Los Cortez

Capitulo 6: El Precio De La Confianza

Al llegar al pueblo de la Rosa, los niños fueron devueltos a sus padres. El ataque a la entrada principal había sido solo una distracción. El verdadero objetivo era raptar a los niños. Cuando Alzohur sintió la presencia de Eduart, partió con un grupo de soldados en esa dirección, lo cual terminó ahuyentando al guerrero de la espada negra.

El cielo sobre el pueblo se mantenía teñido por los últimos rastros de la tormenta mágica. El aroma de tierra mojada y flores silvestres llenaba el aire, aunque el ambiente seguía tenso como la cuerda de un arco.

En la casa del líder, una construcción de madera blanca adornada con símbolos antiguos, Alzohur se encontraba frente a Arlik y los hermanos Cortez, cuyos rostros aún reflejaban el cansancio y la tensión del combate.

—¿Por qué escaparon como ratas, humanos? —cuestionó Alzohur con firmeza, manteniendo la mirada clavada en ellos.

Julio dio un paso adelante, con la mandíbula apretada.

—¿Qué esperabas, orejón? ¿Que nos quedáramos a ver cómo nos mataban?

Alzohur entrecerró los ojos. Arlik llevó la mano a la empuñadura de su espada, pero no intervino.

—Nosotros no somos salvajes. Habría habido un juicio… Pero su fuga amerita castigo. En mi pueblo, eso significa perder una pierna —sentenció Alzohur.

—Inténtalo, orejón... —gruñó Julio, alzando ligeramente el mentón—. Y te arranco esa lengua para que dejes de ladrar.

—¡Hermano, ya cállate! —intervino Pedro con urgencia. Luego se volvió hacia Alzohur, con voz firme, pero contenida—. Por favor, señor… tuvimos miedo. No queríamos morir. Es cierto que escapamos, pero también es cierto que ayudamos a rescatar a los niños de su pueblo, arriesgando nuestras vidas. Eso también cuenta, ¿no?

Alzohur lo observó en silencio. Sus ojos, antes duros como el acero, se suavizaron ligeramente al encontrar los de Pedro. Una pausa pesada llenó el aire.

—Lo sé. Y por eso... quiero recompensarlos —dijo, con un tono más sereno.

Julio notó aquella mirada entre Pedro y Alzohur. No era solo respeto. Era una conexión más profunda, y eso lo incomodó. Apretó el puño, pero se contuvo.

—¿Entonces cómo piensas recompensarnos? —interrumpió, rompiendo el momento.

—Con información. Lo que sé sobre su mundo es poco. Mi padre solía contarme leyendas. Ustedes vienen del mundo físico, un lugar donde la magia es casi inexistente. Justo por eso su energía mágica está intacta, como un diamante en bruto. Aquí, donde usamos magia constantemente, ese poder ya está moldeado y desgastado.

—¿Y cómo regresamos? —preguntó Pedro.

—Hay una única posibilidad: el Libro de las Hadas. Una reliquia que, según las leyendas, solo puede encontrar quien haya sido elegido por el Velo. Se dice que quien lo lea podrá cruzar entre mundos. Mi padre lo tenía… pero lo entregó a un viajero enmascarado con un zorro días antes de la invasión.

Julio bufó.

—¿Así que tenemos que buscar algo que no sabemos qué es, ni dónde está, ni cómo funciona? Suena prometedor…

—No tienen otra opción —dijo Alzohur sin inmutarse—. Pero puedo ofrecerles preparación. Entrenamiento en combate, supervivencia… incluso magia básica de apoyo y curación. Arlik puede encargarse de eso.

Arlik asintió, cruzando los brazos.

—Esa vieja no me va a enseñar a pelear —soltó Julio con desprecio—. Entréguennos nuestras armas y será suficiente.

—No pudiste herirme con tu proyectil. ¿De verdad crees que podrás contra alguien más fuerte que yo? —respondió Arlik con una media sonrisa.

—¡Hermano, por favor! —intervino Pedro una vez más.

—Además —añadió Alzohur—, solo les quedan cinco proyectiles. A menos que sepan fabricar más, su mejor opción es aprender a usar la espada o el arco.

Julio no respondió. Su orgullo y su lógica chocaban dentro de él, y no encontraba un punto medio.

—Oiga… ¿quiénes eran los hombres que nos atacaron? —preguntó Pedro.

—Los Mercenarios de la Muerte —dijo Alzohur, su tono ensombreciéndose—. Se dedican al tráfico de esclavos y asesinatos. Su líder es Eduart de la Espada Negra, un guerrero despiadado. Desde que nos maldijeron los dioses y perdimos nuestra magia, hemos estado indefensos. Solo Arlik y yo podemos luchar con experiencia. El resto apenas sabe empuñar un arma.

—¿Y por qué fueron malditos? —preguntó Pedro.

—Mi padre cometió un crimen. Nadie sabe exactamente cuál, pero como castigo, los dioses nos despojaron de la magia. Por eso… necesito su ayuda. Ustedes ya ayudaron una vez. Pueden marcar la diferencia.

Una pausa se instaló entre todos. La lluvia había cesado y el sonido de las hojas acariciadas por el viento llenaba el silencio.

—Lo pensaremos… —dijo Julio, bajando la mirada—. Ahora llévenos a nuestra celda. Quiero descansar.

—No —respondió Alzohur—. Tendrán una habitación en mi casa. Y comida. Solo espero que puedan ayudarme a proteger a mi gente… y a los niños que ya salvaron.

Un guardia escoltó a los hermanos hacia una sala anexa de la residencia.

En el salón del trono, Arlik se volvió hacia Alzohur.

—¿Y si no aceptan?

Alzohur tardó unos segundos en responder, su mirada fija en las velas encendidas.

—Los dejaremos ir. De todas formas, morirán si se marchan. Pedro es sensato… pero Julio… Julio se parece demasiado a mi hermano.

Fin del capítulo 6




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