Capítulo 5: Una Mirada Bastó

Adriana no entendía cómo algo tan simple como una mirada podía hacerla sentir tanto.

Había pasado la noche en vela, su mente atrapada en el recuerdo de la conversación con Liam. Las palabras que él le había dicho seguían resonando en su cabeza como un eco imposible de silenciar.

"No dejes que esto te destruya."

Pero ¿cómo no hacerlo cuando la muerte era una sombra constante en su vida?

Se pasó una mano por el rostro, tratando de disipar el agotamiento, y suspiró antes de entrar a la habitación de Liam. Sabía que no podía evitarlo. Algo en él la atraía, la mantenía regresando, aún cuando cada vez que lo veía sentía el miedo latente de que un día él ya no estuviera allí.

Liam estaba sentado junto a la ventana cuando ella entró, con un cuaderno de bocetos apoyado en sus rodillas y un lápiz entre los dedos. Parecía tan absorto en lo que hacía que, por un instante, Adriana dudó si debía interrumpirlo.

Pero entonces, como si hubiera sentido su presencia, él levantó la mirada y la vio.

Y en ese instante, todo cambió.

Fue un segundo. Tal vez menos.

Una fracción de tiempo en la que no hubo palabras, solo la intensidad de sus ojos verdes atrapando a los de ella.

No había necesidad de explicaciones, ni de frases ensayadas. La conexión entre ellos fue tan fuerte que Adriana sintió cómo algo dentro de su pecho se quebraba y se reconstruía al mismo tiempo.

Era la primera vez que sentía que alguien la veía realmente.

No como la enfermera que trabajaba demasiado.
No como la chica que llevaba demasiado peso sobre los hombros.
No como la persona que se escondía tras una máscara de fortaleza.

Liam la veía. A ella.

Y en ese momento, Adriana entendió que estaba en peligro.

Porque, sin siquiera darse cuenta, sin poder evitarlo, su corazón estaba comenzando a aferrarse a alguien que estaba destinado a desaparecer.

Liam no rompió el contacto visual mientras cerraba su cuaderno de bocetos y lo dejaba a un lado.

—Pareces cansada —dijo en voz baja.

Adriana soltó una risa breve y sin humor.

—Trabajo en un hospital. El cansancio es parte del paquete.

Liam inclinó la cabeza con curiosidad.

—¿Por qué lo haces?

Ella frunció el ceño, sin entender.

—¿Por qué hago qué?

—Pasar tus días rodeada de muerte y sufrimiento —susurró él.

La pregunta la tomó por sorpresa. Casi nadie le preguntaba por qué había elegido esa vida. Solo asumían que era porque tenía vocación, porque quería ayudar. Pero Liam no aceptaba respuestas superficiales.

Adriana mordió su labio, buscando las palabras adecuadas.

—Porque… si no estoy aquí, ¿quién más va a estarlo?

Liam no respondió de inmediato. Sus ojos la analizaron con una mezcla de comprensión y algo más profundo, algo que la hizo sentir vulnerable.

—Eres demasiado buena para este mundo, Adriana.

Ella sintió un nudo en la garganta.

—No digas eso.

—¿Por qué no? —insistió él, con una media sonrisa.

Adriana apartó la mirada, incómoda con lo que sentía.

—Porque suena a despedida.

Liam se quedó en silencio por un momento antes de suspirar.

—No lo es… todavía.

La forma en que lo dijo, con tanta calma, hizo que a Adriana se le encogiera el pecho.

Pero entonces, antes de que pudiera responder, él hizo algo inesperado.

Tomó su cuaderno de bocetos y lo deslizó sobre la mesa, hasta dejarlo frente a ella.

—Ábrelo —dijo suavemente.

Adriana dudó por un instante, pero finalmente obedeció.

Y cuando lo hizo, sintió cómo su corazón se detenía por un segundo.

Ahí, en la página abierta, había un dibujo de ella.

No con el uniforme de enfermera, no con el rostro cansado de tantas guardias.

Era ella… sonriendo.

Libre.

Feliz.

Adriana sintió un nudo en la garganta.

—¿Por qué me dibujaste así?

Liam apoyó la cabeza contra la pared y cerró los ojos por un momento antes de responder.

—Porque así es como quiero recordarte.

Adriana no supo qué decir.

Así que no dijo nada.

Solo lo miró una vez más.

Y en ese instante, entendió que no importaba cuánto intentara protegerse.

Ya era demasiado tarde.

Su corazón ya le pertenecía.