Miré el cielo nublado, la verdad es que hacía muy mal tiempo, quizás era demasiado arriesgado ir en buque, además de que teníamos que tener mucho cuidado con la mercancía. Las Guerras del Este no se iban a resolver solas y necesitaban aviones o medios de transporte. Aunque existiese la magia, era mucho mejor tener este tipo de armas, porque siempre había algún que otro hechicero en los ejércitos, y los podían hechizar o algo parecido. Además de que eran mucho más poderosas.
Por suerte para mí, yo no tenía que encargarme de eso, porque si por mí fuese, sólo utilizaríamos nuestra propia fuera y nuestras propias habilidades. No tenía sentido que los aviones fuesen pilotados por seres halados. Era lo más estúpido del mundo.
-¡En posición!
Miré al General y le puse mala cara. Era uno de los mejores que habíamos tenido y nos lo iban a cambiar por otro. No me parecía bien. Hacía muy bien su trabajo. Aunque fuese un imbécil conmigo, bueno, conmigo y con todos los que no supiesen hacer nada.
El General se empezó a pasear por delante de nosotros y a medida que iba pasando nosotros nos íbamos colocando bien, que, es decir, en línea recta, derechos como árboles y con la mirada en el vacío. Algo completamente horrible, parecíamos marionetas que podían manejar a su antojo.
-Vais a tener suerte, soldados. Sólo van a cambiar a unos cuantos con el otro General. Sólo unos cuantos afortunados o desafortunados que se vayan con él. – Nos miró con cuidado a todos y se le levantó una comisura de los labios - No sabemos si serán los mejores o los peores. Sólo sé que, si elijen a Kiev, serán los peores.
Se oyó una risa general y a mí me dieron ganas de darle un puñetazo en la cara. Vale, sí, lo admitía, era la peor en armas, peleas, magia y cosas básicas para el campo de batalla. Pero era bastante buena haciendo estrategias. Sólo me habían dejado planear ataques o defensas un par de veces, pero en todas obtuve resultados positivos, bueno, todo lo positivo que podía ser un ataque en una guerra.
De repente se abrió la puerta y pude ver a un hombre bajito pero muy seguro de sí mismo, o al menos lo parecía. Tenía un brazo de metal y las alas iridiscentes las tenía con cicatrices.
El mensajero.
-General Svehla.
Saludó, a lo que el General respondió con un asentimiento de cabeza. No se iba a rebajar para saludar a un mensajero, se creía que todos estábamos por debajo de él.
-La lista ya ha sido entregada. Tenemos los nombres.
Todos alzamos la cabeza, esperando. A partir de ahora nuestro futuro, e incluso nuestro pasado, podía cambiar. Nuestra vida podía cambiar para bien o para mal. Pero casi siempre, por no decir siempre, era lo segundo. Sobre todo, si nos cambiaban de General a mitad del año.
El mensajero se acercó al General y le dijo algo en voz baja. Nuestro superior asintió y me pregunté qué habría dicho.
-Hazel Sally.
Sally dio un paso adelante. Perfecto. Ella era muy buena en combate. Así que iban a coger a los mejores. La cosa estaba en que no sabíamos cuántos habían escogido.
-Miguel Luna.
Un chico con el cual no había hablado en mi vida, pero que estaba a mi lado, dio un paso hacia delante. Los que estaban más al frente que el resto se miraron con complicidad. Esos seguro que tenían algo. Ya me enteraría del chisme. La cosa estaba en que se conocían y seguro que mucho.
-Markus Manninen.
Intenté disimular la carcajada que amenazaba con salir. ¿Qué clase de nombre era ese? Parecía un nombre del Sur, pero de esos que los padres ponían cuando tenían muchos hijos y no sabían cómo llamar al siguiente.
Dijeron dos nombres más y me di cuenta de que había algunos que no había oído hablar de ellos en mi vida, pero que parecían muy buenos en algo. Porque, por ejemplo, Sally era buena en armas, Luna en conducción de tanques, Manninen en reparación de transportes Al final eran un grupo de nueve personas.
Y como al ejército no le gustaban los números impares a menos que fuesen divisibles entre cinco, tenía que haber una décima persona.
Para mi suerte no era yo. Menos mal.
El mensajero se acercó otra vez al General y le mostró una carta que sacó de su bolsillo. Ambos parecían bastante confundidos, tanto que el General le pidió ver la hoja bien, incluso se puso sus gafas de media luna, y luego nos miró a los que quedábamos en la fila, que no éramos muchos, sólo cinco.
-Me acaban de comunicar, que yo me quedo con el grupo seleccionado. El General nuevo se encargará de los que se han quedado atrás.
Genial. Me tocaba con el nuevo. Bueno, no sabía si era nuevo en la guerra, o simplemente le llamaban así porque acababa de entrar en el sector de enseñanza de soldados. Era más probable que lo segundo.
Los diez suertudos se fueron detrás de nuestro antiguo General y dejaron un silencio bastante incómodo entre el resto. Nosotros éramos los malos. Los que todavía, aun después de años de enseñanza, no servíamos para nada. Quizás nos metían en uno de los grupos suicidas. Aunque lo dudaba, esos grupos sólo eran para criminales, no para soldados inútiles.
Nos juntamos en un circulito y conocí a mis nuevos compañeros. Que nunca había hablado con ellos, pero en ese momento sólo íbamos a ser nosotros. Y teníamos que cuidar unos de otros.
Había una fauna llamada Claire Roux, muy guapa, su pelo era azul y tenía unas alas iridiscentes. El chico que estaba a su lado era alto, muy muy alto, y era de las montañas del norte. Según su aspecto, parecía de algún poblado de hechiceros o magos. Su nombre era Daniel van Leeuwen. Tenía un nombre muy parecido a un general que había en el Este, así que seguramente les iba a confundir mucho. El chico más bajito era un híbrido de esos raros que había a veces, porque tenía los ojos típicos de la gente del reino Uqt, pero tenía piernas de ciervo, así que también tenía sangre de metamorfo. El otro, el que sí que me sonaba, era el hijo de un General, y era muy creído. Pero por culpa del Sol, no parecía que fuese a tener un futuro muy brillante.