Tomás no podía dormir. Le atormentaba más que nunca la ausencia de María. Sentía una enorme melancolía, pero había algo más, otra sensación que le era desconocida, una ansiedad visceral que le retorcía las tripas, algo primitivo, salvaje. Se revolvía de un lado al otro de la cama intentado encontrar la postura que le permitiese descansar, pero María, y aquella emoción tan extraña, le esperaban allí donde mirara. En la pared frente a la ventana se dibujaba un reflejo rojizo que bailaba. Creyó que era fruto del cansancio y el insomnio, y se volteó para darle la espalda; necesitaba dormir. Se sobresaltó cuando escuchó voces calladas que provenían de la vereda. Raudo se asomó para descubrir que un grupo de hombres con antorchas, a la cabeza Jacinto, se acercaban a su puerta.
- ¡Ese hijo de puta lo ha hecho!
Las advertencias de Trini, al final, eran ciertas. El alcalde iba a por él. Tenía que defenderse. Salió a la sala y empuñó el atizador de la chimenea dispuesto a hacerle frente a quien pretendiera entrar en su casa por la fuerza. No les dio tiempo ni a hablar, en cuanto sintió que pisaban el zaguán, abrió la puerta, hierro en ristre, y se precipitó afuera echo una furia. Hubo gritos de sorpresa, gritos de pelea y gritos de dolor cuando, en defensa, alguien le atizó con un palo en la cabeza. Cayó sin sentido.
Apenas si había podido asomarse al cuartucho que hacía las veces de almacén o calabozo según la necesidad, todo el día ocupado dando explicaciones a prácticamente todo el pueblo que se había acercado para interesarse por la suerte de Tomás, esto sólo las mujeres y el cura, ese había sido un hueso duro de roer, o por el morbo de los detalles de la detención; ya la aldea estaba al día de lo acontecido, Juan “el clemencio” y el resto de los hombres se habían encargado de hacer volar la noticia, y se habían puesto más medallas de las que se merecían. Comida y agua sí le había proporcionado, no era tan inhumano, aunque el prisionero había rechazado la comida; más bien la había pateado en ataques de furia entre insultos, amenazas e intentos de agarrar el captor para… matarle si se terciaba, afortunadamente lo había engrilletado a la pared. Tenían una conversación pendiente que se había preparado a conciencia y, si el aldeano se venía a razones, todo se quedaría en agua de borrajas, el viudo volvería a su vida dejándole a Trinidad libre para así poder conquistarla, con qué armas ya se vería, dependería de ella.
De que la historia de que Tomás podía ser un hombre lobo había calado, no tenía duda, quedó patente cuando a varios de sus interlocutores les comentó que tenía intención de interrogar al preso por la noche, y todos se alarmaron recordándole que había luna llena. Tuvo que esconder la hilaridad que le sacudió como un ataque de tos súbita. Lo más salvaje que había hecho aquel alfeñique en su vida era insultarle y escupirle a la cara, pero qué hombre no habría hecho lo mismo en la misma situación, detenido sin ningún porqué real, por mucho que Jacinto hubiese inventado uno creíble para el resto del poblado.
El día pasó raudo, se hizo de noche pronto, y aún tuvo que retrasar su visita al prisionero unas cuantas horas, la taberna estaba a rebosar; no iba a perder esa oportunidad de hacer dinero. Todo el pueblo estaba aquella noche presente para interesarse por los acontecimientos; el tufo del morbo atraía a las hienas. Incluso el párroco se había acercado con intención de hacer entrar en razón al alcalde y pedirle que pusiera fin a aquella locura. Lo intentó, pero cuando fue evidente que se iba a poner en contra a toda la comunidad, desistió y abandonó la sala de la manera más elegante posible, no sin dejarle patente al propietario que no estaba de acuerdo con el cariz que habían tomado los acontecimientos.
Pasaba de la medianoche, en el cielo brillaba una luna enorme, cuando el último de los parroquianos se fue a su casa y Jacinto pudo, por fin, encargarse de la tarea más placentera del día.
- Buenas noches, Tomás. – dijo a través de los barrotes de la diminuta ventana de la sólida puerta de madera.
Esperó más allá de un tiempo prudencial por una respuesta, para con ésta averiguar el estado de ánimo de su interlocutor, pero no hubo ninguna.
- Me alegro de que te hayas calmado, así será más fácil que nos entendamos. No estás dormido, ¿verdad? – siguió sin obtener contestación, decidió continuar con su monólogo. – No te voy a explicar cómo has llegado a esta situación, todo lo que he tenido que hacer para poder encerrarte. Si lo he hecho es porque esa es la única forma de que me escucharas. Lo que sí te voy a decir es por qué has llegado hasta aquí. Sé que te has estado viendo con Trinidad. ¡No! ¡No lo niegues! – levantó la voz como si alguien le hubiese llevado la contraria, cuando del otro lado de la puerta había no sino silencio. – Eres un hombre que podría tener a la mujer que quisiera, más de una ha puesto los ojos en ti, lo sé bien, tras el mostrador se oyen muchas cosas y la gente me cuenta muchas cosas. Podría darte una lista de todas las que sueñan con que entraras una noche en su alcoba en secreto y las amases. Incluso podría decirte a quién no le importaría tener algo más y hasta, quien sabe, volver a casarte. – se encogió de hombros al no tener ningún interés por parte de su contertulio. – Pero tú has tenido que ir a por la única mujer que me interesa a mí. ¡No te hagas el sorprendido! Me gusta Trini, sí. – siguió con la interpretación del personaje que previamente se había preparado. – Yo soy un hombre de recursos, de sobra es sabido que tengo suficiente dinero para esta vida y un par de ellas más. Voy a serte franco, te propongo un trato. En mi mano está el liberarte ahora mismo, eso ya es una gran recompensa. Estoy incluso dispuesto a sumarle a esta oferta una buena cantidad de dinero, lo suficiente para que, si lo administras bien, no vuelvas a pasar apuros en una larga temporada. ¿Que qué es lo que quiero a cambio? A Trini, sólo eso. Te ofrezco la libertad y la solvencia económica a cambio de que la dejes libre y la convenzas de que soy lo mejor que podría tener en la vida. El cómo lo hagas ya es asunto tuyo, no te tengo por idiota y estoy seguro de que sabrás llevarla a tu terreno y hacerla ver que tu… sugerencia, digamos, es su mejor opción. Esto es lo que te ofrezco. ¿Aceptas?