Lo que trajo la ceniza

2. La decisión

Todos los días, después de la pesca matinal, se dirigía a la sala de entrenamiento de su casa y repetía hasta la saciedad las fintas y golpes que le había enseñado su abuelo. Pero aquel día no lo haría, tenía pensado ir directamente a casa y hablar con el anciano.

«Toc, toc, toc».

—¿Sí? ¿Eres tú, Yari?

—Sí, abuelo —contestó el joven. El anfitrión estaba meditando en el fondo del pequeño salón.

—He tomado una decisión —dijo Yari, mientras se acercaba lentamente a su abuelo.

—Te escucho.

—Tengo que irme de Malist y entrenar con el maestro del monte Vidrio, del que tanto me ha hablado.

—Ya veo… ¿estás seguro de esto, hijo?

—Plenamente.

—Es verdad que no es la primera vez que se te pasa por la cabeza... —le sonrió el anciano con complicidad—. Si has tomado esa decisión lo respeto, Yari, pero… debes saber que no todo el mundo encuentra al maestro. Incluso aunque lo hagas, puede no aceptarte.

—Aun así lo intentaré con toda mi voluntad.

—¿Y vas a dejar sola a Heiko?

—Ella tiene a Norat ahora.

—Bien, pero no hagas las cosas precipitadamente. Despídete de tu gente y de tu hermana.

—No se preocupe, abuelo, así lo haré.

—Tengo un regalo para ti, en realidad te pertenece desde que naciste. Una vez te dije que la noche de la destrucción yo recuperé algo muy importante… —dijo mientras se dirigía lentamente hacia la habitación contigua.

Se oyeron unos pasos amortiguados y un tintineo metálico. Por fin, el anciano encontró lo que buscaba y regresó al salón junto a su nieto con una espada en las manos.

—Aquí está —el abuelo le tendió el arma.

Yari pensó que tendría cientos de años, aun así brillaba como recién forjada. Además no se había oxidado ni mostraba marcas de combate. Tenía un aspecto realmente magnífico.

—Gracias, abuelo —dijo Yari con los ojos empañados.

—Es una reliquia familiar que debería haber sido tuya desde que murió tu padre, como te corresponde en calidad de primogénito de la familia Turkhan. Pero eran tiempos inciertos y tú eras muy pequeño, así que la cuidé con esmero y esperé a que estuvieses preparado.

El joven se ajustó con fuerza la vaina a la cintura.

—Ten cuidado, Yari. Numerosas tropas xarianas guardan los caminos y no dudarán en apresarte si te ven armado.

—Cuando éramos niños, Heiko y yo descubrimos un pasaje oculto a través del bosque meridional que llevaba al pie de las montañas. Estaré a salvo. ¡Ah! Una última cosa, abuelo. Desearía que reconstruyera la academia de combate, como hemos hablado tantas veces. Su experiencia será muy útil y Norat colaborará.

—Haré todo lo que está en mi mano, hijo. Te deseo lo mejor en tu viaje. Adiós.

Yari salió de la casa y se dirigió al centro de la aldea dónde los trabajadores se reunían para comer en la tasca. Yari se subió a un muro ante la mirada atónita de sus paisanos y comenzó a hablar.

—Queridos amigos, como todos sabéis soy Yari, primogénito de la Casa Turkhan e hijo del último líder de Malist. Desde la Destrucción, mi único propósito ha sido vengar a mis padres y a esta villa. Pero aquí no lo voy a conseguir. Me voy para llevar a cabo un duro entrenamiento. Sólo así podré, junto a vosotros, plantar cara al tiránico gobierno de Kâish.

Yari observó el efecto de sus palabras entre los aldeanos. Predominaban los murmullos de desconcierto.

—Eso es todo lo que quería deciros. Volveré cuando esté preparado.

La gente siguió comiendo entre murmullos. Los más cercanos a Yari intentaron persuadirle de que desistiera, pero al ver la determinación en sus ojos tuvieron que dejarle. Hasta que llegaron Heiko y Norat.

—¡No puedes irte así, Yari! —dijo Heiko agitada.

—¿Y cómo si no?

—¿Nos vas a abandonar? —dijo Norat con una leve nota de súplica en su voz.

—No, voy a entrenarme para un día poder plantarle cara a Kâish. Quiero que en mi ausencia resucites la academia de combate… ¡Tranquilo! —dijo Yari al ver la expresión de preocupación en el rostro de Norat—. Mi abuelo te ayudará.

—Pero yo… no sé si podré.

—Sí, sí que puedes. También debes entrenarte. Te he dejado un regalo en mi casa.

—Oh, Yari… —dijo Norat, a punto de desmoronarse.

—Heiko, mi querida hermana, cada día te haces más inteligente y hermosa… —Yari parecía a punto de emocionarse, pero se contuvo—. En mi ausencia, recuérdame como un buen hermano.

Heiko sollozó ligeramente. Las lágrimas mojaban su túnica blanca y ocre.

—¡Adiós, amigos! Nos veremos pronto. Y os prometo que entonces toda esta historia de dolor se acabará.




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