Los esposos de la reina

Capítulo 4. El deber de un esposo

La reina Panambi se llevó ambas manos en la boca al ver cómo Brett pudo derribar al soldado fácilmente. Gracias a un par de sirvientes que sentían simpatía por los príncipes, ella supo que un soldado quiso arremeter contra sus esposos, valiéndose de una reciente norma interna del palacio que la ex monarca creó para evitar que dañaran el jardín, para “castigarlos” por su reciente infracción.

Lo primero que pensó la nueva monarca fue: “Oh, no. Mi esposo es muy débil, no podrá contra ese soldado”, por lo que de inmediato avisó a Eber y Uziel para que lo apoyaran.

Y apenas llegaron, lo primero que dijo Eber fue:

– ¡Jah! ¿De verdad ese tonto soldado pensó que podría derribar a Brett? ¡Pero si es el más fuerte de los cuatro! Después de mí, por supuesto.

– ¡Rayos! ¡Me he perdido la pelea! ¡Le habría derribado a ese intrépido soldado de una! – bramó Uziel.

– Esposa querida, de verdad lo lamento – dijo Brett, acercándose a la reina – no dañé ninguna planta, puede verificarlo por usted misma.

– Brett, esta es tu casa ahora – dijo Panambi, quien se acercó al naranjo y arrancó de ahí una fruta – puedes tocar las plantas que quieras. Esa norma está orientada únicamente al personal del palacio.

La reina le entregó al príncipe la naranja y éste la tomó, mientras sentía que sus mejillas se coloreaban. Luego, un par de guardias se acercaron al soldado intrépido y la joven monarca les ordenó:

– Llévenlo a la celda. Estará encerrado ahí por tres días como castigo por intentar agredir a uno de mis esposos en plena boda.

Los guardias obedecieron esa orden, sin dar ningún comentario.

Luego, la reina se dirigió a los cuatro y les dijo:

– Si alguien intenta agredirlos a mis espaldas, tienen derecho a defenderse. Pero, por favor, avísenme con antelación si el agresor requiere de un castigo severo en caso de que quiera sobrepasarse con ustedes. Solo yo tengo la jurisdicción para dictar sentencias.

– Descuida, esposa nuestra – dijo Eber – la avisaremos para que se encargue de nuestros enemigos personalmente.

– Bien. Me alegro que sean flexibles – Panambi dio una ligera sonrisa – la fiesta está a punto de terminar. ¿No les gustaría pasar un tiempito más con los invitados? Mañana comenzaremos con la distribución de sus dormitorios y demás normas de convivencia para nuestra relación. Por ahora, relajémonos y pasemos bien esta velada. ¿Entendido?

– ¡Si, señora!

Mientras se dirigían a la fiesta, Brett notó que algunos guardias y sirvientes comentaron entre sí sobre lo sucedido. El joven príncipe no ubicaba a muchos de ellos, por lo que supuso que, al cambiar de mando, también se reemplazó a gran parte del personal. La mayoría se retiró mientras que, otros, prefirieron seguir a Aurora para seguir trabajando a su servicio en su residencia privada situada a las afueras.

“La ex reina Aurora dijo que tenía su casa de campo”, pensó Brett. “Aunque ya abdicó, muchos siguen considerándola la verdadera reina del Sur. Aun así, prefiere vivir una vida austera, lejos de los lujos y la vida protocolar de un palacio. Si tan solo esos nobles engreídos fuesen un poquito como ella el mundo sería mucho mejor”.

Zlatan, quien se percató que Brett se fijaba en los sirvientes, le preguntó por lo bajo:

– ¿Planeas buscar aliados, hermano?

– Así es – le respondió Brett, también en voz baja – Cuando fui a buscarte, nuestra esposa me aseguró que contrató soldados para que nos protegieran en su patrullaje por el palacio. Y sin embargo uno de ellos intentó agredirnos valiéndose de una vieja norma interna... y nuestra ignorancia. A pesar de sus intenciones, no podemos dejar nuestra seguridad a manos de ella. Debemos saber defendernos y evitar que nos acusen de cualquier cosa para hacernos vivir un infierno en este lugar.

– Lo entiendo. En ese caso, memorizaré las leyes y decretos. Leeré las letras pequeñas para tener con qué sostenernos en caso de que nos acusen injustamente de algo. Déjamelo a mi, Brett.

– Cuento contigo, Zlatan.

A pedido de Rhiaim y Yehohanan, la reina accedió a que los cuatro príncipes se alojaran en la mansión de la condesa después de la fiesta. La misma se encontraba en la Capital, a unos cuantos kilómetros del palacio. Como la ruta que conectaba la ciudad con el palacio real estaba asfaltada, el trayecto duraba unas pocas horas. Y los visitantes podían disfrutar del bosque en donde estaba oculta la construcción, lejos del bullicio y seguro de cualquier tipo de ataques gracias a los frondosos árboles característicos de la zona.

Una vez ahí, los jóvenes se metieron en sus respectivos dormitorios. El hermano mayor decidió quedarse por la Capital por un tiempo para asegurarse de que estuvieran bien, a la par que quería pasar tiempo de calidad con su esposa y arreglar algunas gestiones relacionadas a su título y ducado.

– Hay una joven que busca hablar conmigo – le comentó Rhiaim a su esposa – era una compañera del instituto de la actual reina Panambi y la duquesa Dulce quien, hace poco, le cedieron unos terrenos para que las gestionara como su primer ducado. En las aldeas que se formaron ahí también están sufriendo de la desaparición de los niños pero… es extraño.

– ¿Por qué es extraño?

– Es porque, ahí, los bandidos no atacan de forma directa, sino que hacen que los propios niños sean quienes abandonen sus hogares.

– Yo creo que, en ese caso, puedes hacer que tus hermanos se encarguen. Ahora que están casados con la reina, deberán ser ellos quienes se encarguen de brindar soporte a los ducados que están fuera de tu jurisdicción.

– Así es. Es el deber de cada duque, encargarse de sus propias tierras.

Al día siguiente, cuando los jóvenes estuvieron a punto de partir, Rhiaim le comentó a Brett sobre lo que conversó con su esposa. Éste asumió con la cabeza y dijo:

– Déjanos que nos encarguemos de esto. Por cierto, ¿quién es esa duquesa que acudió a tu ayuda?




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