El príncipe Rhiaim estaba caminando por las calles de la Capital sin su escolta. Si bien usaba un velo y se vistió como plebeyo para que no lo reconocieran, sus largos cabellos ocultos bajo el sombrero no paraban de llamar la atención de los transeúntes que pasaban cerca suyo.
Y entre ellos estaban los soldados que quisieron agredir a Brett en el palacio.
Empecinados con la idea de lastimar al mayor de los príncipes, fueron a la Capital para enfrentarlo en la mansión de la condesa. Pero grande fue la sorpresa cuando lo vieron por las calles, mezclado entre la multitud y con un aspecto de un simple turista.
- ¡Jah! ¿Pretende llevarse bien con los sureños vistiéndose como nosotros? ¡Que osado!
- Y también es bastante idiota para ir por ahí sin su escolta. ¡Será pan comido!
Lo que no sabían era que Rhiaim ya sintió que alguien lo acechaba a lo lejos. Así es que, en lugar de dirigirse directamente a la mansión de su esposa, tomó el camino más largo y se metió en un pequeño callejón. Ahí, dio media vuelta y confrontó a los soldados que lo seguían, preguntándoles:
- ¿Se les ofrece algo?
- Queremos a tus hermanos fuera del palacio – le respondió uno de los soldados, apuntándole con la espada – No nos agrada que estén ahí.
- Quien decide si se quedan o no es la reina – dijo Rhiaim, con calma – si ella ya no los quiere, con gusto iré a buscarlos para regresar juntos a mi castillo. Pero veo que ese no es el caso. ¿No?
Los guardias comenzaron a gruñir y presionar fuertemente los puños. Delante de ellos se encontraba el primogénito de la reina Jucanda quien, según las fuentes, era su hijo “más querido”. Y por eso deseaban dañarlo como una forma de desquitarse con esa monarca quien, junto a las demás reinas de los reinos vecinos, invadió el país hacia muchos años.
Tras eso, blandieron sus espadas y, acercándose rápidamente al príncipe, gritaron:
- ¡MUERE, MALDITO INVASOR!
Una niña que pasaba por ahí cerca, vio la escena y se tapó los ojos, mientras pegaba un grito. Eso llamó la atención de algunos transeúntes quienes se acercaron. Y al ver como los soldados estaban por atacar al príncipe, se escandalizaron y pidieron por ayuda.
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Apenas terminaron su reunión con el barón Orestes, Zlatan y Uziel se dirigieron rápidamente a la residencia de la duquesa Sofía. Ella estaba gestionando su título en la Capital, por lo que tuvo que salir de su ducado para estar por la ciudad por unos cuantos días.
Cuando llegaron, fueron recibidos por ella misma. La duquesa Sofía tenía los cabellos enrulados y vestía con un vestido rosado de mangas abultadas, propio de la moda del reino del Oeste. Zlatan supuso que su esposo tuvo algo que ver en su estilo, ya que él era oriundo del reino del Oeste y decidió contraer nupcias con ella para forjar alianzas comerciales entre ambos reinos.
- Bienvenidos, majestades – saludó la duquesa Sofía, con entusiasmo - ¡Han crecido! La última vez que los vi eran solo unos niños.
- Gracias por el recibimiento, señora – respondió Zlatan – nuestro hermano mayor nos dijo que usted quería hablar con él sobre lo sucedido en su ducado y, por eso, queríamos encargarnos de ayudarla como los esposos de la reina.
- ¡Oh! ¡Me alegra saber que la reina Panambi tomará en serio estas desapariciones! Bien, vayamos a la sala de visitas.
Ambos hermanos siguieron a la duquesa hasta la sala de visitas. Ahí se sentaron en cómodos sillones. La duquesa pidió a su mayordomo a que les sirviera té con galletitas, lo cual aceptaron.
Una vez que se hubieron acomodado, la duquesa Sofía procedió a explicarles sobre el problema:
- Sospecho que los bandidos usan distintos métodos para llevarse a los niños. Algunos testigos mencionan que los suben a un coche; otros, que los abordan en los callejones. En mi ducado comenzaron a llevarse a hijos de nobles y burgueses, por lo que pronto se convirtió en interés general del Estado. Pero por más que la ex reina Aurora haya mandado a reforzar la seguridad, las desapariciones resurgieron. Creemos que usan algún otro mecanismo para que sean los propios niños quienes salgan de sus casas y se dejen capturar por esos maleantes.
- ¿Han revisado los comunicadores? – preguntó Zlatan
La duquesa negó con la cabeza, mostrando una expresión de duda ya que no esperaba que le preguntaran eso. El príncipe de los lentes suspiró y le dijo:
- Leí un libro muy interesante que explica sobre cómo se pueden alterar las comunicaciones de transmisión vía hologramas. Si bien la Doctrina había conseguido paliar esa vil práctica apoyando proyectos de mejoras técnicas para aumentar la seguridad, muchos delincuentes lograron pasar los “escudos” puestos en las redes de transmisión eléctrica para alterar esos aparatos.
- ¡Oye! ¡Estás mareando a la dama! – le recriminó Uziel - ¡Habla claro, tragalibros!
Zlatan dio un largo suspiro de fastidio y continuó:
- En palabras más sencillas: están mandando mensajes falsos para engañar a los niños. O al menos, esa es la teoría que tengo.
Sofía abrió la boca por la sorpresa. Nunca consideró esa posibilidad, y eso que existieron casos aislados en el pasado. Así es que, de inmediato, activó su dispositivo comunicador y se proyectó la imagen de su esposo, que cuidaba de su castillo en su ausencia.
- ¿Me llamaba, querida esposa? – le preguntó el caballero.
- Envía un comunicado para que todos los padres verifiquen los comunicadores instalados en sus hogares – ordenó Sofía – si encuentran algún mensaje extraño, pidan a los técnicos que los inspeccionen y añadan nuevos “escudos” que eviten las filtraciones de mensajes falsos. ¿Lo has entendido?
- Sí, esposa mía. Sus deseos son órdenes.
Cuando se cortó la comunicación, Uziel tomó un puñado de galletitas, las lanzó por los aires y las atrapó con su boca. Zlatan meneó con la cabeza y decidió ignorarlo siguiendo su conversación con la duquesa.
- Puede que hayamos detenido a los delincuentes con ese método por un tiempo, pero encontrarán otras tácticas. La idea es poder cortar ese problema de raíz y, en lo posible, rescatar a los niños ya capturados. Con vida, si es posible, pero no sabemos en qué condiciones se puedan encontrar.
- ¡En verdad eres muy inteligente! – dijo una asombrada Sofía - ¿Todo eso lo dedujiste por leer un libro? ¿Te gusta leer, majestad?
- Sí, leo mucho.
- Zlatan es un tragalibros auténtico – dijo Uziel – no conoce otra cosa en la vida. En verdad no entiendo qué tanto les ve, si solo son puras páginas llenas de textos.
- ¡Uziel, compórtate! – le reprendió Zlatan, perdiendo la paciencia – estás actuando de forma muy descarada hoy. ¡Parece que buscas que te pegue!
- ¡Bueno! ¡Está bien! ¡Ya me calmo! – dijo Uziel, alejándose de Zlatan y extendiendo las manos hacia adelante.
- Por cierto, ¿dónde están los príncipes Brett y Eber? – preguntó Sofía – es raro que no los estén acompañando.
- Como son los mayores, nuestra esposa consideró que lo mejor sería que les explicara a ellos las normas – respondió Zlatan – aunque sospecho que Brett, simplemente, no quería venir porque pensaba que el caballero Luis estaría por la Capital.
- ¿Eh? ¿Y por qué no querría verlo? ¡No entiendo! – dijo Uziel.
- Ah, cierto, eras muy pequeño cuando eso – dijo Sofía, mirando a Uziel – pues verás, a tu hermano, Brett, lo secuestraron en su primer año de estadía en el país.
- ¿Queeee? – preguntó un sorprendido Uziel - ¿Y por qué no me contaron eso?
- Brett pidió que no hablemos de ese tema – dijo Zlatan, llevándose una mano en la frente – para él fue algo… humillante, ya que entrenaba duro para poder defenderse por su cuenta.
- Mi esposo fue a rescatarlo, junto a un fiero guerrero del Norte que también decidió quedarse aquí en nuestro reino – dijo Sofía – en aquel entonces, mi esposo acababa de ser nombrado caballero en sus tierras y a ellos les enseñan a proteger a los príncipes y a las princesas. Y, bueno, el rescatar a un príncipe con vida les dio un gran prestigio dentro de la Alta Sociedad.
- ¡Jah! ¡Pues conmigo no pasara eso! – dijo Uziel, ensanchando una sonrisa - ¡Soy fuerte, resistente y ágil! ¡Puedo escabullirme fácilmente de cualquier lugar porque soy muy pequeño! ¡Y si me secuestran, yo solito podré salir de ésa!
Zlatan dio un suspiro de fastidio y Sofía solo atinó a lanzar algunas risitas. Aunque ya estaban casados, ella todavía los percibía como unos niños y, al estar con ellos, sentía mucha ternura.
Cuando terminaron con la reunión, procedieron a salir de la residencia para regresar al palacio. Pero, entonces, escucharon a un grupo de transeúntes murmurar entre si:
- ¿Sabías que atacaron al príncipe Rhiaim?
- ¡Por la diosa! ¿Qué les pasa? ¿Acaso quieren provocar otra guerra?
Uziel se detuvo. Presionó sus labios y sus puños comenzaron a abrirse y cerrarse rápidamente, como si quisiera golpear a alguien.
- Busquemos a esos sujetos que agredieron a nuestro hermano – pidió el pequeño príncipe, con una voz llena de rencor.
- Lo lamento, majestad, pero tenemos órdenes de la reina de escoltarlos hasta el palacio después de su reunión con la duquesa Sofía.
- ¡Por favor! – Pidió Uziel, mirando fijamente a sus guardias, con los ojos vidriosos - ¡La reina no tiene que enterarse! ¿Verdad? ¡Podemos hacernos pasar por civiles y…!
- Suficiente, Uziel – dijo Zlatan, apoyando una mano sobre su hombro – nuestra esposa nos está esperando. ¿No quieres hacerla llorar en nuestros primeros días de casados?
Uziel gruñó, pero no podía contrariar a Zlatan. Como era el menor de todos, su voz casi nunca era escuchada y siempre lo controlaban con la intención de “protegerlo”. Estaba harto de todo eso y, más de una vez, quiso exclamar que ya no era un niño, que podía cuidarse solo y sin necesitar de los demás.
- Suban al auto, majestades. Se los suplico, es por su bien – dijo el escolta de Uziel.
- Descuiden, iremos al palacio como buenos chicos – dijo Zlatan, empujando levemente a Uziel e indicándolo que se subiese al coche – no tenemos más nada que hacer aquí.
Una vez que aseguraron a los príncipes en el vehículo, partieron rumbo al palacio para dar su informe a la reina sobre lo que habían averiguado.