¡El domingo finalmente llego! Necesitaba un respiro de esta larga y conflictiva semana, así que anoche acepté salir con Aldo a tomar algo para relajarnos cuando salimos del trabajo, bajo la siguiente consigna: “Háblame de todo menos del trabajo, creo que seré un autómata de seguir así”. Y cuando prohibí el tema tuvo que desquitarse y poner el dedo en la llaga como pago, hasta parece que necesitaba preguntar por mi relación o dejaría de respirar. Creo que nunca me había resultado tan tedioso hablar con alguien al respecto porque no tengo ganas de hacerlo, no quiero hablar de la boda, no me resulta excitante y no es por “miedo al compromiso” como burlonamente se refirió Aldo, al escuchar mi desavenencia.
Como sea, lo entretuve lo suficiente con poca información para que me dejara tranquilo con el tema, siguiera fluyendo la velada y más tarde, caer rendido en los brazos de Morfeo hasta la bendita mañana siguiente en que, descaradamente me di el gusto de levantarme a medio día, cocinar y degustar el desayuno como lo haría un caracol, sin desaprovechar el momento para reír con algunos espectáculos de comedia y series en la pantalla. Este respiro me sentó muy bien, así que cuando concluí tome una sublime ducha caliente y me puse cómodo y bien abrigado para realizar una de las tareas que me producen más satisfacción en la vida: visitar la casa hogar de unas adorables niñas. Verán, el “Hogar del Sol” fue fundado por unas excepcionales enfermeras, amigas de mi madre y con quien solía ir con frecuencia desde que era un niño, así que asisto siempre que tengo oportunidad para llevarles algunos títulos que se descartan de la editorial porque tienen algunas fallas de prensa, así como donaciones que consigo de mis jefes. Hoy estoy muy animado porque les llevo varios cuentos, algunas novelas para las mayores y también les he comprado cajas de galletas y bombones para acompañar sus comidas y una buena lectura.
Iba con estos pensamientos felices cuando me sorprendió algo al llegar a la casa hogar, escuche risas y decenas de voces coreando al toque de una guitarra. Al entrar, las enfermeras a cargo, un poco mayores ya, me recibieron sonrientes ya que habían recibido también a una nueva benefactora que cada semana les llevaba diversión musical. No me lo van a creer, pero se trataba de la chica de la melena, aquella misma que dos veces me había salvado la vida y por quién hace algunas noches, había perdido mi mediana estabilidad emocional.
Allí estaba, bella, con su gran melena recogida en una trenza esta vez, cantando a pulmón tendido y con una gran sonrisa que resultaba contagiosa para todos los presentes. Cada niña quería acercarse a cantar con ella y que le enseñara a tocar la guitarra, así que se agrupaban alrededor tan cerca, que le evitaban en algunas ocasiones, poder mover el codo y tocar.
-Bueno, bueno, tranquilas, que todas aprenderán; y ya que les gusta tanto la música, voy a conseguir panderos y toda clase de instrumentos para que puedan practicar, aunque yo no este, hasta puede ser que la siguiente vez sean ustedes quien deleiten mis oídos con sus composiciones. -Se levantó del banco en que estaba sentada y dejando la guitarra en manos de una de las chicas mayores, me buscó con la mirada y se aproximó casi de un salto hasta donde estaba y con una alegre voz se dirigió a mí.
- ¡Sabía que eras tú, escuché tu voz desde que saludaste a Martha! -se refería a la enfermera, directora del lugar- me da gusto ver que te encuentras mejor, cuando te dejé hace un par de noches, te veía un poco contrariado.
- ¿Acaso me estás acosando? Apenas me doy la vuelta te apareces frente a mí, tú mantén la calma que ya aprendí a mirar a ambos lados de la calle, antes de cruzar- reímos juntos antes este comentario y se limitó a mirar con expresión serena.
-Me encanta este lugar, un buen día caminaba por aquí y escuche cantar a estos bellos ángeles, así que la música terminó por unirnos. Ahora me doy una escapada con regularidad para venir a transmitirles mis escasos conocimientos musicales y ayudar en algunas cosas que se necesitan. ¿Qué hay de ti, cuál es tu historia?
-Mi madre también es enfermera también, amiga de Martha, así que cuando comenzaron a hablar de abrir esta casa, la familia también apoyo con esmero, para mí fue también un segundo hogar ya que era un infante cuando todo este proyecto inició.
-Vaya, sí que eres una gran persona y se ve que has tenido bellas experiencias en la vida. Me gustaría que podamos hacer algo más …
Justo en ese momento fue interrumpida por las niñas quienes, finalmente se habían percatado de mi presencia, ya que les aburría estar solas con la guitarra que no sabían tocar.
- ¡Hola, Gabriel, al fin vienes, nos has hecho esperar mucho! -protestó Carmen con los brazos en la cintura, ya que, al ser la mayor, se sentía toda una adulta y trataba de comportarse como tal.
-Ya, Carmen, Gabriel está muy ocupado con su novia y su trabajo, no lo molestes -declaró Ana, defendiéndome de Carmen y el resto de las chicas que comenzaban a quejarse también. Mejor platícanos ¿qué nos traído? veo que llevas una caja pesada.
-A pues verán, les traje algo para que se mantengan entretenidas y cultiven esa cabecita llena de ideas raras que tienen para hacer travesuras – todas comenzaron a reír y a curiosear en cuanto dejé la caja en el suelo. Las contemplaba con gusto a ver lo animadas que estaban de hojear los libros y cómo saltaban las menores al ver los dulces cuando, de reojo alcancé a divisar una triste mirada enfocada hacia nada más y nada menos que del centro de la alegría de hace un momento; por primera vez me animé a llamarla por su nombre y acercarme a ella.
Editado: 21.03.2022