Lorna y el grillete de hierro

Capítulo 5


   Lord Frederick Rosewood se consideraba un hombre paciente y muy poco violento. Por eso, cuando se enteró de la muerte de su primo Ashton a manos de Greenhearth no tomó ninguna represalia. Le gustaba tejer la telaraña en la que caerían sus enemigos, ver cómo se debatían tratando de liberarse una vez atrapados. Rosewood tomaría a la naturaleza como su amiga, el invierno estaba cerca y Corél tendría que buscar provisiones. Pero ¿Dónde las conseguiría si todos los vendedores del pueblo eran amenazados con tener un destino terrible si le proporcionaban algo al viejo capitán?

   Las moscas adornaban la extensión de tierra donde el ganado pastaba. El agua de los animales había sido envenenada. Corél miraba aquel espectáculo con los puños apretados, el invierno estaba a punto de llegar y le sería muy difícil recolectar los víveres necesarios ahora que las reces estaban muertas. Lorna estaba a su lado ¿Olería su miedo?  
   –Esto fue lo único que pude conseguir, señor, la mayoría de los mercaderes se negaron a venderme más.
   Corél se giró a ver a uno de sus empleados. Era un muchacho que no tendría más de dieciséis años. Frente al joven había una carretilla llena de sacos. A simple vista parecía bastante pero no era suficiente ¿De qué le servía tener tanto dinero si no podía comprar lo que necesitaba? Lo pensó un poco, no podía arrastrar con él a la desgracia, a personas que nada tenían que ver con el conflicto. Despediría a los criados, que se fueran a sus casas, les daría una buena suma para que pudieran comprar sus propios suministros. Si ya no trabajaban para él los dejarían en paz. Lo que había en la carretilla, sumado a algunas cosas que pretendía buscar en el pueblo vecino, sería suficiente para él y su hija si lo racionaban bien. Podría haber sido inmune a aquel problema de haberse preparado antes.

                                                                       ……..

   – ¿Está seguro de esto, señor?
   –Sí, Ruth. Cuando se sepa que ya no son mis empleados, las amenazas que les hicieron a los vendedores no serán válidas con respecto a ustedes.
   La anciana miró al hombre con ganas de protesta – ¿Estarán bien? Sé que no es correcto que me sobrevalore, pero usted no cocina muy bien que digamos.
   Corél soltó una carcajada –Lo sé, pero creo que podré apañármelas, y Ruth, vales más de lo que piensas.
   Ruth lo abrazó con más fuerza de la que parecía tener, luego se agachó para besar la frente de Maya, que estaba junto a su padre.
   –Sé que eres una niña fuerte, pero este año tendrás que serlo más aún –le sostuvo el rostro entre las manos–. Será un invierno difícil.
    La niña asintió y ella se levantó.
   –Estaré en casa de mi hijo por si necesitan algo.
   –Gracias Ruth –dijo Corél y la acompañó a la puerta.

                                                       ……………

   –Tienes nueve años, ya casi eres una mujer –Corél tocó la punta de la nariz de su hija, y ella rió, aún con los ojos humedecidos –Nunca te dejaría sola si no fuera tan importante, pero necesito conseguir más comida para el invierno, y en este pueblo no podré hacerlo. Confío en que Lorna te protegerá –la loba movió la cabeza para demostrar que estaba de acuerdo. Volveré en una semana antes de que comiencen las nevadas.
   – ¿Me lo prometes? –preguntó la niña con la voz cortada.
   –Te lo prometo, no te abandonaré.
                                                    ……………….

   Ocho noches habían pasado desde que Corél se había ido. Lorna comenzaba a preocuparse, aunque trataba de que Maya no lo notara. Por eso movía la cola cada vez que estaba en compañía de la niña. Sabía que él no había muerto, si lo hubiese hecho, ella lo habría sentido.
   Estaba hambrienta, en los últimos días solo había cazado conejos, porque era la única presa que podía atrapar cerca de la casa, y no quería dejar a la niña sola. Miró a su cachorra, la comida del almacén no duraría para siempre. Podía traerle algún ciervo cuando la carne seca se acabara, pero si Corél no llegaba pronto…, dudaba mucho que los conocimientos básicos de cocina que tenía la niña le sirvieran para despellejar un ciervo, y Lorna no tenía manos. Sintió una vibración en la argolla de su pata, la magia se estaba debilitando ¡Corél! El hombre estaba en peligro, corrió lo más rápido que pudo hacia donde la llevaban sus instintos. Maya le gritó, pero ella no la estaba escuchando, tenía que salvar a su hombre.
   Corél apenas tenía ganas de regresar, había fallado, y volver significaría menos comida para su hija. De no ser porque le había prometido que no la abandonaría se dejaría caer sobre la nieve. El invierno había llegado mucho antes de lo que él esperaba, una tormenta lo había cogido por sorpresa, obligándolo a quedarse en una cueva con su carreta y sus caballos. Cuando el mal tiempo mejoró un poco, trató de que los animales avanzaran sobre la nieve, y así lo hicieron durante algunas horas, pero de un momento a otro se detuvieron y no caminaron más. Corél se rindió, solo le quedaba seguir solo y sin su preciada carga. Después de lo que le pareció un mundo de distancia logró llegar cerca de casa. Podía ver los molinos del pueblo en el horizonte no muy lejano, pero estaba cansado. Ni siquiera tenía su bastón, lo había perdido en el camino. Apenas notaba las piernas, y los dedos de las manos se le estaban entumeciendo. Avanzaba pesadamente con la nieve por las rodillas, tenía sueño, mucho sueño. Su entorno comenzó a oscurecerse. No se dio cuenta de que su cuerpo caía hacia delante, de hecho, pensó que una pared fría había aparecido frente a él, y que había chocado contra ella.
   Percibió que un aire caliente chocaba contra su cuello, luego algo húmedo rozó su mejilla. No despertó completamente pero al menos percibió que lo arrastraban. Sintió que pasaba una eternidad y entonces el suelo cambió de frío duro a acolchado y cálido.
   – ¿Se pondrá bien?
   Corél reconoció esa voz, y también el pequeño aullido que la siguió. Algo cálido y peludo se trepó sobre él. Transcurrió algo de tiempo antes de que los pensamientos llegaran a su cerebro. Estaba junto a la chimenea de uno de los salones de su casa.
   – ¿Lorna? –dijo Corél con la voz apenas perceptible.
   La loba dobló el cuello para mirarlo con aquellos inquietantes ojos ambarinos.
   – ¿Tú me trajiste?
   – ¿Quién más lo iba a hacer, tonto? –gruñó amistosamente.
   –Gracias.
   – ¡Papá! –La niña corrió con una jarra de agua en las manos–. ¡Despertaste! –Se agachó junto a su padre–. Bebe esto, la calenté un poco.
   Lorna se apartó para que el hombre pudiera levantar la cabeza. Corél bebió y luego se aclaró la garganta.
   –Maya, lo siento, no pude traer las provisiones.
   –No te preocupes padre, creo que las que quedan alcanzarán.
   Corél asintió, no podía decirle que dudaba mucho que alcanzaran. Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Lorna le mordió una oreja.
   – ¡¿Por qué lo hiciste?!
   Lorna se apartó de él y fue hacia Maya, le puso una pata en el hombro y pegó su mejilla con la de la niña. Luego se dirigió a la puerta de la que había sacada la nieve anteriormente y desapareció detrás de ella.
   –Papá, creo que eso fue una despedida.

  
 




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