Lorna planeaba estar fuera algunos días, por eso se había despedido. Iba a tomarse unas vacaciones al aire libre, y luego le llevaría una buena presa a los Greenhearth. Esperaba que Corél supiera aprovechar bien la carne de un ciervo, desperdiciarla sería una falta de respeto al pobre animal. Respiró el fresco aire invernal, el suelo cubierto de nieve no era rival para ella, podía correr casi tan rápido como lo hacía en medio del verano. Entonces tuvo constancia de algo: Era capaz de alejarse cuanto quisiera, el hechizo de retención ya no la afectaba. Podría marcharse a su reino, pedirle a uno de los sabios que le quitara la argolla, pero no podía abandonar a Maya y a Corél, no podía dejarlos como había hecho la madre de la niña.
Vago sin rumbo durante días, por el simple placer de saborear la libertad relativa que tenía. Una tarde, cuando se preparaba para regresar a casa de Corél, escuchó a lo lejos una voz rasposa que recordaba muy bien, se acercó con curiosidad al lugar donde se oía.
Había una cabaña en medio del bosque, asomó su cabeza entre dos arbustos. Mádrigus estaba de espaldas a ella y movía las manos en gesto de súplica. Frente a él habían dos hombres que lo amenazaban con cuchillos.
–El hechizo del anillo nebuloso funcionó, mi amigo fue a casa de unos ricos en un día nublado, y logró llevarse una fortuna en joyas –dijo uno de ellos.
–Siempre pensamos que eras un viejo estafador, pero ahora vemos que no es así –dijo el otro hombre mostrando una sonrisa podrida.
Los bandidos llevaban abrigos hechos de todo tipo de pieles cosidas de forma irregular, parecían estar incluso más locos que Mádrigus.
–Aléjense, no tengo más anillos, si no se van –agitó los brazos en gesto dramático– enviaré un monstruo contra ustedes.
Los hombres se riero, y avanzaron dos pasos hacia él.
–Si pudieras hacerlo.
–Ya lo habrías hecho.
–Buscaremos los anillos en tu cabaña.
–Una vez te hayas muerto.
Lorna consideró dejar que acabaran con el viejo, pero le gustaba tener la conciencia limpia. Aprovechó que Mádrigus comenzaba a decir un montón de palabras inventadas y corrió hacia ellos. Los bandidos después de abrir mucho los ojos y gritar como dos doncellas asustadas huyeron despavoridos.
–Vaya, esto sí que es una sorpresa. Tú, salvándome la vida –Mádrigus se acercó a ella–. ¿No me guardas rencor?
Ella le gruñó –Por supuesto que te guardo rencor, te odio.
–Ah, ¿Estás segura? Después de todo, sin mí no los habrías conocido, ni a él ni a su hija.
Lorna se giró para irse, no quería escucharlo aunque el hechicero tuviera razón.
–Sólo hay una persona que puede quitarte ese grillete, deberías ir con él, te necesita.
–Lo haré.
La loba se alejó de aquel lugar, se dirigió a la cueva donde había guardado el ciervo muerto que planeaba llevarle a Corél y a su cachorra, lo había matado un par de horas atrás. Lo agarró por el cuello y lo levantó, era un animal bastante grande, pero no lo suficiente para que resultara muy difícil avanzar con él.
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Corél cogió la última ración de carne seca que había en la despensa y se la tendió a su hija. Se aseguró de sonreírle y cerrar la puerta enseguida para que la niña no pudiera ver el vacío que había en las estanterías. Solo quedaba un saco de arroz y una pequeña bolsa de frutos secos. Tenía que hacer algo. Su cojera no lo dejaría ser un buen cazador pero debía intentar traer algo más de comer, la anemia y el escorbuto les estaban pisando los talones.
Oyó un ruido en le entrada de la casa, alguien estaba tratando de entrar a la fuerza. Cogió un cuchillo de la cocina y se dirigió hacia allí, pero antes de que pudiera llegar Maya abrió la puerta.
– ¡Es Lorna! –gritó la niña.
Corél se relajó y se permitió alegrarse a pesar de la situación que estaba viviendo, pero cuando vio el ciervo puesto en el centro de la sala el alivio lo inundó, ya no tendría que preocuparse. También se sintió culpable, ella les había traído la salvación y él nunca le dio lo único que quería: La libertad.
Lorna se acercó a él, el hombre pensó que pediría que le quitaran el grillete a cambio de su presa, pero en vez de extender la pata como siempre, se lanzó sobre él y lo tumbó en el suelo. Ella lo miró a los ojos para luego morderle una oreja. Corél creyó ver de nuevo en esos ojos casi amarillos la humanidad. Se preguntó por centésima vez si estaba loco, deseó que no fuera así, deseo que algo realmente justificara que a veces la miraba y no veía a una bestia, sino a una mujer, y se estaba enamorando de esa mujer.
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Corél había tenido otro “destello”, había visto de nuevo a esa muchacha, justo donde Lorna estaba sentada. Se restregó los ojos tratando de despejarse la vista, el escorbuto iba a acabar con él. Desde hacía semanas que no comía nada más que carne seca, sopa de carne de ciervo o estofado de conejo. Observó a la loba que estaba a su lado y ella le devolvió la mirada ladeando la cabeza. El reflejo volvió a aparecer, podía ver a través de la mujer como si fuera un fantasma. Estiró su brazo hacia el rostro de ella, quiso tocarla, el corazón se le contrajo cuando su mano atravesó la nada «Es asqueroso, me estoy enamorando de un animal» Se agachó junto a ella y le rodeó el cuello con las manos «¿Cómo puede ser posible?» Aunque aguantó el llanto, unas lágrimas traicioneras recorrieron las mejillas del hombre. La loba se movió separándose de él, Corél vio que los ojos de Lorna estaban húmedos. Sabía lo que iba a hacer, la loba alzó la pata que tenía el grillete.
–Lo haré, te liberaré –la abrazó una vez más.
Algo metálico cayó al suelo y Corél retrocedió para ver que había sido el grillete. Frente a él la loba se fue transformando en la mujer que tantas veces había visto, pero esta vez era sólida, sabía que si lo intentaba podría tocarla. La muchacha tenía los ojos ambarinos como los de la loba…, era Lorna. Él se quedó quieto, tenía miedo de que si se movía ella desapareciera, pero entonces Lorna lo empujó al suelo y se puso encima de él, seguía pareciendo salvaje, era hermosa. La loba, que ahora era humana, lo besó. Era un beso inesperado pero fue bien recibido. Muy corto para el gusto de Corél, que trató de que no se alejara poniéndole ambas manos en la espalda. Lo golpeo la comprensión de que la mujer estaba desnuda. Sintió su piel lisa y suave. No tuvo tiempo de quejarse cuando la mujer se levantó y salió corriendo torpemente.