Los bitonos del amor

Capítulo 9

 

Escucharla negar todo lo que habían vivido rompió las ilusiones de Aida. 
Solo había estado un día en su vida y ya le había hecho añicos el corazón.
Con la poca fuerza que le quedaba regresó a su lugar. Vio como Benito se levantó para darle consuelo y se aferró al cuerpo del hombre, no se soltó hasta que dejó de llorar.
A la hora de la comida recibió un mensaje de la mujer que años atrás la había hecho tan feliz, solo que, declinó la salida. No quería hablar, no quería escuchar las explicaciones de porqué la había dejado sola cuando más la necesitó. Debía reconocer que Jennifer seguía siendo bella, pero después de los labios de Grace nada le parecía suficiente.
Que ilusa había sido creyendo que su jefa la dejaría ir sin más.
Que estúpida fue al creer que podía tener algo con ella, que las cosas cambiarían. Así era Aida, la chica más soñadora del mundo. 
Bien decía su padre, ella nunca sería feliz.
El reloj marcó las seis y vio salir a la rubia de la oficina, la miró y bajó la cabeza. Cuando pasó por su lugar la mujer le habló directamente.
—Ve a descansar, no seas ridícula. Anoche no dormimos bien. Mañana ven a la hora de siempre.
—Gracias —vio que se alejaba y le gritó —. Te aviso que mañana voy a ver a Brisa, le hice una promesa y la cumpliré. 
La rubia no contestó, solo movió su cabeza.
Mientras caminaba para salir de la oficina en la parte de afuera miró una silueta que llamó por completo su atención. Alta, de cabellos rojos y piel blanca como la leche. 
Jennifer sin duda era muy linda. Aunque no tenía ni el carácter ni la belleza de la mujer que la embrujaba.
Se dio un golpe interno por pensar de esa manera, ahora solo era un recuerdo. 
Su experiencia con mujeres era larga, aun así, nadie la había tocado como ella. Con la rubia era algo más que sólo cuerpo y labios.
—Hola Jenny, que casualidad encontrarnos.
—No es casualidad Aida, estoy aquí esperando para verte. En la mañana no pudimos hablar, quiero que me escuches.
Mientras la pelirroja hablaba tomaba las manos de la mujer. Aida entendió que quería volver a besarla y no se lo permitió.
—Tranquila, no me malinterpretes, ahora solo quiero llegar a casa y salir a correr, estoy muy confundida.
—Si te parece puedo pasar por ti y te acompaño. No deseo otra cosa que estar contigo —cuando la mujer intuyo la respuesta negativa se adelantó—. Si es por tu pareja o si no quieres hablar lo entiendo, déjame estar a tu lado como amiga. 
—Está bien —prefirió ignorar alguna de las palabras que había dicho.
—Te veo en media hora, solo que, no sé donde vives. 
—Te mando la ubicación cuando llegue. ¿Dónde te hospedas?
—Estoy a tres cuadras, cerca del centro.
—Entonces sí, vivo unas calles más abajo, ¿qué te parece si nos vemos en el parque? 
—¿Qué te parece si me das tu dirección y paso por ti para poder acompañarte todo el camino al parque? —Al ver que estaba empecinada se despidió y se fue sola a casa.
Por lo visto Jennifer había llegado con todo a su vida y no sabía que haría, sentía que tenía a dos mujeres muy lindas interesadas en ella. 
Aunque la única que le importaba simplemente no estaba.
Cuando llegó a su casa se sentía un poco mejor. Metió la llave y colgó su bolso al perchero, dejó los zapatos de tacón a un costado y sin más se tiró al puf que tenían. 
Mientras, Ashley la miraba desde la cocina. Aida intentó ignorarla pero cuando se dio cuenta, la tenía al lado.
—¿Qué pasa cariño? Creo que me tienes que poner al día porque no entiendo ni un carajo. ¿Quién es esa pelirroja que te besó como salvaje? ¿Por qué no viniste a dormir por la noche? ¿Con quien tuviste sexo? Porque déjame te digo que te ves fatal, ¿no dormiste mucho verdad? ¿Qué pasa con tu jefa?
—¡Ashleyyyy! Ten consideración por favor, son muchas preguntas, solo quiero descansar.
Sacó el teléfono y mandó el mensaje a Jennifer, seguro llegaría en cualquier momento así que solo pudo hablar un poco para que su amiga entendiera todo.
—Petarda, te voy a resumir porque me tengo que ir. ¿Recuerdas que te hablaba de Jennifer?
Su compañera solo movió la cabeza afirmando.
—Pues esa mujer de la mañana es ella.
—¡Por Dios Aida! Casi te come delante de nosotros.
—Shh! Guarda silencio que llega en menos de veinte minutos. Me voy a cambiar, salgo a correr.
—¿Qué estás diciendo? ¿Sales con ella? 
Aida se levantaba del sillón cuando su amiga la jalaba del brazo.
—No sé a qué juegas cariño, por favor no lastimes a Olivia. 
—Y eso que aún no sabes, anoche dormí con Grace.
—¡No te puedo creer!
—No, tranquila —tomó las manos de su amiga y la miró a los ojos, en verdad se estaba molestando con ella y no quería estarlo—. Es una historia súper larga, no pasamos de besos, solo dormimos juntas.
—¿Solo durmieron juntas? Aida ¿te está escuchando? Tú no duermes con nadie.
Para ese momento Ashley la había acompañado hasta el cuarto y la miraba cambiarse de ropa.
—Lo sé, con ella lo hice y fue la mejor noche.
—¡Cariño! —gritó la mujer, sus ojos le hicieron entender a Aida lo que ya sabía y se negaba a aceptar—. Estas hasta las nalgas por ella.
—Por favor, ni yo sé lo que quiero. Debo salir a correr.
—Claro, con la pelirroja de mierda que te dejó tirada cuando más la necesitabas…
—Petarda, compórtate.
—Es la verdad, de las tres mujeres que tienes ahora, ella, es la peor, no deberías salir más que a mentarle la madre.
—Ash no haré nada con ella, solo es una vieja amiga.
—Una que casi te deja sin labios en la mañana y a la que no le pusiste objeción.
El timbre sonó y Aida decidió dejar todo por la paz.
—Voy a salir y no quiero números, ya soy adulta ¿estamos?
—Luego no vengas llorando porque te diré las tres palabras que odias.
La española salió dando un portazo. 
Afuera la pelirroja solo miraba el comportamiento de la mujer. 
—¿Haces ejercicio? —la morena preguntaba en el tono más inocente, quería olvidar lo que su hermana había dicho. Sin embargo, la otra aprovechó el momento.
—¿Quieres tocarme para comprobarlo?
La sonrisa y el empujón que Aida le dio a la mujer fueron fuertes.
—Nunca dejarás de ser una pervertida, pesada. Si te pregunto es para que calcule cuantas vueltas pueden dar tus pulmones sin colapsar. A tu edad no es fácil salir a hacer ejercicio sin el riesgo de romperte un hueso.
La que fue en esos momentos empujada fue ella, la chica a su lado se reía como cuando eras jovenes locas.
Esa manera tan fea, pero única.
Cuando la mujer habló estaba un poco agotada. 
—No hago mucho, no seas tan ruda por favor.
—Puedo entenderlo, mira como te agitas con una sonrisa.
—Deja de ser pesada y vamos.
Tres vueltas después Aida pudo ver como el pecho de Jennifer subía y bajaba con rapidez. 
Memorias de tiempo atrás llegaron a su mente. Su beso en el juego de aquella casa que la marcó para toda la vida, la primera vez que tocó los turgentes senos, el primer deseo. Todo lo que habían vivido, parecía tan lejano.
Se dio cuenta de como cambian los sentimientos de un momento a otro. 
Ahora solo miraba una linda mujer, una que no causaba ningún morbo o deseo.
—Ya no puedo. Vamos a cenar, por favor —la voz de su amiga la trajo al presente.
Tuvo lástima al verla doblarse y tocar el estómago con fuerza, no había terminado su rutina completa, pero debía aceptar que la había pasado fenomenal. Platicaron tanto, como cuando eran buenas amigas.
—Vamos a sentarnos y cuando te recuperes hablamos de lo que cenaremos. No podemos ir a un restaurante, mira como estamos, deberemos comer algo de la calle.
—Qué diferente eres ahora —para hacer el comentario la mujer se había levantado y metía un mechón rebelde al lado de la oreja de Aida, estaban tan cerca—. La chica que conocí no habría ido a un restaurante sencillo y menos habría dejado que la besara con fuerza, en la calle y delante de personas.
—No soy nada de lo que conociste, así como yo tampoco sé quien eres.
—Vamos a comer, ahí te cuento todo.
Las súplicas de la joven pudieron más cuando los ojos verdes se plasmaron ante los de ella.
—Está bien, vamos por unos frappes y un helado.
Caminaron juntas, pero no tomadas de la mano. Parecían dos buenas amigas saliendo de una rutina de ejercicio. Al entrar en la  plaza se sentaron en una mesa de metal perfectamente limpia.
Aida buscó el menú distraída, no vio cuando la chica a su lado tomó su mano y comenzó a hablar. 
Fuera de todo pronóstico sintió el contacto un poco más íntimo de lo normal, las viejas y escondidas mariposas existentes por la mujer gritaban su necesidad de ser libres.
Tenía miedo.
—Sé que sabes porque te busco o al menos espero haberlo dejado claro con el beso que te di. Necesito explicarte porque desaparecí y aparezco hasta ahora.
Aida retiró su mano de manera lenta, no quiso ser grosera o que ella malinterpretara su acción, pero nada de lo que pasaba le parecía claro, las mariposas y la explicación no era algo que ella deseara.
—No necesitas remover cosas del pasado —sonó más ruda que antes— veamos todo como lo que fue, un amor de juventud que no pasó a más.
—Aida, yo quiero recuperarte.
Volvió a tomar la mano de la española y se la llevó a la cara para besarla.
—Aquel día yo…
—Jennifer, por favor, no sigas.
—Me fui porque tu padre contactó al mío y lo amenazó con sacarlo de la empresa si yo seguía a tu lado. Cuando desperté para salir por ti, mis padres me entregaron una maleta y los boletos para mi nueva vida. Discutí con ellos y me amenazaron con vivir en la calle si no lo hacía. Sé que fui cobarde, no luché por ti. Diré que mi pretexto fue la edad, tenía mucho miedo. Ahora no dejaré de hacerlo, quieras o no voy a intentar recuperarte.
Los ojos de las dos mujeres estaban conectados, se miraban sin parpadear, por la cabeza de Aida nada era real, aunque todo tenía sentido. Su padre era capaz de eso y muchas cosas más.
—Llegué a Italia e inmediatamente me cambiaron el teléfono, mis cuentas de redes las borraron. Incluso perdí contacto con tu blog de la escuela. Cuando por fin lo encontré mire que ya no tenía publicaciones, así que no te escribí. Seguí mi vida amándote y pensando en que debías estar odiándome por no ser fuerte, por no luchar. Sé que ya pasó mucho tiempo, solo que, vine por ti y si me permites…
—No me pidas que de la noche a la mañana olvide el rencor que te tengo, para mí, en mi cabeza, me dejaste sola cuando más te necesite. Por favor Jennifer no me hagas ser una mala persona contigo, si lo que dices es verdad.
—Déjame estar a tu lado y probar todo lo que siento. 
Las dos mujeres caminaron en silencio cuando regresaron a casa.
—Creo que es todo por hoy, me ha encantado estar a tu lado. Por favor Aida, déjame besar tus labios. 
Solo movió la cabeza, las mariposas del pasado aún revoloteaban cuando sentía el perfume de su primer amor.
La pelirroja la tomó de la cintura y pegó los labios a la mujer. 
Aida cerró los ojos e imaginó que estaban en aquella fiesta cuando esos mismos labios le parecieron lo mejor del universo. 
Por más que intentó no eran lo que ella buscaba, ya no.
—Gracias —colocó su mano en el pecho de la chica y la empujó discretamente—. Mañana voy al hospital a ver a una amiga, si quieres puedes venir conmigo.
Al hablar, no pensaba, hasta cierto punto quería pasar tiempo con la mujer y descubrir si aquel dicho era verdad. 
¿Será que donde hubo fuego las cenizas aún daban calor? 
Cerró la puerta a su espalda y también los ojos, tomó un gran suspiro. 
Su compañera de cuarto la miraba sin decir palabra.
—No quiero que sufras amiga, esa mujer sigue sin gustarme. 
—No se Ash, ahora es la única persona que quiere estar a mi lado y aunque me cueste creerlo yo también la quiero cerca, lo que viví con ella fue muy muy grande. No me juzgues por favor.
La chica abrazó a Aida y así se quedaron la mayor parte de la noche. Aida desahogando sus sentimientos del pasado, del presente y el futuro. 
Su corazón no estaba confundido por amor, de eso no le quedaba duda, pero aquel sentimiento no tenía futuro por eso debía moverlo de lugar, de cuerpo, de alma.
A la mañana siguiente llegó Jennifer extremadamente puntual para llevarla al hospital. Bajaron y entraron tomadas de la mano.
Para fortuna de ellas la sala estaba acompañada de una monja que cuando las miró no supo que decir.
—Buenos días madre, mi nombre es Aida Villalba, soy amiga de la niña y de Grace. Solo vengo a ver a Brisa y a dejarle un regalo que le prometí, si me permite no tardaré más que media hora.
—Le acompaño, si la pequeña le reconoce se puede quedar un momento, la señorita Grace no tarda y también llega, por si quiere saludarla.
Ella puso los ojos en blanco, sin duda esa monja no había presenciado el odio que su “jefa eterna” le tenía 
—Le entiendo no se preocupe, si le parece, vamos entrando de una vez.
Su acompañante movió la cabeza y se sentó en la sala, Aida le tiró un beso al aire y como cuando eran jóvenes y la mujer lo tomó y lo llevó al corazón. La española se giró y siguió caminando, verla hacer ese juego entre ellas la emocionó.
Antes de asomarse al cuarto sacó un oso panda que llevaba como regalo y lo mostró en el borde de la puerta.
—¡Buenos días! —no pudo ver la cara de la niña, aunque sí escucho su sonrisa.
—¡Has cumplido tu palabra!
Cuando apareció por completo corrió para abrazarla. La mujer que la cuidaba al ver la química entre ellas las dejó solas.
El abrazo duró algunos minutos en los que Aida disfrutó del calor de la niña.
—Buenos días princesa, ¿Cómo amaneciste? —tocó la pequeña y preciosa nariz haciendo que la niña se hiciera para atrás abrazando el oso con sus manos.
—Ahora que me has traído a mi pequeño Terry estoy perfecta.
—Me gusta el nombre de ese chico.
—Ayer mi mami y yo nos pasamos pensando en qué nombre le podríamos, yo propuse muchos y ella también, pero al final dijo que Terry te gustaría y así es como lo llamamos sin conocerlo.
—Señorita, usted es muy inteligente. ¿Sabías que te iba a regalar un peluche?
—Síp, mi mami y yo creímos eso. 
Los dientes blancos de la pequeña demostraron la alegría que sentía por el oso de felpa, Aida sintió una felicidad que nunca antes había experimentado. 
Ahora podía entender porque Grace amaba tanto a aquel mágico ser.
—¿También supieron de que sería el otro regalo?
Los ojos de la pequeña brillaron al escuchar sus palabras. La morena no paró de reír al mirar la cara de asombro exagerada que la niña hacía. Abría su pequeña boca con una gran o, parecía una serpiente dislocando su mandíbula.
—Dime, dime, ¿qué es?, porfis.
La mujer la abrazó y besó su cabeza. Se sintió rara al recordar que esa lindura no tenía una familia. 
La niña era la flor más única que había visto en su vida. Una pequeña lágrima resbaló de sus ojos y un hipido en el pecho hizo que Brisa se alejara para secar la gotita.
—No llores, estoy segura que ese regalo también me gustará —la niña tomó con sus manitas la cara y la acercó a su frente, tal y como ella hacía con su hermana—. Todo lo que me regales será hermoso porque tú eres una persona linda. Mi mami lo sabe, ella nunca se equivoca. 
Aida no pudo contener las lágrimas y lloró con la pequeña en sus brazos. Con un beso en la mejilla dio inicio a su amistad. 
Alguien del otro lado escuchó el llanto y sin pensarlo entró al cuarto, Aida al escuchar los pasos se giró y la vio con una sonrisa perfecta.
—Hola chicas, buenos días.
—¡Mami!
—Hola lindura, veo que Aida ya te mostró a Terry.
La asistente miró como la niña estiró su brazo invitando a la rubia para unirse. La mujer no dudó, logrando con esa familiaridad que Aida sintiera un escalofrío, nunca antes la había abrazado con cariño, es más, hacía mucho tiempo que había olvidado lo que se sentía un abrazo en familia.
Fue la primera en romper el contacto. Tener a Grace tan cerca le producía escalofríos.
—Te daré el segundo regalo, si te parece bien. 
—¡Sííí! —gritó la niña aplaudiendo con fuerza—. Mami, me trajo doble regalo. Aida es la mejor.
—Sin duda lo es, lindura. —vio como la rubia arrugó los ojos para señalarla con su dedo índice y corazón directo a los ojos y de ahí regresar a los suyos como diciendo, te estoy viendo—. Te tengo en la mira Aida, no me vayas a consentir mucho a esta señorita. 
—Demasiado tarde —fue lo único que pudo decir, los celos de su jefa le dieron mucha risa.
Cuando se recompuso sacó de la bolsa una gran e inmensa paleta de colores en forma de círculo. Los ojos de la niña se iluminaron como fuegos artificiales a fin de año.
—Brisa no creo que debas comer todo ese rico dulce tú sola. Deberás invitarle a todo el hospital.
La niña se abrazó a la golosina de tal forma que parecía enojada, las dos mujeres estallaron en risas y el ambiente se volvió más familiar.
Media hora después se despidió de ambas. Al reencontrarse con Jennifer en la sala, esta se levantó con una sonrisa y la estrechó entre sus brazos sorprendiendo a la propia Aida.
—Estás más radiante por ver a esa pequeña. Creo que me tendrás que hablar un poco de ella.
Iba a contestar, pero una fuerte voz la hizo saltar del susto. 
—Aida, necesito hablar contigo. Sígueme al baño —sabía que Grace se había molestado y lo mejor, el porqué.
Al pasar al lado de la pelirroja esta tiró de ella y le estampo un suave beso en los labios. 
Ella se quedó por un momento mirando los ojos de quien le asaltaba la boca. Preguntado ¿por qué te comportas así?
Aunque no dijo nada, se alejó pasando delante de la mujer que sacaba chispas con los ojos.
Al llegar al baño la puerta detrás de Grace se cerró. Ella dio un brinco por la fuerza que se había empleado para tal acción.
—Necesito que reenvíes los correos que debían ser contestados. Igual redactas uno donde le dices a Jacob que tu contrato no se modifica, queda igual.
—Grace… —pudo sentir que el estrés y el nervio se apoderaban de ella—. Yo iba a… ir hoy al…
—No tengo tiempo para perder contigo. No eres especial Aida, necesito que cumplas tu palabra.
La frialdad en la expresión de la mujer caló tanto dentro de la española que solo la miró con desilusión. Era como si los minutos atrás, cuando todo parecía perfecto se hubieran extinguido. 
Se estaba cansando de la ruleta de emociones, de subir y bajar, ya comenzaba a dañarla.
—Claro señora —ella solo pensaba que su jefa tenía razón, ella no era especial. Era un juguete nada más.
—No pongas esa cara, no te queda. Necesito que trabajes porque para eso estás aquí, me haces el favor de dejar a tu conquista a un lado y no vengas a ver a Brisa con ella, queda estrictamente prohibido.
—No puedes hacer eso —la voz de Aida se quebró a último instante, solo se preguntaba ¿dónde quedó la mujer que me abrazó con tanto afecto?
—Puedo y lo hago. Así que no me vengas con ideas de sueños tontos porque no saldrás de mi empresa nunca, no quiero que te vayas con cualquiera que pase y le hagas lo mismo.
Aida respiró profundo, intentó relajarse y comprender los cambios de Grace, le dolía tanto.
—Antes de que te vayas, necesito que me des un beso.
Las cejas de Aida casi se juntan del enojo que sentía.
—¿A qué estás jugando?
—Eres todo lo que quiera, ¿no lo leíste?
—Perdone, señora —con toda la frialdad que fue capaz se acercó a la mujer y unió sus labios, no los movió ni hizo nada. Solo los posó sobre los de ella y se alejó.
—Espera, necesito que lo hagas como antes.
La frialdad en la voz de la mujer disparó en el corazón de la morena.
De nuevo pegó sus labios y obedeció al pie de la letra. El detalle fue que no cerró los ojos, miró como la rubia disfrutaba del contacto, ella no pudo sentir nada. Su corazón estaba muy dañado. 
Cuando la mujer abrió los ojos y se encontró con los vacíos de ella se paralizó.
Aida pudo ver que se alejaba sin decir nada, no le importó si la lastimaba, le dio igual, en ese momento no sintió cariño, solo desprecio. 
—Vámonos —fue lo único que dijo cuando pasó al lado de Jennifer, no volteo a ver a ningúna dirección. Incluso no miró la pequeña lágrima que Grace borró con uno de sus dedos.
A la hora puntual llegó a la oficina. Hizo el trabajo a como le había ordenado la nueva ama y señora de su alma. Trabajo como siempre, con la diferencia de que nada lo hizo por gusto. 
Su mente daba vueltas, cada engrane de su cerebro iba encajando en solo una cosa, le daría todo a Grace Slora menos su corazón. Tan solo le había dejado unos días y ya tenía mil agujeros. Creía que aún podía reconstruir todo, aún había tiempo. 
Eran las cuatro de la tarde cuando Jennifer le habló avisando que pasaría por ella. Sin dudar aceptó, no le iba a dar el gusto a nadie de quedarse hasta tarde. El contrato no marcaba nada de horas extras. 
Para su buena o mala suerte a las cuatro treinta recibió otra llamada de Olivia. La invitaba a cenar y de nuevo, por un impulso que ni ella conocía le dijo que sí. Una mujer más implicaba tener más momentos para no pensar en ella.
El anciano solo la observó, la distancia entre ellos era tan corta que estaba segura que pudo escuchar todo.
—Si me permite un consejo…
—No quiero nada. Estoy hasta la mierda de esto. ¿Tienes idea de la oportunidad que perdí? 
La ira y el enojo fueron disimulados en su tono de voz, más no en sus ojos.
—Aida, la conozco tan bien que sé, está celosa. Eso qué haces solo la molesta, se volverá peor si sigues por ese rumbo.
—No me importa, seré su juguete pero no tendrá mis pensamientos.
La puerta de la oficina de la rubia se abrió y ella salió para mirarla a los ojos.
—Necesito que vengas. Benito no me pase a nadie hasta que ella salga de aquí.
—Claro Benito. Le daré a la dueña de mi vida lo que pida.
El tono de la española fue fuerte, hacía entender algo sexual. 
Sobre Aida se ciñó una bofetada como primer regaño. 
—¿A qué demonios juegas? Nadie puede saber lo que…
La ira de la asistente fue tan grande que la estampó en la pared sin que la otra pudiera hacer algo.
—La que debería hacer esa pregunta soy yo, solo que, ya sé la respuesta. Tú, seguro quieres que te la coma, voy a ahorrarte que me lo pidas. 
Los besos fríos daban inicio cuando Grace le suplicó.
—Por favor, aléjate —la mujer temblaba en los brazos de Aida, en sus ojos había un brillo de miedo. 
Ella se sintió la peor del mundo, toda su furia desapareció con la misma rapidez que llegó. En lugar de alejarse se pegó más a la rubia para darle seguridad, así se quedaron por unos largos minutos.
—Señoras —gritó Benito del otro lado de la puerta—, son las cinco, me despido.
Para Aida solo habían pasado diez minutos, pero para el reloj humano era media hora de diferencia. 
Sonrió antes de alejarse y darle su espacio a Grace.
—Gracias, nosotras en un momento más nos vamos.
—Hasta mañana mi niña. Señorita Aida piense lo que le dije.
Aida tomó aire, pasó algunos dedos por el contorno de su nariz y ojos cuando decidió hacerle caso al hombre.
—Grace —la rubia la miró—, afuera seguramente me espera Jennifer y en la noche saldré a cenar con Olivia. Te platico porque no quiero que pienses que…
Vio como se encendía poco a poco dentro de la rubia aquella mujer que la hacía desear matarla.
—Baja y dile que no puedes salir, no sé quién sea la otra pero no te quiero con ninguna esta noche. Te vas a tu casa y activas tu GPS. Pobre que te muevas.
—Vamos, no seas infantil.
La mujer se pegó a ella y tomó su cara con una mano, los dedos le cortaban la circulación, tanto que cuando quito la mano dejó los cinco circulitos en banco en sus mejillas. 
La respiración seguía todavía pesada entre ambas.
—¿Cómo puedes abrazarme por media hora e irte con ellas?
—¿Cómo puedes lastimarme tanto?
Las dos se miraron, comprendieron el daño que se causaban, muy en el fondo ambas sabían que era culpa de Grace.
La chica de los bellos ojos verdes y sonrisa tierna la besó de forma lenta, besaba y se alejaba. Para volver a besar y entrelazar sus lenguas de forma pausada.
—Cuando las beses quiero que pienses en mí. Que soy yo quien te toca, que soy yo quien te desea.
Aida cerró los ojos y también reaccionó.
Tomó las mejillas de Grace y apretó sus labios contra los de ella, devoró la boca de su mujer como si no hubiera un mañana, lamió la lengua son su propia lengua, succionó sin soltarla, lamió, chupó y besó de la manera más sensual posible.
—Cuando estés con Hunter recuerda que me perteneces. Que nadie te besa como yo.
Tomó sus papeles y se dirigió a la puerta, antes de salir habló de nuevo.
—Está noche solo me quedaré con el sabor de tus labios, no besaré a nadie más. Las consecuentes, no te aseguro nada.
 




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