Los príncipes Brett y Zlatan regresaron al ducado junto a la reina Panambi y la condesa Yehohanan. La ex reina Aurora permaneció en el palacio, ya que quería poner a punto algunos asuntos para que la nueva monarca pudiese iniciar ya mismo con su mandato sin inconvenientes.
El grupo fue recibido por el duque Rhiaim y los príncipes Eber y Uziel. Éstos se acercaron a Brett y comenzaron a atiborrarle de preguntas.
– ¿Cómo te fue la estadía?
– ¿De verdad nos casaremos todos con la reina?
– ¿Siquiera eso es posible?
– ¡Cálmense, muchachos! – les reprendió Brett - ¡No olviden sus etiquetas y saluden a la nueva reina como dignos príncipes!
De inmediato, los dos príncipes revoltosos se fijaron en Panambi y, enseguida, inclinaron sus cabezas ante ella a modo de saludo, diciendo:
– Bienvenida, su alteza. Esperamos que se sienta a gusto en nuestro hogar.
– El placer es mío, majestades – dijo Panambi, respondiendo el saludo del mismo modo – espero que nos llevemos muy bien y acepten mi propuesta de matrimonio.
Eber, olvidando por un instante su etiqueta, comentó:
– Es muy guapa. ¡Qué suerte tenemos, hermanos!
Uziel hizo una mueca extraña y también comentó:
– ¿No es un poco mayor para mí? No creo que quiera casarse con un adolescente como yo.
– Y no te casarás, hermanito – intervino Rhiaim, apoyando una mano sobre su hombro – aunque estás en la edad legal de casarte según las leyes de este país, todavía eres muy inmaduro y prepotente. ¡No sabes respetar a tus mayores y siempre te metes en problemas!
Uziel infló las mejillas de la indignación, ya que su hermano mayor siempre tendía a regañarlo en público. No importara lo que hiciera, siempre desaprobaba sus acciones y, si se atrevía a cuestionar algo, lo castigaba por ser un maleducado.
La reina Panambi, quien se mantuvo al margen, contempló a los príncipes por un rato. Ya en el palacio percibió cómo eran Brett y Zlatan y, en el ducado del príncipe Rhiaim, pudo intuir cómo eran los demás. Aunque eran hermanos y se llevaban relativamente bien, todos tenían personalidades muy diferentes. Pero eran esas diferencias lo que los hacían ser un buen equipo y los llevaban a superar cualquier obstáculo. Pero por más que fueran los príncipes del Este, y por más que unían fuerzas con la duquesa Dulce para evitar el secuestro de los niños que surgieron en esos últimos meses en sus territorios, las desapariciones iban en aumento y los bandidos se las ingeniaban cada vez más para sortear los ejércitos privados de cada duque con facilidad.
– Majestad, seguro se sentirá intranquilo por mi inesperada propuesta – dijo Panambi a Rhiaim – pero debo decirle que hablé con su esposa, y ella está dispuesta a proteger a tus hermanitos desde la Capital.
– Lo sé – dijo Rhiaim, mientras miraba a Yehohanan con una media sonrisa – ella cuenta con un grupo de espías muy eficientes que harán un gran trabajo. Aún así, lo que me inquieta es saber cómo tratarás a mis hermanitos. No me gustaría que los mantuvieras recluidos en el palacio, lejos de sus amigos.
– Bueno, usted sabrá que un esposo de la reina es una extensión de ésta – dijo Panambi – y todo enemigo de la reina buscará destruirla usando a sus familiares, así es que la reclusión parcial no se podrá evitar.
El duque hizo una extraña mueca con su rostro, ya que no le gustaba esa situación. Sin embargo, tampoco podía juzgarla sin antes saber cómo seria en verdad. Quizás habría reclusión, pero podría permitir la visita de familiares y amigos que sirvieran como conexión con el mundo exterior.
Y mientras pensaba, Brett dio un paso al frente y dijo:
– Necesito hablar con mi hermano mayor un rato, a solas. Es… importante.
Todos lo miraron, haciendo que el joven príncipe se pusiese nervioso. La reina Panambi sonrió y dijo:
– Sí, puedes hablar con él. Mientras, yo hablaré con el resto de tus hermanos y futuros esposos.
– ¡Esto si me agrada! – dijo Eber, con una amplia sonrisa - ¡Usaré mi natural encanto y carisma para seducirla! Pero descuida, Brett, estaré dispuesto a compartirla contigo siempre que no la monopolices como el esposo principal, ja ja ja.
– Ya basta, Eber – dijo Brett, frunciendo el ceño – no es cu… cualquier chica, es una re… reina. Com… compórtate, por fa… favor.
Brett y Rhiaim se dirigieron a la oficina de éste, mientras que el resto del grupo fueron a la sala de visitas del castillo. Ambos hermanos se sentaron sobre las sillas de madera y se colocaron frente a frente, para conversar.
Brett respiró hondo un par de veces, aclaró la garganta y habló de forma fluida:
– Hablé con la reina sobre el caso de la desaparición de niños. Ella nos cederá parte de su ejército para reforzar la vigilancia.
– Me parece bien – dijo Rhiaim – cuidar del hogar de su esposo le convendrá para mostrar una buena imagen a nuestra madre.
– ¿Ella no se pronunció al respecto? ¿Verdad?
– Aún no. Pero seguro ya se habrá enterado. Nuestra madre cuenta con sus propias fuentes para enterarse de todo lo concerniente a nosotros. ¡Nunca se le escapa nada!
Brett hizo una mueca de desagrado. Por mucho tiempo, intentó huir de su destino y borrar toda conexión con su tiránica madre. Pero aunque ella nunca le habló directamente, sabía que sus ojos estaban puestos en él desde que la Corte de hacia diez años atrás lo quiso forzar a casarse con la ex reina Aurora, en contra de su voluntad.
Todavía recordaba cuando fue exhibido en la Corte del reino del Sur, tal cual si fuese un objeto. Él solo tenía catorce años y era la primera vez que participaba en una reunión de esas. Entre las palabras que podía recordar eran las siguientes: “trofeo”, “esposo perfecto”, “dócil”, “manipulable”. Y cuando creía que no tendría escapatoria, una indignada Aurora se colocó delante de él y, mirando a los nobles con rabia en los ojo, exclamó: