Lobo salvaje

2. ¿Qué hacemos con él?

—¡Eh! —me agaché de inmediato junto a él y lo primero que hice fue comprobar sus signos vitales.
Su pulso era rápido, aunque débil, y su pecho subía y bajaba de forma irregular, como si respirar le costara. Me quedé un segundo ahí, con la mano en su hombro, sin saber qué hacer. ¿Llamar a emergencias? ¿Pedir ayuda? ¿Volver a la fiesta corriendo?

Un crujido sonó detrás de mí y me giré de golpe.

—¡Aya! —Alison apareció entre los árboles, con la linterna del móvil en la mano—. Te estuve buscando… ¿qué…? ¿Qué ha pasado? —Se llevó una mano a la boca y se acercó con cautela—. ¿Está… muerto?

—No —murmuré—. No sé qué le pasó. Me lo encontré así.

Se arrodilló a mi lado, observándolo sin parpadear.

—¿Quién es?

—No tengo ni idea. No lo había visto nunca.

Y eso era extraño. En un pueblo tan pequeño como el nuestro, donde todo el mundo conocía al primo del vecino del panadero, no reconocer a alguien era casi imposible.

Alison desbloqueó su móvil y empezó a marcar.

—No hay cobertura —dijo tras unos segundos, frunciendo el ceño—. Genial. Estúpido bosque.

Me levanté, limpiándome las manos en los vaqueros.

—Tenemos que llevarlo. No podemos dejarlo aquí.

Alison me miró como si hubiera perdido la cabeza.

—¿Llevarlo? ¿A dónde? Está desnudo, cubierto de sangre y… ¿quieres meterlo en mi coche?

—¿Tienes una idea mejor?

—Podría ser un asesino.

Alcé las cejas y volví a mirar al chico.

—A mí me parece más bien la víctima.

Alison dudó un momento y luego suspiró.

Con mucho esfuerzo, lo levantamos. Alison lo agarró de los brazos y yo de las piernas. Era más pesado de lo que parecía. Lo llevamos entre las sombras, esquivando la zona de la fiesta, y lo metimos en la parte trasera del coche, envuelto en una manta vieja que Alison encontró en el maletero. Arrancamos y tomamos la ruta más rápida al hospital.

Yo iba en el asiento del copiloto, sin apartar la vista del espejo retrovisor. El chico no se movía. Ni un solo músculo.

¿De dónde había salido? ¿Cómo llegó hasta el bosque? ¿Qué le había pasado?

Las preguntas no paraban de girar en mi cabeza. Una detrás de otra. Hasta que, de pronto, lo vi moverse. No mucho. Solo lo justo para intentar incorporarse, apenas con fuerzas para levantar la cabeza y abrir los ojos.

—Está despierto —dije, casi sin voz.

Alison pegó un frenazo.

—¿Qué?

Se giró y lo vimos. Nos estaba mirando. Como si intentara entender. Parpadeó, confundido, y luego murmuró algo. Muy bajo.

—¿Qué ha dicho? —susurró Alison.

—No lo sé.




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