Me acerqué a la puerta dispuesta a llamar, pero pareció no ser necesario, pues la persona a la que estaba buscando abrió de golpe.
- ¿Qué haces aquí?
Me quedé en silencio, porque sabía que tenía razón. Por mucho que me negase. Tenía razón otra vez.
Y eso me fastidiaba, mucho. ¿Por qué siempre tenía que tener razón? Parecía adivino, y eso a veces me ponía de los nervios, aunque le quisiese mucho.
- Ya sabes qué hago aquí, Hen.
- Claro que lo sé, anda pasa.
Se apartó y abrió la puerta por completo para que pudiese entrar. Cuando crucé por su lado miré sus ojos, y no me gustó lo que vi, desde luego se veía decepcionado, pero había algo más.
Parecía triste.
- Te dije que no debías fiarte de él, Mar.
Le miré mal. Es verdad que me dijo que no tenía que fiarme de él. Ese gran hechicero que se interesaba en una simple campesina.
Típica historia de amor que todos queríamos vivir.
Pero, vaya por dios, sólo era el típico hombre que se hacía pasar por bueno para engatusar a las campesinas para poder venderlas como esclavas o para venderlas a otros Señores para romper algún hechizo.
Porque para nuestra mala suerte, la cura para las maldiciones de los hacia Señores o Generales era que una campesina se enamorase de él. Entonces hacían la típica historia que muchas mujeres de las aldeas se creían, o simplemente se aprovechaban del dinero de su nuevo dueño.
Y yo había sido tan estúpida para pensar que quizás ese hechicero no era así. Que no había maldecido a algún desgraciado para luego venderla a una campesina por un valor muy alto.
- No es necesario que lo repitas.
Mi amigo cerró la puerta un poco más fuerte de lo que debía y se sentó en el sillón que había al lado de la chimenea.
Para mi suerte, Henrik era mi amigo de toda la vida, y además era un General, cosa que era bastante beneficioso, sobre todo después de que hubiese muchos indeseables o simplemente que el clima se volviese loco y se me inundaba la casa o cualquier cosa.
Y su casa no era una casita, no como la mía y la de mis vecinos. Su casa era una como es debido. Tenía dos habitaciones, dos baños, una cocina y una salita.
Todo un lujo.
- Sé que no es necesario repetirlo, Mar, pero que sepas que esta vez has tenido suerte. Imagínate que el próximo no te deja irte y te quedas como esclava o algo peor.
Me senté a su lado y me arranqué las botas de los pies, los estiré un poco y crujieron, ya no se sentía tan bien que hiciesen ese sonidito.
Hacía tiempo que nada se sentía bien.
- Venga, tampoco te pongas así.
Puse los ojos en blanco y él se rio. Su risa me tranquilizó un poco, porque Hen se sentía como mi lugar seguro. Desde siempre. Cuando no tenía cama en la que dormir él siempre me había aceptado, y a mí no me importaba la casa que estuviésemos, simplemente importaba que él estuviese ahí.
Apoyé mi cabeza en su hombro y él suspiró pesadamente. Seguramente había tenido un día muy largo y yo estaba molestándole. Cerré los ojos intentando apartar esos pensamientos, pero mi amigo se revolvió con incomodidad.
Me aparté y clavé mis ojos en los suyos. Y vi preocupación en ellos. Una preocupación que oscurecía sus dos ojos, incluso el que no le funcionaba. Incluso su ojo negro como la noche y su ojo blanco como la nieve.
Y eso me alteró.
¿Algo capaz de preocupar a Hen hasta ese punto? Imposible.
- ¿Qué ocurre?
Me agarró las manos entre las suyas y suspiró otra vez. Apartó la mirada y se empezó a fijar en todo menos en mí.
- Hen
- Mar, yo... Lo siento, pero...
Y se calló. Me iba a dar un infarto. ¿Por qué no podía ser abierto como siempre en momentos de tensión?
Cuando quería era muy transparente, pero es que había veces que era como un muro. Quizás ni el mejor hechicero podría averiguar qué nublaba su felicidad, qué absorbía toda emoción de su cuerpo. Era como si hubiese un Emoise en la habitación, una de esas criaturas que absorbían todas las emociones del cuerpo
- Hen, por favor
Supliqué. Si él estaba así era porque ocurría algo muy importante.
- Mar, tengo que marcharme.
Le miré confundida. ¿Marcharse? ¿Ahora? Pero iba a contarme lo que le ocurría
- Me refiero para siempre.
Apretó sus manos entre las mías. Pero yo no podía pensar en nada más que no fuesen esas palabras.
Para siempre
Eso era mucho tiempo.
No podía irse. No podía. ¿A dónde iba? ¿Se iba solo?
- Las guerras del Este estás avanzando, y necesitan soldados y Generales, me necesitan, Mar. Lo siento.
- ¿A dónde vas? Hay muchos lugares en el Este
Hen soltó mis manos y me agarró la cara, limpió lágrimas que no sabía que estaban cayendo y apoyó su frente en la mía.
- Puede que para siempre sea mucho, pero te juro que nos volveremos a ver. Esto no es un adiós, Mar, esto es un hasta pronto. ¿Te queda claro?
Cerré los ojos y me dejé deleitar por su olor tan fresco y alegre por un momento.
No me había respondido.
- ¿A dónde vas?
Las guerras del Este eran las peores guerras que podían existir, nunca había habido nada semejante. En ellas daba igual de qué bando fueses, ibas a morir igual. Bombardeaban pueblos tanto enemigos como aliados, y eso era horrible. No podían mandar a Hen ahí. No sólo por él y por el dolor que dejaba a su paso, sino también porque era uno de los pocos Generales de la aldea en la que vivíamos.
Era una persona muy importante, tanto para mí como para nuestros vecinos.
- Me voy a Hiqonmo.
Solté todo el aire que tenía en los pulmones de golpe.
Esto no podía estar pasando.
Solté el primer sollozo, y a partir de ahí no pude parar. No podía. Se iba a ir y no le iba a ver más.
Levantó mi cabeza y nos quedamos a escasos centímetros, esta vez sí pude ver emociones en sus ojos, pero no eran buenas, sólo veía tristeza. Dejó un beso en la punta de mi nariz y otro en la frente.