Los bitonos del amor

Capítulo 15


Aida despertó aquella mañana, miró el techo, directo al tragaluz. Tapó su cara con la almohada, llevaba casi dos meses con esa rutina y ya le estaba resultando común, más de lo que podría aceptar. 
Lo que jamás le aburría era disfrutar de mirar la ciudad durmiendo, los pájaros cantando, el mundo despertando, amaba los sonidos del viento.
Se puso una chamarra por el aire ligeramente gélido que hacía. Colocó sus auriculares y comenzó su estiramiento. Corrió por más de una hora. 
Esta vez ya no veía a nadie, ninguna mujer valía la pena para estar sentada como hizo tiempo atrás. 
Cuando regresó a casa, como todos los días, su padre ojeaba el periódico. 
Entró, se puso ropa limpia y salió al patio para abrazar al hombre por la espalda, un beso en la mejilla y jalar la silla para comenzar el desayuno que ya estaba servido para ella. 
Después subió para cambiarse. Pantalón ancho de lino en tonos grises, blusa blanca con corte de cuello cuadrado, cinturón a juego con el pantalón, tacones de diez centímetros, una cola alta, chamarra larga en un color muy parecido al gris y un maquillaje perfecto.
Se detuvo un momento en el estacionamiento que quedaba en frente de la empresa, miró a lo alto y pensó que su vida no era muy diferente a la de hacía unos meses, la gran diferencia era que cruzando la puerta no la vería a ella, nunca más estaría en su vida, a cambio, tenía delante la empresa que quizás algún día sería suya, una secretaria a su disposición y un cartel pequeño delante de su lugar que rezaba vicepresidenta, palabra que no se había ganado por nada más que su apellido, aunque estaba dispuesta a demostrar que la merecía.
Sirvió su café y se sentó detrás de su escritorio. Lo que le gustaba de aquel lugar eran los pisos en tonos verdes, le recordaban la tierna sonrisa de alguien prohibida.
Las vistas también eran lindas, el escritorio era perfecto, madera en tonos rojizos con varios cajones. 
Siempre lo mantenía libre, entre menos cosas colocara mejor, el orden ahora formaba parte de su vida. 
Detrás de ella tenía una pequeña biblioteca, libros que jamás tocaría ya que no hablaban de moda, aunque esa parte de su vida estaba tan lejos de ella que ya nada importaba. Había dejado el blog, en un principio siguió con él, pero se dio cuenta que solo era porque Grace lo leía. 
Un día decidió que lo mejor era pasar página y dejó de publicar, ni siquiera entraba para mirar cuantos seguidores iba perdiendo o los reclamos de otros. Simplemente dejó de mirar.
Sería una trabajadora de oficina como muchas otras personas que nunca habían logrado sus sueños.
Tecleo la contraseña de su computadora, ella no la había puesto, irónicamente eran las siglas de su ex jefa con un cero uno al final, cada vez que iniciaba el día era imposible no pensar en la mujer que nunca fue suya.
A las diez su padre tocó su puerta, ella levantó la cara para sonreír.
—Aida, necesito que te quedes en tu oficina a las dos, no salgas a comer por favor. Tengo un cliente que vendrá a verte, es muy importante.
—¿De quién se trata? —su padre dudó un poco del nombre, entendió porque, era un ruso que buscaba comprar sus servicios de transporte, era difícil de pronunciar.
—Está bien no te preocupes, me quedaré.
—Gracias hija, de ser posible no le des largas, es un poco aprovechado.
Ella le guiñó un ojo para añadir.
—Como si no supieras mis gustos.
Llamó por teléfono y pidió un café súper cargado, se estaba durmiendo cuando apenas eran las doce y media del día. Mientras esperaba dirigió su silla giratoria al lugar que tanto le gustaba, miró la ciudad, esa área le recordaba las vistas que Benito le había mostrado tiempo atrás.
Suspiró y escuchó que alguien tocaba la puerta. Dio la orden de entrada, sabía que era su secretaria con la bebida que la haría despertar.
—Tráemelo, por favor Ani, si no es mucha molestia.
La mujer habló sin girarse, sus ojos seguían contemplando las vistas. La secretaria no volvió a hablar, dio la vuelta y le entregó el café, ella aceptó y cuando escuchó que la puerta se cerraba suspiró, pensó en el hecho de que si tuviera el poder guardaría ese momento en una botella y lo tomaría cada vez que le diera antojo.
La soledad le quedaba perfecta, nuevamente había aprendido a amarla.
—Así que cambiaste estas vistas por tu oficina en Chicago.
La voz detrás de su espalda la asustó mucho. 
Pensó que estaba quedando loca, así que prefirió no mirar, tomó una gran sorbo, cuando terminó de beber sintió un soplido en su cuello, aquella acción le asustó, aunque lo hizo mucho más las palabras que la mujer pronunció.
—Hace unos meses una mujer que amo con toda mi alma me dijo “debes luchar, cielo, nada en este mundo te puede detener para alcanzar tus sueños”.
—Sal de mi oficina, ahora mismo.
Mientras hablaba movía su cuerpo, marcando la distancia que las debía separar.
—Y como a esa mujer la amo tanto, estoy aplicando su ejemplo. Vine por ti Aida y no me iré hasta tenerte, porque nada en este mundo me puede detener para alcanzar mi sueño.
La morena salió a la puerta buscando a su secretaria, pero no la encontró. Lo único que vio fue a un hombre vestido de manera informal que se dirigía a ella.
—Eres igual a tu padre, es un placer conocerte, tu belleza es inigualable.
Aida pudo mirar a kilómetros que era un seductor nato, una parte de ella puso los ojos en blanco, su parte más mala y cruel tuvo una idea.
—Buenos días, si gusta pasar a mi oficina, usted debe ser el señor Kuznetsov, le estoy esperando.
Sin importarle que dentro estuviera ella, entraron al despacho, cuando Aida miró los ojos de Grace esta negó, conocía el plan de la española.
—Ella es una socia de mi padre, le presento a…
—¿Grace? —pronunció el hombre de forma incrédula.
—¿Kuznetsov? —Al escuchar el pronunciar diferente de Grace sabía que ella había quedado en ridículo haciéndose la interesante con él delante de ella.
La mujer y el hombre se dieron un fuerte abrazo, incluso el muy atrevido le dio una vuelta a la rubia y la devoró con la mirada. 
En ese momento, Aida presentó su primer cuadro de celos después de tanto tiempo.
—Mujer, estás preciosa, si me permites decirlo. Ahora tienes una chispa que nunca te miré, me resultas encantadora, bella. Vamos a cenar, si estás en la ciudad sería bueno ir a beber algo, sé que estás soltera y me encantaría acompañarte. Como amigos, claro, si tú quieres algo más, por mi encantado.
La risa de la rubia fue un poco escandalosa, Aida estaba que tiraba humo cual carro contaminante de la rabia y los celos que le dieron. Había sido una mala jugada dejarlo pasar.
—Muchísimas gracias Stanislav, sabes, en otros tiempos sin duda habría salido sola contigo —vio como se acercaba peligrosamente a ella, al grado de tomar su cadera—. Ahora, solo lo haría si mi mujer nos acompaña.
La muy atrevida le dio un beso en la mejilla, Aida vio el asombro del tipo, no se pudo mover porque sus piernas le fallaron, tampoco pudo poner distancia porque descubrió que no quería, aquel beso la había desarmado.
—Vaya, Grace —dijo el hombre completamente sorprendido—. Bueno creo que más vale no interrumpir, mm, regreso en otro momento.
—No es bueno que te vayas sin que alguien te atienda, dame un minuto.
Aida vio como Grace sacó el teléfono de la cartera, pulsó un número y al segundo lo colocó en su oreja.
—Suegro, le mandó a su oficina al señor Kuznetsov —guardó silencio—. Si, estoy con ella y vamos a tardar un poco —otro momento de silencio que hacía que Aida no entendiera nada—. Perfecto, gracias por atenderlo, le vemos en la noche. Listo, aguarda unos minutos en lo que la secretaría viene por ti para llevarte a la oficina de Mariano. 
—Está bien, muchas gracias. Entonces me despido, es un placer verte tan feliz. Te has llevado a la mujer más excepcional. No la dejes ir nunca —dijo mirando directamente a Aida.
—Te equivocas, fui yo quien robo al ser humano más bello del mundo.
Grace pegó sus labios a los de la morena, la muestra de afecto hizo que ambas recordarán lo que se sentía probar el durazno en su esencia natural, en el estado más puro y limpio del mundo.
Por unos minutos Aida se dejó envolver, cuando reaccionó, la bomba explotó de nuevo. 
Se alejó de los brazos de la rubia y estampó una sonora y gran cachetada en la mejilla de la mujer que antes la había besado.
No dijo nada, solo se sentó y colocó sus manos en los ojos, se sentía decepcionada, después de tantos meses de lucha y de huir del sentimiento que la mataba. 
La tenía delante y se burlaba de la misma manera que tiempo atrás.
Sintió los brazos de Grace en su espalda y se dio asco por añorar aquel toque.
—No soy tan fuerte como crees, no te quiero tener en mi vida, vete por favor.
Los brazos siguieron aferrados. Grace no estaba dispuesta a darle más espacio, ya habían perdido dos meses como para seguir en eso.
Aida forcejeo un poco, aunque fue inevitable, su fuerza era mermada por las ganas de sentir el toque de la mujer, no aplicaba tanto entusiasmo para separarse.
—Te amo, Aida Villalba, te adoro más que a mi vida, no tengo alma si estás lejos de mí. Acéptame, perdóname, ámame como antes. A veces pensamos que hacemos cosas buenas y al final nos arrepentimos. Necesito que sepas porque hice todo lo que hice.
La morena cerró los ojos, no quería escuchar nada. Era tan tonta que sabía que caería redonda a los brazos de la rubia, si se dejaba convencer seria como si el tiempo y el dolor jamás hubieran existido.
—No me importa, no siento nada por ti. Déjame y sigue con tu vida.
—Si no sientes nada ¿por qué estás temblando?
—¡Que te largues!
Aunque los gritos fueron fuertes Grace no la soltó.
—Mírame —pidió girando el cuerpo para quedar de frente. Sabía que si se marchaba sería para no volver a tenerla y no estaba dispuesta —. Te amo, no me iré sin hacerte mía, no me alejaré sin traerte conmigo, no estoy dispuesta a nada sin ti.
—Por favor, vete.
—Mírame, dime ¿ya no me amas?
La morena no pudo acceder al reto, no podía mentirle mirándole a los ojos, en lugar de eso volteó y habló.
—Estoy con alguien, salimos todos los días, siento que puedo amarla. Déjame ser feliz.
Lo que Aida no sabía era que Grace entendía perfectamente que era una mentira. Así que no la dejó continuar.
—Llevo dos meses pendiente de ti, se que no hay nadie en tu vida. Puedo sonar un poco engreída, pero tu piel, tus manos, tus ojos azules y cristalinos me gritan que sigues siendo mía. Y yo, sigo siendo la mujer que te ama más que a nada en el mundo.
La morena se sintió rota, todo lo que ella decía referente a sus sentimientos eran verdad, moría por creerle, por intentar pensar que todo era verdad.
—Te amo.
La rubia aflojó su agarre y colocó las manos en las mejillas de Aida.
Aquel beso fue tan dulce que quiso responder, más no lo hizo. Se quedó parada añorando mover sus labios, su orgullo pudo más.
—Te voy a demostrar aquí mismo lo que significas para mí.
La mujer se movió con soltura como si aquel lugar le perteneciera, Aida miró como le ponía seguro a la puerta, no se movió, ni dijo nada. En ese momento no tenía voluntad.
Sintió como las manos de Grace la guiaban a la orilla de la pequeña biblioteca, su espalda tocó la repisa de libros y estos se movieron ligeramente. El azul de sus ojos hizo contacto con el verde transparente. 
Grace se metió debajo de su blusa. Pasó sus dedos por cada parte de piel que podía tocar, sentir el calor que las llamas transmitían logró que Aida se sintiera en confianza. No opuso resistencia, solo se dejó tocar, se permitió sentir, creer en que quizás las palabras de ella fueran verdad.
La blusa cayó al suelo, dejando solo su sostén como única protección para su corazón mal herido. Pudo ver en los ojos de su ex mujer la adoración que sentía por ella, aunque solo era apetito, no le importó.
Bajó la mirada, pero la chica le exigió verla, seguía pasando sus dedos por sus brazos, sobre su vientre, su cara, sus pechos, su cuello. El deseo iba subiendo con cada caricia, se sentía tan deseada que los vellos de sus brazos se erizaron. 
Grace tomó su cara y la besó fugazmente. 
Esta vez sí abrió los labios para recibirla.
—Moria por este momento, soñé con él cada día después de saber que te ibas. Te amo más que a mi vida. Estoy dispuesta a demostrarlo cada segundo que pase a tu lado.
Aida se sintió atraída por las melódicas palabras, todo el pasado había quedado olvidado, en ese momento solo existían ellas dos y el deseo de sentir más. 
La rubia levantó sus manos y besó su cuello como un sediento bebiendo agua, con devoción. 
Hizo su cabeza para atrás tratando de darle mejor acceso. 
Sus caderas se pegaron y se movieron al mismo tiempo. Grace se volvió más atrevida y la guió para bailar la canción que, aunque no sabían cuál era, era perfecta para amarse en ese lugar, en ese instante.
Bailaron abrazadas, disfrutaron de sus cuerpos, del calor y el sudor que el amor generaba en cada una de ellas, eran tan diferentes y a la vez tan parecidas que eran su complemento. 
Aida tomó la cara de la chica y la miró a los ojos.
—¿En verdad me amas?
El corazón latía a mil por hora, no dejaba de mirar la cara de la mujer que simplemente no daba indicio de respuesta. 
¿Como antes podía decirle todas esas cosas que parecían reales y ahora no?
Sintió que el aire le faltaba.
—Contesta algo por favor.
La mujer sonrió cuando sus ojos se encontraron, sintió una gota de esperanza.
—No —la palabra la destrozó, después del mágico baile que dijera eso, era...—, no solo te amo, también te admiro, valoro y deseo con toda mi alma. Eres lo mejor que me ha pasado y el amor de todas mis vidas. 
En ese momento la besó con fervor y pasión, sus lenguas se encontraron, se abrazaron después de tantos días de estar alejadas. 
Se amaron y disfrutaron en la oficina, el entorno se volvió perfecto e hicieron el amor como lo que eran, dos amantes que se amaban antes que a nada.
Terminaron de sellar su pasión recostadas en el escritorio, Grace recorrió sus pechos desnudos con sus dedos una vez más causando cosquillas en Aida. 
—Ahora que vuelves a ser mía… —dijo la rubia feliz de tener a su durazno en los brazos. La morena la interrumpió.
—Eres inteligente para todo menos para el amor, nunca deje de ser tuya.
Aida plantó un tierno beso.
—Es verdad —dijo Grace cuando se separaron—. Eres tan perfecta que no me creo que me hayas hecho caso sabiendo lo topo que soy.
—Es que soy muy torpe, mujer —Ambas se rieron del comentario. Aida la contempló en silencio. Tragó saliva al ver que Grace hablaría nuevamente—. Debo decirte algo.
Al ver la seriedad en los ojos de la chica Aida intentó levantarse para tener un mejor ángulo.
—No te levantes, quiero mirar tu piel pegada a este mueble, quiero guardar esta imagen en mi cabeza para toda la vida.
Sacó el teléfono y tomó una foto de ambas, desnudas, recostadas en la madera roja del escritorio que había sido cómplice de su unión.
—Te amor Grace, con toda mi existencia.
La besó nuevamente, pero él beso fue roto por la rubia. Aida sabía que algo más debía decirle.
—Cuéntame ¿qué es lo que te preocupa?
—Quiero ser sincera contigo, te amo y quiero formar una familia a tu lado, no sé si tú quieras eso…
—Mis sueños son tus sueños y tus sueños son los míos, tendremos la familia que quieras. 
Nuevamente la besó y una sonrisa se formó en ambas mientras lo hacían.
—No es eso solamente, Aida. Hay algo más.
—Vamos mujer, no hagas dramas de telenovela barata. ¿Qué pasa?
—Quiero adoptar a Brisa.
Aida solo sonrió, ella ya sabía que esa pequeña era de ambas.
—Ves, te lo dije, tus sueños son los míos. También considero a esa linda niña como mi hija, la quiero tanto como a ti. 
Las chicas se vistieron y salieron a comer a un lugar que ambas conocían. 
Quien las veía en la calle podía ver el amor que se profesaban. Las caricias, las miradas, todo en ellas era dulzura.
Entraron a casa del padre de la morena, ella se sorprendió cuando vio que en la casa todo estaba acomodado para llevar a cabo una comida como si de un restaurante con tres estrellas Michelin se tratara. 
Aida tomó la cara de su mujer para que la mirara.
—¿Te han dicho alguna vez que eres la novia más cursi del mundo?
La rubia la miró directo a los labios y le robó un beso a la morena para alejarse y jalar la silla para que se sentara. 
—Mi señora, debe tomar asiento, en un momento viene el almuerzo.
Aida tomó su lugar, vio como la chica colocaba un mantel en su brazo y caminaba a paso erguido. 
Cuando se quedó sola se dio cuenta que era espiada, miró y vio a María, la trabajadora doméstica riendo por lo bajo, le hizo señas y acudió al llamado.
—¿Por qué no le ayudas?
—Ella pidió que solo estuvieran solas, así que no podemos intervenir.
—¿Podemos? —preguntó completamente extrañada.
La mujer se tapó la boca, para después añadir, totalmente nerviosa.
—Su papá y yo.
—¿Mi papá está aquí?
La voz de Grace hizo que la mujer diera un respingo. Salvando la desgracia que habría sucedido si la mujer hablaba.
—No quiero a nadie acá, por favor, regresa a tus actividades o descansa un rato. A esta lindura y a mí no nos interrumpan, vamos.
—Perdone.
La pobre señora salió como alma que lleva al diablo, completamente apenada, Aida se reía y movía la cabeza en negación. Se levantó de la mesa y rodeó las caderas de su chica.
—Cielo, no la regañes, la vi mirando y fui yo quien la llamó. Ya me explico que tú me quieres consentir el día de hoy.
Aida sintió como se ponía un poco rígida.
—Usted —giró para mirarla—, debe estar sentada, no detrás de mí como ninfómana tocando mi cuerpo. Vamos cariño —dijo cuando le dio un beso—, regresa a tu lugar que vamos a comer.
Una bandeja de plata se posicionó al frente de la española, no podía ver lo que contenía, así que destapó con rapidez.
—¡Ey! —gritó la mujer—, debes esperar a que tu chica tome su lugar, no seas grosera.
—Vamos cariño que debo regresar a la oficina, no te pongas emocional. 
—Lo siento señorita, si estuviera en un restaurante debería esperar a que la comida fuera servida para todos los comensales de su mesa ¿o no es así?
La chica aceptó su derrota y esperó para comer con la mujer de su vida.
Grace no le quitaba la mirada y un poco de nervio se podía palpar en las manos de ella. 
Aida no le prestó tanta atención, después de su tarde de sexo tenía mucha hambre como para ver lo evidente.
—Pues vamos Grace, dime cuándo vamos a comer porque estoy por destapar…
Cuando la morena destapó para mirar la comida, Grace dio un fuerte respingo acompañado de un grito pequeño, ella la miró y no entendió nada.
—No sé qué te traes, creo que es mejor que comamos, tengo mucha hambre, me has dejado famélica.
La pobre aceptando que Aida no esperaría más dio la señal.
—Come con cuidado, te preparé medallones de pollo rellenos de frutos rojos, una ensalada César, espera a mirar el postre. 
Los ojos de la mujer se iluminaron, entendió a la perfección la indirecta.
—El postre quedará para más tarde, debo asegurarme de…
—Shh —dijo a su lado colocando un dedo en sus labios —quiero que disfrutes de esto, amor, el tiempo no es importante esta tarde.
Besó cada nudillo de las manos de Grace para terminar juntando sus manos y darle una caricia al centro de ambos dorsos.
El momento fue corto, pero el amor que se profesaban era tan grande que se sintió eterno.
Cuando decidieron comer, Grace solo la miraba, no decía palabra alguna y no comía, solo sonreía ante cada bocado que la morena disfrutaba sin ver nada más.
—Amor, me pasas la…
Antes de poder terminar Grace comenzó a toser, Aida la miró y aunque no estaba roja los movimientos de mano indicaban que no podía respirar.
—Tranquila, te ayudo, dijo con miedo al ver que no dejaba de dar señales de ayuda.
La chica se levantó y comenzó a dar golpes en el cuello de la mujer, seguía diciendo que no podía respirar. La vena de su cuello comenzaba a hincharse como prueba de lo que Grace estaba pasando.
Aida como en las películas tomó la cintura de su mujer y subió un poco las manos para llegar al estómago, una vez en esa área comenzó a tirar de ella hacia arriba, aunque no sabía dar primeros auxilios sintió que lo hacía bien.
Por medio de movimientos Grace le pidió que se pusiera al frente de ella, en contra de su voluntad le hizo caso y pudo ver como la rubia metía la mano simulando sacar algo de su cuello.
Cuando la mano salió de nuevo a la superficie la rubia se arrodilló ante ella.
Su miedo fue mayor, pensó que quizás se desmayaría, así que comenzó a gritar a las sirvientas.
Su sorpresa fue mayúscula cuando miró lo que la mano de la rubia le ofrecía. 
Los ojos los tenía llenos de lágrimas y aunque ninguna hablara estiró la mano para ayudarla.
—¿Quieres ser el centro de mi universo? ¿La madre de mis hijos? ¿La defensora de mis metas y sueños? ¿Mi alma gemela? ¿Mi mujer? ¿Quieres casarte conmigo?
Ahora los ojos de Aida tenían lágrimas, las gotas no eran por el esfuerzo de salvar a  su mujer, más bien eran lágrimas de alegría al darse cuenta que Grace también estaba llorando. Pero no se movió del lugar, Aida entendió que todo estaba bien.
—Solo si tu prometes no irte nunca de mi lado, soportar mis días bajos, escucharme cuando te necesite, abrazarme tanto como lo haré yo, ser mi confidente, mi amiga, mí amante, la dueña de mis sueños y guardiana de mis pesadillas, solo si prometes que pase lo que pase no te irás de mi lado.
—Sabes que no lo haré, boba, nunca me aburrirás, siempre estaré para ti sin importar la hora, escucharé tu llamado y acudiré sin importar que haga. Serás mi prioridad, de hecho ya lo eres, disfruto de hablar contigo más que con el resto de la gente, podría escuchar tu voz todo el día. Venga, no me has respondido. Mi pierna me duele, tendrás que darme un masaje.
La morena se reía de la cara de su ahora futura esposa, porque aunque Grace no tenía una respuesta lo cierto era que ya tenía él sí.
—Acepto, seré tuya, hoy mañana y siempre, mi amor.
Con un beso en sus labios sellaron el momento, Aida sorprendió a Grace cuando la levantaba del suelo y le daba vueltas en el aire. 
La rubia depositó su nariz en el cuello de su mujer mientras daban vuelta y cerró los ojos para respirar el aroma a duraznos que la mujer mantenía siempre como olor natural. 
A los pocos minutos detrás de Maria salieron el padre de Aida, los padres de Grace, Ashley, Jacob, la madre superiora con Brisa. Se unieron al festejo de las recién comprometidas.
Ese día todo fue risas y abrazos, las dos chicas estaban radiantes, no se separaban ni para ir al baño, era increíble que todos estuvieran ahí. 
Aida sabía que Grace debía de haber tramado con mucho tiempo de antelación. 
Sin duda esa mujer era la mejor del mundo, resultaba increíble que estuviera con ella.




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