Los amores de mi vida

Capítulo 3 ¿Querés ser mi novia?

Diego debió haberse dado cuenta de mi cara de culo, porque enseguida se fue a mi lado y, a pesar del riesgo de que mi mamá lo matara, me agarró la mano con una firmeza tranquila, entrelazando sus dedos con los míos. Me llevó con él sin decir una palabra, como si eso fuera a calmar mi enojo.
(Sí, cómo no.)

Yo no abrí la boca en todo el camino. Él no me soltó ni un segundo, mientras la otra estúpida le seguía hablando. Y no solo eso: ¡le agarró el brazo! ¡Y el muy tonto la dejó!
Esa fue la gota que colmó mi vaso.
¿¡Acaso no se daba cuenta de que Diego era de mi propiedad!?

—Nena, ¿no podés caminar sola vos? —le tiré sin pensar—. ¿Qué tenés que amarrarte de él?

Paola ni se inmutó. Al contrario, subió la apuesta.

—Si vos lo tenés agarrado, yo también puedo. ¿No, Diego?

Le hizo ojitos.
Yo entré en punto de ebullición.

A la mierd@ todo. No sé si ya se los dije, pero soy muy sanguínea.
Miré a Diego con una furia asesina. ¿Cómo no le decía nada? ¡Solo sonreía como un pelotud0!
Lo solté de un tirón y me aparté de él.

La mejor muestra de la estupidez humana, sin dudas, son los celos. Te hacen hacer pavadas sin pensar.

—Bueno, ahí te lo dejo, si tanto necesitás estar pegada a algo —le escupí con veneno inexperto, pero certero—. Yo puedo caminar sola. No soy ninguna arrastrada... como otras.

Y en mi mejor actuación de Rosa Salvaje, me fui a casa a toda marcha, dejándolos solos.
Ni siquiera escuché que él me llamaba.

Unas tres horas después, volvió la muy imbécil hablándome maravillas de Diego.

—Ay, es relindo Diego... me acompañó a la pile para que no fuera sola —me decía la cizañera—. Hasta me invitó a tomar un helado. La verdad que tu amigo... me encanta. No te molesta, ¿no?

Ese tonito burlón de mierd@ me sacaba de mis casillas.

Ni el silencio ni las preguntas retóricas se hicieron para mí. Yo no nací para ser diplomática. Una palabra mía y causo un conflicto internacional.

—No, para nada, Pao... —le sonreí, mirándola de lado—. Te lo envuelvo para regalo, si querés. Porque un tipo que le hace caso a alguien tan víbora como vos... no vale la pena.

Tomá. Ahí tenés.
Por ponzoñosa e imbécil.

La dejé ahí plantada y la ignoré el resto de los días que se quedó en mi casa.
Desconozco si el innombrable volvió a salir con ella, no pregunté; no quería hablar ni con ella ni con él, para mí... ya estaba.

Lo que me había hecho era suficiente para que lo ignorara por días.
¡Lo odiaba!
¿Cómo podía haberme hecho eso? ¿Cómo permitió que esa tonta lo tocara? ¡Y encima invitarla a tomar helado! ¡Cosas que solo hacía conmigo!
No, definitivamente no pensaba perdonarlo. Por estúpido y por calentón.

—Sele, ahí está otra vez Diego. Quiere verte —me avisó un día mi papá, el resignado intermediario (tipo más bueno y tranquilo no existe)—. ¿Hasta cuándo vas a estar enojada con él? Me da pena, no lo hagas sufrir más. No hizo nada grave. Andá a hablar con él... ya no sé qué más decirle. ¿Cuántos días llevan peleados?

Justo estaba mirando una novela de Andrea del Boca, creo... pero a mi juego dramático, me llamaron.

—¡Que se vaya a la mierda! O mejor, que busque a Paola, a mí que no me moleste más —grité como loca, yo, dándome los peores consejos de mi vida—. ¡Que deje de mandarte a vos a hablar conmigo! Para mí, ese... está muerto.
(Criada a puro melodrama, fui.)

Mi papá meneó la cabeza y sonrió.

—No seas tonta. Andá a verlo. Yo sé que sos chica y tu madre me va a matar por decirte esto, pero... Diego te quiere. Y no como amiga. ¿Estás tan celosa que no lo podés ver?

Me puso una mano en el hombro, suave.

—Decime... ¿no te diste cuenta de que ese chico te adora?

Después del shock, no recuerdo si dije algo. Pero sí recuerdo lo que hice:
salí corriendo a buscarlo.

Apenas abrí la puerta... ahí estaba.
Frente a mí.
Alto, divino, serio, con cara de “por favor Sele, hablame”.

Lo agarré de la mano y lo llevé lejos de casa (mamá siempre vigilaba desde algún rincón, cual agente encubierta). No había que arriesgarse a los gritos de la señora Lorena.

—Bueno, dale... hablá —le solté, haciéndome la ofendida, aunque me temblaban las piernas. Esos ojos me podían.

—No sé por qué te enojaste conmigo, si a mí no me gusta tu prima... ni nadie —me dijo con una seriedad aplastante—. ¡A mí me gustás vos, Sele! Y desde hace mucho...

Estaba rojo de vergüenza.

—No sé si a vos te pasa lo mismo...

Lo cuento ahora y necesito música de fondo, lo juro.

Nos miramos un instante. Nos conocíamos tanto que no necesitábamos palabras. Y ahí, medio escondidos, nos dimos nuestro primer beso.

(Diría que fue mágico, pero no. Fue un espanto.)
Ambos estábamos demasiado nerviosos. Ninguno había tenido una relación antes. Fue literalmente nuestro primer beso.

Diego temblaba como una hoja.
Yo cerré los ojos y disfruté como pude. Me imaginé que era María la del Barrio con su Luis Fernando (lo admito, tenía y tengo una gran imaginación).

—Te quiero, Sele. Y quiero que seas mi novia —me tiró muy fresco, después de besarme—. Ya no quiero ser tu amigo.

(Ahí podríamos poner la canción de Banana Pueyrredón tranquilamente, ¿no? No sé si la escucharon, pero queda justo.)

—Sabés bien que mi mamá no quiere que yo tenga novio —le dije, como si él no lo supiera. Pero bueno... yo ya me imaginaba heroína de telenovela y a mi vieja la villana de la historia.

—¿Pero querés ser mi novia, o no? —me apuró, nervioso.

Ni lenta ni perezosa, le di un beso suave en los labios.

—Sí quiero... pero más te vale que te portes bien, ¿eh? —le advertí, mostrando mi toxicidad desde el minuto uno, por las dudas—. Si vuelvo a ver que esa calienta braguetas o cualquier otra te toca, te mato. Y ahí sí, no te lo perdono. Ya sabés cómo soy.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.