CAPÍTULO
1
Diez años después
El mundo no es fácil.
Fue lo primero que Aida pensó esa mañana cuando sus ojos se abrieron para ser sorprendidos por la oscuridad de la noche. Odiaba los días en los que despertaba primero que el sol, hacía que recordara cosas negativas de su pasado.
Cuando la nube negra de pensamientos diarios amenazó con engullirla pensó que era muy temprano para tener arranques de tristeza y sonrió para sí misma.
—La vida es una mierda.
Con su frase “positiva” decidió levantarse.
Frotó sus ojos para quitar cualquier rastro de la noche, estiró su cuerpo todo lo que pudo, aquel movimiento era lo más parecido a tener un orgasmo. Al menos era lo que ella siempre pensaba.
Se calzó y vistió con ropa deportiva. El cabello suelto no era su favorito cuando de sudor y aire se trataba, así que con una coleta alta amarró su abundante cabellera.
Estaba lista, correr era su medicina.
El aire golpeando su rostro, la música y los paisajes de la ciudad siempre le ayudaban a sonreír.
Vivir en un barrio más bajo que medio no dejaba muchos escenarios memorables, aunque era lo que había logrado y por el momento, no había nada mejor.
Miró su reloj digital y apresuró sus piernas para cortar la tercera vuelta al parque, faltaban unos cinco minutos para que la chica sexy que tanto le gustaba bajara de su coche modesto.
No estaba en sus planes perderse la escena.
Era alta, piel más canela de lo que habitualmente le gustaba.
Mirarla hacer estiramiento era lo más sensual del mundo. Tomó una silla vacía, cruzó sus piernas antes de sacar el teléfono que estaba en el bolso de su brazo.
Pasar desapercibida era lo único que buscaba.
Puntual como siempre vio bajar del coche a la chica misteriosa.
Cuerpo escultural a como le gustaban las mujeres, mucho pecho en donde hundir la cara, un trasero que se veía firme a través del pantaloncillo capri de deporte y ni que decir de las piernas.
Desafortunadamente para Aida la chica sin nombre solo formaba parte de un deleite visual, era consciente, no siempre se obtenía lo que se quería y por alguna extraña razón no le interesaba ir por más.
Después de unos minutos el estiramiento se había terminado. Torció la boca molesta y se levantó dispuesta a seguir con su día. Antes de poder mirar su reloj este sonó como desquiciado, esa era su señal, debía regresar a casa y cambiarse para afrontar otro día más.
Por ese viernes la rutina de ejercicio había llegado a su fin y su mente, en ese momento ya tenía un orgasmo visual.
De camino a casa pasó a comprar el desayuno en una tienda de comida mexicana para no preparar nada “tóxico” a como Ashley, su mejor amiga y compañera de cuarto llamaba a los desayunos que tenía que ingerir.
Su amiga siempre la hacía reír cuando ella se quejaba de la inexistente ayuda que le proporcionaba en la cocina.
Recordó uno de esos días.
—Si fueras consciente me ayudarías y seguro preparamos algo mejor —. Eran las palabras que ella expresaba. Su compañera, siempre que la escuchaba, sacaba la lengua y se marchaba con una gran carcajada.
Aida en lugar de pelear solo disfrutaba del show, sabía que su amiga era la peor persona si de cocina se hablaba. Pero era el ser humano más caritativo y bello de este mundo, era perfecta.
Su único defecto era ser hetero.
Movió sus hombros de arriba para abajo, sin importarle que pareciera una loca dentro del lugar, aceptar las preferencias de su amiga era algo que no le quitaba el sueño, igual nunca tendría nada con ella, ahora eran familia y las hermanas se respetaban.
Salió de la cafetería con dos paquetes, el desayuno iba servido y listo para devorar.
Tiempo después sacó la llave para abrir la puerta de su piso, acababa de entrar cuando unos calientes brazos la levantaron del suelo y la llevaron a la cocina.
A pesar de ser más pequeña que ella, su compañera de cuarto algunas veces la sorprendía con alguna trastada. En realidad siempre la recibía así, cosa que a Aida le enfermaba aunque muy en el fondo la adorara.
—Prometo que un día de estos voy a comprar una botella de agua y te bañaré con ella. Casi se me cae el desayuno por tu culpa, juro que no habría preparado nada, comeriamos del suelo.
—Buenos días también para ti, querida Aida.
Con un beso en la frente le dio fin a su pequeña discusión.
Desayunaron con la tranquilidad y paz que las caracterizaba.
Después Aida enfrentaba una lucha con el pantalón que había elegido. Sus piernas largas y torneadas siempre la hacían sufrir y cuando sufría, se acordaba de ella.
Ella, el monstruo de la oficina, la bruja del lago, la bestia del armario, la muñeca diabólica, ella.