Había una vez en un reino muy lejano en donde había un rey al que era admirado por su valentía, belleza y actos heroicos en su reino.
Un día su mujer, que estaba embarazada, dio a luz un hermoso bebe varón, pero el día de parto perdió la vida. Feliz y triste, sabiendo que su mujer estaba en mejores manos, agarró al recién nacido y lo acurruco en su trono.
Ese mismo día fue visitado por los tres grandes representantes del mundo, quienes tuvieron un gran interés sobre el niño y decidieron ser sus padrinos.
El primer padrino en llegar fue Dios, tocando la puerta principal y entrando con una túnica café y un bastón de roble. Entró y se arrodilló ante el rey dirigiéndole unas palabras:
-Ese chiquillo va a ser un rey muy bueno- Busca en su túnica un anillo y prosigue con sus palabras- Por eso le he traído el anillo de la vida.
-¿Qué es eso mi señor todo poderoso?- Pregunto el rey.
-Es un anillo hecho de la cuerda más fina, tejida a mano y suave como el ébano. Concederá un deseo, pero este deseo tiene una condición: debe ser para una persona y no para el beneficio propio. ¡Otra cosa más! Que lo piense bien, pues cuando este se cumpla, el anillo se volverá áspero y robusto, haciéndose más y más apretado, llegará a poner su dedo morado y dejará de circular la sangre.
Dios se acercó y puso el anillo en el pequeño dedo índice del recién nacido. Dio un paso atrás y se retiró del castillo.
El segundo padrino llego después de Dios.
Un pequeño temblor sacudió el castillo y de las grietas salieron llamas, en medio de ellas salió el Diablo con un elegante smoking negro. Señaló al rey y le dirigió unas palabras:
-He sabido que tienes a un mocoso entre tus brazos-Dijo el Diablo mientras miraba al recién nacido y sacaba un anillo de su bolso del pantalón- Para no verme mal, también he traído el anillo de la agonía, hecho por mis propias manos, forjado por la lava más profunda y ardiente del interior de mi hogar, y para que no se vea mal...-El Diablo se quitó un colmillo y lo pego al anillo. Prosiguió- Lo adorne con un colmillo mío. Le concederá cualquier deseo al chamaco, con la única condición de que debe ser de vida o muerte. En cuanto se conceda el deseo, mi colmillo se clavará y le inyectará un veneno, no mortal, pero lo dejará inmóvil y debilitado el resto de su vida.
El Diablo agarro al niño, y sin pedir permiso, coloco su anillo de rojo vivo en el frágil dedo medio del bebé. Volvió hacia la grieta en donde apareció y fue sumergido por unas inmensas llamas.
El rey se levantó de su trono y acurruco al futuro príncipe por el pasillo del castillo. Al regresar vio a la tercera padrina: la Muerte, quien se encontraba sentada en su trono y mirando con seriedad al rey, esos ojos que fueron clavados como una estaca. Se dirigió a la Muerte con miedo. Ella con seguridad extendió su mano huesuda y señalo al niño dirigiendo las siguientes palabras:
-No vengo por asuntos de trabajo-Le sonrió la muerte- Vengo para traer este presente a ese recién nacido- Busca en su gabardina y saca un anillo- Este anillo es el de la muerte, con este tendrás un deseo, el que sea, pero cuando se cumpla ese deseo yo vendré por su vida. No hay condiciones, solo la muerte de tú hijo.
-Y para que no se me olvide...-La muerte se quita un dedo de su huesuda mano, lo coloca en el aniño y continúa hablando- Lo adorno con mi dedo índice y será el mismo con el que le mataré.
La muerte camina lentamente al crio, le coloca el anillo en su dedo anular. Se acerca a la puerta y se despide de lejos ante los ojos del rey.
Él niño creció con los anillos, siendo mimado para que no pidiera ningún deseo y no fuera castigado por los efectos secundarios. Maduró y se convirtió en un príncipe hecho y derecho.
A los 18 años se le dio a conocer la verdad sobre los anillos y sus poderes y consecuencias. Alegre, y preocupado al saber que debía ser cuidadoso con cada deseo que pidiera.