¡Fango! Su hermoso pelaje estaba totalmente cubierto de fango, porque la maldita niña se había caído en el pantano. –«Si tuviese manos le hubiese dado un par de nalgadas» –pensó Lorna. Nada la obligaba a salvarla pero le daba pena que se ahogara en el barro apestoso. Por suerte no era tan profundo, al menos no para la loba. Maya estaba a punto de perecer cuando Lorna la alzó desde abajo con la cabeza. Ahora ambas estaban irreconocibles. Iban caminando mientras el fango se endurecía en sus cuerpos. Lorna iba a tardar bastante tiempo en dejar su pelo limpio y reluciente otra vez.
–Mira mi vestido, está arruinado –dijo la niña alzando uno de los vuelos de la prenda para que el animal lo mirara.
–Te lo mereces, sólo te salvé porque tengo que volver a tu casa todos los días, y tu padre se enojaría conmigo si te pierdo. No puedo regresar a mi reino ni salir de esta región. No pienses que me agradas ¡Si pudieras entenderme!
–Papá se molestará mucho conmigo. Acaba de traérmelo de un pueblo muy lejano.
Lorna resopló.
–No puedo llegar a casa así, ni pasar cerca del pueblo, los otros niños se reirían de mí.
– ¿Eres tonta? No se atreverían conmigo a tu lado.
A veces la loba se sorprendía por lo que su cabeza pensaba ¿Desde cuándo tenía ese instinto de protección para con la cachorra? Pero si era sincera, la respuesta llegaba sola. Había pasado nueve meses con la familia Greenhearth, y en ese tiempo había desarrollada un amor por la niña que se negaba a aceptar.
Miró a un lado del camino, sabía que un poco más allá había un río.
–Ven conmigo –le hizo una seña con la cabeza para que la siguiera.
La pequeña no dijo nada, simplemente la siguió. Después de unos minutos tuvieron frente a ellas una gran extensión de agua. A lo lejos había una pequeña cascada. Maya sonrió a pesar de que los dientes le castañeaban por el frío. Lorna se preocupó, posiblemente la niña se enfermaría, pero era mejor que se limpiara de toda la suciedad antes de llegar a casa. Se metieron en el agua cristalina, que enseguida se oscureció alrededor de ellas en el momento que el fango comenzó a desprenderse de sus cuerpos. Cuando salieron la niña temblaba más que antes y Lorna se le había unido. La loba se agachó para que la niña se montara encima, alcanzarían la mansión más rápido de esa forma.
– ¿Estás segura? Nunca me has dejado montar encima de ti.
Lorna la miró achicando los ojos.
–Está bien, si tú lo deseas.
Maya hubiese deseado cabalgar encima de Lorna en otras condiciones. Ahora el pelaje de la loba estaba frio y olía a perro mojado. La criatura se irguió en sus cuatro patas y gruñó tratando de avisarle a la infanta que se sujetara. Maya al parecer entendió el mensaje porque se abrazó del cuello del animal. Tardaron solo cinco minutos en llegar a la propiedad de los Greenhearth. Cuando Maya bajó al suelo se tambaleó un poco, y Lorna tuvo que agarrarla del cuello del vestido con los dientes para que no se callera. La niña iba a llamar a la puerta pero Lorna la detuvo. Dentro se escuchaban una discusión. La loba empujo suavemente a la pequeña para que se apartara y alzó las orejas tratando de oír mejor.
–Sabes que haber sido el hombre más leal al rey destronado no te pone en un buen lugar en el nuevo reino. Ahora eres mercader, te has apartado completamente de tu viejo trabajo pero ¿No pensarás que lo hemos olvidado Capitán Greenhearth? –dijo un hombre desconocido.
–No le venderé mi propiedad Lord Ashton –ese era Corél.
–Piénselo bien, tengo un primo que se lleva muy bien con el hombre que lleva la corona.
–Amenazas vacías, su familia ha caído tanto en desgracia como la mía después del nombramiento del nuevo rey, puede que más.
–Ya veremos, no se asuste cuando toquen a la puerta en medio de la noche.
Lorna oyó que se levantaban, y se escondió detrás de unos arbustos junto a la entrada. Maya hizo lo mismo. La loba la miró y vio que tenía el rostro un poco enrojecido ¡Pulgas! Posiblemente tenía fiebre. Se acercó a ella y colocó el hocico en su mejilla ¡Estaba ardiendo!
La puerta se abrió y por ella salió un hombre grueso que vestía un traje azul con muchos adornos dorados. Tenía un fuerte olor a cerdo asado, a pesar de que el cerdo era comida, ese aroma a Lorna le disgustó mucho. Le gustaba más la esencia de tierra mojada, pasto y madera dulce que tenía Corél.
– ¡Que tenga un buen día señor Greenhearth! –exclamó dándole la espalda al otro hombre.
Corél lo miró con el rostro fruncido. Cuando el hombre azul su hubo marchado, Lorna y Maya salieron de su escondite. Corél las miró asombrado, entonces vio el estado de su hija y le puso una mano en la frente mientras sostenía con la otra el bastón.
–Tienes fiebre ¿Qué ha pasado? Estás empapada.
Maya bajó el rostro apenada –Me caí a un pantano, luego Lorna me llevó a que me lavara a un rio.
Corél asintió serio.
–El único pantano que está cerca de aquí es tan profundo que te taparía completamente ¿Cómo saliste?
–Lorna me sacó.
El hombre miró a la loba y le sonrió –Gracias Lorna, por cuidar de ella.
Allí estaba de nuevo esa sonrisa, el pecho de Lorna se calentó y su corazón latió más rápido.
–Entren ya las dos, y tú Maya, ve directamente a tu habitación, iré contigo en un momento, tengo que preparar compresas frías.
Antes de que Corél se fuera, la loba hizo lo que venía haciende desde que había comenzado a vivir allí: Lo miró a los ojos y luego estiró la pata que tenía la argolla hacia él. El hombre como siempre y sin perder la paciencia se negó a liberarla y luego se marchó a atender sus asuntos.
Lorna por su parte se fue hacia el patio y se sentó bajo el Sol, esperando que su pelaje se secara pronto.
…………………………..
Pobrecilla, no deja de temblar –oyó decir a la señora Roth.
Abrió un ojo lentamente, se había quedado dormida. Cuando miró alrededor se dio cuenta de que ya estaba anocheciendo ¿Estarían hablando de Maya?
–Ni siquiera quiso comer el postre, ella que nunca se ha resistido a mis dulces –la anciana le hablaba al mayordomo Perkins, parecía bastante preocupada.
Lorna se levantó, fue corriendo hacia la habitación de la niña y entró haciendo que el padre se asustara con el ruido tan repentino de la puerta. Corél la miró con los ojos un poco enrojecidos, mientras arreglaba el paño que cubría la frente de su hija. La loba no espero a que se lo permitieran, se subió a la cama y se recostó a su cachorra poniéndole la cabeza en el pecho. La niña, que tenía los ojos entreabiertos, se durmió enseguida.