Los bitonos del amor

Capítulo 4


Miró el reloj una vez más, la mujer había observado que ella entraba al edificio. Ya eran las nueve y treinta y no se aparecía por el lugar, cuando la estúpida de su asistente llegara le iba a llover sobre lo ya empapado.
—¡Benito! —gritó la mujer que cada segundo que pasaba se ponía de un humor del diablo. 
—Dígame, señorita.
—Cuando la estupida de Aida llegue, que venga de inmediato a mi oficina...
En ese momento su celular se iluminó y una foto de ella con su novio le hizo dejar la petición a medias.
—Puedes salir Benito, eso es todo.
El hombre la dejó sola. Ella sólo tomó una gran bocanada de aire y se preparó para cambiar el tono de voz, deseaba que por lo menos Hunter la pusiera de buen humor.
—Grace, solo llamo para recordarte...
—Sí cariño, esta noche no llegaré tarde, lo prometo, veremos ese mueble que tanto quieres que apruebe.
—Grace, sabes que esta casa será para nosotros, necesito que todo en ella te guste.
Aunque las palabras de Hunter deberían alegrar su día ya que dentro de poco se irían a vivir juntos, no lo hicieron.
Hacía un tiempo que la relación se había vuelto un poco de rutina, ya no eran los mismos de antes, lo amaba, de eso no tenía duda. Era como un hermano para ella.
—No te preocupes amor, miraremos ese lindo mueble e iremos a cenar en recompensa por hacerte esperar.
—Eres la mejor del mundo cielo, pero yo seré quien pague.
—Invito yo, Hunter, no me hagas discutir.
—Yo soy el caballero, las mujeres solo deben disfrutar.
El único defecto que Grace encontraba en su novio eran los pensamientos machistas que imponía disfrazados de amor. 
Siempre hablaba de cosas como: el hombre debe mantener la casa, la mujer sólo debe vestir linda para que su marido la presuma al mundo, no uses ropa que provoque, entre muchas más. 
Nadie era perfecto, así era como ella justificaba todo.
—Te veo en la noche, ten un lindo día.
Esperó respuesta y colgó el teléfono. 
Suspiró ante la idea de llegar a casa y no descansar, hoy no podía fallarle, llevaban dos semanas postergando la compra.
Había días donde Grace entendía que tener una gran empresa a su cargo era una responsabilidad. Que esa empresa fuera una de las más importantes del país y que fuera de ella, implicaba dar lo mejor.
Recordaba cada paso que la había llevado al éxito, la brillante idea de hacer una empresa ecológica, el apoyo de sus padres a pesar de implicar no atender el legado familiar.
Solo había un problema, ella no se sentía del todo plena, creía que algo faltaba, aunque confiaba que Hunter le diera ese plus cuando fueran marido y mujer.
Tocaron a la puerta y regresó a la realidad, suspiró una vez más, debía seguir con su día, uno que cada vez tomaba tonos obscuros.
—Voy a informática para aclarar el problema con la compra de software, tardere un poco, la señorita Aida aun no llega. ¿No importa si le dejo sola, o espero a que ella llegue?
—Está bien Benito, ve. Por el bien de ella espero que no tarde mucho en tomar su lugar.
Miró su reloj y para su sorpresa ya eran las diez. Sin duda con alguien iba a descargar toda su furia, ya sabía con quién, solo de pensar se le iluminó la cara. 
Quince minutos después que el anciano saliera tocaron a su puerta. Dos toques rápidos hechos al mismo tiempo, esa era ella. Tragó saliva y respondió para que la persona entrara. 
Solo de imaginar el regaño su sangre circuló más rápido, sus pulmones se llenaron de aire y por si fuera poco se puso de mejor humor.
La puerta se abrió y unos tacones se escucharon, Grace elevó la cara y sus ojos se abrieron de sorpresa, nunca imaginó que la mujer tuviera el descaro de llegar tarde y lo peor, con una falda que no tapaba nada sus piernas, no dejaba mucho a la imaginación.
Su furia aumentó mucho más a tal grado que su estómago se revolvió, sentía la vena de su cabeza palpitar de pura rabia. Se levantó de la silla y comenzó a gritar.
—¿¡Quién diablos te crees para llegar a esta hora!? Encima con esa ropa que parece de prostituta. Somos una institución seria, tú solo causas vergüenzas. Lárgate de mi vista y no regreses hasta que tengas una maldita ropa mejor. El día de hoy no se  te pagará y te quedarás hasta las doce.
La morena no se inmutó, Grace pudo ver la sonrisa que los labios de aquella mujer desprendían. Sin duda alguna, decidió quitarle esa cara de suficiencia.
—A ver, muerta de hambre, ¿qué te causa tanta risa? No me hagas perder los estribos y obedece, aquí eres solo una empleada. No te sientas con derechos porque ni elemental eres.
La mujer de todas piernas caminó lentamente por el lugar, la jefa miró como se movía con soltura, eso la hizo empeorar. 
La falda subía por las caderas de la asistente en cada contoneo, el descaro de Aida era demasiado obvio.
—¡Aida! Toma tus malditas cosas y te me largas de acá.
La otra mujer solo quedó de frente a su jefa, ignorando sus palabras, la miró a los ojos y por unos segundos se perdió en la aureola dorada que retenía el color verde. La otra chica tuvo que apartar la cara, le estaba quemando que esa vulgar la mirara así.
—Hace dos años y cuatro meses ingrese a esta empresa —comenzó a decir Aida de forma lenta, su jefa se dejó envolver por la voz de la mujer, de alguna manera quería escuchar lo que tuviera que decir, era raro mirar a una Aida rebelde y hablándole directamente sin titubear—, me ofrecieron el puesto y acepté venir contigo porque se decía que eras la mejor del mundo y yo quería aprender de ti. Hasta cierto punto te admiraba.
Grace miró que en su mano sostenía un objeto, jugaba con esa hoja entre sus dedos. 
La mujer estaba parada al frente, lo único que las separaba era el escritorio. 
—Aunque después de una semana te volviste una puta maldita —en ese momento la asistente miraba a su jefa a los ojos, Grace retuvo la mirada, pudo entender que esas palabras probablemente la española las tenía siempre presentes y solo era cuestión de tiempo para que su asistente las dejara salir. En verdad la odiaba—, fuiste cambiando poco a poco, me atrevería a pensar que fue por mis gustos por las chicas. Con todos eres dulce, amable, afectuosa, conmigo eres una diabla hija de la mierda. Incluso me impediste venir con la ropa que me gusta, todas acá vienen con faldas y yo como estupida traía esos malditos pantalones que odio. No sabes como te detesto y doy gracias de poder largarme de este lugar que aguarda al ser más nefasto y oscuro del infierno. Toma, esto es para ti —Grace pudo mirar que los dientes de la asistente se tensaban cada vez más, incluso sus ojos se estaban poniendo un poco rojos.
La chica por fin extendió la hoja y Grace pudo tomar el papel que contenía la renuncia de la secretaria, con un vistazo rápido pudo analizar el motivo.
Alegaba problemas personales urgentes.
Leyó dos veces antes de levantar la vista, la morena clara la miraba con sonrisa de triunfo. Ella no estaba dispuesta a dejarla ir, primero debía correrla, no le daría el lujo.
—Desde este momento me vale madres lo que tu empresa de mierda pase, me líquidas y me largo de tu vida. Por fin seré libre de tu esclavitud, ojalá tengas algún día tu merecido y espero no seas feliz nunca, tanto o más como yo fui contigo.
Mientras la asistente tiraba todo el veneno retenido por más de dos años la mujer no pudo resistir más, levantó la palma de su mano pidiendo silencio, pero Aida no demostró interés alguno en seguir su orden, para Grace todo ese espectáculo le parecía muy mono. 
Ver como la otra gritaba de ira era música para sus oídos. Giró su silla y miró por la ventana quedando de espaldas a la rabiosa mujer.
La asistente completamente cegada por el odio al ver la acción de su jefa se levantó y se dirigió al otro lado del escritorio quedando muy pegada, aun recibiendo la espalda.
—¡No me ignores! —dijo mientras giraba la silla de la mujer. El tono de la voz no pasó desapercibido para ninguna de las dos—. Aún no termino de gritarte todo lo que tengo que decirte. Te odio Grace Slora, con todas mis fuerzas, espero que nunca seas feliz...
Grace no pudo escuchar esas palabras, el odio en los ojos de su asistente por algún motivo desconocido le dolió en el alma.
No podía soportar que la odiara, no podía creer que ella hubiera sido tan mala con la chica que a decir verdad siempre se comportó como profesional, no pudo evitar mover su cuerpo. 
Sintió como su brazo se movía en dirección a su asistente, al mismo tiempo su mano se extendía, segundos después un golpe sonoro invadió el lugar, la cara de Aida estaba del lado contrario, ahora ya no miraba a su jefa, la mano de esta había dirigido su quijada en una dirección contraria. 
Cuando la chica de ojos verdes quitó la mano de la mejilla de la mujer pudo ver el nivel del golpe, el área estaba roja, cada dedo perfectamente marcado. La cara de la secretaría incluso tenía una ligera línea de sangre. 
Le había dado una bofetada tan grande que no podía creer que ella tocara a la pobre chica.
Solo sabía que ese odio la había espantado.
—Perdóname Aida, lo siento no quise hacerlo... 
Grace no sabía cómo disculparse. Sin duda iba a darle todo lo que pidiera, nunca se perdonaría haber golpeado a alguien de su equipo de trabajo. 
La chica movió la cara y cuando se encontró a la altura de Grace, tenía una media sonrisa instalada, la risa era de descaro. 
Grace se miró en el reflejo de los ojos de Aida, sus pupilas desprendían fuego, deseo. 
Un escalofrío la invadió, algo malo se avecinaba, la mirada de ella no le daba oportunidad a dudas.
—Ahora es mi turno de ponerte en tu lugar y demostrarte cómo arreglo yo los golpes.
Lo que Grace vivió después fue algo muy difícil de asimilar, su secretaria retuvo sus manos sobre su cabeza, la silla se hizo para atrás cuando la chica subió a sus piernas de tal forma que podía ver la ropa interior de la asistente. Ella quedó debajo, no podía salir, estaba acorralada entre la silla y el cuerpo de la chica de ojos azules.
El calor que desprendía y el aroma tan cercano la hicieron anhelar muchas cosas que no sabía que podía desear.
—Aida por favor bájate, me lastimas —un ligero dolor se desprendía de sus brazos por la presión de las manos. La chica miró el fuego saliendo de los azules ojos y los labios de sonrisa pícara.
—A mi nadie me pega, idiota. Te voy a demostrar como actuamos las mujeres como yo, más te vale cooperar porque no me moveré hasta que termines.
Grace no supo si fue la cercanía del cuerpo o el tono de voz de la mujer, pero quedó completamente erizada de los bellos.
Que Aida le hablara fuerte era algo que muy en el fondo le gustaba, aunque también tenía miedo. 
Mirar su reflejo en esos ojos sin duda le hizo ver que debajo de Aida era una conejita temerosa. 
Y como si fuera posible, sintió un fuerte escalofrío.
—Bájate ahora mismo o grito y hago que te metan a la... 
Hizo un último intento por sonar fuerte, movió sus manos para soltarse, la voz de jefa fue apagada cuando la mujer se abalanzó por su cuello, succionó con fuerza, Grace solo cerró los ojos y se movió todo lo que pudo para soltarse. 
Sentir el contacto de su asistente generó un sentimiento que después de unos segundos decidió llamar asco, o eso fue lo que quiso creer.
—Aida por favor bájate, me haces daño.
La mujer no la escuchó, ya no era movida por el odio, el deseo se había apoderado de su razón, los ojos de Aida la delataban.
Se veía que deseaba probar los labios más antojables que había visto en su vida, quería demostrarle que ella también podía hacer que gritara…de otra forma. 
Grace movió su cuello para evitar el contacto de los cálidos labios de su asistente, no pudo. La chica separó su cuerpo y tomó su quijada con una mano y la miró a los ojos.
Con los labios apretados añadió.
—Te voy a dar una razón para que me vuelvas a pegar, para que no me olvides, quiero que en verdad me odies por ser lesbiana. 
La voz de la chica era agitada, a la jefa no le quedó duda de lo deseada que era.
—Aida, para, aun puedo hacer como que no pasó nada.
—¿Eso quieres?
—Por favor, no quiero sentir...
Y sin importar nada más, la besó.
Probó sus labios y quedó hechizada por el sabor dulce que la asistente desprendía. 
En ese momento recordó la plática que había escuchado, aquella que Aida había tenido con el anciano. Él tenía razón, la morena tenía los labios mal dulces que había probado en su vida. 
Sin pensarlo contestó el beso, sabía que estaba mal, más no le importo. 
Por primera vez se sintió deseada por alguien y por alguna razón Aida le daba seguridad.
Su lengua abrazó la boca de la chica, el sabor a durazno la tentó más de lo que ella podría aceptar. 
Aida mordía su labio cada vez que tomaba aire y eso a Grace le generaba cosquillas en una parte baja que jamás creyó tuviera el poder de hacerle desear más.
Cerró sus ojos, totalmente embriagada por el momento, solo deseo no separarse nunca.
El beso se prolongó un poco más de lo pensado, Aida no perdía oportunidad, Grace pudo sentir como metía su mano debajo de su cuerpo, el roce de sus dedos le quemaba y le hacían querer más, en ese momento pensó que Hunter nunca la había hecho sentir así.
Recordar a su novio la hizo volver a la realidad.
—No puedo, por favor —entre beso y beso se iba negando a seguir con aquello que la quemaba, apartó el cuerpo de la chica y sin querer le tocó uno de sus senos. Sintió la dureza debajo, su deseo aumentó.
Era tan perfecta que para Grace significó descubrir que desde hacía mucho añoraba estar bajo las caricias de Aida.
Su asistente no escuchó nada, ella igual sentía el deseo de Grace y sin esperar por más levantó a su jefa de la silla que la limitaba a degustar por completo. 
Aparto todo lo que estaba sobre el escritorio y sin pensarlo sentó a Grace sobre él. 
La jefa al ser besada nuevamente se olvidó de su razón y devoró la boca de la chica con tanta fuerza y devoción que le dio miedo. 
Aida al ver el atrevimiento se excitó más, al tal grado que Grace solo escucho como los botones de su blusa iban cayendo al suelo.
La espalda de la rubia tocó la fría madera que quedaba debajo, una vez recostada fue presa fácil para su asistente, con una gran agilidad se deslizó hasta sus caderas y de un solo movimiento jaló la falda de su amante y la dejó en bragas.
—Estás a tiempo Grace, después de esto no pararé.
Al escuchar la necesidad de la mujer que tenía a sus pies no tuvo nada que decir.
—Aida, por favor...
Las tres palabras fueron suficientes.
Sintió la mano en su rosado y listo clitori, sintió la calidez y lo mojado de su sexo. 
Cuando la dulce lengua con sabor a durazno la penetró, toda existencia desapareció. 
Las manos de Aida, subían de arriba a abajo para poder entrar con más profundidad. Las caderas de Grace también cobraron vida y se unieron al sube y baja de sensaciones que era la española.
—¡Aida!
La súplica de Grace fue suficiente para que la morena de un perfecto movimiento introdujera uno de sus dedos. Mientras con la lengua lamía el dulce jugo de su exótica fruta.
Grace sintió un segundo dedo más dentro de ella y el universo se abrió. Cuando sus labios vaginales eran succionados por su amante, sin duda su placer alcanzó niveles máximos de altura.
Temblaba, sabía que su liberación estaba cerca y no quería reprimirse, quería gritar a los cuatro vientos que estaba a punto de tener el primer orgasmo real en su vida. 
Sintió que sus piernas temblaban y que una laguna de fluidos emanaba por su cuerpo, se tensó, dobló las rodillas sin dejar de estar abierta de piernas para la chica y de un grito que fue callado por sus manos se liberó. 
Llegó al mejor orgasmo de su vida.
Bajo la vista para mirar a Aida y lo que vio la volvió a calentar de nuevo. 
La chica relamía sus labios, con una de las manos limpiaba aquel exceso que había quedado en su cara. 
Sus vellos se erizaron nuevamente cuando Aida la levantó y la besó para que ella también degustará su propio sabor. 
Cerró los ojos por unos segundos y cuando la excitación se fue le cayó el agua fría de la realidad. 
Mirar a su asistente totalmente satisfecha sin que ella la hubiera tocado, hizo que se sintiera la peor mujer del mundo, ella nunca podría hacer eso con la morena, jamás podría regresarle algo de lo que acababa de experimentar.
Se levantó del escritorio y a como pudo alisó su cabello, los ojos azules sin duda la seguían mirando con deseo, ella ya no se sentía bien, necesitaba salir de ahí, necesitaba olvidar lo que había pasado y con Aida delante simplemente era imposible. Quería probarla...
—Lárgate de aquí, esto no puede suceder de nuevo. Lárgate antes que hable a los demás y les pida que te saquen.
Grace miró como Aida degustó hasta la última gota de néctar de su afrodisíaca fruta, levantó los despeinados cabellos y con una sonrisa triunfante añadió. 
—Mañana vengo por mi cheque, no necesitas agradecer.
La española también alisó su cabello y tiró un beso al aire antes de salir de ahí.
Grace inconscientemente tocaba sus senos, quería volver a brillar de esa manera. 
Luego recordó quien causaba el deseo y este se convirtió en odio al instante.
—¿Qué demonios acabó de hacer?
La culpa y la rabia se apoderaron de ella, esa enferma mujer la acaba de hacer suya y ella no podía permitirlo, las cosas no acabarían bien.
Tomó su teléfono y buscó un número que ya conocía perfectamente.
—Necesito tus servicios, ven a mi oficina ahora mismo.
Colgó el teléfono sin decir nada más. 
Aida Villalba sabría y conocería por primera vez a la verdadera Grace Slora. De ella nadie se burlaba.




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