Los bitonos del amor

Capítulo 7

 

Aida salió corriendo, no podía creer lo que acababa de escuchar. Tenía miedo. Era tan idota que le haría caso a sus juegos, en realidad quería volver a tocarla, pero se había burlado tanto de ella que en ese momento solo sentía asco.
—¿Cómo puedes pensar en tener algo? Aida, ubicate, por ella estas frustrada —dijo en voz alta.
El reflejo en el cristal solo la miraba, no le respondió nada, sabía que la razón estaba dominada por el deseo, intentaría hacer todo lo posible por no ceder. 
No iba a ser el juguete de nadie. Así que, aunque fuera mediados de semana necesitaba relajarse, olvidar lo sucedido, por eso marcó a una mujer que no le diría que no.
Después del primer tono y con una voz de alegría la chica le contestó con un peculiar y largo hola.
—Lindo día Olivia, espero no importunar.
—Para ti, lo que quieras.
—Tu voz me agrada, dime ¿te apetece cenar conmigo?
—Contigo me apetece todo lo que debe y no debe, claro que acepto. ¿Paso por ti a las ocho?
La disponibilidad y el entusiasmo la contagiaron. 
—Va, te veo en unas horas… y…espero tenerte solo para mí.
La chica del otro lado del teléfono contestó con una gran carcajada que hizo que Aida colgara completamente contagiada.
Arregló sus cabellos, los mismos que Grace se había encargado de despeinar. Regresó a su cubículo.
Inició su jornada contestando algunos correos incluido aquel donde le notificaron que la empresa había pasado a la segunda ronda en el proyecto de reforestación, por un momento se puso contenta, cuando recordó que era el sueño de la peste y no de ella fue miserable.
Sentía que nunca podría cumplir sus metas y era injusto que la otra con todo y su maldad, sí lograba todo lo que se proponía.
A las cuatro treinta de la tarde, una vez más fue llamada por su jefa, ya sabía el motivo, así que tomó una gran bocanada de aire y arregló su traje antes de entrar, su intención no era agradarle, lo que buscaba era sacar fuerzas para resistir el impulso de escupirle en la cara y recordarle cuánto la odiaba.
—Necesito la recopilación de los correos, llama al equipo de revisión y diles que tenemos un nuevo cliente.
Mientras la odiosa de la diabla le daba indicaciones ella tomaba nota, al parecer no saldría a la hora que había planeado, se quedaría ahí mínimo a las siete, al menos eso pensaba ella, decidió no cancelar su cita, tendría el tiempo justo.
Grace le seguía dando indicaciones cuando fue interrumpida por una llamada personal. Aida miró la pantalla antes que ella contestara y el nombre que tenía registrado su jefa era el de “manos unidas por un hogar”.
Con los dedos le indicó que esperara mientras pulsaba el botón verde. Al parecer aún no había terminado de dictar el mundo de trabajo.
Se paró para darle espacio. Segundos después escuchó que la rubia emitió un grito desgarrador y se giró para mirarla.
La Grace que aprecio le apretó el pecho, tenía lágrimas en los ojos, había dejado caer el teléfono al suelo. Los dientes castañeaban, estaba en un estado de temblores corporales.
Su jefa solo repetía una y otra vez  un nombre. 
Ella solo se preguntaba ¿Quién es Brisa?
En vez de correr hacia ella se fue directo al teléfono, cuando lo tuvo en su mano lo llevó a su oreja para decir un simple.
—Hola.
—Grace, se cuanto te importa, tienes que estar tranquila, estará bien. Debes venir pronto, en media hora entra al quirófano, me gustaría que estés. 
Aida no sabía de que hablaban. La voz de esa mujer sonaba igual de devastada que la de su jefa.
—Estaremos allá en cuanto podamos, me puede dar la dirección.
La española tomaba lápiz y papel mientras pedía la ubicación.
—Perdone, ¿usted quien es? —le cuestionaron del otro lado del teléfono.  
—Soy la asistente de la señora, ella no puede seguir hablando, le garantizo que estará con ustedes.
Cuando terminó de anotar corrió hacia su jefa, ella seguía temblando. Aida tuvo miedo, no sabía como actuar. Nunca había visto a la mujer en estado vulnerable. 
Lo que pasaba era desconocido para la morena, lo único claro era que estaría a su lado.
—Ven, siéntate —con las piernas movió la silla para que la rubia se sentara, la otra chica solo temblaba, no podía articular ninguna palabra—. Todo estará bien, necesito que te tranquilices para que podamos salir, no te muevas.
Busco con la mirada la jarra de cristal, sirvió un vaso de agua y le ofreció, como la otra no quería aceptar giró la silla para quedar de frente y tomar su cara entre sus manos, cuando vio que Grace cerraba los ojos se movió un poco para que los abriera.
—Necesito a la mujer fuerte, toma el agua, debemos salir pronto, el lugar está a media hora. Por favor, Grace.
Aida sentía su mirada, pero su jefa estaba ida. Seguramente la tal Brisa era muy importante para su torturadora. 
Cuando vio que el agua no era lo que necesitaba decidió levantarla y con un acto que no pensó la envolvió, la abrazó con todas sus fuerzas, Grace solo se hizo pequeña ante ella, sentir su calor y al mismo tiempo que dejaba de temblar, hizo comprender que era lo que Grace necesitaba.
—Ahora que estás mejor vámonos. Ya pasaron diez minutos.
—Sí.
La única respuesta le hizo sentir un escalofrío, su jefa nunca era sumisa. 
Bajaron al estacionamiento juntas, aunque la rubia caminaba con soltura Aida sabía que por dentro iba rota.
Ella solo pensó.
Qué bien sabe guardar sus emociones.
Cuando vio que Grace subía por la puerta del piloto, la detuvo.
—Yo te llevo, no puedes manejar.
—Aida yo puedo…
—Sube del otro lado, no me hagas repetirlo.
Aunque sus vellos se erizaron por el tono de su voz, estaba segura que no iba a dejar a la mujer manejar, para eso iba ella. No quería que le diera otro ataque de nervios. Cuando vio que la rubia subía por la puerta del copiloto se puso el cinturón de seguridad.
Marcó en la pantalla la dirección y salieron lo más rápido posible. Según el mapa llegarían en veinticuatro minutos, la morena sabía que no les daría tiempo, así que pisó el acelerador a fondo. 
El auto al igual que la dueña no puso objeción y en quince minutos llegaron a la dirección que le habían envíado.
Dejó a Grace en la entrada mientras ella aparcaba el coche, le pidió llevar el celular para poder ubicarla, nuevamente la chica de los ojos verdes no tuvo objeción. 
Diez minutos después, cuando por fin pudo estacionar el coche en un lugar seguro se encontró con su jefa. Estaba sentada como una niña castigada, cuando miró su labio los temblores de nuevo se habían apoderado de la rubia.
Se colocó un poco apartada, quería darle espacio para que tuviera privacidad, ya se había metido mucho en la vida de su jefa. Pero cuando las manos de la rubia señalaron que fuera a su lado. Con el corazón rebotando de felicidad se movió y la envolvió entre sus brazos.
Respirar el aroma a duraznos que Grace desprendía la hizo sentir que estaba haciendo lo correcto. Mientras la otra mujer hablaba ella no pudo evitar escuchar la plática.
—La niña estaba jugando con sus muñecas, todo era orden, no me explico cómo se cayó del segundo piso. La hermana Aurora fue quien la encontró. El doctor dijo que debía operar de emergencia o de lo contrario podría morir si algún coágulo se formaba. 
Aunque Aida sentía como la chica temblaba con cada palabra de la mujer, decidió preguntar.
—¿Hace cuanto está en el quirófano?
—Lleva veinte minutos, aún no nos dan noticias. El doctor dijo que no tuviéramos muchas expectativas. 
—¡No puede morir, mi niña no puede morir!
Los ojos de Grace estallaron en llanto, su cuerpo no pudo resistir más, la morena podía sentir el dolor de la chica y eso le partió el alma. 
En ese momento entendió que lo único que en verdad quería era quitar las lágrimas de la cara de su jefa a como diera lugar.
—Si me permite iremos al baño, ya regresamos.
Aunque la rubia puso un poco de resistencia al final siguió los pasos de Aida. Cuando entraron al baño, la morena colocó el pestillo. Con un pañuelo húmedo quitó el excedente de maquillaje que se había instalado debajo de los bellos ojos de Grace. 
Palabras lindas era lo único que pasaba por su mente, decidió darles vida al sentir a la chica que aun temblaba bajo sus brazos, porque nunca dejó de abrazarla.
—Estará bien cariño, no te preocupes. Ella necesita a la chica fuerte que me maltrata y si te soy sincera, yo también la quiero. No llores, por favor.
—Si la pierdo yo…
—Nadie perderá a nadie este día, tú y esa chica aun tienen un largo recorrido, no pienses en cosas que no pasarán.
—¿Me prometes que no morirá?
Aida no era de las personas que prometía sin cumplir, aún así decidió ser todo lo que Grace necesitara.
—Te lo juro, ella estará bien. Dentro de unos días esto será parte del pasado.
—No me dejes Aida, te necesito.
La súplica en la voz de la jefa la enterneció totalmente. Descubrió que estaba dispuesta a despedazar el mundo si Grace Slora se lo pedía.
No quería verla sufrir, deseaba envolverla entre sus brazos y besarla todo el día. Había decidió ser la compañía perfecta para ella. 
—No lo haré, me quedaré a tu lado —juntó sus frentes a como hacía con su amiga y con un tierno y casto beso en los dulces labios de la rubia selló su promesa.
Sintió como Grace le exigía más, sabía que no era amor, era el dolor quien pedía alargar ese momento. Solo la estrechó entre su cuerpo y la guió de nuevo a la sala.
Habían pasado dos horas y el médico aún no salía, la rubia ya no temblaba, seguía en los brazos de la mujer que no se separó de ella por ningún motivo. 
La madre se había retirado para comprar un café. En la sala de espera solo quedaban ellas. 
Aida sentía en su brazo derecho pequeños círculos que eran formados por los dedos de Grace. Las caricias eran tan íntimas que cualquiera que las viera diría que eran las mejores amigas del mundo.
—Familiares de Brisa Smith.
Aida aflojó los brazos que ya dolían por no cambiar de postura, miró como la seguridad de la rubia regresaba a su cuerpo para dejarla sola. 
Su jefa cuadró los hombros y se plantó para caminar, pudo ver como se alejaba la ejecutiva que tanto le hacía la vida imposible.
A los pocos minutos de quedarse sola, la señora que había llamado por teléfono regresó, Aida y su parte ansiosa de saber más se interpuso entre el silencio que reinaba en ellas.
—Disculpe ¿hace cuánto que conoce a Grace?
La mujer se giró para quedar de frente a ella.
—La conozco desde hace siete años, cuando nos ayudó evitando que el orfanato tuviera que cerrar.
Alzó las cejas, no entendía nada de lo que la mujer decía.
—Por tu cara intuyo que no sabías nada de lo que te estoy comentando. ¿Hace cuanto son amigas?
Aida la miró como si estuviera drogada o algo por el estilo.
—Ella y yo no somos nada, solo es mi jefa. No siento afecto por ella y menos tengo idea de lo que hace en sus ratos libres —se puso totalmente a la defensiva.
La mujer solo sonrió y miró a la morena con ternura.
—Entiendo, no te engañes niña, si estás aquí con ella y la consuelas es porque te importa. Grace es el mejor ser humano que puedes tener a tu lado. Mira como se desvive por una niña que no nació de ella. 
—¿Es una niña a quien entró a ver?
La española no entendía nada de lo que decía. Su jefa era un libro cerrado para ella.
—Será mejor que le preguntes cuando regrese, son cosas que a mi no me incumben, solo te dire que lo que haces está bien, no la dejes. Nunca antes había venido con alguien, siempre aparecía sola, si te ha elegido para estar a su lado es por algo.
Aida entendía a qué se refería la mujer, seguro creía que su jefa y ella eran pareja, no la desmintió ni opinó nada. Lo único que tenía claro era que no dejaría a esa odiosa mujer por nada del mundo, al menos ese día.
Ninguna volvió a hablar de Grace, su plática se centró en un tema en concreto, lo mucho que sufren los niños sin padres. 
De alguna manera un poco egoísta se sintió identificada con todo lo que la mujer le contaba a pesar de que ella sí tuvo una familia.
Eran las siete de la noche cuando Aida recordó su cita, desgraciadamente ya era tarde y no le daría tiempo a llegar, así que marco el número de Olivia.
—En una hora te veré, estoy contando los minutos.
Las palabras le robaron una sonrisa natural y al mismo tiempo una pequeña punzada en el pecho.
—Olivia, sé que me odiarás. No voy a poder acudir, surgió una emergencia. 
—¿Qué ha pasado, estás bien?
Al escuchar la voz de aflicción sonrió un poco por lo cómico que resultaba todo.
—La niña de una amiga tuvo un accidente y la estoy acompañando en el hospital, aún no sabemos cómo sigue, debemos esperar.
—Dame la dirección, en un momento estoy contigo, ¿necesitas que te lleve algo? ¿Alguna manta, suéter o comida? Lo que necesiten.
Un largo suspiro la invadió, la chica valía su peso en oro.
—No te preocupes cariño, estamos bien, no creo que me quede mucho tiempo, agradezco tu disposición. Lamento no tener la cena contigo, ¿quieres salir conmigo mañana?
—Claro y no pidas disculpas de nada, adoro que seas tan buena con tus amigas. Mañana nos veremos, linda noche.
—Linda noche, preciosa.
Cuando colgó el teléfono una sonrisa se instaló en su cara, pero giró y se encontró con los ojos más verdes del mundo, su sonrisa al instante se borró.
—Puedes irte cuando quieras, no tenías porque quedarte, no te voy a pagar de más. La pobre preciosa debe estar con el corazón roto.
—Grace, por favor…
—No eres indispensable Aida, puedes largarte cuando quieras. Acá me estorbas y me haces quedar mal.
La morena no le hizo caso, sin embargo sí tomó sus cosas y bajó un momento a la cafetería para comprar algo para comer. No sabía cuánto tiempo se quedarían y ninguna de las dos había ingerido alimento.
Compro unos sándwiches y un café para la rubia, subió y al llegar a la sala no la vio, solo a la madre. 
—Pensé que te habías ido muchacha, no se porque Grace se comporta así contigo.
—No se preocupe, ¿sabe dónde está?
—Apenas saliste se fue al baño y no ha regresado.
—Cuide esto por favor, ahora regreso.
Aida sabía que algo andaba mal. Llegó a la puerta del baño y se dio cuenta que tenía seguro, sus alarmas se encendieron más.
—¡Grace, déjame pasar!
Toco la puerta con más fuerza cuando escucho que la llave del lavabo se giraba. Sabía que la rubia no se la pondría fácil, así que empleó toda su fuerza de voluntad y le gritó más fuerte.
—Abre esta maldita puerta Grace o ahora mismo me invento una historia y te sacan con toda la vergüenza del mundo de este lugar, de que esa puerta la abren, la abren en menos de cinco minutos. 
Escuchó que caminaba, un pequeño sorbo de mocos rompía el aire. Su corazón se aceleró, Grace estaba llorando, en ese momento sintió que su mundo se rompía, no podía permitir que sufriera. Deseo abrazarla y besarla.
—Por favor Grace, necesito verte, dime que todo está bien.
La puerta se abría lentamente, la desesperación de Aida pudo más. Aventó la madera contra la pared y sin pensarlo corrió con los brazos extendidos. Acuno entre su cuerpo a la mujer que sufría y besó su cabeza repitiendo más de una vez. 
—Todo estará bien. 
Sintió como la chica hundió más la cara contra su pecho, eso fue suficiente para acunar más el cuerpo de la mujer con sus brazos. Todo el pasado negativo existente entre ellas se borraba en ese instante, durante ese contacto tan íntimo. 
—Pensé que me habías dejado sola.
Las palabras de Grace la hicieron romper el contacto y mirarla a los ojos.
—Nunca lo haré, por más que lo pidas. Solo baje por comida para las dos.
Sin aviso, limpió las lágrimas de la chica con sus pulgares y la besó tiernamente en los labios. Sus lenguas se unieron y danzaron a un son que ninguna pudo definir.
Aquel era el primer beso cargado de sentimientos parecidos al amor. 
Grace se aferró a los brazos de Aida y ella se aferró a su cara, a su boca, a su chica.
Ninguna se veía, ambas sabían que aquel contacto era más que físico, era algo espiritual. 
Cuando sintió que el aire le faltaba Aida se dio cuenta que debían regresar a la realidad.
—Vamos, en la sala nos espera la comida.
Grace la besó nuevamente, de manera tierna. 
—Gracias por no hacerle caso a mis groserías, pensé que te habías ido con…
Colocó su dedo índice en los labios de la chica para hacerla callar.
—Estoy donde quiero y con quien deseo estar, no digas más.
Salieron tomadas de la mano y se sentaron nuevamente, con la diferencia de que ahora ellas estaban juntas y tranquilas.
Una hora después, cuando el médico les notificó que la niña estaba en perfectas condiciones le tocó de nuevo a Aida ser quien tomara la decisión por las dos.
—Madre, si no le importa, nosotras nos vamos. Grace necesita bañarse y comer algo mejor. Mañana a las cinco am si gusta venimos a relevarla.
La rubia no se la puso fácil.
—No, nos quedaremos hasta que ella esté bien —pero la española era de armas tomar, así que la ignoro.
—¿Mañana puede venir a las once? Grace tiene una reunión y deberá ausentarse un rato.
—No iré a esa reunión Aida, primero está Brisa. Así como tampoco me moveré de aquí, puedes irte si tienes tanta prisa.
De nuevo los celos de la jefa salieron a flote, la ayudante solo la miró de pies a cabeza y no emitió palabra alguna hasta que se dirigió a la monja.
—Como le decía madre, ¿le parece bien la organización de mañana?
—Desde luego señorita, cualquier cosa yo les notifico y lo mismo para ustedes por favor. Grace, hazle caso a la señorita. Sería bueno que te bañes y duermas unas horas, en el hospital no seremos de ayuda. Mañana querrá vernos y necesitamos estar bien.
—No se preocupe, nosotros nos vamos, linda noche, hasta mañana.
Aida tiro de la rubia, pero no logró su objetivo.
Movió su cuello de un lado para otro cuando escuchó las palabras de la mujer.
—No me moveré de aquí, ¿acaso eres sorda? Lárgate y déjame en paz, no nacimos como muéganos…
De nuevo la fiera que conocía se hacía notar.
Tres suspiros después, no pudo más, se despidió de la madre superiora y se arrodilló delante de su jefa. La levantó en brazos hasta que las caderas de la rubia le quedaron a la altura del cuello. 
Por más que la chica intentó bajar los brazos de la española fueron más fuertes. Cuando llegaron al coche, la dejó sentada y encerrada en la silla del copiloto haciendo como que no escuchaba ni veía todas las groserías que la rubia le tiraba y hacía con las manos. De nuevo Aida tomó el volante, debía llevarla a casa. 
La sorpresa vino cuando se puso el cinturón de seguridad y miró a Grace quien de la nada le dio una bofetada muy sonora.   
Pudo sentir como la sangre llegaba a su cara. 
Tenso su mandíbula para reprimir su furia, solo la miró de pies a cabeza y apartó la mirada, no dijo ni una palabra.
Apretó el volante con todas sus fuerzas, las manos le quedaron blancas al no circular la sangre, fue tanta la indignación de la morena que lo único que hizo fue poner el carro en marcha.
A los quince minutos en un completo silencio llegaron al apartamento de Grace. Aida apagó el motor y reclinó su cabeza en el volante, por primera vez no supo que hacer. Aún era consumida por la rabia.
Abrió los ojos y pudo verla, tenía las manos debajo de las piernas, sabía que se arrepentía del golpe, también sabía que no le pediría perdón.
—Vamos.
Fue la única orden que la morena dijo, la otra chica abrió la puerta y bajó como cordero cuando iba al matadero. Mirar el arrepentimiento de ella causó una sonrisa de triunfo para Aida.
Subieron en silencio al departamento, como ninguna decía nada Aida pensó que era mejor dejarla sola. Así que solo la ayudó a entrar y cuando la vio sana y salva sacó las llaves del carro y las dejó sobre la mesa de cristal que adornaba la pulcra sala de la ejecutiva.
Con una voz áspera, de alguna manera debía mostrar un poco de orgullo, externó.
—Tú decides qué hacer ahora, ya eres una mujer grande. 
Metió sus manos al suéter largo y giró sobre sus talones, estaba cerca de la puerta cuando la voz dulce y llorosa de la mujer la detuvo.
—Conocí a Brisa cuando era una bebé de apenas ocho días, la habían llevado al orfanato porque su mamá había sido brutalmente asesinada por su padre. Me acuerdo de ella porque cuando llegó yo estaba en una de mis visitas de rutina. La cargué entre mis brazos y la belleza en sus ojos me hechizó, son azules como los tuyos, no sabes, pero ese color me encanta. 
La rubia levantó la mirada, Aida sentía que moría en ese momento con esos ojos penetrando en ella.
¿Acaso no sabe que con esa mirada me mata?
Vio como con la mano la rubia la invitó a sentarse en el blanco sillón de la estancia, completamente olvidada de la bofetada la obedeció. 
—Al día siguiente cuando entré, su llanto me causó alarma, las madres me informaron que no había parado de llorar, algo en mí se activó. Corrí a su habitación y la acune entre mis brazos, así como tú hiciste hoy. Con mi calor y una dosis de leche quedó profundamente dormida. Tan solo necesitaba amor y yo, estuve dispuesta a darle todo el que yo tenía. A su año y medio fui su primera palabra, no fue mamá, ni papá, fue Grace. Eso nos unió el alma y desde entonces soy su cuidadora, voy una vez al día durante la comida y almuerzo con mi pequeña y antes de irme a casa paso y le leo un cuento de princesas. Esa chica me ha robado el corazón. No quiero que se muera Aida, no quiero perderla.
—Eso no pasará, es una niña fuerte, las chicas fuertes no se dejan vencer tan fácilmente.
La voz de la rubia era tan dulce que Aida cerró sus ojos y se dejó envolver por esa sinfonía. En su letargo Grace dijo algo que ninguna de las dos creyó escuchar jamás.
—No quiero perderla, así como tampoco quiero perderte Aida. No te vayas, quédate conmigo.
Aida no supo qué hacer, sentía un fuerte impulso de abrazarla y besarla por todo lo que decía, lo único que su cuerpo le permitió hacer fue hablar.
—Será mejor que descanses, mañana en la mañana regreso para ver que todo esté bien.
Al ver como el verde de los ojos de la mujer se volvía negro, tomó la decisión más importante en su vida.
—Está bien, dame unos minutos.
Salió del apartamento para hablar con su hermana. Cuando miro su teléfono se dio cuenta que tenía seis llamadas de su amiga, no podía creer que en ningún momento lo miró, ¿le había pasado algo? Al primer tono la chica contestó con preocupación.
—¿Estás bien?
—Estoy bien, Petarda. No pude contestar antes y ahora no puedo explicar mucho. Mañana que llegue a la casa te doy detalles. Aunque no lo creas estoy con Grace y estamos bien.
—¿Con Grace? —la sorpresa en la voz hizo que apartara por un momento el teléfono de su oreja.
—Sí, es una larga historia…
De repente unas uñas pintadas de color arena abrazaron la cadera de Aida, de igual forma un beso fue depositado en su cuello y ella no pudo resistirse la muestra de afecto, moria por besarla y hacerle el amor.
—¿Sigues en línea? ¿Qué ha pasado?
Cerró los ojos para degustar aquel suave roce de los labios de su chica en el cuello, no podía articular palabra, estaba en otro universo, en uno perfecto de piernas torneadas.
—¡Aida con un demonio, estoy muriendo de angustia! ¿Qué haces con la estupida de tu jefa?
Aquellos gritos fueron escuchados por Grace y sacaron a la española de su ilusión. 
Cuando Aida se giró Grace ya estaba entrando completamente enojada a su cuarto.
El sueño había terminado.
—Mierda Ashley, te acaba de escuchar, debo hablar con ella. Nos vemos mañana, te quiero.
Corto sin esperar respuesta, salió corriendo.
—Grace escúchame, ella era…
—Lo sé, es tu novia, la que te lleva todas las mañanas. Puedes irte, estaré bien.
—Grace no es eso…
—No necesito que me regales momentos de miseria. Ve con ella, gracias por lo de hoy.
Aida solo conocía una manera de callarla y sin dudar hizo uso de ella. 
Cruzó la puerta y acortó el espacio existente y la abrazó contra su pecho, elevó la quijada de la terca mujer y cuando la miró a los ojos atrapó la pequeña lágrima que había salido de su lindo rostro.
—Ashley es mi mejor amiga y hermana, no hay ninguna mujer importante en mi vida. Y aunque existiera solo quiero estar contigo, tenerte entre mis brazos como ahora y dormir a tu lado.
Pasó su pulgar sobre el temblante labio para añadir.
—Vamos a dormir princesa, mañana debemos madrugar. 
Entrelazó los dedos con los de Grace y la siguió. No dijeron nada hasta que atravesaron un pasillo de ropa y zapatos y entraron a otra habitación, la más amplia y bella que Aida había visto en su vida.
Una cama grande forrada en tonos azules se encontraba en medio. Una ventana con vistas a la calle y un pequeño sillón pegado también formaban parte del delirante lugar. Una mesa de cada lado y unas puertas corredizas que seguro guardaban una vista hermosa a la alberca y el patio. 
Todo era exquisitamente lujoso. 
—Necesitas cambiarte, báñate. Yo busco tu ropa.
La rubia obedeció. Aida tomó una bata de seda del pasillo que antes habían atravesado y la dejó aún costado del amplio baño por donde Grace acababa de entrar.
Decidió buscar la cocina mientras la rubia se bañaba, también necesitaba comer y aunque no sabía mucho los gustos de la mujer declinó por una ensalada César cuando vio que tenía todo para preparar una, incluido los aderezos.
Como si de su casa se tratara encontró todo lo necesario sin molestar a su jefa. 
A los quince minutos la puerta del baño se abrió y salió Grace con una toalla anudada al cabello, señal de que la chica lo estaba secando. 
Aida observó como niño cuando tenía un dulce que deseaba comer con ansias, casi salivaba de tan hermosa y sexy que estaba la mujer.
—No me mires así, debo estar horrible sin maquillaje. Veo que has encontrado mi cocina y la has violado sin mi permiso. Por lo visto lo tuyo es un caso serial.
—Pe–eerdona, no creía que te molestara, so–olo preparo algo–oo para comer —La chica de los ojos azules sonrió, tenía los pómulos rojos de pena.
—Solo te estoy molestando, no pasa nada, me agrada que cocines para mí, nadie lo hace.
—Es un placer, siempre lo hago, aunque no soy buena cocinera. Si quieres ve a la cama, en unos minutos te llevaré un poco de ensalada.
La rubia solo contestó con un. 
—Claro —y giró sobre sus talones. 
Aida pudo intuir que en verdad estaba muy cansada y se dio prisa. Diez minutos después ambas daban un bocado a sus respectivos platos.
—En verdad espero que esté bien, necesito que esa niña salga de este problema, no puedo perderla.
La morena tomó la mano de la rubia y con una pequeña caricia y sin emitir palabra consoló a la mujer desconocida que tenía al frente.
Al fin podía entender lo que todo el mundo decía, Grace era sin duda la persona más bella del universo, de ambas vistas. 
Pero los dos tonos que ella conocía representaba algo más íntimo, aunque Aida aun no sabía que era.
Solo quería seguir a su lado por esa noche.
—Si no te molesta me pienso quedar un momento hasta que te hayas dormido, creo que en el sillón estaré bien, solo necesito recostarme un poco. Mi columna duele de estar en la silla del hospital.
—Quédate toda la noche, mi cama es amplia, entramos las dos.
Aida abrió los ojos, no creía lo que escuchaba. Por más que a Ashley le había dicho que se quedaría lo cierto era que no creía que fuera posible, por eso el ofrecimiento la confundió.
—¿Estás segura?
—Quédate, por favor.
—Lo haré.
Grace tomó un poco de impulso y besó la mejilla de su asistente en señal de agradecimiento.
—Quiero uno aquí.
Dijo Aida un poco más atrevida.
Sus palabras fueron órdenes. 
El beso en sus labios no se hizo esperar. Con los ojos aún cerrados y el labio entreabierto hablo sin pensar.
—Me enloquece tu sabor a durazno.
Miró como Grace mordió su labio para reprimir la carcajada que amenazó con salir de su garganta, cuando Aida se dio cuenta puso cara de molesta y eso fue la bomba para la rubia. Sin pudor alguno, rió como nunca antes había hecho.
—¿Qué es tan gracioso?
Con los brazos cruzados y los labios fruncidos como cuando se muerde una uva verde Aida miró a la chica que tenía enfrente. Las risas pararon y fue el momento cuando la rubia habló nuevamente.
—La primera vez que nos besamos me di cuenta que tus labios saben y son tan suaves como la piel del durazno.
La española se llevó la mano a la boca para tapar la gran o que se había formado en sus finos labios. Con total nerviosismo añadió.
—Será mejor que lleve los trastes, antes de que no responda —quería escapar de la tentación que tenía delante.
Juntó las porcelanas y se salió rápidamente para depositarlas en el fregadero. 
Mientras lavaba sonreía al recordar las palabras de Grace y se preguntó 
¿En verdad mis labios son como ella los describe?
Estaba tan feliz que hasta cantó Beautiful day de U2 
Its a beautiful day
Touch me
Take me to that other place
Teach me
I know i,m not a hopeless case
See the world in green and blue




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.