Lo que trajo la ceniza

4. Una tenue esperanza

Un hombre en armadura se dirigía con pasos apresurados hacia la imponente fortaleza que se elevaba en medio de la gran plaza. La gente compraba y vendía en los mercados de alrededor, algunos niños correteaban y reían. Un sudor frío le caía por la espalda mientras su escolta apartaba a la gente a empujones. Llevaba un mensaje peligroso y su destinatario lo era más todavía. Al fin llegó a la enorme puerta de la Ciudadela, guardada por varias docenas de guardias.

—¡El general de la tercera división! —anunció una voz desde el interior. La puerta gimió lentamente.

El hombre se apresuró a entrar y subió la escalinata hacia el palacio en lo alto. La pesada puerta se cerró detrás de él produciendo un estruendoso chirrido. Dos centinelas le acompañaron hasta la sala del trono.

—Mi señor, se está fraguado una gran revuelta en los territorios recientemente pacificados… —dijo el recién llegado haciendo la protocolaria reverencia entre mares de sudor.

Una sombra alta e imponente se erguía junto al trono situado en el fondo de la estancia. Su cara quedaba oculta en la penumbra pero el resto de su cuerpo era el de un hombre fuerte y curtido, ataviado con una ostentosa túnica de azul y plata.

—Concreta —cortó la cruel voz.

—Siguen a un forajido. Por lo que he oído es un antiguo prisionero de la Ciudadela —esperó unos segundos y al no recibir respuesta prosiguió—. También es un hábil guerrero y ha desatado la euforia entre el campesinado de las tierras al oeste de Malist. ¿Cuál es el plan de acción, mi señor? —preguntó el general con una exagerada reverencia.

—Mmm veamos, ¿qué te hizo merecedor del cargo que ostentas? —dijo la figura con un leve tono de burla y malicia.

—Eh…

—Un general debe elaborar las estrategias de guerra y presentárselas a su señor. En cambio, tú pides que realice el que es tu trabajo —prosiguió la voz.

—No… mi señor… yo sólo…

—Estamos teniendo demasiados problemas en la región a tu cargo debido a tu incompetencia. Quedas relegado de tu puesto.

—Por favor, ¡mi señor…!

—Desde hoy serás un soldado raso más y te sucederá uno de mis hombres de confianza. Adelante, Yulast.

Una sombra todavía más oscura se removió cerca del trono.

 

 

«¡Huahh! ¡Ahh! ¡Hiahh!», los gritos llegaban desde la academia de combate.

—Esto va cogiendo forma —dijo el abuelo de Yari. Tras la marcha del chico se habían puesto inmediatamente a trabajar. Al principio habían encontrado bastante reticencia entre los aldeanos pero ya contaban con varios reclutas.

Los hombres de Kâish no hacen revisiones, están demasiado confiados. Eso les perderá —dijo Norat mientras cogía el precioso arco de color caoba que le había regalado Yari y se disponía a abatir la diana.

—Esperemos que así sea. Cuando Yari vuelva se sentirá muy satisfecho.

Habían transcurrido varios meses de exigente entrenamiento. Yari era capaz de encontrar las manzanas en unos minutos gracias a su desarrollado poder de concentración, esquivar todas las piedras arrojadas por su maestro y romperlas con su poderoso bastón. Todavía no había conseguido finalizar la prueba de la catarata pero había mejorado considerablemente sus condiciones físicas. Echaba mucho de menos a todos sus seres queridos, en especial a Heiko, Norat y al abuelo. «Espero que estén bien después de este tiempo. Aquí no he podido conseguir noticias del mundo exterior». «Y bien que has hecho, Yari. El entrenamiento requiere un duro aislamiento». Las intrusiones mentales de Dun-Thi eran ya habituales.

—Estoy contento contigo, muchacho. Has hecho grandes progresos en tan sólo unos pocos meses. Tu destreza con el bastón es notable y tu concentración mental extraordinaria. Pero no creas que has acabado. Se podría decir que lo hecho hasta ahora era solo el calentamiento.

Al principio Yari se habría asustado con la revelación de su maestro, pero ahora estaba preparado para cualquier reto. Había pegado el último estirón y mantenía su pelo un poco largo sujetado por la cinta verde. Empezaba a parecer un guerrero.

—Sí, maestro.

—Muy bien, hoy te enfrentarás a una prueba especial. Conocerás al Lobo de Dun-Thi.

 

 

Los jinetes abandonaron Tel-Xaras al amanecer.

—¿Cuáles son las órdenes, mi señor? —dijo un soldado.

—En Malist está pasando algo raro. Vamos a darles una pequeña sorpresa —susurró la enigmática figura desde las profundidades de la capucha.

—¡Atento, Norat! Vienen unos jinetes, probablemente sean soldados xarianos —dijo un rastreador jadeante.

—Bien —dijo Norat mientras se dirigía a los jóvenes que estaban entrenando— ¡Vienen los hombres de Kâish! ¡Recogedlo todo!

Todo el pueblo se reunió en el centro, junto al mesón de Loron. El temblor producido por los caballos iba en aumento y hasta se oía algún que otro resoplido. Tras unos minutos una figura encapuchada entró en la aldea con un inmenso caballo negro seguido de varias decenas de soldados. Sus ropajes tenían un tono azul oscuro y el pomo de una gran espada asomaba por detrás de su espalda.

—¿Quién está al cargo? —susurró la sombra.

—Yo —respondió el abuelo de Yari dando un paso al frente.

—¡El nuevo general de la tercera división de los ejércitos del Gran Líder Kâish! —anunció un lugarteniente.

—Me llamo Yulast —susurró la sombra con una leve nota de irritación—. He venido a comprobar si es cierto que se están desarrollando actividades militares en esta aldea.

—Es cierto, Yulast de Tel-Xaras. ¿Ya no se puede entrenar a los jóvenes para que ingresen en el ejército del Gran Líder?

—No te burles, anciano. Entre la capital y esta aldea existió una gran rivalidad en el pasado, es bien sabido que se guarda rencor a mi señor. No podéis seguir con esta iniciativa, si no obedecéis volveré y no seré tan considerado —susurró el jinete.

Aquel mensaje dejó helada a la muchedumbre. El jinete ya tiraba de las riendas para reorientar a su caballo hacia el camino cuando una niña se escapó de los brazos de su madre y se acercó al enorme caballo.




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