Los esposos de la reina

Capítulo 2. Una propuesta inusual

El príncipe Brett, junto a su hermano Zlatan, se dirigieron al palacio real en coche. Aunque tenían un chofer designado, Brett sabía conducir por lo que, durante el trayecto, se ofreció a tomar el volante para que el conductor pudiera descansar. Sin embargo, éste tenía otra opinión al respecto:  

– Majestad, usted no debería siquiera molestarse – le dijo su chofer cuando se detuvieron en una parada – No es bueno que un príncipe conduzca un auto.

– Vamos, Mateo – le dijo Brett al conductor – son dos días de viaje y no me gustaría que terminara agotado. Aurora sabe conducir y eso que es una monarca. Bueno, ya abdicó, pero, para mí, sigue siendo una reina.

– Como usted diga, señor.

Y fue así que, cuando llegaron al palacio, todos quedaron asombrados al ver que en el asiento del conductor se encontraba Brett y no su chofer.

Ambos príncipes estaban acompañados de sus escoltas. Y cuando llegaron a la entrada del palacio, fueron recibidos por los guardias de la reina. Uno de ellos se acercó y le dijo:

– Príncipe Brett, su alteza la reina Panambi lo está esperando en su oficina, junto a la condesa Yehohanan y la ex reina Aurora. Desean hablar con usted a solas.

Al decir esto, el guardia miró a Zlatan, quien estaba al lado de Brett. El príncipe de lentes mantuvo su expresión neutra, pero Brett notó que a su hermano menor no le agradaba la idea por lo que, enseguida, le dijo en voz baja:

– No te pre… preocupes por mí. Si están tía Yeho y Aurora, e… estaré bien. E... ellas no per… permitirán que me hagan da… daño.

– Está bien – dijo Zlatan – respira hondo y no te apresures al hablar. Iré a la biblioteca del palacio a esperarte.

Brett asumió con la cabeza. Aunque Zlatan acababa de cumplir 18 años, era bastante maduro para su edad y el único de sus hermanos menores que era reacio a escuchar sus órdenes. Aún así, al igual que los otros, también tenía deseos de protegerlo, lo cual podía llegar a fastidiarlo. El joven príncipe prefería que le dieran su espacio y, en lo posible, que lo dejaran solucionar sus problemas solo.

Mientras Zlatan se dirigía a la biblioteca, Brett fue guiado por los guardias hasta la oficina de la nueva reina. Durante el camino recordó lo que leyó en los periódicos. La reina Panambi vivió en un orfanato tras el fallecimiento de sus padres, quienes eran unos simples carpinteros que vivían en el campo. Luego, fue adoptada por una familia de burgueses un poco antes de que el país se independizara de los reinos vecinos. Y cuando la ex reina Aurora restauró su trono, proclamó que solo estaría en el poder por diez años ya que deseaba instaurar la monarquía democrática. De esa forma, fundó un instituto donde aceptaron a diez chicas que deseaban ser reinas, para educarlas en tan importante cargo.

“Eso quiere decir que la nueva reina es una plebeya”, pensó Brett. “Bueno, no estoy en contra de que un plebeyo gobierne un país, pero estoy seguro que no a todos los miembros de la Corte les agrade esta situación. Por mi parte, solo me importa sus acciones, no sus orígenes. Porque digan lo que digan, todos somos iguales y merecemos el mismo respeto”.

Cuando llegó, los guardias abrieron la puerta para que pudiera ingresar.

La oficina era bastante amplia, tenía varios estantes llenos de documentos y libros bien gruesos. En un rincón estaba la mesa de la reina, la cual era bastante extensa pero bien ordenada, con todos los accesorios de oficina distribuidos de tal forma a agilizar el trabajo.

Detrás del escritorio se encontraba la reina. Era una muchacha joven, que estaría cerca de sus veinte. Tenía los cabellos cortos y negros, pero sus ojos eran azules como el mar. Lucía un vestido blanco sin mangas y tenía una pechera circular dorada que estilizaba su figura. A ojos de Brett, la nueva monarca era bastante bonita, por lo que no evitó sonrojarse levemente ante su presencia. Pero consiguió controlarse enseguida y, haciendo una leve reverencia, saludó:

– Bu… buenos días, su ma… majestad. Soy el príncipe Brett y he venido en respuesta a su me… mensaje. Espero que no la mo… moleste.

– Siempre tan formal, Brett – dijo una conocida voz a sus espaldas.

Brett dio media vuelta y se encontró con Aurora. La ex monarca tenía los cabellos largos hasta la cintura y, en esos momentos, lucía un sencillo vestido azul con un chaleco blanco. En su periodo de reina, solía llevar una corona de plumas que alternaba entre colores blanco, amarillo y dorado. Pero, en esos momentos, no llevaba nada en la cabeza.

La joven se acercó al príncipe y le dio un abrazo, el cual éste correspondió. Aunque era monarca, Brett la consideraba su amiga y, por eso, podía permitirse el lujo de dejar su etiqueta a un lado para conversar con ella.

– Has crecido, Brett – le dijo Aurora, contemplándolo por unos instantes – Casi no te he reconocido.

– Bueno, sigo siendo bastante pequeño para mi edad – dijo Brett – aunque tengo 24 años, muchos todavía me ven como un adolescente. Pero no me molesta, es más, lo uso a mi ventaja para enfrentarme a mis enemigos.

– Sí, lo sé. La gente siempre se deja llevar por la apariencia.

En la oficina también entró la condesa Yehohanan. Ésta llevaba los cabellos recogidos en un rodete y tenía un vestido negro, cubierto con una capa. También se acercó a Brett y lo abrazó, pero su expresión era de una profunda preocupación, el cual el joven príncipe notó. Pero antes de decirle algo, ella le dijo:

– Pase lo que pase, eres tú quien toma tus decisiones. No te sientas forzado a aceptar la petición de la reina, si no quieres. Un príncipe también puede decidir sobre su vida.

– ¿Pero qué está pasando? – preguntó Brett, confundido - ¿Es algo que me pueda incomodar?

– Bienvenidos sean todos – dijo la reina Panambi quien, en todo ese tiempo, prefirió mantenerse al margen – les he llamado por una propuesta que le tengo preparada al príncipe Brett del reino del Este. Por favor, tomen asiento.




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