgullosa, quedó expuesta a la luz de la luna por un momento.
—Ríndete y tendrás mi clemencia —dijo la sombra. Sus ojos reflejaban la crueldad de su corazón.
—¿Qué buscas aquí, Kâish? ¿Vienes acaso a matarme… —La sangre de la herida del hombro empezaba a empapar su túnica bajo la coraza— …porque encontré un amor sincero donde tú no fuiste capaz? Eres un ser repelente, tu tiranía de odio y crueldad no durará eternamente…
—¡Basta! Te lo advierto…
—Sabes muy bien que alguien nos vengará y cuando llegue ese momento... desearás haber vivido para amar y no para causar dolor… ¡Te acordarás de este día y de este momento!
En la cara del individuo se dibujó un gesto de ira, rara vez manifiesta.
—¡Insolente! ¡Nunca supiste con quien estabas tratando y…! —El hombre controló su repentino ataque de furia y recuperó su acostumbrada frialdad—. Llevas demasiado tiempo desafiándome —le miró una última vez en silencio— Matadle.
Y una espada cayó sobre su cuello.