Llegamos a Qabfeyja a tiempo para dar una vuelta por la aldea. Era muy bonita, tenía muchos detalles que había que ver de cerca y los campesinos parecían muy amables. Todo muy bonito y tal hasta que llegamos a la zona de ricos, en las que no había casas. Eso eran casi castillos. Casi eran Agares. Pero eran de Señores.
Es verdad que eran lugares preciosos, pero cuando sabías lo que ocultaban esas pareces se le iba todo el encanto. No había experimentado de primera mano eso, pero había gente del orfanato con la que seguía en contacto y ellos sí que lo habían sufrido. Y era horrible.
Mientras paseábamos por las calles vimos salir la luna, ese día era de un color rojo sangre, característico de las lunas llenas del sur. Desde fuera se escuchaban las tabernas llenas de gente, ajenas completamente a la batalla que se estaba librando al otro lado del mar en esos momentos. Llenas de gente que querían ignorar durante un tiempo la realidad.
Eso me recordó que Matheus, mi prometido, estaba en ese momento en el cuartel de esta ciudad. Quizás le veía esa semana.
Toqué mi anillo en el dedo anular, era un anillo de plata con una rosa. Algo simple, pero bonito. Las rosas eran sus flores favoritas, yo prefería el Lilium, una flor que sólo crecía en la costa o cerca de los ríos.
- Soldados, quiero que os divirtáis. – Pradanna tomó un suspiro y nos miró a todos a los ojos. - Quizás esta sea la última noche en la que seáis libres de verdad.
Nos giramos hacia el General Pradanna. Ya no llevaba el uniforme, iba un poco más informal. Andersen estaba detrás de él, con otro cigarrillo entre los labios, e iba observando todo con desinterés.
Me pregunté cómo sería capaz de hacer eso, ¿no veía la vida que le rodeaba? ¿Cómo podía mantenerse tan indiferente? Sentí arder mi sangre, no me podía creer que no pudiese admirar la belleza de este lugar.
- Andersen estará a cargo de vosotros, así que no os separéis mucho.
Paró en seco y se fue por donde habíamos venido. Nos miramos entre todos, y lo primero que hicimos fue quitarnos la chaqueta y atárnosla a la cintura. Hacía bastante calor en esta ciudad y no era cómodo ir con ellas, además de que eran poco prácticas, eran colores demasiado fuertes y se nos distinguía enseguida, y por una noche no pasaba nada por ser un ciudadano más.
Los chicos iban con camisetas negras, pero Claire y yo llevábamos unas camisetas de tirantes blancas. Demasiado blancas, diría yo. Empezamos a andar por la calle en dirección a una taberna de la que salían muchas risas, íbamos a pasarlo al máximo en esa noche, o al menos lo intentaríamos.
De repente se escuchó un ruido muy fuerte y se oyeron gritos de gente. Me giré y vi un gran fuego a dos manzanas. Estaba avanzando con rapidez aquel incendio y estaba tragándose las casas a su paso, iba tragándose a la gente. Eso no era un fuego normal.
Andersen reaccionó en seguida y sacó su lado de General.
- ¡Claire, Craig por la derecha; Daniel y Almerigo por las calles de la izquierda! ¡Amarantha y yo por la plaza!
Miré a Andersen y no dudé en obedecerle y sin decir nada empezamos a correr en esa dirección. Choqué con mucha gente que iba en dirección contraria, ayudé a otros a levantarse del suelo para no ser aplastados y cargué a dos niños en hombros, estaban demasiado heridos para poder andar y no les podía dejar ahí.
Seguí corriendo por la plaza abarrotada. Debíamos ir al corazón del fuego. Estaba jadeando por el esfuerzo de llevar a los niños a cuestas, si quería ser útil tenía que dejarlos. Vi a un hombre que parecía estar fuerte corriendo hacia mí y le corté el paso.
- Toma, - Le entregué a los niños. – Están heridos, ayúdalos por favor.
El hombre asintió y siguió su marcha con los niños.
Al final de una calle vi un grupo de gente con cubes de agua para apagar el incendio. Me dirigí a ellos y agarré uno.
- ¡Hay que darnos prisa, se está expandiendo muy rápido!
vité decir que eso no era fuego de verdad, porque eso sólo alteraría a los aldeanos.
Empezaron a pasar agua y empezamos a matar esas llamas furiosas. Me detuve durante un momento.
Estaba siendo demasiado sencillo. Miré a mi alrededor y no vi a nadie del grupo. Estaba sola entre esos desconocidos.
- ¡Ayuda!
Giré mi cabeza en dirección del grito, y vi a una mujer tirando de un hombre. Estaba siendo tragado por el fuego. Dejé caer el cubo al suelo, me acerqué a ellos y tiré del brazo del señor. Gruñí del esfuerzo. No íbamos a poder.
El hombre me clavó sus garras y mi hizo sangre. Le solté por el ataque y le miré a los ojos, pero No estaban bien. Se movían frenéticamente de lado a lado y le sangraba la nariz, pero era sangre blanca.
Agarré a la mujer del brazo y tiré de ella, la aparté con mucho esfuerzo y ambas caímos al suelo. Me golpeé el costado con algo, pero eso no importaba en ese momento. Agarré a la señora para que no fuese hacia él.
- ¡Por favor! ¡Hay que salvarle!
Su voz desgarrada por el dolor me hizo aflojar el agarré durante un momento, pero cuando sentí que se iba a liberar, reuní toda mi fuerza y la aparté más.
- ¡No, por favor!
Nada más dijo esas palabras y el hombre fue absorbido por el fuego. Se lo tragó. No quedó absolutamente de esa persona. Nada excepto el dolor de la mujer y los arañazos de mi muñeca.
La mujer se giró y la abracé como pude. Lloró y gritó, me golpeó y me insultó, pero no podía hacer nada. Si no la hubiese apartado A saber qué hubiese ocurrido. ¿Le estaría ocurriendo eso a todo el mundo? Recé porque no.
Suspiré y me alejé de la mujer, la dejé llorando en el suelo. No podía hacer nada.
Nada.
Estuve horas y horas intentando apagar el fuego, y hasta la mañana siguiente no pudimos exterminarlo del todo. Se había tenido que derribar edificios para que no se extendiese bien, pero todavía estaba en shock. Tenía que comunicar cuanto antes lo ocurrido con ese hombre.