Los cuentos de Emno - Vol. I

Tres caminos

Bueno para continuar me gustaría contarte una historia que… no espera esa no. Ya se una historia que… no tampoco. 

La verdad aún no decido cual historia contarte. Esto suele pasarme mucho ¿sabes? Y es que tomar una decisión no es cosa sencilla, casi siempre se tienen dos opciones en las que una es la que parecer ser la mejor opción pero la otra es mucho más fácil que la anterior y te quedas pensando que será mejor hacer. Pero eso sí, no importa que decisión tome a final siempre me pregunto ¿qué hubiera pasado si tomaba la otra decisión?

Esto me recuerda a un amigo que conocí una vez, al igual que yo tenía problemas para tomar decisiones pero supo cómo solucionarlo al final. Pero ya comencé a salirme del tema nuevamente, aun no sé qué historia contarte ¡Oh espera! ¡Ya se! te puedo contar su historia, de esta manera tu puedes saber de lo que estoy hablando y no tengo que pensar más en que historia contarte.

Veras a este amigo lo conocí en las tierras de un reino que hoy ya no existe, su familia había trabajado como granjeros para el rey por generaciones y cuando su padre murió, como era de suponer ya que él era hijo único, tuvo que encargarse de cultivar las tierras en su lugar. Cuando lo conocí aún era joven y acababa de recibir las tierras por parte de su padre, pero a pesar de ser muy joven era trabajador y hacia que todo lo que sembrara creciera.

Su padre siempre le había dicho que un buen granjero no es aquel que tiene grandes tierras o las que producen más, si no que un buen granjero es aquel que toma su azadón entre sus manos y hace su propia tierra para plantar, la hace crecer y producir. Estas palabras siempre lo motivaban para dar lo mejor, pero lamentablemente había quienes envidiaban las tierras que tenía dado que siendo tan joven tenía un encargo tan grande como era aquel.

Un día mientras descansaba del arduo trabajo que había tenido, vio que se acercaban dos personas hacia su hogar. Uno de ellos se trataba de don Ignacio un viejo vecino muy cascarrabias que siempre había estado en pelea con su padre para tratar de quedarse con las tierras. Muchas veces don Ignacio había acudido ante el rey quejándose de que ellos tomaron las mejores tierras en todo el reino para cultivar y eso le parecía muy injusto, por lo que creía que las tierras deberían de distribuirse entre todos los campesinos vecinos para que la distribución estuviera más equitativa. Sin embargo su padre siempre le decía al rey que él sabía que eso no era cierto, su tátara tátara tátara abuelo había llegado a ese reino sin nada buscando tierras que poder cultivar, pero el rey de ese entonces pasaba por una crisis económica y no pudo ayudarlo más que dándole unas tierras en las que por mucho que lo intentaran nada podía crecer. Pero su abuelo no se desanimó y siguiendo el lema que se quedaría marcado en su familia por generaciones tomo su azadón y comenzó a trabajar para hacer que en aquellas tierras se produjera un grano bello y valioso. De hecho ese esfuerzo fue lo que ayudo al reino a salir de la crisis económica que tenían, por lo que el rey lo recompenso dándole un poco más de tierra para trabajar y nombrándolo granjero real. Que no era un título de importancia realmente, pero al menos aseguraba que su familia podría permanecer en aquel reino por muchas generaciones.

Fue gracias a esto que don Ignacio nunca pudo arrebatarles aquellas tierras, pero ahora tramaba algo nuevamente y esta vez iba acompañado por el consejero del rey lo que no podían significar buenas noticias.

  • Véalo nada más, no se lo dije ya al rey este muchacho es un bueno para nada que se la pasa de flojo todo el día. Es un malcriado que solo desperdicia y descuida las buenas tierras que le dejo su noble padre. – dijo don Ignacio muy molesto señalando al joven.
  • Discúlpeme don Ignacio pero si me encuentro descansando es porque llevo desde muy temprano trabajando, procurando el cuidado de mis tierras como mi padre me enseño. No como otros que se la pasan quejándose con el rey en lugar de trabajar. – contesto molesto ante las provocaciones de don Ignacio el joven Harold.
  • Escúchelo señor consejero, la cantidad de mentiras y tonterías que está diciendo. No es más que un malcriado como ya se lo dije.
  • Mire don Ignacio si solo vino a insultarme puede irse retirando porque aquí no tiene nada más que pueda hacer. Como se lo dijo mi padre muchas veces, estas tierras están protegidas y no pueden quitárselas a mi familia por decreto real. ¿No es así señor consejero?
  • Sí, me conozco esa historia al derecho y al revés, tu tátara tátara no sé qué y su ayuda para el reino. Pero según tengo entendido el decreto real no dice que estas tierras le pertenezcan a tu familia, si no que dice que estas tierras le pertenecen a aquel que lleve el título de granjero real ¿no es así señor consejero?
  • Pues sí, efectivamente señor Ignacio. – rectifico el consejero
  • Ok eso lo entiendo muy bien pero eso no quita ningún hecho, ese título siempre ha estado en la cabeza de mi familia desde que le fue dado a mi tátara tátara tátara abuelo. – contesto Harold
  • Pero tu padre, quien tenía el título, murió no hace mucho y tú como su único hijo debiste de ser quien lo heredara. Pero aun eres solo un muchacho no mayor de edad, no tienes aun derechos ni opinión en la política de este reino y por supuesto no puedes heredar nada de tu padre. Por lo tanto el título de granjero real y las tierras quedan en completa libertad para que alguien digno de ese honor las tome. – reclamo don Ignacio.
  • Pero debes de estar bromeando eso no es posible, solo porque no tengo aun la mayoría de edad no se me puede quitar todo lo que por derecho es mío.
  • A pero si se puede, ya sabes cómo son estos asuntos y el decreto real  es inapelable. – dijo burlonamente don Ignacio.
  • Pero… - intento reclamar Harold antes de ser interrumpido por el consejero real.
  • Me temo mucho que don Ignacio tiene razón Harold, lamentablemente no hay nada que podamos hacer. Estas tierras ya no te pertenecen. – aclaro el consejero del rey tratando de evitar que Harold cometiera un error y golpeara a don Ignacio.
  • Pero entonces a quien le pertenecen, según escuche no tienen dueño ¿podría cuando cumpla la mayoría de edad en unos meses reclamarlas como mías junto con el título de mi padre?
  • Eso sería posible si el titulo siguiera libre, pero me temo que por cuestiones políticas es necesario que el titulo pase a manos de un noble y no quede en el aire aunque sea por un corto tiempo.
  • Pero a quien se lo darán, ese título le pertenece a mi familia.
  • Eso tampoco es cierto, el titulo le pertenece a aquel granjero que produzca las mayores cosechas en el reino y por mucho tiempo tu familia así lo hizo, pero como tu padre no puede reclamar ese título tiene que pasar al siguiente en lista. Pero no te preocupes no te quedaras en la calle siempre tendrás trabajo en mis tierras, por la paga mínima claro está. Jajaja – rio fuertemente don Ignacio de la suerte de Harold mientras se alejaba.
  • Lamento decirlo pero me temo mucho que así es Harold, pero como ya escuchaste don Ignacio se prestó a darte cobijo y trabajo dentro de sus tierras, aun no estás solo.
  • Me temo que he estado solo desde que mi padre se fue señor consejero. Preferiría morirme de hambre a tener que trabajar para un hombre como don Ignacio. Creo que lo mejor para mí será tomar mis cosas y marcharme.




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