Los bitonos del amor

Capítulo 16

Los días pasaban y la boda de las mujeres iba viento en popa, todos los medios de comunicación habían cantado la noticia de que la gran Grace Slora era abiertamente lesbiana y se casaría muy pronto con su pareja. 
Era imposible que el hombre no observara desde su lugar la dicha y no sintiera odio. 
Arrugó el papel que tenía en la mano, depositó en él una mínima parte de la rabia que sentía.
Se había jurado no dejarlas ser felices y, aunque sabía que en leyes no había mucho que hacer, tenía otros planes para que esa felicidad llegará a su fin.
Tomó un gran suspiro y se pasó las manos por el cabello, algo se le debería de ocurrir para que la felicidad de ellas no se consumara. 
Si él no podía ser feliz, ellas tampoco lo serían. 
Se levantó de la silla y miró a su alrededor. 
Como había cambiado todo en un solo segundo, toda su vida de éxito se estaba convirtiendo en mierda y todo por ellas. 
Antes observa la ciudad mirando sus pies, una persona estaba a su disposición a cualquier hora, cenas y lugares bonitos eran garantía. En cambio ahora, todo era gris, hombres sudados y con olores inhumanos de los cuales él también formaba parte, un sanitario donde la privacidad era la misma que una sala de cine un día de estreno de cualquier película de Harry Potter.
La familia se había ido, de los amigos ni hablar, solo le quedaba un poco de influencia que era lo que pensaba emplear, quizás contrataría a alguien para hacerles la vida imperfecta, aunque eso implicaría quedar en la calle. La pregunta era ¿valía la pena?
Él no podía permitir que la ecuación fuera tan desproporcionada, de una forma que ya conocía debía hacer que ellas fueran tan miserables como él.
Aquella madrugada fue la elegida. Despertó cuando el barrote de su “cuarto” vibró ante el contacto con una macana.
—Vamos, debes bañarte.
Las palabras eran su señal, no tenía tiempo, debía darse prisa si quería efectuar su plan a la perfección, ya había analizado los pormenores, había tenido el tiempo suficiente para detallar.
Salió con su humanidad toda desgarbada, quien lo viera en esas condiciones no se creería el prestigio que un día tuvo. 
Se duchó y afeitó cortesía del penal. 
Ya no le dio tiempo de esperar más, la ropa sucia salía a las seis de la mañana y ese era su boleto. 
—Entra ahora, nadie nos ve. 
El carrito iba repleto de prendas malolientes, todas esas sábanas orinadas y playeras sudadas le dieron ganas de vomitar, por fortuna no lo hizo, tapó su nariz y respiró con la boca, ir en posición fetal no ayudaba mucho para el buen equilibrio de su respirar. Sin duda, dio lo mejor de él.
Debían recorrer aproximadamente un kilómetro antes de llegar al hala de limpieza, el recorrido implicaba pasar por lo menos tres filtros, que obviamente para un trabajador que solo hacía su labor no tenía nada sospechoso, pero para uno que llevaba un reo era otra historia.
Cada vez que pasaba al lado de un vigilante dejaba de respirar, se quedaba totalmente inmóvil, esas habían sido las órdenes. 
Pasaron veinte minutos antes que la señal fuera efectuada, habían llegado al final y él tenía medio minuto para salir sin ser visto.
La adrenalina lo inundó, el éxtasis fue lo primero que experimentó.
Movió las telas con olor putrefacto que lo cubrían. Cuando se liberó movió todo su cuerpo y peinó sus cabellos rubios.
—En esa esquina está la ropa que puedes usar, a partir de ahora eres libre, emplea bien tu tiempo, recuerda que no nos conocemos, espero mi pago a más tardar hoy a las doce, si no llega yo mismo daré aviso de tu falta.
El hombre rubio solo lo miró, sonrió, y pensó que a veces los gatos eran demasiado estúpidos para enterarse cuando eran engañados, ese dinero jamás sería pagado.
Se vistió y puso la gorra, cuando salió al aire libre agradeció por las prendas rasposas que lo cubrían. 
Por fortuna, el carro de lavandería lo había dejado varios kilómetros lejos del penal.
Caminó mirando el andar de la gente, aunque para él el tiempo se había detenido en aquel lugar, el mundo seguía girando. 
Tomó una manzana de un vendedor que abría la boca, sonrió en lo irónico de todo, antes fue un gran abogado que aborrecía a las escorias de la vida y ahora era uno más.
No importaba, pronto tendría su pago.
Viajó unas horas para llegar al segundo lugar pactado. Era perfecto ver como el dinero podía corromper incluso a la propia iglesia. 
Se vistió y al mirarse al espejo le fue inevitable no pensar con vanidad, se veía de buen aspecto vestido de sacerdote. 
Se sentó y estudió un poco los diálogos que debía decir, las leyes eran su fuerte, así que unos cuantos renglones de leyes divinas no iban a mermar su sed de venganza. 
Eran las dos de la tarde, ya había almorzado y en la cárcel ni cuenta se habían dado de su falta, al menos eso le había dicho otro de sus cómplices. 
Faltaba una hora para mover la siguiente pieza y una más para que estuviera frente a las novias.
Terminó de disfrutar su almuerzo y se fue al cuarto del padre Damián, sacó las llaves y muy sigilosamente entró, aún no llegaba, así que tuvo la desfachatez de estirar las piernas y mirar la calle. 
El mundo seguía su curso sin imaginar lo que se venía. 
Se alegró cuando vio en las redes que la boda sería filmada por una cadena de tv, todos verían su jugada.
Media hora después la puerta se abría por fuera, la palpitación de su corazón se adelantó a lo que pasaría en la habitación. 
Miró escondido en el ropero como el hombre de camisa en tonos pasteles y pantalón de vestir impecable besaba cada objeto que sacaba de su maletín, una biblia, un rosario, unas ropas negras perfectamente planchadas. 
Esperó que depositara todo en la cama, se hizo nota mental para no tocarla durante el forcejeo, después de todo, aquellos objetos serían los oficiales que portaria para el evento. 
—Buenas tardes, padre de mierda.
El hombre se sorprendió al verlo dentro, al ver la ropa del abogado se sintió comodo, omitió la palabra altisonante.
—¿En qué puedo ayudarte, colega?
Hunter se dio cuenta que era un hombre moderno, hablar así y casar a dos mujeres no era algo que la iglesia permitiera muy a menudo, por eso le dio asco.
—La boda de hoy será oficiada por mí, será mejor que hables con el padre Cesar y me dejes la habitación.
—Debe haber un error, una de las novias es hija de una amiga de toda la vida, no creo que tus servicios sean requeridos.
El padre retrocedió, aquel sacerdote le resultaba raro, más cuando sacó un cable de la manga de su túnica y colocó los mangos a cada extremo de la mano.
En un abrir y cerrar de ojos se encontraba en los brazos del desconocido, con el cable en el cuello cortando el aire que debía entrar en sus pulmones para mantenerlo con vida.
Las piernas del religioso se doblaron cuando cayó al suelo empujadas por la fuerza del hombre. Hunter sentía que ya estaba hecho, solo era cuestión de persistir un poco más y no aflojar hasta que dejara de intentar golpearlo con las manos. Era una fortuna que fuera sacerdote y no boxeador, de lo contrario no habría podido con él.
La vida se fue de los ojos del hombre en cuestión de minutos, unos que parecieron segundos para Hunter, pudo sentir cuando las manos y piernas dejaron de moverse. Tomó una postura de alivio cuando se dio cuenta que había tirado mucho del cable, tenía en las manos sangre derivada de la fricción generada en su piel.
Cuando admiró su obra se dio cuenta que había valido la pena, incluso se sentía muy orgulloso de su capacidad de pensar. 
La magia de la primera vida quitada es algo que no se compara con nada.
Fue lo que pensó, estaba tan feliz. 
Miró la habitación buscando donde colocar el cuerpo, necesitaba un lugar obvio y a la vez difícil de encontrar. 
Quería que estuviera a la vista de todos y al alcance de nadie. 
Cuando encontró el sitio indicado movió la cortina y recostó el cuerpo de tal forma que no se vería si la cortina estaba corrida. Así cualquiera que entrara podía ver la sombra pero jamás se imaginaría que el cuerpo de ese cerdo que le había fallado a la iglesia aceptando casar  a dos mujeres estuviera allí.
Se relajó y agradeció que el hombre le permitiera un cambio de ropa ya que sus telas se habían arrugado durante el forcejeo. 
Sacó la barba que había comprado en la tienda de disfraces y siguió los pasos que se mostraban detrás del empaque, se miró al espejo y nuevamente, no se reconoció, como si hubiese envejecido diez años, era grandioso lo que un simple disfraz podía lograr.
Miró el reloj, solo faltaban veinte minutos para que diera inicio la parte final del plan. 
Se colocó la sotana y cerró antes de salir. En un brazo llevaba la biblia, de su cuello colgaba el bonito rosario de ámbar con oro que el ahora muerto le había prestado.
Silbó de alegría cuando a lo lejos vio llegar la primera limusina, no sabía quién venía dentro, más no importó. 
Un mensaje entró al teléfono del padre, una tal madre Sofía lo buscaba porque una de las novias había llegado y en pocos minutos llegaría la otra, según necesitaban mirar que todo lo necesario estuviera a como él había pedido.
Decidió ignorar, necesitaba ver quien bajaba, después se movería, total esa boda no se llevaría a cabo sin él.
Cuando la vio, sonrió. La mujer era sexy con lo que se pusiera, no podía negar que tenía celos de que el vestido no lo fuera a quitar él.
Pegó una carcajada cuando recordó que la novia tampoco lo haría. 
Los cabellos de su ex caían perfectos a los costados, era un peinado tan a lo Grace que no le extrañó para nada. Se veía tan feliz y radiante que él se contagió, sabía que quitaría esa sonrisa en unos minutos. 
Nunca más volvería a sonreír de esa manera, eso era un hecho. 
Se encontraba del otro lado de la puerta, solo unos metros los separaban. Guardó dentro de su gran ropa una pistola pequeña y en los zapatos una cuchilla.
El plan era fácil y sencillo, sería la estrella del show de medio tiempo, con la diferencia de que nadie se esperaba su actuación.
El celular volvió a vibrar, como era una llamada y como ya había visto a su presa, simplemente contestó.
—Padre, las novias están impacientes.
—Yo más —dijo cuando pensó en lo hermoso que iba a ser mirar la expresión de la gente cuando llevará a cabo su objetivo. En lo bello que sería ver la cara de la novia con un orificio en el centro de la frente.




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