Nunca había sentido un dolor tan exquisito como aquel que se asemejaba a tener los pies sobre vidrios rotos. Ese dolor era bueno, significaba que ya no estaba presa en una de sus formas. Se miró la mano derecha donde antes estaba el grillete, no había ninguna marca pero aún lo sentía allí.
Se había encerrado en la primera habitación que encontró, luego de salir corriendo por haber besado a Corél ¿Cómo se le había ocurrido hacer algo así? Nunca había hecho algo tan loco. Se miró en un espejo que había en una de las paredes. La luz de la luna llena entraba por la ventana, y le permitía ver que la piel de su rostro estaba roja ¿Qué habrían dicho los ancianos en ese momento? Se imaginó a su abuela, la gran matriarca, hablándole con la voz cascada por la vejes: – “¡No seas tan arrojada, niña!..., pero, confía en tu corazón” –le diría.
Lorna se había lanzado a los brazos de Corél, desnuda, sin pensarlo dos veces. Había sorprendido al hombre al convertirse en humana y ni siquiera le había dado tiempo de asimilarlo, pero él no parecía muy sorprendido… de hecho se veía bastante complacido, y más cuando ella se puso encima de él – ¡Claro que estaba complacido! ¡Es un hombre! –escuchó la voz de su madre en su mente. Agitó la cabeza para despejarse. Corél no era como ningún hombre que hubiese conocido, él era un caballero. Dio un brinco cuando escuchó golpes en la puerta.
–Lorna, estás en la habitación de mi ex mujer, no sé si sea algo desagradable para tí, pero en el guardarropa hay algunos vestidos que podrías ponerte, ya sabes, para que no andes por ahí desnuda –dijo Corél del otro lado de la puerta–. No es que a mi me moleste –murmuró.
¿El hombre se oía nervioso? –se preguntó Lorna–. Él nunca estaba nervioso.
– ¡Claro que me molesta! –continuó el hombre con un fingido tono de enojo–. Es indecente, pero la razón principal es que te enfermarás si sigues así –había suavizado la voz en sus últimas palabras.
Lorna caminó con algo de dificultad hacia el escaparate, y lo abrió. El interior estaba lleno de trajes que aunque eran hermosos olían a polvo. Cogió uno negro que parecía ser de piel de bisonte y lo sacudió. La nube de suciedad que salió de la prenda la hizo estornudar y luego un grupo de polillas emprendieron el vuelo. El sonido de las botas y el tactac del nuevo bastón Corél –que había improvisado con un palo de escoba–. se alejaron a gran velocidad por el pasillo ¿Por qué corría? Enseguida lo oyó regresar.
– ¿Lorna? ¿Todavía estás allí?
–Sí –dijo con una voz vergonzosamente trémula. Hacía mucho que no utilizaba sus cuerdadas vocales humanas.
–Perdóname, pero había olvidado cuánto tiempo había pasado, esa ropa debe estar mohosa. Te traje un abrigo.
Lorna abrió lentamente la puerta, dejando solo un resquicio por donde ver a Corél. El hombre sostenía un largo abrigo peludo de color marrón.
–Es de oso –se lo tendió–. Cógelo, es de los míos –también le dio unas medias gruesas.
Lorna tomó ambas cosas, le agradeció asintiendo con la cabeza, y luego le cerró la puerta en el rostro. No tenía ropa interior, pero de todos modos estaba acostumbrada a no llevarla. Respiró profundamente sobre el abrigo, tenía el olor a madera dulce de Corél. Al parecer se lo había puesto recientemente. Se lo abotonó hasta que no quedó nada expuesto, le llegaba hasta los tobillos. Las medias también le quedaban grandes pero el material era suave y resultaban muy cómodas. En esa forma Corél era el que le llevaba una cabeza a ella. Salió fuera de la habitación, el hombre aún la esperaba. Dio un paso hacia él pero de alguna forma la mujer sintió las piernas un poco más flojas que antes, y hubiera caído si Corél no la hubiese aguantado. Ambos quedaron arrodillados en el suelo, abrazándose.
–Lo de antes… –dijo ella con voz de suspiro.
– ¿Te arrepientes?
–No, no lo hago, aunque te haya molestado, pero igual, lo siento. Debí haberte asustado.
–No lo hiciste, estaba viendo tu sombra a todas horas, la sombra de la mujer. Rezaba porque fueras real y no una fantasía.
–Eso es raro, no deberías haber podido verme.
–No es más raro que tú ¿Qué eres?
–Como dijo el mago en el mercado, soy una Silarín, mi pueblo vive tras las montañas del Este, somos personas que pueden transformarse en lobos, o lobos que pueden transformarse en personas.
– ¿Tras las montañas del Este? Allí no hay nada, solo acantilados, rocas, y luego el mar. He viajado allí.
–Hay un valle oculto por magia ancestral, allí se encuentra mi reino, el reino más hermoso de todo el continente.
–Lo extrañas ¿Verdad?
Lorna asintió y una lágrima se deslizó por su mejilla.
–No sabes cuánto ciento haberte retenido todo este tiempo, te aparté de tu hogar y de tu familia. Si lo hubiese sabido antes… La verdad no lo sé. Me he dado cuenta últimamente de que soy bastante egoísta. No quería perderte, siempre ponía a Maya de pretexto –suspiró y la apretó más contra él–. Realmente estoy loco –rió histéricamente–. Me he enamorado de un animal.
–Ya no soy un animal, Corél, y también te amo. Lo que sientes no es locura, sino nuestro vínculo, una magia que va más allá del hechizo que me encadenaba a ti. Esta será mi familia ahora: Tú, Maya, yo, si tú lo quieres será así.
–Claro que quiero.
Él le besó la frente y ella metió las manos por dentro del abrigo del hombre, conservando la cabeza en su pecho. Lo sintió flaco a través de la camisa, notaba sus costillas. Se separó un poco y miró a su rostro. Tenía los pómulos más marcados y ojeras bajo los ojos.
– ¿Qué dirá Maya? –preguntó Lorna.
–Se alegrará, estoy seguro.
La mujer comenzó a ponerse de pie y él la siguió.
–Corél, se lo mucho que luchaste por no perder tu hogar cuando Lord Ashton quería arrebatártelo, pero por lo que sé, las cosas cada vez se ponen más difíciles para ti aquí. Escuché cuando hablaste de ese tal Rosewood, no te dejará en paz.
– ¿Qué pretendes decirme?
–Ven conmigo a Sillar. Allí les darán la bienvenida. Nadie los juzgará por ser humanos ni porque tú hayas pertenecido a la guardia de un rey destronado.
Corél sonrió, tomó las manos de la muchacha entre las suyas.
–Ni siquiera tengo que pensarlo, no nos queda nada aquí, y lo de Lord Ashton fue solo por orgullo, pero primero hay que ver si sobrevivimos al invierno.
–Lo harán, ¿Puedo ver a Maya ahora?
Él asintió y le besó el dorso de las manos antes de unir sus labios con los de ella por unos segundos.
– ¿Quién eres? –preguntó Maya un poco asustada cuando una mujer que nunca había visto entró a su habitación.
La Silarín caminó hasta la cama de la niña.
–No tengas miedo, cachorra. Puede parecer sorprendente pero soy Lorna.
– ¿Lorna? –la niña frunció las cejas hasta casi juntarlas–. Eso no es posible ¿Dónde está mi papá? –gimoteó.
–Mira a mis ojos, pequeña, siguen siendo los mismos.
Maya la miró dudando todavía, mientras se agarraba fuertemente de las colchas que la cubrían.
– ¡Es verdad! Te pareces mucho –alzó una manita y le tocó el rostro–. ¿Cómo…?
–Luego te explico. Necesito tu ayuda en una misión secreta.
Maya se acercó muy interesada y con los ojos bien abiertos. Parecía más pequeña, tenía que buscar granos, harina y verduras pronto. No podía dejar que siguieran a base de carne.
–Es algo que no puedo preguntarle a tu padre ¿Sabes dónde vive Lord Richmond?
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–Corél se dirigió a la habitación de su hija, le había dado suficiente tiempo a la mujer para contarle todo a Maya. Cuando entró se sorprendió al no ver a Lorna allí.
– ¿Dónde está Lorna? –le preguntó a Maya.
La niña agachó la cabeza y se la cubrió con las mantas. Corél conocía ese gesto, le estaba ocultando algo, algo muy importante.
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Ya habían pasado casi doce horas y ni rastro de Lorna. Corél estaba sentado en uno de los sillones del salón moviendo los pies compulsivamente ¿Habría cambiado de idea? ¿Los había abandonado? La niña no había dicho una sola palabra acerca del paradero de la mujer-loba. No, no los había abandonado. Al hombre le dolía barriga, y también un poco el pecho. Ella estaba en peligro, o lo había estado. Las piernas le temblaban y no solo por la debilidad que ocasionaba la falta de alimento. Vio unas sombras a través de las ventanas empañadas por la escarcha, y luego tocaron a la puerta. Se apresuró a abrir, era ella, estaba seguro. Al salir al exterior una bola de nieve lo recibió golpeándole la cara. No habían tocado la puerta, el sonido era de la nieve al chocar contra la madera. Lo que vio lo asombró tanto que se quedó quieto con el bastón casi resbalándole de las manos. Frente a él habían cuatro renos atados a un carruaje del que habían retirado las ruedas para sustituirlas por patines de trineo. Reconoció el sello de Lord Frederick Richmond en el costado. Lorna estaba montada encima del carruaje, la muchacha bajó al suelo con un salto ágil. Llevaba puesto un abrigo forrado de gamuza roja y unas lustrosas botas negras. Parecía una versión bonita y femenina de Santa Claus. Se encontró a si mismo sonriéndole embobado. Ella corrió a abrazarlo, y él, a pesar de la debilidad que tenía y el dolor en la rodilla, la levantó en el aire.
– ¡Feliz navidad atrasada! –dijo Lorna.
– ¿Qué has hecho? ¿Dónde fuiste?
Lorna abrió la boca para hablar pero la cerró rápidamente. Era mejor mostrárselo. Fue hacia el carruaje y abrió una de las puertecillas. Dentro se veían varios sacos amontonados, unos cuantos cayeron al suelo.
–Le hice una visita de cortesía a nuestro gran amigo el Conde Richmond, y él amablemente accedió a dejarnos algunas provisiones para pasar lo que nos queda de invierno.
– ¡Estás Loca! ¡Tiene un ejército! –gritó Corél.
–Shhhh, tranquilo. Tiene un ejército de cobardes que nunca habían visto a una mujer transformarse en lobo. Corrieron como ardillas. Creo que Richmond fue el más valiente de todos, tardó un minuto más en rendirse que sus hombres –le sujetó el rostro a Corél que parecía muy asustado y trataba de decir palabras que no llegaban a salir de su boca–. Lo siento, perdí tu abrigo. Este se lo cogí a uno de los guardias, al igual que las botas. El tipo era bastante enclenque y por eso me sirvieron.
El negó con la cabeza, la mujer se preocupaba por un abrigo cuando pudo haber muerto – ¿Lo mataste? –le preguntó.
– ¡No! Probablemente pesque un resfriado pero estará bien, no hubo necesidad de matar a nadie, y esto –señaló el cargamento de granos, verduras encurtidas y frutos secos–, te lo debían.
–Debería ser yo el que te cuide a ti.
–Ya lo has hecho, cuando me trajiste contigo ¿Sabes qué cosas horribles me hubieran pasado si no hubieses sido tú el que me compró? O cuando me curaste y luego te quedaste a mi lado varias noches. Te amo Corél, y siempre te protegeré.
–Yo también te amo…, y nos protegeremos mutuamente.
………………………….
Las ramas de los árboles goteaban expulsando la nieve derretida. Las flores abandonaban la timidez y salía de sus capullos. Los tres cerraban los ojos tomando aire para sentir el frescor de la primavera inundando sus pulmones. Los cálidos rayos del Sol les bañaban los rostros. Iban sentados en el asiento del conductor del coche. Corél le había vuelto a poner las ruedas, y ahora era tirado por caballos salvajes (No tan salvajes cuando Lorna les pedía algo). Recorrían un camino secreto entre dos montañas, que solo los Silarín conocían. El paisaje se abrió un poco más y pudieron ver un valle lleno de edificios muy coloridos que eran extraños para los humanos. pero que a Lorna le decían que estaba en su hogar. A lo lejos vieron un castillo aún más grande que el del reino que habían abandonado. Más allá del valle estaba el mar.
Maya se puso de pie en el asiento y abrió los brazos, su padre le sostuvo las piernas para que no se callera.
– ¡Mira papá, un castillo! ¿Son buenos los reyes que viven allí, Lorna?
–Muy buenos.
– ¡Vaya! Es hermoso. Me gustaría verlo más de cerca –la niña volvió a sentarse.
Lorna rió –Lo verás muy de cerca, vivirás allí, ¿Les había dicho que soy una princesa?
Maya abrió mucho los ojos, emocionada. Corél miró a la mujer tratando de adivinar si era una broma o no.
–Eso era algo que me gustaría haber sabido antes –dijo el hombre al darse cuenta de que estaba hablando en serio.
– ¿Cambia algo? –preguntó Lorna.
–Mmmh –le acercó su boca al oído–. Las princesas no tienen mucho tiempo libre, tendré que secuestrarte de vez en cuándo.