10 de mayo de 2005
No debí entrar, yo no debí entrar a esa habitación, a su habitación. Me lo repito continuamente mientras bajo a paso apresurado las escaleras de la casa de los Stuart. Escucho una maldición detrás de mí y una risa tonta que solo hace mi respiración más pesada. Esto no debe dolerme, no debería dolerme. Pero la realidad es que duele, y mucho.
Al llegar a la planta baja, Katherine, quien abrió la puerta cuando llegué, me mira sorprendida. Seguro que luzco terrible. Mis manos están temblando cuando tomo la manilla de la puerta y la abro con desesperación, escuchando pasos en las escaleras. Salgo rápidamente, pero antes de que tenga siquiera la oportunidad de llegar unos pasos más allá del pórtico, la mano de Keith toma mi brazo, reconozco su tacto.
—Suéltame, por favor —pido en voz baja.
—Brid…
—Suéltame, por favor —repito.
Él maldice y libera mi brazo. Todo se mantiene en silencio, trago con fuerza y me giro, encontrándome con su torso desnudo y los pantalones a medio desabrochar. Eso solo me recuerda a lo que vi.
No quiero que sepa que me duele, pero estoy haciendo un pésimo trabajo en ocultarlo. A veces me cuestiono si Keith puede ver cuán idiotizada estoy por él… Si por su cabeza alguna vez ha pasado la posibilidad de conocer mis sentimientos. Creo que he sido muy transparente sobre cómo me siento por él, aun cuando he fingido durante años.
Pero sé que lo que acabo de ver no voy a olvidarlo: Keith sobre una chica, ambos desnudos, su cuerpo yendo y viniendo sobre el de ella mientras gemían.
Muerdo mi labio y miro hacia cualquier lugar que no sea su rostro, ahora duele mucho.
—Nena…
—No soy tu nena —le espeto, porque el dolor solo está dando paso a la ira, y soy estúpida. Porque no debo estar molesta ante el hecho de que él tenga sexo, solo me dio un beso hace dos años y ya. Pero duele. No quiero adjetivos dulces, de esos que él pueda llegar a usar con sus conquistas. Por primera vez deseo que no me mire, que haga ver que no existo.
—¿Qué sucede contigo, Bridget? —cuestiona, ubicando sus manos en jarras.
—¿Qué mierda sucede contigo, Keith? —grito—. ¿Te tiras a la niñera de tu hermana mientras ella debería estar cuidándola?
Él pellizca el puente de su nariz, su cuello está algo carmesí y sé que se está conteniendo de gritar, lo conozco bien. Pues muy bien puede gritar, porque no es el único con deseos de hacerlo. Mis cuerdas vocales arden de las ganas inmensas que tengo de hacerlo, de gritarle cómo el amor que siento por él se está cubriendo por desprecio. Desprecio hacia estos sentimientos que albergo por él.
—Solo pasó, ¿bien? —me dice—. Y a todas estas, ¿a ti qué te importa?
No sé cómo luce la expresión de mi rostro, pero él parece seriamente arrepentido. Intenta tocarme, pero doy un paso atrás.
Esta es la gota que rebasa el vaso. Tiene razón, esto no tiene que importarme. Esto debe dejar de importarme. Keith debe dejar de importarme. No puedo estar toda mi vida soñando que él será para mí. No puedo seguir así.
Aprieto los labios y respiro hondo, es hora de superar toda la mierda de amar a Keith. Es hora de avanzar, de dejar los sueños tontos.
—Me importa porque tu hermana estaba sola mientras tú fornicabas en la casa de tu madre, quien creí te había inculcado valores. Al menos podrías haber puesto seguro a tu habitación, pudo haber sido Katherine la que entrara.
Él palidece. Lo veo, absorbiendo todo lo que puedo, porque estoy cansada de esta historia que armo en mi cabeza donde había más besos después del de su cumpleaños. Ya no puedo seguir mintiéndome a mí misma, me lastimo, me hiero. Me quiero lo suficiente como para decidir que debo dejar a Keith atrás.
La “niñera” de Katherine, una rubia natural de cara angelical, pero quien realmente es una fornicadora, camina hacia nosotros luciendo tan desarreglada como podrías estar después de tener sexo. Siento asco.
Ella es totalmente atractiva, tiene veintidós años, un año y medio mayor que Keith. Yo soy la niña de dieciséis años que sueña despierta con perder la virginidad con su enamoramiento de toda una vida.
—Por favor, no le digas a la señora Kancy, no volverá a ocurrir. —Me pide la niñera, yo asiento.
—Eso espero. La casa Stuart merece ser respetada, bien podrían buscar un hotel.
Me doy la vuelta y sintiendo cómo mis ojos se humedecen. «No llores aún, Bridget.»
—Brid… —murmura Keith, me doy la vuelta y busco en mi bolso la razón por la que había ido.
—Esto era para ti. Lo vi y me acordé de cuánto lo querías —murmuro, depositando un videojuego en su mano—. Espero que lo disfrutes.
Me prometo a mí misma nunca mirar atrás, y no lo hago, sigo adelante como debí haberlo hecho hace mucho tiempo.
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18 de julio de 2005
¡Dios! Esto duele, duele mucho. Branden es tosco y torpe. Duele, no hay ni una pizca de placer, pero no a todo el mundo le va bien perdiendo la virginidad, además, él está tan tenso que da la impresión de que tampoco lo está disfrutando.
Entra y sale, puedo sentirlo deslizarse dentro de mí, puedo sentirlo todo. Así que esta es la forma en la que se siente tener sexo. Intento imitar las historias que Kae escribe y las películas: deslizo mis manos por su espalda, hago todo según lo que recuerdo que debo hacer, eso parece estimularlo.
Al menos a uno de nosotros no le está doliendo. Cierro mis ojos y lo beso, necesito distracción del dolor.
Una de sus manos viaja a mi pecho y eso me estimula un poco, pero sus movimientos son tan bruscos que el dolor permanece y con rapidez su toqueteo en mi pecho queda olvidado. No se siente espléndido como en las historias, es una dura forma de aprender a vivir la realidad.
Mi realidad.
Sacudo la cabeza, saliendo de los recuerdos de mi reciente pérdida de virginidad. Perderla no fue tan malo… De acuerdo, tampoco fue bueno. Dolió, dolió mucho, más cuando para Branden también fue su primera vez. No hubo oasis, estrellas ni orgasmo. Solo incomodidad, dolor y torpeza. Pero hice lo que quería, deshacerme de mi virginidad. Y aunque lloré al final porque no fue con la persona con la que lo imaginé, me di palmaditas en la espalda y me dije que ya todo estaba hecho.