Lunes en la mañana, sin duda uno de los días más odiados por todos. Para las chicas no era diferente, habían pasado juntas el resto del fin de semana, pues luego de salir del café se dirigieron a casa de Bridgeth donde pasaron la noche y al día siguiente se dedicaron a ver películas y series de terror, las favoritas de Aubrey –y aunque a Bridgeth le aterraban, estaba dispuesta a verlas en compañía de su chica–. El padre de Brid estaba en un viaje por trabajo, por lo que regresaría a casa el lunes en la tarde, sin embargo, ahora era lunes en la mañana y habían pasado exactamente ocho horas desde que las chicas se despidieron, pues la madre de Aubrey había ido a buscarla en su auto la noche anterior.
–Max, ¿crees que a ella le guste? –La voz de Bridgeth resonó en su habitación. Max estaba echado sobre la cama de la chica mientras miraba fijamente aquello que ella sostenía entre sus manos, mostrándoselo al perro que la miraba con curiosidad, agitando su cola– Digo, sabemos de nuestros sentimientos pero ninguna de las dos ha hablado sobre salir juntas o tener un noviazgo y me preocupa que-
– ¿Acaso escuché “noviazgo”? –Una voz grave y tenue la interrumpió de la nada en lo que un hombre rubio y de ojos color miel entraba en su cuarto, al mismo tiempo en que Max se abalanzaba hacia él, y lamía su rostro, provocando roncas risas en el hombre–. ¡Max! Mira lo grande que estás, muchacho
–Solo te fuiste unos días, papá –Dijo la chica, acercándose para abrazar a su padre. No sin antes ocultar en su mochila cierto objeto que antes estaba exhibiendo–. Llegaste antes, no te esperaba tan temprano en casa.
–La reunión terminó antes de lo esperado, así que decidí adelantar mi vuelo para regresar pronto con mi pequeña –Un ladrido se escuchó en la habitación ante las palabras. Padre e hija miraron al origen del sonido y notaron a un Max que los observaba con seriedad, provocando más risas en el hombre–. Tienes razón, Max. Lo adelanté para regresar con mis dos pequeños –Afirmó mientras acariciaba la cabeza de su peludo y berrinchudo amigo–, lo cual me lleva a la pregunta que te hice al llegar: ¿Estabas hablando de noviazgos?
Bridgeth se paralizó ante eso, contaba con lograr distraer a su padre hasta que olvidase que escuchó algo. Desde que habían empezado a vivir solos sin la compañía de su madre, el nivel de sobreprotección del señor Abbott había incrementado. Además de sus muy arraigadas creencias religiosas sobre lo que era “natural” y lo que no; cuando era pequeña, Bridgeth había tenido cierto acercamiento con una de las niñas de su curso, no eran más que cosas de niñas: Tomarse fotos, jugar a las muñecas y –si tenían suerte– sus compañeros no tomarían los carros de juguete que había en el salón, dándoles la oportunidad de jugar con ellos. El verdadero problema llegó cuando Bridgeth decidió ir a jugar a su casa en compañía de su preciada amiga, no tendría más de 7 años esa tarde en que jugaba junto a la niña risueña de sus recuerdos; estaban en la sala de su casa, jugando con algunas muñecas de la rubia mientras su madre hacía algunas galletas para que las chicas merendaran. Fue entonces cuando llegó el padre de Bridgeth, justo en el momento en que las muñecas de las niñas se “besaban”, para las niñas esto era algo normal que hacían las personas que se querían, pues habían visto a sus padres o a algunas parejas en la calle hacerlo y no sabían si estaría mal que “dos chicas” se besaran, pero aún así lo hicieron porque si se querían ¿qué mal habría en ello? Sin embargo, para su padre no fue así. En cuanto entró a la casa y vio el juego de las niñas, corrió hacia ellas, quitándoles las muñecas mientras gritaba “¡No es natural, Bridgeth!” y les reprendía a gritos que alertaron a su esposa, generando que saliera de la cocina para exigirle al hombre que se detuviera y dejara de asustar a las niñas quienes solo jugaban un poco.
Luego de eso, el padre de Bridgeth le había seguido reprendiendo cada tanto, alegando ante lo innatural que era el hecho de que dos mujeres se besaran, explicando a su hija el por qué nunca debería hacer algo como eso si no quería decepcionarlo a él o pero, a Dios. Además de eso, le prohibió juntarse con la niña de la que hoy sólo recordaba una bella sonrisa y suaves mechones rojizos, después de ese día el señor Abbott la había cambiado de escuela a una que “no dañara su pensamiento con ideas locas del mundo” y ahora ella debía lidiar con ese miedo. No podía decirle a su padre que a ella, la niña a la que tanto intentó proteger “del mundo”, la misma pequeña que corría a abrazarlo cada que llegaba a casa, la misma a la que le leía cuentos antes de dormir cuando era niña… no podía decirle que le gustaba una chica ¿o sí?
Antes de que pudiese encontrar una respuesta a esa pregunta, el tono de su teléfono rompió el silencio que los había envuelto por apenas segundos que se habían sentido como horas bajo la mirada de su padre. La chica agarró su celular y contestó, haciéndole una seña a su padre para que esperase:
–Hola, Brey. Sí justo estaba por salir de casa –Hubo un momento de silencio por parte de Bridgeth, quien escuchaba atenta las palabras que su chica le decía e intentaba disimular la emoción que le causaba el escucharla, así que sonreía tímidamente a su padre como disculpa, pues él seguía mirándola con una ceja levantada en busca de explicaciones–. No, no es necesario linda. Nos veremos en la escuela ¿sí? –El señor Abbott enderezó su postura un poco, generando que su semblante se tornase más serio que de costumbre y las manos de Bridgeth se helaron, temblando ante el nerviosismo– Ok, te quiero. Nos vemos en un rato.
– ¿Y vas a decirme quién es esta “Brey”? –Cuestionó el hombre en cuanto su hija cortó la llamada.