Los bitonos del amor

Capítulo 11

Desde la última vez que Aida estuvo en España habían pasado dos años y cinco meses. Cuando bajó del avión el aire de su país le dio la más cálida de las bienvenidas. 
Ella se dejó querer, cerró los ojos disfrutando de la caricia.
La mano de Jennifer la sacó de su admiración por su tierra natal. Caminaron juntas hasta tomar un taxi que las llevó al departamento que tenía en la capital. 
Debía admitir que se sentía cómoda al lado de la mujer. Aunque cada segundo Grace llenaba sus pensamientos.
Aquel último día que la había visto había sentido tanto miedo por ella que en ese momento entendió que la amaba. 
Tenía la esperanza de ser la primera y única mujer que su jefa amara en su vida, pensaba que en cualquier momento la llamaría, más no fue así. 
Ella le habló tres veces, quería saber como estaba, defenderla, sin embargo no contestó, eso solo significaba una cosa, sobraba, Hunter era el ganador.
Lo común y rutinario vino tiempo después cuando Grace le marcó por teléfono al enterarse de sus vacaciones, lo había hecho por el simple motivo de que se sentía su dueña, la quería como perra a su lado. Por eso había decidido que de ahí en adelante pensaría en lo que ella necesita, ya no en lo que la mujer que tanto daño le hacía quisiera.

Los rayos del sol tocaban la tela de su bikini, las manos de Jennifer se posaban en su cuerpo, era el tercer día en la capital y estar sentada al lado de una alberca artificial sin gente alrededor resultaba de lo más placentero.
Ya había saludado a los amigos y familiares. Más no a su padre, o mejor dicho, al hombre que le había dado la vida, porque padre era algo que ya no tenía. Suspiró y cambió de posición, en algún momento lo vería, necesitaba descubrir que estaba bien, su corazón de hija lo requería.
—¿Quieres ir a comer algo?
La dulce voz de su amiga la despertó de sus pensamientos. 
Desde que Grace había elegido a Hunter, habló claro con la pelirroja, le dijo de los sentimientos que tenía por la rubia y esta, en lugar de ponerse toda histérica le propuso seguir con el viaje y disfrutar del hecho de ser viejas amigas.
Sin duda era la mejor compañía que podía desear a su lado.
Como cada día y de manera puntual a las once de la mañana recibo la llamada que tanto esperaba.
—Mujer linda llamando a su cariño, ¿cómo van las vacaciones? Joder, olé, cojones, ostias…
Las burlas de Ashley siempre eran las mismas, en lugar de molestar a la española solo la hacían reír.
—Te faltó el “me cago en la concha de tu puta madre” —las dos mujeres rieron—. Todo va de maravilla, estoy pasando unos días, tía, que flipas.
—Venga morena, llevas tres días y ya hablas como una total española.
—Petarda-ridícula, no olvides que soy española. Dime, ¿cómo vas? —escuchó de inmediato el relato de su amiga.
Las cejas de la mujer se elevaron. Su petarda de nuevo le hablaba de él, un hombre que generó problemas en un principio, pero que ahora le parecía el bombón más irresistible del mundo, al menos eso le había contado. Todos los días habían hablado de ellos, de los lugares que visitaban, lo lindo que resultaba para la mujer y lo encantador que parecía ante cada detalle que Ashley describía. 
Lo raro era que no le quería decir el nombre de su nuevo novio, solo le había adelantado que ambas lo conocían. La duda estaba carcomiendo a Aida.
—¿En serio no me dirás quién es?
—Nop, cuando vengas saldremos los tres. Estoy segura que te enamorarás de él, bueno si es que el odio que sientes por él se va aun lado.
—Si tú eres mi mejor amiga no me imagino cómo será mi enemiga. Siempre me dices eso para picarme y al final no se de quien cojones me hablas.
—Dulzura hecha mujer, mejor dime tus planes para hoy, deja a mi hombre en paz.
—¿Tu hombre? ¿Es un perro o algo así? —las dos sonrieron—Vamos a una discoteca con unos amigos de la secundaria —mientras hablaba la española movía las caderas de alegría—. Antes pienso ir a ver a mi padre, no puedo pasar un día más sin saber cómo está.
—Cariño sabes que te apoyo en todo, no intentes conciliar, te hará más daño. Si vas, habla conmigo cuando termine el día, si antes quieres contarme estoy para ti. No olvides que te quiero lindura.
—Gracias petarda, estaré bien. Te prometo llamar cuando termine de hablar con él, si es que me animo a hacerlo.
Colgaron la llamada y Aida se quedó con la idea de ir a ver a su padre, a pesar de las palabras de su amiga ya no quería esperar, al final el resultado sería el mismo, ¿para que aplazar? 
Él levantaría la cabeza y seguramente pediría a su secretaria que la sacara de la empresa. Era lo que pasaba cada vez que iba.
Sin pensarlo se levantó del camastro y se despidió de Jennifer. 
A aquel lugar debía ir sola, no podía permitir que otra persona viera la manera despectiva en que él se dirigía a ella.
Con un vestido largo, el cabello suelto, un ligero maquillaje y unos tenis blancos, salió de casa. 
Miraba la ciudad a través del cristal del taxi y lloraba ante todos los momentos que cada rincón guardaba. El restaurante de la avenida más popular tenía la primera comida de cumpleaños, un edificio más adelante le saludaba el colegio donde conoció a Jennifer, la esquina donde se besaron, su heladería favorita.
Sonrió ante lo feliz que fue su vida y lo que era ahora, no podía quejarse de su vida en España. 
Se estresó al bajar del coche y observar la empresa de su padre. Entró para reportarse con María, la secretaria.
—¡Niña! —gritó la mujer que la conocía desde pequeña.
Se dieron un fuerte abrazo como si de una madre y una hija que no se han visto en años se tratara. Esperó en el mostrador platicando con la mujer mientras su padre atendía una reunión importante. 
Media hora después la mayor se despidió para ver si la reunión virtual había terminado.
Aida se quedó sentada mirando una revista de moda. Ver a todas esas modelos de pasarela hizo que su mente se imaginara el olor familiar de una mujer en específico. Podía sentir el aire cargado con las feromonas, incluso llegó a pensar que se estaba volviendo loca. 
Todo cobró sentido cuando las puertas del elevador se abrieron para encontrarse con los ojos más verdes y cristalinos del mundo.
—Aida —dijo la mujer totalmente feliz.
—¿Grace? —preguntó ella todavía más sorprendida y con toques de molestia.
Su padre salió al escuchar su voz, y ella por un instante, se congeló.
—¿¡Aida!?
—Hola papá —dijo la morena ignorando a la hermosa rubia que tenía delante.
—¿Papá? —preguntó Grace completamente sorprendida.
—Señorita Slora que gusto tenerla acá, le presento a mi… —el hombre dudó al referirse a Aida. Ella sintió un escalofrío. Hacía mucho que él no pronunciaba la palabra—. Pfija.
—¿Perdone? —preguntó Grace, su cara denotaba que no había entendido nada.
La española le evitó la molestia de pronunciar la palabra que llevaba años negando.
—El señor es mi padre.
Grace los miró y por fortuna no preguntó nada más.
—Vaya, no sabía. Es un placer saberlo, te veo afuera, Aida —ella vió el saludo de cabeza entre ellos, tenían una familiaridad que no comprendía.
—Estoy de vacaciones, preferiría que no me espere, señora Slora —contestó antes de verla darle dos besos su padre.
—Te veo afuera —repitió regresando al elevador del cual había salido.
La morena miró a su padre una vez que la rubia salió. Solo quedaba rastros de ella, de alguna forma que no supo definir el olor le dio valor cuando sintió que el corazón se le rompía ante la frialdad de él. 
Intentó buscar la mirada y la encontró, sin embargo, los ojos amorosos que tantas veces le habían leído cuentos en las noches no estaban.
—No te quito tiempo —dijo la mujer después de estar mirándolo por más de cinco minutos y quitar una lágrima amarga de su rostro—. Me da gusto saber que estás bien.
Tomó su bolso y salió con los ojos mojados, miró a la hermosa rubia que la esperaba afuera, pero la ignoró, siguió con su camino y no miró atrás.
Caminó por más de una hora sin poder pensar en nada en concreto, solo miraba la calle, estaba en modo zombie, con el corazón completamente roto. 
Cuando su teléfono vibró contestó, necesitaba contarle a alguien lo que había pasado.
—Jennifer no reaccionó diferente, todo fue igual que antes. Soy una idiota por buscar las migajas de cariño de un hombre que no siente nada.
Como iba caminando y sus ojos se nublaron por las lágrimas no vio la alcantarilla que estaba abierta.
Pisó sin mirar y su rodilla se dobló. El suelo era su destino final, ella soltó el teléfono y creyó caer. 
Unos brazos delicados, pero fuertes la detuvieron en el aire.
—Aida! —gritó su jefa que afortunadamente pudo anticiparse y evitar que la morena se lastimara—. ¿Estás bien? 
Sentir el calor de Grace envolviendo su cuerpo le puso la cara de un rojo intenso, al mismo tiempo generó un mundo de preguntas que no sabía cómo contestar.
¿De dónde había salido?
¿Cómo podía ser tan fuerte?
¿Por qué se sentía tan bien estar entre sus brazos?
Las mariposas en el estómago ¿eran normales?
Nada fue dicho, su reacción más bien fue diferente.
—Suéltame, no necesito que me rescates.
—Por favor compórtate, solo te brindé ayuda.
—El suelo no mata, debiste dejarme caer. Bueno, ya me ayudaste, mira… —guardó silencio y señaló alrededor—. Tienes toda la calle para ti, puedes ir a donde quieras.
Incluso Aida era consciente del tono de su voz y de lo grosera que estaba siendo. Grace decidió dejarla en libertad y cuando Aida estuvo de pie se acomodó la chaqueta blanca que llevaba y alisó sus mangas.
—Desde luego haré lo que yo quiera, no necesito tu permiso.
Aida comenzó a caminar y vio que la rubia no se movía, estaba parada en la acera. Caminó algunos metros y miró de reojo que efectivamente seguía de brazos cruzados y con la pierna derecha delante de la izquierda. Elevó los ojos al cielo junto con sus manos y camino de regreso. Hablando en español.
—Me cago en tu puto coño Grace. ¿A qué diablos juegas?
Vió como la rubia la miró con ojos de confusión y miedo, sintió lastima y afecto de la mujer que la había salvado así que tomó su mano y la llevó con ella.
—Dame la dirección de tu hotel, estás tan loca que seguro te perderás, no te voy a dejar. En cuanto estés dentro tú y yo nos separamos.
—No me importa donde estoy, estoy contigo y es lo único que me interesa.
Las mariposas en Aida recobraron vida ante las palabras de la mujer, aunque su orgullo y dolor se adelantaron.
—Como quieras, entonces me voy.
Soltó la mano de la mujer y cruzó la calle de nuevo sin mirar, estaba enojada y lo peor, era por Grace. 
Camino sin darse cuenta que la rubia seguía sus pasos. 
Llegó a casa, en cuanto entró cerró la puerta con fuerza.
—Ey que no tiene la culpa ¿cómo te fue?
—El asco de siempre. Fui la extraña que fue a ver “al gran hombre de negocios“. Esta vez se excedió. Lo mire por más de cinco minutos esperando algo más, algo en sus ojos me dijo que quería hablarme, al final me dejó parada, sola. Me di la vuelta y no me habló. Así que solo me enteré de algunas cosas que me comentó María. Sé que está bien, nada más.
La pelirroja acudió a donde estaba y la abrazó, el consuelo que la mujer sintió fue agradable, pero entendió la diferencia.
—No sabes, quien estaba en la oficina del señor Villalba —el modo despectivo fue inevitable de sentir.
—Sorpréndeme.
La mujer sonrió ante la palabra, ella sabía que lo haría. 
—Grace Slora.
La boca de la mujer se desencajó como una anaconda cuando está a punto de ingerir su presa.
—¿Qué hace esa mujer acá?
—Justo ahora me pregunto lo mismo.
—¿Crees que venga por ti?
—No, lo dudó. Ella ya eligió, aunque fue muy familiar con…ya sabes quien, entró a las oficinas de él como si la estuviera esperando. Si no te molesta no quiero hablar de nada. Me voy a recostar para tener pilas en la noche.
—Dale, yo debo salir para comer con una amiga, a las ocho estoy de regreso para que nos alistemos.
Colocó los labios sobre la frente de Aida y se dio la vuelta para dejarla, mientras Aida se recostaba en la cama.




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