Tras pasar horas en interrogatorio, los sabios del Pueblo de la Rosa descubrieron que los hermanos no pertenecían a este mundo. Aunque no podían usar magia, lograron detectar que ambos poseían un potencial mágico latente, incluso mayor que el de cualquier humano o elfo. Sin embargo, este poder no podía liberarse sin un entrenamiento especializado o mediante algún objeto místico que lo despertara.
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Mientras tanto, en la casa del líder Alzohur:
—Mi señor, debemos aprovecharlos —dijo Almor, hechicero del pueblo y miembro del consejo—. Ese potencial puede canalizarse en las armas de nuestros soldados. Sería un gran refuerzo para nuestras fuerzas.
—No, Almor. Recuerda que ya no estás bajo las órdenes de mi padre —replicó Alzohur con firmeza—. No somos bestias. Nuestro deber es recuperar el honor que él perdió, no continuar con sus errores.
—Mi señor, también debo advertirle que no podemos liberarlos. Podrían divulgar información del pueblo, incluso sin proponérselo —añadió Almor.
—Lo entiendo —murmuró Alzohur, pensativo—. Si no son de aquí, quiero ayudarlos a volver a su hogar. ¿Qué hay del Libro de las Hadas? ¿Hay alguna referencia sobre este tipo de casos?
—Mi señor —intervino Arlik, con rostro serio—, ese libro fue entregado por su padre a un viajero con máscara de zorro, días antes de la invasión.
—¿Cómo pudo entregar algo tan valioso...? —Alzohur suspiró con frustración—. Necesito que preparen hechizos de borrado de memoria. Pero antes, quiero hablar con ellos.
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En otro rincón del pueblo, dentro de una celda viva hecha de raíces que respiraban lentamente...
—Este pueblo está bonito, ¿no crees? Hay flores por todos lados, y no he visto gente fea. ¿Será el paraíso? ¿Y si estamos muertos? —dijo Pedro, acostado, mirando el techo.
—Si estuviéramos muertos, yo no estaría aquí —gruñó Julio, sentado cerca de la puerta—. Puede que estemos marihuanos... pero tú no fumas, así que tampoco es eso.
—Tienes razón... ¿Crees que podamos regresar? Ellos ya vieron que no queremos hacerles daño —dijo Pedro, girando la cabeza hacia su hermano.
—No lo creo. Los revolucionarios ya nos habrían matado. Y estos… están en guerra. Reaccionan igual. Así que prepárate, porque vamos a escapar —dijo Julio mientras sacaba una navaja escondida en su bota.
—¡No, cabrón! No vayas a matarlo. Si lo haces, nos van a cazar como animales. Solo noquéalo —le advirtió Pedro, sujetando su mano.
—Está bien, florecita. Deja de chillar —respondió Julio, burlón.
Con disimulo, Julio se acercó a los barrotes y gritó:
—¡Guardia! ¡Ayuda, por favor! Mi hermano se siente mal. ¡Está muriendo!
Cuando el guardia abrió la puerta, Julio lo recibió con un cabezazo certero que lo derribó al instante.
—¿No era más fácil darle un puñetazo? Está más flaco que tú —dijo Pedro, observando el cuerpo tirado.
—¿Viste lo rápido que se mueven? Mejor asegurarme —respondió Julio, sobándose la frente. Luego arrastró al guardia hacia una esquina sombreada de la celda para que no lo encontraran de inmediato.
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Mientras escapaban a paso cauteloso, notaron que varios guardias corrían con urgencia hacia la entrada principal. Nadie les prestaba atención. Algo estaba ocurriendo.
—No es nuestro problema. Vamos por el otro lado —susurró Julio.
Los hermanos aprovecharon la confusión y huyeron por el camino opuesto.
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En la casa del líder Alzohur, minutos después:
—Mi señor —exclamó un caballero elfo, jadeando—, ¡estamos siendo atacados por los Mercenarios de la Muerte! Han entrado por la puerta principal… y también se llevaron a los niños y niñas de la Escuela Rosa. Además… escaparon los humanos que teníamos prisioneros.
—¡¿Lo ve, mi señor?! ¡Esos humanos no merecen piedad! ¡Necesitamos fortalecernos, no seguir siendo débiles! —rugió Almor, alzando la voz.
—¡Cállate, Almor! —gritó Alzohur con autoridad—. Ya veré qué hacer con ellos… Ahora, ve y ayuda a buscar a los niños.
—Arlik, tú también —añadió, volviéndose hacia la guerrera—. Yo iré a la entrada a liderar la defensa.
Fin del Capítulo 3