Esta vez Lorna no supo qué la había despertado, solo que estaba bastante furiosa porque no la dejaban dormir. Miró a un lado, Corél ya no estaba sentado en la silla junto a la cama. Enseguida se percató de que algo andaba mal. Tocó el rostro de la niña con su hocico, la fiebre había desaparecido de la pequeña. Entonces ¿Qué era esa tensión que sentía en el aire? Esa certidumbre de que alguna catástrofe estaba a punto de ocurrir. Salió de la habitación y anduvo por los pasillos hasta que encontró a Corél recostado en uno de los balcones, mirándo hacia el oscuro cielo. Se sentó junto a él, el hombre no pareció darse cuenta de que ella estaba allí hasta que preguntó:
– ¿Sabes por qué no te dejo ir?
Ella lo miró interrogativamente ladeando la cabeza.
–Ya no me importa el dinero que gasté en ti, resultaste ser más valiosa que eso. Es que desde que viniste aquí, desde que te traje aquí –corrigió–. Maya ha dejado de estar triste. De hecho, nunca la había visto tan feliz. –suspiró y se agarró un poco más fuerte del borde del balcón. Los ojos del hombre relucieron ante la tenue luz de la luna menguante–. Finges ser tonta delante de mí, pero sé que me entiendes. Haría cualquier cosa por esa niña, soy lo único que le queda, tú y yo somos lo único que le queda. La madre de Maya nos abandonó el año pasado, se fue con un hombre más joven. Después de eso mi hija sintió que no valía lo suficiente para que su madre se quedara. Tú la haces olvidar eso –Miró el suelo y se rio amargamente–. Sé que es ridículo, pero a veces siento que tras de ti se esconde una persona real, alguien humana –sacudió la cabeza.
– ¡Eso es exactamente lo que sucede, tonto! –agitó las orejas y aulló bajito tratando de que él se diera cuenta de lo que intentaba decir.
–Quisiera poder entender lo que dices –le acarició el cuello con una mano–. Deberíamos ir a dormir ha sido una noche larga.
Antes de que pudiera girarse, se escuchó un ruido de vidrios rotos en la parte baja de la casa. Corél se tensó visiblemente y fue lo más rápido que pudo hacia la entrada, con Lorna siguiéndolo de cerca. La loba gruñó cuando llegaron a la primera planta. Había varios hombres de pie en la sala, y por lo que pudo oler, uno de ellos era Lord Ashton.
–Tu rey no quiso hacerte caso y tuviste que venir con tus matones, Lord Ashton –dijo Corél mientras sacaba una espada de su bastón –Salgan inmediatamente de mi casa. Saben que tengo derecho a matarlos si invaden mi propiedad.
–Ah ¿Qué va a hacer un viejo militar cojo contra veinte hombres? Te dije que siempre consigo lo que quiero, Corél, y quiero tu casa. Me parece principesca y aislada, mucho mejor que la mía. Te ofrecí por ella un precio muy razonable. Última oportunidad. Nadie sabrá lo que pasó aquí si me dices que no. Piensa que podría pasarle a tu hija si fallas.
Ashton hasta había traído consigo una copa de vino y no portaba un arma visible. Tomó de su copa y a pesar de la baja iluminación que ofrecían las pocas velas que aún no se habían apagado, Lorna pudo ver que reía. Nadie parecía verla todavía, de todos modos, se apretujó más entre las sombras de la escalera. Vio que Corél estaba a punto de bajar su espada ¡Iba a rendirse! No podía permitírselo. Ellos no podían ganar, no si ella participaba en la pelea. Gruñó, esta vez más fuerte para que la oyeran. Los hombres de Ashton miraron a todos lados, nerviosos. Lorna salió de su escondite y se abalanzó sobre el mercenario más cercano, que apenas tuvo tiempo de gritar. Lo aruñó con una de sus zarpas y el hombre calló de rodillas sosteniéndose el cuello. Corél trató de detenerla con el hechizo del grillete, pero este no funcionó. Lo cierto era que el hechizo que la hacía obedecer se había disipado muchos meses atrás.
Viendo que no tenía más opción, Corél se unió a ella. Danzaban juntos el baile de la muerte en perfecta armonía. La cojera no era impedimento para que se moviera con gran agilidad y mostraba un brillo salvaje en los ojos. El último en caer fue Ashton, con el filo de su enemigo atravesándole el prominente estómago. El antiguo Capitán Greenhearth se giró a felicitar a su antigua compañera de batalla, y lo que vio lo dejó sin aliento: Lorna estaba tirada en el suelo, chillando. Tenía un corte en el vientre del que salía bastante sangre.
Corél corrió hacia ella quitándose el abrigo, presionó la herida de la loba con él.
– ¿Papá? –se oyó desde la habitación de Maya.
– ¡No salgas de tu cuarto hija! –grito él.
Se escucharon pasos bajando por la escalera.
–No te preocupes, estarás bien, coceremos esa herida –le dijo a Lorna.
–Duele.
–Lo sé, sé que duele.
Lorna alzó las orejas ¿La había entendido? No, era algo obvio.
La señora Ruth y el señor Perkins llegaron a la sala. La mujer se tapó la boca con ambas manos para ahogar un improperio al ver el lugar lleno de sangre y cadáveres.
– ¡Por todos los cielos! ¿Qué ha pasado aquí? –preguntó el mayordomo con un gallo en la voz.
–Perkins, no es tiempo de preguntas. Ahora, tráigame hilo y una aguja esterilizada. Los encontrará en mi habitación, en el interior de la gaveta de mi mesita de noche. Usted Ruth, ayúdeme a presionar la herida. Los dos corrieron a hacer lo que se les ordenaba.
Por suerte la herida no era tan profunda como larga, pero igual hizo que Lorna perdiera una gran cantidad sangre. Cuando Corél había terminado de cocer, la loba no estaba consciente. Tenía la lengua salida hacia afuera y respiraba pesadamente. Tuvieron que hacerle una cama improvisada en una esquina de la sala, porque al ser tan grande el animal no pudieron subirlo arriba. Maya fue con ella después de que limpiaran todo el desastre que había en el lugar. La niña comenzó a llorar y se recostó a la espalda de Lorna como había hecho la loba con ella y luego le puso un brazo por encima tratando de no lastimarla. A Corél se le encogió el estómago al ver la escena, en verdad la loba había sustituido a su antigua esposa en el corazón de la niña.
Lorna despertó tres días después, lo primero que vio fue a Corél roncando en el suelo junto a ella con un hilo de baba recorriéndole la barbilla. Se sentó sintiendo un relámpago de dolor recorriendo su estómago. Tapó la cara del hombre con su peluda cola, y este se levantó de un brinco, estornudando.
– ¡¿Por qué hiciste eso?! ¿No pudiste buscar una mejor forma de despertarme?
Lorna rio, o hizo lo más parecido a reír que podía hacer un lobo.
–Te da mucha gracia ¿Verdad? Parece que ya estas mejor –él le dedicó una de sus mágicas sonrisas que hacían que el corazón de Lorna reaccionara de formas extrañas–. Fuiste muy valiente ese día, y muy cabezona. Traté de detenerte, pero no pude ¿Hace cuánto que el hechizo de control desapareció?
Lorna tocó el colchón que estaba debajo de ella siete veces con una de sus garras.
– ¿Siete días?
Ella negó con la cabeza.
– ¿Siete semanas?
–Volvió a negar.
–Siete meses –cogió el bastón y pasó los dedos por el pequeño lobo que había en la empuñadura–. Pero todavía hay alguna clase de magia que te impide irte.
Lorna asintió.
–Entonces debo agradecerte aún más por proteger a mi hija, y a mí. No era tu obligación y aún así lo hiciste. No entiendo mucho de magia, pero supongo que si algo me pasara tú quedarías libre.
Lorna extendió la pata de la argolla hacia él.
–Lo siento, no puedo hacerlo.
La loba lo miró lastimeramente y gimió.
–Debe haber algún hechizo ahí que no te deje atacarme para ser libre, puede que algún día desaparezca también y que pierdas tu paciencia conmigo, pero mientras, no puedo dejarte ir. Eres muy preciada para ella –Se puso de pie apoyándose en el bastón.
Lorna se recostó con mucho cuidado sobre sus patas delanteras, ¿Qué no daría por decirle que el conjuro que le impedía atacarlo había desaparecido también con el primero? Ella nunca le haría daño, aunque costara su libertad.