Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me molesté tanto. Quiero encontrar a ese maldito Tuerto y sacarle el otro ojo. El maldito nos robó mientras dormíamos mi hermano y yo. Y no solo eso... por si fuera poco, nos enteramos de que está en busca de una familia a la cual sacamos de su propiedad. El problema es que, si les hace algo, nos meteremos en problemas con gente peligrosa. Debemos detenerlo antes de que haga una estupidez, pensó Julio mientras cabalgaban bajo el sol que ya comenzaba a ocultarse tras las montañas.
A un lado cabalgaba Pedro Cortez, de veinte años, hermano menor de Julio Cortez, de veintiséis. Ambos llevaban la ropa empolvada y el rostro endurecido por el cansancio.
—¡Hermano!, debemos parar, mi caballo está comenzando a tambalearse —dijo Pedro, tirando de las riendas mientras se detenía y miraba a su animal con preocupación.
—¡Pues mata a tu caballo y súbete conmigo, porque no pienso dejar que ese bastardo se escape! —gritó Julio mientras desenfundaba su arma y apuntaba a la cabeza del animal.
—No digas pendejadas, Julio. No llegaremos más rápido si haces eso. También estoy enojado, pero debemos ser más listos que ese cabrón —respondió Pedro, bajando del caballo y sacudiéndose el polvo de las botas.
—Tienes razón. Seguramente ya no lo alcanzaremos en el pueblo, pero podemos ir a ver al banquero para advertirle lo que piensa hacer el Tuerto. Y a ver si nos da la dirección de esa familia, para ir a esperar a ese cabrón ahí —dijo Julio, suspirando mientras acariciaba al caballo de su hermano con algo de remordimiento.
A lo lejos se veía cómo se formaba una nube gris, espesa y pesada, que se iba acercando cada vez más, como si tuviera vida propia.
—Lo ves, hermano, ya estás usando otra vez el cerebro. Mmm... oye, ¿ya viste eso? Es una tormenta. Nos vamos a mojar todos —dijo Pedro, mostrando sorpresa al alzar la vista.
—No hay dónde refugiarnos, así que tocará aguantarnos —dijo Julio con resignación, mientras un viento frío empezaba a golpearles la cara.
Cuando por fin la tormenta se posó encima de ellos, comenzaron a caer rayos como lanzas encendidas que golpeaban el suelo con violencia. Uno de esos rayos impactó con fuerza el terreno frente a ellos, abriendo una grieta de la cual emergió un aro brillante, un portal morado que giraba lentamente en el aire.
Mientras los hermanos intentaban protegerse, un rayo cayó sobre uno de los caballos, que relinchó de dolor antes de desplomarse, carbonizado. El olor a quemado se mezcló con la tierra húmeda, llenando el aire de una tensión insoportable.
Los hermanos miraban con horror la escena. Estaban sorprendidos y asustados, no solo por lo que acababan de ver, sino porque el aro se hacía cada vez más grande y además los jalaba con tal fuerza que al otro caballo lo absorbió con facilidad, como si fuera de papel.
—¡Hermano, ¿qué es eso?! ¡Vamos a morir! —gritaba Pedro con lágrimas en los ojos, aferrándose a una raíz expuesta.
—¡Ya cállate! ¡Al menos no moriremos fusilados! —gritó Julio, intentando resistir la fuerza del vórtice.
Ya sin fuerza y sin un lugar donde sujetarse, ambos hermanos fueron absorbidos por el portal, tragados por esa luz violeta que parecía no tener fin. Y así como apareció, el portal desapareció, dejando solo orificios humeantes en el suelo, como si la tormenta nunca hubiera existido.
Fin del capítulo 1.