Los Escritos De Blake

13 "Barrio Encantamientos"

 

 

         A Blake le parecía extraño el hecho de que siempre nevara en la Montaña Morgan. Si bien el continente de Nasca se caracterizaba por su invierno predominante, en ningún sitio nevaba eternamente. La palabra calor era relativa en cuanto un lugar y otro. En la montaña, por ejemplo, esa palabra significaba «un poco menos de frío». En Máreda, el breve  ciclo primaveral casi nunca sobrepasaba los dos meses. Hacía el sur del continente, en la región de Colectividad Abbaran, el ambiente era más caluroso y húmedo. Allí los estíos se prolongaban hasta cuatro o cinco meses. De todas formas, siempre existió el frío en las épocas de calor, y el calor en las épocas de frío.

         En Heluxur la helada se intensificaba y las nevadas se volvían recurrentes y severas. Los días se tornaban grises y la gente en la ciudad comenzaba a vestir sus típicos sacos elegantes y botas de piel de cordero. Los techos de las torres se vestían de blanco, al igual que las calles y la vegetación. En los campos, toda la actividad agrícola se paralizaba durante algún periodo de tiempo. Los enormes invernaderos llegaban a su nivel máximo de producción y lograban abastecer las ciudades con insumos mágicos y alimenticios.

         En el castillo, los chicos ya estaban acostumbrados a ver caer copos de nieve durante todo el día. Muchas veces era necesario removerla para abrir puertas y transitar caminos. El mármol que recubría el castillo se mezclaba con el cielo plomizo y con la blancura del paisaje de los alrededores; el contraste de aquella vista con el mural turquesa que rodeaba las inmediaciones, formaba una preciosa perspectiva que parecía encantada.

         La vida tranquila que se llevaba sobre todo en Esgolia y poblado Nogal, les permitía a sus habitantes tomarse un descanso durante los inviernos crudos. En la ciudad de Heluxur, en cambio, las actividades se incrementaban. Los bares y las tabernas se convertían en los sitios más concurridos; la música sonaba desde cada rincón, y los teatros renovaban sus propuestas cada día. Había cientos de tabernas de diferentes temáticas: intelectuales que contaban con enormes bibliotecas y artefactos para mirar las estrellas, museos de antigüedades, o incluso sitios que por dentro parecían un bosque silvestre.

         La magia lograba su mayor apogeo: se comercializaban desde sustancias que volvían el humo de las chimeneas de diferentes colores; hasta pantuflas que hacían cosquillas a quien no fuera su dueño. En las calles, los niños pequeños experimentaban sencillos encantamientos con sus varas mágicas especiales y transformaban los copos de nieve que caían del cielo en burbujas. Entre ellos, Julia y Alan, los hermanos de Pol, que adoraban realizar todo tipo de trucos que estén a su alcance.

         Pol continuaba visitando a su familia con regularidad. Ningún miembro de los Alfarin era Mestizo, sin embargo, a todos les fascinaba realizar magia prestada —se denominaba «magia prestada» a todos aquellos trucos, hechizos o conjuros que podían realizar aquellas personas que no poseían poderes naturales—. En el mercado abundaban los artefactos de ese rubro, que se asemejaban cada vez más a los hechizos reales.

         Durante sus ratos libres, Brent le pedía a su hijo mayor que lo acompañe a recorrer las tiendas de brujos. Allí se entretenían un largo tiempo observando todo tipo de cosas: libros extraños, botellitas de todas formas y tamaños que contenían ingredientes de pociones, calderos, animales disecados, plumas y pezuñas de venta autorizada provenientes de la región de los Abber; varas, espadas, armaduras, y una sección de objetos cuya procedencia era desconocida.

En su vivienda, Brent había destinado una habitación entera a la colección de elementos mágicos. El hombre había forjado amistad con muchos magos y reconocidas figuras de culto; y gracias a eso, recibía cada año una cantidad enorme de invitaciones a “duelos de habilidades”, muestrarios sobre los últimos descubrimientos y charlas sobre  encantamientos y posiones.

         Durante una de las salidas acompañado por su padre, Pol pensó que sería buena idea obsequiarle una pulsera musical a Carol, a quien últimamente se la veía triste y desanimada. La joven prefería pasar tiempo en solitario, y se aislaba del resto del grupo durante los almuerzos y las cenas. Ella extrañaba a su madre, y por ese motivo, las discusiones con Cinthia se volvieron frecuentes.

 

—Debes hablar con Blake… él a ti te escucha. Ruégale que haga algo, ahora él es el Rey —le dijo Carol a su hermana durante el atardecer, cuando ambas jóvenes se encontraban en su habitación.




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