Eran las 6:45 am, como siempre, mi alegre despertador emitió el rechinido de cada mañana para recordarme que este es un gran día para ser mejor, vivir con alegría y procurar que no se me haga tarde para ejecutar la actividad que todo ser humano debe agradecer en la vida: ¡trabajar!
Con gran pesar levanto la mano para presionar el botón y que deje de sonar este ruido que me tiene traumado, quiero decir, no es que no me guste levantarme temprano cada mañana después de dormir sólo unas horas -pues tuve trabajo hasta tarde- bañarme en 10 minutos y comer en cinco, antes de tomar el transporte a la hora exacta y llegar con diez minutos de ventaja a la oficina, sólo es que a veces, se antoja un cambio de ritmo, ya saben, poder disfrutar de las almohadas en una mañana de lluvia y tomar con calma una taza de café.
Pero realmente, no tengo nada de qué quejarme, llevo una espléndida vida, me esforcé mucho en el colegio para entrar a una buena universidad y graduarme con honores para así, ingresar en una de las mejores editoriales del país. Soy editor y disfruto de mi trabajo; pronto me casaré, tengo un bonito departamento, cuido de unas lindas plantitas en el balcón y siempre que me es posible y apoyo regularmente a una casa hogar que mis padres apoyaron a construir desde que era un niño. Tengo todas las cosas que siempre deseé y planeé desde niño, excepto claro, que no tenía contemplado vivir para trabajar.
Bueno, hoy es otro de esos grandiosos días, en los que me levanté con toda la aptitud, pero al cansancio y el desvelo, no están cooperando del modo que quisiera cuando, después de correr en la cocina preparando el desayuno derramé la taza de café caliente en mi pierna derecha – ¡Que bien, esta vez sí que la hice! - Tuve que salir corriendo al baño y quitarme el cinturón antes que el pantalón durante el recorrido para llegar a la regadera y mojar mi pobre piel enrojecida y con ardor, apliqué rápidamente una pomada y busque otro pantalón de inmediato.
Para entonces, llevaba quince minutos de retraso según mi itinerario y corrí por la calle para tomar el camión, sin embargo, no contaba con que este no sería precisamente mi día de suerte y resultó que se estaba cayendo el cielo y tuve que mojarme hasta llegar a la parada, percatándome de mi calzado empapado a causa de la calle repleta de agua que nos otorga la maravillosa red de alcantarillado.
-¡Dios mío, y eso que cada semana recojo al menos 2 bolsas de basura tirada en la avenida!
Alejo esas ideas, imaginándome en la oficina con una nueva taza de café y unas ricas mantecadas cuando, noto que pasa el tiempo y veo en mi reloj lo tarde que es y no hay un solo trasporte público que me pueda acercar a mi destino.
-¡Qué tan mala puede ser mi mañana!
Parece que hablé sin pensar, porque decidí correr hasta la siguiente calle, esperando un poco de clemencia de los cielos y que un taxi se cruzara en mi camino, pero los cielos realmente me escucharon, sólo que me interpretaron mal, pues me enviaron un automovilista con mucha prisa, y yo sólo pude quedarme estático, observando cómo el bólido se acercaba a mí en mitad de la calle, hasta que un ángel me tomo por el brazo para alejarme y protegerme entre sus cálidos brazos.
-Debes tener más cuidado, en qué estabas pensando -me dijo en un tono de reproche, como si sancionara las acciones de un niño, mientras tomaba su distancia de mí.
-Voy tarde a mi trabajo y pensé en correr para tomar un taxi en la siguiente calle, pero con la lluvia y estos lentes no puedo ver nada (así es, soy miope), te agradezco mucho que me hayas salvado la vida.
-Perfecto, ya que me agradeces quiere decir que sí te importa tu vida, pensé que eras uno de esos locos con problemas de dinero en un intenso de suicido.
-Vaya, muchas gracias por el alago, pero sí sigo de pie aquí, entonces será casi lo mismo porque mi jefe me va a matar ¿Sabes si hay algún sitio cercano donde pueda tomar un transporte?
-Claro, pasando la avenida Orizaba, dos calles más adelante, no está inundado y no tendrás problemas, sólo ten cuidado de no arrojarte a los automóviles en movimiento.
Reí ante la ocurrencia ¿a quién se le ocurre decirle eso alguien que estuvo a punto de ser atropellado?
-Nuevamente te doy las gracias y, cómo sé que mi vida vale más que eso, estoy en eterna deuda contigo, después te invitaré un café o a comer, por ahora, te dejo mi tarjeta, llámame y quedaremos en algo. Normalmente no suelo ser tan descortés, sólo que voy realmente tarde, ¡hasta otra y no olvides llamarme! -Dije tras obligarle a tomar la tarjeta y emprender la carrera contra reloj.
Tal como la chica lo dijo, puede tomar un taxi un par de calles más adelante, llegar sin mi dignidad intacta al trabajo a causa de las gotas que escurrían por mi pantalón y calzado, pero, al menos pude secarme y tomar esa deliciosa taza de café para levantar mi espíritu. Arregladas las formalidades de la mañana, mis zapatos secándose y calientito en mi oficina, mientras revisaba escritos vino a mi mente la imagen de la chica que me salvo hacía sólo algunas horas, fue entonces que caí en cuenta de que no había preguntado su nombre. Se veía bastante simpática a pesar de las botas de lluvia y el impermeable rosa, creo que su cabello salía por los costados de la capucha porque alcancé a ver algo negro a su alrededor. No sé su nombre, cuando llame para quedar por el café, será lo primero que pregunte.
Estaba meditando todo esto cuando, mi teléfono comenzó a sonar y tuve la brillante idea de que se trataba de ella, la había llamado con el pensamiento -según yo- Lo malo, fue que respondí sin pensar más y no revisé el identificador.
Editado: 21.03.2022