Tendría ocho años cuando nos mudamos al campo, a casa de mis abuelos maternos, todo a causa de la guerra, el pueblo era un caos y al vivir nosotros cerca de un comando de policía estábamos muy expuestos.
No estuve muy a gusto con este cambio, pues me gustaba mi casa más amplia y menos austera que la de mis abuelos, que en aquel entonces era una pequeña casa de campo rodeada de plantas, mi abuela como buena dama de campo tenía muchas plantas, era bastante creativa para las materas, tenía “besos de novio” sembradas en bacinicas, margaritas, cuernos y helechos tambien y cuanta flor existiera en la región, por supuesto entre ellas las estrellas eran los rosales.
a los alrededores pequeñas parcelas de cafetales se extendían, tambien un reducido cultivo de cidras, otro de piñas y unos cuantos árboles frutales, y otros pocos de los que según mi abuela curaban todos los males, como el paico, el cidron, y la manzanilla.
Era un lugar tranquilo, en el que los días pasaban lento, no recuerdo ir mucho a la escuela en aquellos días, pues por la misma violencia eran suspendidas con frecuencia, pasaba los días alimentando las vacas con las cidras de mi abuela, cosa que no le agradaba mucho, haciendo collares con sus enredaderas y trepada en un gran árbol de mango que había a la entrada del lugar, ya entrada la noche recuerdo pasarlo bailando con mi hermana al son de un viejo radio que no tocaba más que carranga.
Así pues, pasó algún tiempo, hasta que la guerra fue tan incontrolable que llego allí tambien, ahora no podíamos escapar…
Los milicianos cruzaban el sendero de la casa para pasar al predio vecino y escapar por los cafetales, y seguidos de ellos el ejército, las balas no se hacían esperar, silbaban en el aire, a un ritmo siniestro danzaban entre los árboles, agujerando las bacinicas que hacían de macetas.
El espesor del aire era cada día mayor, o así se sentía, sabíamos que, aunque amaneciera o anocheciera en cualquier momento las balas comenzarían su danza nuevamente, era difícil de entender para dos niñas como lo éramos mi hermana y yo.
cuando empezaban los enfrentamientos nos hacían correr a escondernos bajo las camas y ahí debíamos estar hasta que las balas cesaran, cosa que podía durar bastantes horas.
Mi abuelo cuentero nato, decidido a distraernos durante uno de los peores días; empezó a contarnos a cerca de un “hombre” al que llamaban el cambia pieles.
–Mis niñas, ¿les he contado acaso del cambia pieles? –pregunto el abuelo, mientras las balas silbaban afuera
–No –al unisonido, respondimos
– entonces escuchen esto, escuchen con atención
Hace tiempo al pueblo llego un pequeño hombre, que venía de otro mundo o tal vez solo de otro país, él era diferente a nosotros y no solo por su piel pálida y ojos claros, él era tan pequeño en estatura como un niño de siete años, en pocas palabras él era un enano, llego al pueblo después de una gran tormenta, una tormenta que causo gran daño al pueblo, pues arboles cayeron aplastando a un par de personas, tiendas se inundaron y techos volaron por los aires. Por aquel entonces no se había visto aquí a nadie como él, solo escuchaba de esos “fenómenos” en los circos, cuando la gente lo vio aparecer después de la tormenta empezaron los cuchicheos.
–Lo arrojo el mismísimo infierno, es un engendro –se escuchaba en las esquinas.
–trajo la mala suerte, no puede ser coincidencia, que la gran tormenta se desatara y que justo después él apareciera –se decía en las reuniones de damas después de la iglesia.
el hombrecillo solo buscaba un empleo, solo quería ayuda, El no quería más que alimento, y vagaba por el pueblo rogando por un poco pero no recibía más que desprecio, malos tratos y miradas de horror.
No le quedó más remedio que robar, pero entonces era agredido y humillado de las peores maneras, esto lo llevo a alejarse del centro urbano.
así pues, acabo vagando por la ladera de la montaña del diablo, una montaña cavernosa de la que muchas cosas horribles se decían, se decía que entre aquellas cuevas se hallaba la puerta del infierno, pues había sido allí mismo donde había caído Lucifer al ser desterrado del cielo.
El hombrecillo vago cazando animales, y comiendo hongos, pero no pasó mucho tiempo antes de que su mala fortuna atacara de nuevo.
A la multitud, liderada por las viejas rezanderas que de toda desgracia venida después de su llegada lo culpaban, no le bastó con desterrarlo del poblado, lo querían fuera de la región pues ahora lo acusaban de la muerte del ganado, y la desaparición de un niño. Una noche con antorchas y machetes emprendieron a cazarlo como a una fiera, y el desdichado al tratar de huir cayó por una de las grietas que daba a las cuevas.
La grieta era tan estrecha que su piel se enganchó en las rocas puntiagudas desgarrándose por completo, él cayó al vacío desollado, y murió ahí lentamente…Pero
–Paaa, se supone que las distraería, no que las asustara –retumbó la voz de mi madre.
–no, mami, deje que siga, queremos saber que pasó después –para aquel momento ya estamos inmersas en aquella historia fantasiosa