Los deseos de la luna

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ILENA.

El cielo empezaba a iluminarse, aunque el sol todavía no aparecía en el horizonte, el ambiente seguía manteniendo el frescor de la noche y un viento cálido hacía danzar perezosamente las copas de los árboles, despertando a los pájaros que empezaron a revolotear por aquí y por allá, cantándose los unos a los otros.

Mantuve los ojos cerrados atenta a todo lo que pasaba a mi alrededor. Lentas respiraciones acompañaban a las mías y unos dedos recorrían cariñosamente la línea de mi columna, provocándome cosquillas. El cuerpo de Tom en gran parte descansaba debajo del mío; con mi oreja pegada a su pecho, oía sus latidos y sentía la textura de nuestras pieles pegajosas la una contra la otra, causa del sudor seco, como recordatorio de lo que había sucedido entre nosotros.

En ese punto de mi vida estaba segura de que era capaz de morir de felicidad; estaba tan feliz que sentí tristeza. Todo lo que había pasado en mi vida me había llevado a ese momento, a ese preciso momento en el que solo estábamos él y yo en lo profundo de un bosque con los sentimientos del otro vivos en nuestros pechos; yo sentí su amor y él el mío.

Su voz lleno mi mente y su "te amo" dibujo una sonrisa en mis labios. Me acomodé para mirarlo y le respondí de la misma manera. Nos besamos sin segundas intenciones; a diferencia de los besos anteriores, solo nos demostrábamos cuanto nos queríamos. Volví a cerrar los ojos, pero esta vez dejé mi rostro junto al suyo. Pero él no se quedó quieto, se estiro hacia el borde de la cama y tanteó el suelo en busca de algo. Cuando abrí los ojos para curiosear, él ya había puesto lo que buscaba frente a mi cara. Me incorporé imitándolo.

—¿Y eso? —pregunté y él abrió la pequeña cajita dejándome ver lo que había en su interior.

En su interior descansaban dos anillos de oro: el primero y más grande era plano; tenía talladas en su circunferencia hojas, flores y en el centro un lobo; el segundo era, por el contrario, fino, delicado y este se curvaba en una ̈v ̈; también a su vez estaba tallado con el mismo diseño, pero en el centro de las flores brillaban diminutos zafiros.

—Esta es mi forma de marcarte, son anillos de promesa —explico.

—¿Y luego me darás un anillo de compromiso? —dijé mientras le ponía el anillo en el dedo.

—Bueno, esa es la idea —dijo él haciendo lo propio con el mío. Me miró a los ojos como si esperara que lo rechazara; me reí.

—En el lenguaje de los lobos, tú y yo ya somos un matrimonio —él se rió y dejó un beso en mis nudillos.

—Mi propósito en esta vida es que no exista lenguaje en esta tierra en la que no pueda llamarte mía —me acerqué a él y uní sus labios con los míos.

—No importa en qué lenguaje hablemos, yo siempre seré tuya; en este mundo tú eres mi norte —susurre contra sus labios—; tú eres el sentido de mi vida, Tom.

—Lo eres todo para mí, ¿lo sabias? Debes ser la única persona en el mundo que merece que vivan por ti. Yo viviré por ti, Lena, por ti y para ti; pasaré el resto de mi vida a tu lado —dijo besándome el cuello y la mandíbula.

—¿A mi lado? Dices eso, pero hace no mucho estabas huyendo de mí —dijé con tuno burlón.

—Bueno— dijo separándose de mí —cualquiera huiría si te viera; puede que tú no lo notes, pero eres aterradora— sonreí.

—¿Te asusto, niño?—dije mordisqueando la piel de su garganta.

—Lena..., ¿no estás agotada?

—Todavía no termine contigo, cariño.

—Dame una hora o dos —dijo tomándome del brazo y recostándome sobre su pecho mientras me envolvía en un abrazo. Suspire y me acomodé sobre su pecho. Cuando volví a abrir los ojos, el sol daba de lleno sobre el lago. Tanto Tom como yo estábamos empapados en sudor.

—Tom —dije agitándolo para que se despertara; él abrió los ojos desorientado.

—¿Qué? —dijo con la voz rota —qué calor —se quejó, mientras se limpiaba el sudor de la frente.

—Creo que es hora de volver.

—Creo que sí— dijo mientras se levantaba y caminaba hacia el lago; se enjugó la cara y el cuello; le sonreí cuando volteó para mirarme y él me sonrió de vuelta.

Se incorporo y camino hacia mí. Le recorrí el cuerpo con la mirada; su torso, hombros y cuello estaban cubiertos de marcas rojas de chupetones y dientes; unos centímetros por encima de su clavícula estaba una cicatriz circular rosada. La forma de mis dientes estaba bien definida. Me relamí los labios al recordar el momento en que se la hice, sus gemidos contra mi oreja y su sangre en mi boca. Mis ojos volvieron a los suyos, le dejé ver mis pensamientos y pude ver cómo su cuerpo reaccionaba. Necesité toda mi fuerza de voluntad para seguir mirándolo a los ojos y no bajar la mirada a mi premio.

—Creo que han pasado más una hora o dos —él negó con una sonrisa en la cara, mientras que con los dedos acariciaba mis labios... Yo aún seguía sentada en la cama y lo que más quería en ese momento era tomarlo por las caderas y llenarme la boca de él.

—Abre la boca, Ilena —obedecí. Él siguió acariciando mis labios. —¿Es esto lo que quieres? —dijo apartando una mano de mi cara y acercando con esta su pene a mi boca. Asentí sintiendo como la saliva se me acumulaba a la boca. Sus dedos se aferraron a mis cabellos mientras él se hundía en mi boca. Me abrace a sus caderas cuando entro por completo en mi boca. —Dios, nunca tendré suficiente de esto —suspiro.




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