Con la relación blanqueada delante de nuestros padres, las cosas cambiaron drásticamente para nosotros. La mejor manera que encontró mi señora madre para tenernos controlados era que los planes que tuviéramos los lleváramos a cabo en mi casa o, en su defecto, acompañados por alguno de nuestros hermanos. Mis hermanos de 8 años estaban encantados de ir al parque con nosotros; Analía, la hermana de Diego que era un año más chica que yo, nos acompañaba y después se iba por ahí (amaba a esa chica, siempre nos respaldó desde el inicio).
Así y todo, a Diego le encantaba esa nueva faceta de noviazgo. Era como si el hecho de que todos lo supieran le diera seguridad de que nadie más se me acercara.
A mí, a veces, me ahogaba un poco esa situación. No era que no quisiera estar con él —lo amaba y mucho—, pero Diego, debo confesar, era bastante “absorbente”, por decirlo de alguna manera.
Ustedes se preguntarán qué sucedió con el rebelde sin causa de Martín. Bueno, debo confesar que, desde aquel día de la pelea, yo también me lo pregunté. Porque de repente dejó de viajar en el mismo transporte y, como además yo salía muy poco y cuando lo hacía no frecuentaba los mismos lugares que él, lo dejé de ver. Así que, por un par de meses, me olvidé de él. Bueno, tanto como olvidar, no. Pero a chicos como él, créanme, es mejor tenerlos lejos.
Por un lado, les confieso que fue lo mejor; no quería volver a vivir algo tan feo como el enfrentamiento que tuvieron con Diego, porque mi chico no le perdía pisada. Apenas me bajaba del transporte, estaba ahí esperándome, siempre vigilando que Martín no apareciera.
Un día, en que yo andaba endiablada, le dije:
—Diego, pareces un psicópata mirando para todos lados. ¿La podés cortar con tus celos? Martín ya no viene por acá —le grité, harta de la situación—. ¿Por qué no podés confiar en mí?
Él me miró fijamente y me apretó la mano mientras caminábamos.
—Yo en vos confío, Sele, no confío en él —la respuesta de todo celoso empedernido (si les dicen algo así, huyan)—. Te juro que, si llego a ver que te vuelve a molestar, le va a ir peor que la otra vez.
Claro, como si a él le hubiese ido tan bien: quedó con más moretones que Rocky Balboa. En fin...
Revoleé los ojos y eché un suspiro. No me gustaba discutir con Diego, la mayor parte del tiempo no era ese ogro celoso; siempre era muy dulce y cariñoso, pero tratándose de Martín, se transformaba.
Y así pasaron los meses, hasta que llegó la primavera. Mi tía Andrea había venido de Capital para visitarnos y, como siempre pasaba cuando estaba ella, mi mamá me daba un poco más de libertad (por eso es y será la mejor tía del mundo). Es la hermana menor de mi mamá y me llevo 7 años con ella (las ventajas de que mi madre haya pecado tan temprano): tener una tía joven.
—Yo la cuido, Lorena, dejala ir al recital conmigo —le rogó mi tía, con ese tonito persuasivo (que ahora sé de quién heredé)—. Dale, confía en mí, no le va a pasar nada.
Mi mamá me miró a mí y después a mi tía.
—No sé, hay que preguntarle al padre, si él la deja...
Nosotras dos nos miramos sonriendo; ya sabíamos quién tenía la sartén por el mango en esa casa, y esa persona no era precisamente mi papá.
Mi viejo, como siempre, estaba leyendo el diario, encallado en la luna de Júpiter, donde nunca se enteraba de nada.
—Papá, ¿me dejas ir al recital? Voy con la tía... —lo miré como una nenita obediente—. ¡Dale, quiero ir!
Dejó de leer y me miró por encima de las hojas.
—¿Y qué me decís a mí? Preguntale a tu madre si ella te deja —así funcionaba la democracia en mi casa—. Si querés ir, andá, ya sos grande.
Mi vieja lo miró con cara de Glenn Close en Atracción fatal.
—¡Fabián! Se quiere ir a un recital de no sé quién —protestó mi progenitora, haciendo gestos con las manos.
—Basta, Lore, va conmigo, tranquila. Ah... y con Laura, si los padres la dejan —remató mi tía Andrea, como si Laura fuera garantía de seguridad de algo.
—Ya, mujer, dejala ir. ¡Que se divierta un poco! —dijo mi papá y siguió leyendo el diario como si nada.
Y así, sin más, se terminó la discusión. Corrí a darle un beso a mi viejo y a abrazarlo. Sin duda alguna, él y mi hijo son los hombres que más amo en la vida.
Mi madre no me dijo nada, apretó los labios y se dio vuelta, pero estoy segura de que insultó a mi viejo hasta en arameo.
—Bueno, si él ya te dejó, para qué me preguntan a mí. Si total estoy pintada al óleo en esta casa —protestó mientras se iba caminando hacia la cocina—. Que vaya. Pero vos te hacés cargo, Andrea, eh.
—Listo, en un par de horas te paso a buscar —dijo mi tía, guiñándome el ojo y yéndose.
Yo saltaba de alegría: había logrado un permiso, pero ahora me quedaba otro inconveniente: avisarle a Diego que esa noche no iba a poder estar con él.
—Pero Sele, quedamos en que íbamos a ir al cine... yo ya había hecho planes... —rezongó. Me di cuenta por la cara que puso que no le gustó ni un poquito mi cambio de planes—. Sabés que no me gusta que salgamos separados. ¡Somos novios!
—Salgo con mi tía y con Laura, ella ya había comprado las entradas, dale... ¡Sabés que me encanta Vilma Palma! —le di un suave beso en los labios—. Mañana te prometo que estamos todo el día juntos.
No le quedaba otra que aceptar, porque si me decía que no, se podía armar la tercera guerra mundial. Mi tía Andrea era mega fan del grupo y, por ende, me transmitió ese amor por ellos. Si no los escucharon, bueno, se están perdiendo una joyita. Creo que no hay adolescente de los 90 que no los haya escuchado en algún momento.
—Bueno, dale —me dijo, no muy convencido—. Mañana nos vemos, portate bien, no hagas ninguna locura.
Medito y no puedo creer lo superficial que era mi mente en ese momento. ¿Cómo era que no me daba cuenta del comportamiento errático de Diego? Digo, yo tenía 14 y él 16, y me controlaba más que mi papá.
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Editado: 16.08.2025