Los deseos de la luna

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TOM
 


Se levantó de la mesa sin decir una palabra, la seguí con la mirada.

La luna contorneaba su cuerpo y el viento removía los bordes de su vestido. Ilena era bella, pero esa no era su belleza lo que me encandilaba.

Caminé hacia ella, recorriendo su cuerpo con mis ojos, guardando cada detalle de ella: las pecas que se asomaban entre los tirantes de su vestido, los pelos rebeldes que acariciaban su nuca, aquel pequeño lunar que tenía detrás de la oreja, su perfil cuando me vio acercarme de reojo. Moría por tocarla, quería adorar cada parte de su cuerpo.

miraba a Ilena y me sentía como un religioso admirando a su dios, me arrodillaría frente a ella si me lo pidiera, besaría el suelo por donde ella caminara si me lo permitiera.

Llegué hasta ella, envolví su cintura con mis brazos, pegando mi pecho a su espalda y acaricié la piel de su nuca con mi nariz; aspiré su aroma a frutillas, moras y vino.

—¿Estás segura? —le pregunté mientras mimaba mi mejilla contra su hombro.

—Como nunca en mi vida —susurró mientras entrelazaba sus dedos con los míos.

Besé sus hombros y toda piel que estaba a mi alcance. Ella trató de voltear y yo la detuve.

—Espera —murmuré, soltando mis manos de las suyas—. Déjame atenderte esta noche —le pedí. Ella asintió suspirando cuando rocé mis manos con sus nalgas.

Acaricié su cintura, subiendo lentamente hasta llegar a la cremallera del vestido. Deslicé el cierre hasta abrirlo por completo, toqué la piel de sus brazos mientras retiraba las tiras del vestido de su cuerpo. El vestido se deslizó sobre su pecho y quedó atrapado en su cintura. Llevé mis manos a su abdomen, metiendo mis manos entre la tela, acompañé su descenso hasta los muslos, donde pellizqué su carne e hice lo mismo con su piel en mi camino hasta su cuello.

Besé su mandíbula y sus mejillas, mordí su oreja y pegué mi pelvis contra su espalda cuando la escuché respirar entre cortadamente, mordí su hombro mientras mis manos se movían hasta sus senos, los masajeé mientras dejaba marcas rojas en su cuello y en sus hombros.

La hice voltear para mirarme, sus mejillas estaban rojas, pero en sus ojos brillaba la expectativa. Mi cuerpo experimentó subidón de temperatura al ver el bonito conjunto de lencería verde que llevaba puesto. La miré relamiendo mis labios y mi mente se llenó de ideas muy gráficas sobre las cosas que quería hacerle, deseaba hacerle tantas cosas que no sabía por dónde empezar.

Ella juntó las manos al frente y me miró ansiosamente.

—Si pudieras verte con mis ojos, Lena —le dije mientras me volvía a acercar—. Dioses, eres como un sueño.

Busqué sus labios con desesperación, mis manos la tomaron por los muslos para levantarla, sus piernas se enredaron en mi cadera y sus manos buscaron tímidamente los botones de mi camisa que abrió uno a uno erizandome la piel, sus manos acariciaron mi pecho desnudo y subieron hasta mi cuello donde sus dedos se enredaron en mi pelo.

Caminé con ella los centímetros restantes hasta la cama donde la tumbé con cuidado, y mi boca abandonó la suya.

Dejé un camino de saliva, marcas rojizas y dientes por todo su pecho. Mordí sus pezones por encima de la tela mal acomodada del brasier, un jadeo de placer salió de su boca. Seguí descendiendo, besando, mordiendo y lamiendo la piel de su estómago hasta llegar a su vientre donde me detuve un momento para mirarla, sus labios rojos e hinchados, su mirada oscurecida por el placer me observaban; una sonrisa se dibujó en mis labios, mientras la miraba abrí sus piernas tomando por los tobillos y colocándolos en mis hombros, mordí sus pantorrillas, subiendo por sus rodillas hasta sus muslos internos, un suspiro tembloroso hizo vibrar mi erección, besé su sexo a través del encaje, un ronroneo en su garganta me hizo saber que lo estaba disfrutando, lamí y mordisquee su clítoris, con un suspiro de frustración me incorporé, miré con cariño esos centímetros de encaje que la separaban de mí y muy a mi pesar empecé a deslizarlo por sus nalgas y a través de sus piernas; lo llevé a mi nariz llenándome de su olor, mi erección dolía, pero no le presté atención, volví a meterme entre sus piernas y ahora sin tela de por medio pasé mi lengua por sus pliegues arrancándole un gemido.

La sostuve por las caderas mientras me entregaba por completo en mi tarea de masturbarla con mi lengua, ella gemía descontrolada mientras yo trazaba círculos y cruces e iba variando el ritmo sobre su monte, lubriqué mis dedos y metí lentamente un dedo en su entrada, acaricié su interior tocando los puntos de placer, ella se removía entre mis manos gimiendo, sus dedos se enterraron en mi pelo, metí otro dedo y aumenté mi ritmo, sentí como su interior se ajustaba y su respiración iba en aumento.

Un grito de placer salió su boca cuando todo su cuerpo se tenso a causa del orgasmo.

Me incorporé lamiendo mis labios y me incliné para besarle; sus caderas se restregaron ansiosas contra mí y mi erección dolió como nunca.

 

ILENA


Mis manos volaron hasta el cierre de su pantalón, lo desabroché ansiosa mientras me restregaba contra su pecho. Bajé tanto como pude su pantalón y su boxer con mis manos para después estirarlo con los pies.

Una mano se encargó de desprenderlo de su camisa para acariciar su piel, mientras la otra se cerraba alrededor de su miembro. Él suspiró contra mis labios, sentí sus manos apretar y pellizcar mi carne, y su boca que había abandonado la mía para morder y succionar la piel de mi cuello.

Lo empujé para quedar encima de él, nuestros sexos se encontraron. Pude sentir su erección palpitar contra mi clítoris. Me incliné haciendo lo mismo que él, besando, lamiendo y mordiendo toda la piel que tenía a su alcance. Dejé su pecho, abdomen y pelvis cubiertos de marcas rojas y moradas hasta encontrarme cara a cara con aquel pedazo de carne duro y palpitante con el que tantas noches había soñado.




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