Los esposos de la reina

Capítulo 8. El hermano rebelde

Cuando llegaron a la Capital, encontraron el vehículo que se robó Uziel a unos metros de la entrada, sobre la avenida principal. Y, un poco más, vieron a un montón de personas amontonándose en un rincón, por lo que fueron a ver lo que sucedía.  
Resultó que un par de matones estaban molestando a un anciano. Uziel, al ver esto, se interpuso y los noqueó fácilmente, ganando la admiración del público.  
- ¿Ese no es uno de los esposos de la reina?  
- ¡Sí! ¡El más joven! Tengo entendido que solo tiene quince. ¿Y ya cuenta con tanta fuerza a su edad?  
- Aunque no me agradan los príncipes, me alegro ver que uno de ellos le dé su merecido a los bravucones. ¡Bien ahí, muchacho!  
Brett, Eber y Zlatan se acercaron a Uziel, lo tomaron de los brazos y, de inmediato, lo arrastraron lejos de la multitud. Al principio el muchacho intentó resistirse, pero al ver las miradas de enfado de Brett y Zlatan, decidió calmarse.  
El único que no parecía molesto era Eber quien, incluso, lo elogió por su acción.  
- ¡Oye, hermanito! ¡Nos tenías preocupados! Pero… ¡Bien hecho! ¡Pudiste defender a un pobre anciano!  
- ¡No lo felicites! – le dijo Brett - ¡Por su culpa, seremos castigados!  
Uziel castañeó los dientes mientras miraba al suelo. Cuando lo subieron al auto, vio que Zlatan se subió con él y le dijo:  
- ¿Por qué escapaste?  
- No es de tu incumbencia – dijo Uziel – Es más, ¿por qué me buscaron? Si de todas formas la reina podría enviar a sus hombres a capturarme. No hacía falta que me rescataran.  
- No me gusta dar órdenes. Y lo sabes – le dijo Zlatan – Además, ya habían atrapado a los culpables. Debiste esperar a que la reina se encargara de este asunto y no actuar tan impulsivamente. Ahora vayamos a ver a nuestro hermano mayor, era por eso que también saliste, ¿no?  
Cuando llegaron a la mansión, descubrieron que su hermano mayor estaba bien. No tenía ninguna lesión grave y lucía bien radiante. Éste los miró sorprendidos, ya que no se esperaba recibir la visita de sus hermanitos. Brett se acercó, abrazó a Rhiaim y le dijo:  
- ¡Estábamos preocupados!  
- ¿Qué hacen aquí? – preguntó Rhiaim, mientras acariciaba los cabellos de Brett - ¿Acaso la reina los ha…?  
- Escapamos – dijo Zlatan, sintiéndose apenado – es que Uziel escapó para vengarse y… bueno… aquí estamos.  
Rhiaim lo miró. Luego, los invitó a sentarse y dejó que cada uno le explicara sobre lo que vivieron en sus primeros días de casados. También le explicaron que el barón Orestes sugirió ir al pueblo Verde, donde ocurrieron los primeros casos de desapariciones de niños. Y tras su reunión con la duquesa Sofía, hallaron que alteraban los comunicadores para atraer a los niños a su trampa. Cuando terminaron, el duque se quedó reflexionando sobre el asunto y, al final, les dijo:  
- Si yo fuera, iría al lugar donde “inició todo” como sugirió el barón. Puede que, de ahí, descubran algo que se les escapó a los bandidos y hallen el verdadero origen de sus asaltos. En ocasiones, un criminal suele iniciar en lugares que conoce bien y, poco a poco, va escalando a otros horizontes para evitar que lo capturen.  
- Es en el pueblo Verde – dijo Zlatan – si partimos directo desde el palacio, sería un viaje de máximo cinco días. O menos, si no hay embotellamientos en las rutas.  
- ¿El pueblo Verde no queda cerca de las cordilleras? – preguntó Eber.  
- Sí. Es el sitio perfecto para las desapariciones – dijo Zlatan – hay muchos precipicios y aludes por terrenos inhóspitos y endebles. Si alguien desaparece, normalmente buscarían el cuerpo aplastado por las rocas o impactos de caídas de veinte metros…  
- Sí, ya entendimos – interrumpió Uziel, tapándose las orejas con sus manos – No hace falta ser tan descriptivo.  
Zlatan, como respuesta, le dio un golpe en la cabeza.  
- Ya. No peleen – intervino Eber – No querrán fastidiar a nuestro hermano mayor.  
- ¿Ah, si? ¿Y quién suele fastidiarlo? – le dijo Uziel, con una mirada desafiante.  
- ¡Maldito mocoso!  
Mientras los menores peleaban, Brett permaneció en silencio mientras miraba a su hermano mayor. En el fondo, le alegró salir del palacio para visitarlo, ya que se estaba asfixiando ahí dentro y, también, deseaba a toda costa resolver el caso. Sin embargo, un lado de él también quería permanecer ahí, ya que sentía una cierta calidez cuando estaba junto a su esposa que le daban deseos de estar a su lado y ayudarla en su mandato.  
Rhiaim, ignorando la pelea de sus hermanos pequeños, se percató de que Brett no dejaba de mirarlo. Así es que le preguntó:  
- ¿Te pasa algo, Brett?  
El joven negó con la cabeza y respondió:  
- En realidad, me siento confundido con todo esto. Y todavía no me acostumbro a mi nueva vida. ¡Pasa todo tan de prisa! Aún no entiendo el porqué la reina siquiera me escogió, junto a los demás. No tengo ninguna aptitud a destacar, excepto… ¿mi belleza? Pero fuera de eso…  
- No te presiones – le aconsejó Rhiaim – a veces, es mejor dejar pasar el tiempo. si la reina te eligió es por algo. ¿Sabes? Las mujeres tienen una extraña forma de apreciar las cualidades de otros y siempre van a un paso adelante. A veces, los hombres no nos damos cuenta de lo que llevamos dentro, pero ellas si lo ven. Y buscan la manera de sacarlo.  
- No entiendo qué significa eso.  
Rhiaim apoyó sus dos manos sobre los hombros de Brett, lo miró fijamente a los ojos y le dijo:  
- La reina sabe que eres el más astuto del grupo. Y todos tus hermanos te perciben como un soporte que pueda guiarlos y protegerlos incluso de sí mismos. Solo que aún no te diste cuenta.  
………………………………………………………………………………………………………………………………………………… 
Cuando los príncipes regresaron al palacio, la reina los mandó a la oficina donde, de inmediato, se arrodillaron por el suelo y exclamaron al unísono:  
- ¡Lo sentimos!  
Panambi no pudo evitar pensar que actuaban como niños siendo regañados por una travesura. Pero en lugar de perder la compostura, mantuvo una expresión neutra y les dijo:  
- Ahora que son mis esposos, con más razón deben ir con cuidado. ¿No saben de lo que son capaces de hacer los enemigos de una reina? ¡Muchos de mis opositores no ven la hora en que yo o alguno de ustedes de un paso en falso para desprestigiarme! No estoy en contra de que visiten a su hermano o a la condesa pero, por favor, deben avisarme con antelación y salir acompañados de sus escoltas, que para eso están.  
La reina dio un largo suspiro y, dándoles la espalda, se acercó a su escritorio. Abrió un cajón y sacó de él un conjunto de llaves. Volvió a girar para mirarlos, les mostró las llaves y les dijo:  
- Se quedarán encerrados en sus habitaciones, con las puertas trancadas. Y habrá guardias delante de sus ventanas para que no intenten escapar. Si alguien lo hace, no me quedará otra opción más que atarlos a sus camas. Los liberaré mañana, a la hora del desayuno. Y les asignaré nuevos escoltas que realmente lea protejan de todo peligro y no tendrán derecho a réplica. ¿Entendido?  
- ¡Sí, señora! – respondieron los cuatro.  
La reina, en compañía de dos de sus soldados, llevó a los príncipes a sus habitaciones para encerrarlos ella misma. Inició con el menor quien, sin siquiera despedirse, entró rápidamente a su dormitorio y cerró la puerta de un portazo. Panambi, sin alterarse, giró la llave varias veces hasta escuchar el doble sonido del cerrojo.  
Continuaron con Zlatan. Éste inclinó la cabeza hacia la reina, murmuró un “buenas noches” y cerró la puerta con delicadeza. Panambi volvió a repetir el mismo procedimiento.  
Cuando llegaron a la habitación de Eber, éste tembló ligeramente. Pero intentó mostrarse relajado diciendo:  
- Al menos mis hermanitos no vendrán a molestarme a cada rato. ¡Al fin una noche en paz!  
Y con una radiante sonrisa, entró a la habitación y cerró la puerta con normalidad. Panambi dio un ligero suspiro, mientras giraba la llave.  
Cuando llegaron a la habitación de Brett, el joven se dio cuenta de que la reina tenía los labios curvados. Supuso que se estaba arrepintiendo de impartirles ese castigo. Así es que, antes de entrar, intentó conciliarse con ella.  
- Me alegro que me hayas elegido como su esposo – le dijo Brett – aún si debo compartirla con los demás, siento que soy muy afortunado en servirla. Creo que… será una buena reina y esposa.  
Antes de que Panambi le respondiera, entró a su habitación y cerró la puerta. Esta vez, notó que la reina tardó unos segundos más en girar las llaves, así es que consideró que fue muy atrevido lo que acababa de decirle y se arrepintió.  
Y estuvo a punto de alejarse de la puerta, cuando escuchó la voz de Panambi diciéndole:  
- Les dejé la cena, a los pies de sus camas. Pensé que… podrían tener hambre durante su encierro. Que descanses, Brett.  
El joven se acercó a su cama y, tal como ella lo dijo, encontró una pequeña mesita donde depositaron una bandeja de comida. Abrió la tapa y se encontró con un plato de pasta, pollo, salsa, ensalada y jugo.  
- Esto es… diferente – murmuró Brett, mientras sentía cómo sus lágrimas comenzaron a recorrer su rostro.  
Y es que recordó que la reina Jucanda también los castigaba encerrándolos en sus dormitorios. El encierro podía durar hasta una semana y, en todo ese lapso, no les daban de comer ni beber. Cuando Uziel cumplió tres años, lo sometieron a ese castigo y, al tercer día, tuvieron que internarlo por deshidratación. Esto provocó que Rhiaim, por primera vez, desafiara a su madre y le cuestionara sus métodos de crianza que solo causaban daño y traumas a los más jóvenes.  
Aún recordaba que, mientras Uziel recibía los tratamientos médicos, Rhiaim fue directo hacia su madre, la tomó del cuello de su vestido y le dijo:  
- ¡Uziel también es tu hijo! ¿Pretendías dejarlo morir de sed? ¡Monstruo!  
La reina llamó a los guardias y éstos se abalanzaron sobre Rhiaim, inmovilizándolo en el suelo. Por órdenes de la monarca, le arrancaron las ropas hasta dejarlo desnudo y le ataron las muñecas por dos pilares para ser azotado.  
Cuando detuvo los latigazos, la reina Jucanda miró al resto de sus hijos, señaló al mayor y les advirtió:  
- Que esto les sirva de ejemplo de lo que les puede pasar si intentan levantar su mano contra mí.  
Para evitar pasar por esos severos castigos, Brett aprendió a mantener un perfil bajo delante de la reina y los demás miembros de la corte. Tal fue así que adquirió una personalidad retraída y, con el tiempo, perdió la habilidad de expresarse correctamente hasta el punto de que su madre lo trató como un “subnormal” por volverse tartamudo. Pero fue su mecanismo de defensa para poder sobrellevar ese infierno de oro y seda de la mejor manera.  
Cuando Rhiaim se casó y llevó a los más pequeños a su nuevo hogar, los pequeños príncipes se sorprendieron por el gran contraste. Y es que la condesa Yehohanan siempre fue atenta con Brett e, incluso, lo instó a expresar sus emociones o decir cuando algo no le agradaba.  
Sus recuerdos fueron interrumpidos cuando recibió una llamada en su dispositivo comunicador. Lo atendió y se sorprendió al ver que se trataba de Uziel.  
- Hermano… solo quería saber… bueno – dijo Uziel – la reina me dejó comida en la cama.  
- Sí. Lo hizo con todos – dijo Brett, intentando controlar la voz – ella prometió que cuidaría de nosotros. No creo que nos deje morir de hambre.  
- Supongo que… está bien.  
- Uziel, mañana seremos liberados – le recordó Brett, mostrándole una sonrisa – Rhiaim nos dio una sugerencia, debemos proponérselo para llevar a cabo la misión. ¿Puedo contar contigo para reconciliarnos con ella? Hagamos que nuestra esposa se sienta orgullosa de nosotros.  
Repentinamente, Uziel mostró una amplia sonrisa de picardía. Y mientras sus ojos brillaban de la emoción, le dijo:  
- Atraparemos a sus enemigos y se los arrojaremos a sus pies. Así, nuestra esposa se pondrá feliz y se sentirá afortunada en elegirnos como sus dignos esposos.  
 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.