Los bitonos del amor

Capítulo 8


Por la mañana la primera en abrir los ojos fue Grace. La alarma del reloj le informó que era momento de ir a ver a su chica. 
Tocó el cuerpo a su lado, pudo mirar como todo en Aida era sensualidad, incluso cuando dormía. Sintió que de haber tenido más fuerza se habría despertado antes para mirarla.
Se le antojaba mucho morder el labio inferior que rebeldemente se separaba del superior, era tan grueso y sexy. En lugar de hacerlo pegó su cuerpo al de su asistente.
Cuando sintió que Aida se movía, se estremeció, era demasiado sensual sentir como cobraba vida entre sus brazos. 
Lo único que su mente sabía era que debía repetir ese momento toda la vida.
—Hola, preciosa —el saludo de Aida le encantó, aunque quiso picarla un poco.
—¿Así le dices a todas tus mujeres? —la morena la sorprendió.
—Solo a las que son bellas y con las que duermo sin tener sexo, o sea solo a ti. Me encantaría besarte en estos momentos, pero debo ir a conocer a Brisa antes de ir al trabajo.
—Yo también quiero que lo hagas… espera ¿quieres conocerla? —los dedos de Grace se enredaban en los cabellos de su asistente, disfrutaba de la soltura que tenía.
—Desde ayer, solo que, no quise incomodar. Estoy segura que le fascinaré. Tengo buen imán con los niños.
—Le diré que te odie y que no te quiera, yo soy la única que merece su amor.
La sonrisa de Aida tan natural, sin poses, ni molduras contagió a Grace.
Con mucha alegría, como si de una pareja se tratara, platicaron por unos minutos en la cama hasta que la española dio un grito y se tapó la boca.
—¿Qué pasa?
—¡Me lleva la madre! No Tengo ropa para salir, necesito ir a mi casa.
Grace vio como de un gran brinco Aida se levantó de su cama con su bata a medio lado, sin esfuerzo se podía ver la coronilla del seno derecho de la mujer. 
La rubia disfrutaba de mirar la locura y sensualidad que desprendía. Su entrepierna también degustó y reaccionó. Se estaba poniendo húmeda.
Tomó su mano y le dio un suave beso en la palma.
—Busca algo de mi guardarropa, seguro somos de la misma talla. Procura que nadie lo haya mirado y asunto arreglado, así te vas conmigo al hospital.
—Me encantaría, pero no soy tan pesada como para vestir ropa de marca, se darían cuenta a kilómetros. 
—Busca algo por favor, quiero que vayas conmigo. Solo que no sea una falda.
—¿Volverás con eso?
—Desde luego, no quiero que las tipas te miren.
Grace miró los ojos de Aida, estos se pusieron en blanco. Tomó una almohada y la estampó en la cara de su asistente.
Minutos después la española salía con el atuendo menos llamativo de su jefa. Le mostró la ropa que había elegido, la rubia se levantó de la cama y tomó la cara de la belleza de ojos azules para mirarla directamente. Las palabras de Grace iban llenas de orgullo y respeto.
—Gracias por todo lo qué haces. Esto vale mucho más de lo que crees. Y otra cosa, esos pantalones se convertirán en tu nueva marca, puedes quedártelos, te hacen ver de muerte, recuérdame regalarte algunos cada mes.
Ambas miraban el espejo, la tensión sexual estaba a mil por hora. El instinto de querer probar una vez más los labios de la morena pudo más que todo.
Esta vez quien dirigió el beso fue Grace, a ella le gustaban más dulces, así que decidió bajar el ritmo de la morena. Acercó su cara y logró que la mujer abriera los labios, cuando se iban a besar se desvió y tocó la nariz con la lengua, de forma ligera y con picardía.
Al ver la desesperación de ella se rió por el sufrimiento que destilaban sus ojos. Deslizó su lengua por la abertura de los labios rojos de la chica, degusto el sabor y la suavidad. Esa característica única de Aida, su adorable sabor a durazno.
Después, sin que la otra se lo esperara atrapó los labios con suavidad, procurando no romper la dulce y perfecta belleza. 
Sus bocas se movían a una misma sinfonía como pieza artística, sin perder la sensualidad. Sus narices chocaban en cada movimiento, fue lento, totalmente excitante. 
El timbre se escuchó a lo lejos, alguien tocaba la puerta. 
Un beso casto fue el encargado de finiquitar los acordes de aquel perfecto solo de piano.
El detalle y la magia se rompieron cuando Grace abrió y del otro lado encontró a su novio vestido con un perfecto traje. Ella estaba completamente sorprendida ya que él nunca iba sin avisar.
—Vaya, no sabía que tenías visita tan temprano.
Dijo el hombre para después tomarla de las caderas y como si de un juego de marcas se tratara, la atrajo y besó con demasiada fuerza. 
Ella nunca se había sentido sucia, en ese momento no fue de otra manera. Actuaba muy raro y no le gustó.
—Ey tranquilo, también me alegro de verte —pasó sus dedos por su boca limpiando el sobrante de él—, Aida nos está viendo, no seas grosero.
Ambos miraron a la chica. No les pasó desapercibida que tenía una sonrisa de lo más falsa. 
Grace sintió el impulso de tomar su mano, sin embargo, reprimió sus ganas.
—No se preocupe, le veo abajo, usted disfrute de su novio. Permiso.
—¡Claro! —gritó el hombre cuando miro que el pantalón era de su novia. Grace al escucharlo se sintió fatal. Hunter no era estupido—. Eres la secretaria de ¡mi mujer!
Eso último lo había dicho con rabia. La rubia sintió que el corazón se salía de su pecho. Sintió la muerte cuando Aida regresó para mirarlo directamente a los ojos.
—Soy la asistente de ¡tu mujer! Y claro, ella es tuya.
La morena se veía furiosa, cosa que seguramente le traería problemas a su jefa.
Si los ojos pudieran tomar forma específica los de Grace se habrían cuadrado. 
Aquello era una clara lucha por entender quién de los dos tenía poder sobre ella, lo cual le molestó demasiado.
—Aida ve al carro te veo allá, Hunter ahora tengo una emergencia. Cuando termine te busco y hablamos de lo que querías decirme.
Pasó al lado de su prometido para seguir a Aida y él la tomó con fuerza de la cadera y la pegó nuevamente a él.
—No sé a qué juegas, tú no eres así. Hablaremos después, solo te digo que no permitiré que te burles de mí.
—Hunter.
La voz enojada de él le permitió entender que las había escuchado besarse. 
Cerró los ojos y miró su reflejo en el elevador. Vio sus labios en el espejo y se dio cuenta que, aunque no las hubiera escuchado, su carmín estaba hecho trizas. 
No se necesitaba ser muy inteligente para saber que seguramente Aida estaría igual y que sin duda, él sabía lo que había pasado entre ellas.
Cerró su puño con una fuerza que le causó daño, derramó parte de su enojo en el metal. 
Era una mujer muerta.
Bajó al estacionamiento y sintió que se mareaba, que su mundo se caía a pedazos. 
No quería que nadie supiera de todo lo que su asistente le hacía sentir, no se creía capaz de afrontar una relación de ese tipo.
Sintió que su teléfono vibraba y desbloqueó su pantalla.
Hunter: Tú no naciste para estar con una mujer, que te quede claro que esa clase de personas dan asco.
Asco, eso fue lo que sintió por él, se preguntaba ¿cómo se había podido enamorar de ese hombre?
A pesar de todo, él tenía razón. 
Ella no era así, el maldito mundo no le daba cabida a las mujeres exitosas sin un hombre al lado. 
Llegó al coche, la seriedad de la morena no ayudó a que se sintiera mejor, mucho menos la frialdad con la que le habló.
—Lamentó lo sucedido señora, no volverá a pasar. 
—Será mejor que nos vayamos, no te preocupes ya sabré cómo arreglarme con él.
Miró la palanca de cambios y pudo ver los puños cerrados de la mujer. Sabía que la estaba dañando, no podía seguir jugando con ella. 
No existía un futuro para ninguna de las dos, al menos no juntas.




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