Tal y como lo prometió la reina, los príncipes fueron liberados a la hora del desayuno. Debido a la conmoción de la noche anterior, Brett no tuvo apetito para cenar y, durante la mañana, devoró todo lo que tenía por delante con tal rapidez que impresionó a su dama personal.
- ¡Cuidado, alteza! ¡Puede atragantarse! – le aconsejó su dama.
Brett tomó la taza de leche para hacer pasar los alfajorcitos que había tragado casi sin masticar. Luego, tomó aire y exclamó:
- ¡Todo está delicioso! ¡Gracias por la comida!
La dama no evitó sonreír ante la forma en que el príncipe disfrutaba del desayuno y le agradecía por el trabajo de servirlo personalmente. Pero en lugar de hacer algún comentario, solo atinó a hacer una reverencia y retirar los restos de comida para limpiar la habitación.
Cerca de las diez, Brett se sacó su pijama y se colocó una camisa blanca con pantalones negros. Se miró al espejo y trató de desenredar sus revoltosos cabellos, sin éxito. Al final, decidió atarlos en una coleta, cosa que no solía hacer a menudo porque no gustaba de mostrar su rostro. Una vez listo, salió de su cuarto y, por el camino, se encontró con sus hermanos.
- ¡Guau! ¡Luces bien, hermano! – le dijo Eber quien, en esos momentos, lucía una camisa negra desabotonada al cuello y sus rojizos cabellos sueltos, pero bien peinados - ¿Acaso quieres impresionar a la reina?
- N… no es eso – dijo Brett, mientras jugueteaba con su cabello – Es que… tuve una pelea con mi cepillo. Es todo.
- Bueno, los esposos debemos lucir bien – intervino Zlatan quien, inesperadamente, se vistió con su túnica azul de gala. Cuando notó la mirada de sus hermanos, se encogió de hombros - ¿Qué? ¡A la reina le atrae nuestra vestimenta típica!
- ¿A quién le importa cómo luzcamos? – intervino Uziel, quien se había atado sus rubios cabellos en un rodete para nada prolijo, junto a una camisola roja bastante arrugada que para nada iba acorde a la imagen de un príncipe – Solo hay que obedecer y ya. ¿O no?
Brett se acercó a él y procedió a arreglarle sus cabellos. Uziel se quedó quieto, pero no evitó mostrar una mueca de fastidio.
Al final, consiguió hacer que sus mechones quedaran en su lugar y su rodete no pareciera ser una esfera de púas.
- La próxima pide ayuda a los sirvientes para esto – le aconsejó Brett – como eres un niño, todavía no sabes cómo lucir elegante por tu cuenta.
- ¿Y por qué no pediste ayuda para tu cabello? – le preguntó Eber.
- En mi caso, sería una pérdida de tiempo – se excusó Brett, encogiéndose de hombros – ustedes tienen los cabellos lacios, es más fácil así. ¡Los sirvientes tardarían horas en desenredar mis pelos y no hay mucho tiempo!
Todos estuvieron de acuerdo.
Cuando llegaron a la oficina, Panambi se sorprendió al ser visitada por ellos después del castigo. Al verlos delante de su escritorio, no evitó admirar la forma en que cada uno lucía, como si quisiesen ablandarle el corazón al cuidar sus aspectos. En eso sonrió y dijo:
- Buenos días queridos esposos. He estado pensando que fui dura con ustedes y quería compensarlo de alguna manera. En parte fue mi culpa por no hacerles caso y forzarlos a dejar el palacio para ir en busca de su pequeño hermano. Por eso, les cumpliré un deseo a cada uno.
Los príncipes se miraron entre sí. Luego, Eber dio un paso al frente y dijo:
- Si no es molestia, querría que pasemos la media mañana juntos, esposa nuestra. Nosotros dos, a solas.
Panambi se quedó sorprendida por las palabras de Eber. Notó que su corazón se aceleró ante las atrevidas palabras de su esposo pelirrojo, debido a que con él sentía mucha química. En eso, sonrió y dijo:
- Está bien, reservaré la media mañana para dedicarme solo a ti, mi hermoso esposo. En cuanto al resto… - se interrumpió, mirando a Brett con curiosidad.
- Yo… lamento ha… haber des… despreciado su elección de gu… guardias – dijo Brett, sonrojándose levemente y esquivando la mirada – Qui… quise com… compensarlo alimentando a los guardias de mi ven… ventana con la cena que me de… dejó, pero ellos lo re… rechazaron. Así es que a… ahora siento lo que usted sin… sintió por mi des… desconfianza… y por eso…
- Reprocharé a los guardias que rechazaron tu gentileza, mi dulce esposo – le dijo Panambi, con una amplia sonrisa gentil – Y, por esta vez, permitiré que tu hermano mayor te asigne tu propio escolta con esos caballeros que dices que son los únicos que pueden contenerlo. Pero mientras tanto, te asignaré un par de guardias temporales que te seguirá tus pasos como tus sombras. Por favor, te pido que confíes en mí y en que me encargaré de protegerlos a todos.
- Es… está bien, querida esposa. En ese caso, aceptaré a los gu… guardias provisionales.
La reina miró a Zlatan y Uziel. Éstos actuaron de forma tímida en un inicio, pero Zlatan tomó la iniciativa diciendo:
- Con que me den una biblioteca personal en mi habitación estará bien.
Uziel dio un ligero suspiro y dijo:
- Yo solo quiero recorrer el palacio. Brett y Eber dicen que hay lugares nuevos y quería saber de ellos.
- Está bien, mi pequeño esposo – dijo Panambi – pero irás con tus escoltas durante el recorrido. Y tu hermano Zlatan te acompañará ya que estaré viendo lo de su biblioteca.
Una vez que lograron conciliarse, los príncipes se dispersaron por el palacio. Brett fue a ver a los guardias que le asignaron como sus escoltas provisionales y se sorprendió por los jóvenes que lucían. Éstos, a su vez, temblaron ante su presencia. Y es que escucharon sobre la forma en que el joven príncipe noqueó fácilmente a sus antiguos escoltas y temían que les pasara lo mismo. Brett respiró hondo, concentrándose para no tartamudear delante de ellos. Cuando lo consiguió, les dijo:
- Bienvenidos. Soy el príncipe Brett, me gustaría saber sus nombres.
Los dos soldados se miraron, confundidos, ya que era inusual que un miembro de la realeza quisiese conocer a sus subordinados. Uno de ellos respondió:
- Yo me llamo Rojo.
- Yo soy Van – dijo su compañero - ¿no nos hará nada, majestad?
- No, no les haré nada mientras me respeten – dijo Brett, con una sonrisa amable – soy alguien calmado y pacífico que no dudará en defenderse si se siente amenazado. Pero mientras nos respetemos mutuamente, nadie sufrirá daños.
Los dos soldados asumieron con la cabeza y, poco a poco, se relajaron. Brett notó que aún eran nuevos en esto y parecía que no le guardaban rencor por sus orígenes.
“Aunque sean provisorios, están dispuestos a seguir mis órdenes”, pensó Brett. “Quizás pueda iniciar con ellos para hacerme de aliados dentro del palacio. Por ahora, solo queda probar si podré confiar en su lealtad hacia mí y mis hermanos”.
- Dado que hoy estaré todo el día en el palacio, no creo que necesite de sus servicios – les dijo Brett a Rojo y Van – Sin embargo, quiero que me hagan un favor desinteresado.
- Si, lo que usted ordene, majestad – dijo Rojo.
- Quiero una lista de todos los soldados y personal del palacio que muestren cierto recelo hacia mi y a mis hermanitos. Me encantaría hacerlo por mi cuenta pero, ¿saben? Mi salud es muy delicada y ahora me siento muy mal. Quisiera que pudieran hacer esa tarea por mi hasta que me recupere. A cambio, les cumpliré a cada uno un deseo.
Los guardias se sorprendieron ante las palabras de Brett. Si bien la reina les ordenó que lo vigilaran, también tenían la orden de satisfacer sus necesidades siempre que no sea el de salir del palacio sin permiso.
Van dio un paso al frente y dijo:
- En ese caso, su alteza, me gustaría que fuera a visitar el pueblo Verde para atrapar a esos bandidos que secuestraron a mi hijo.
Brett abrió ligeramente los ojos al escuchar lo del “Pueblo Verde”. Le habían dicho que ahí surgieron los primeros casos de desapariciones de niños, pero que la ex reina se hizo cargo. Antes de preguntarles algo, Van continuó:
- Mi hijo fue visto saliendo del pueblo y siendo metido en un vehículo. La seguridad es buena, si, pero no se puede hacer nada si son los propios niños que salen de sus casas cuando los padres no están.
- Estábamos planeando ir a ese lugar en unos días, así es que puedes estar tranquilo – dijo Brett – atraparemos a esos bandidos para averiguar lo que hicieron con tu hijo y todos los niños desaparecidos.
- Desde ya gracias, su majestad. Que la Diosa lo bendiga.
Brett miró a Rojo y éste le dijo:
- Tengo dos amigos que quieren trabajar en el palacio como sirvientes. Se llaman Tim y Sam. Le juro que son muy serviciales y están dichosos de conocerlo, si es que puedes darles una oportunidad.
- Hablaré con mi esposa para que pueda aceptarlos y me deje supervisarlos personalmente. Cuenta conmigo para eso.
Los dos guardias se quedaron conformes con Brett y, de buena gana, aceptaron cumplir su petición.
Durante la tarde, la reina Panambi visitó a Brett en su habitación. No mentía cuando dijo que se sentía mal, por lo que lo vio acostado en la cama, con las mejillas sonrojadas por la fiebre. Se acercó a él y, sentándose al borde del colchón, le preguntó:
- ¿Qué te parecieron los escoltas temporales?
- Son buenos chicos – dijo Brett – no sentí que me trataran con hostilidad o desprecio.
- Me alegra escuchar eso. Por cierto, leí tu mensaje y dijiste que querías hacer dos peticiones.
Brett le explicó brevemente lo que los soldados le pidieron, pero no los mencionó directamente. Sintió que si lo decía, la reina lo interpretaría como que estaría sobornándolos para que fueran una suerte de “perros falderos”. En su lugar, solo dijo que quería supervisar a dos nuevos aspirantes a sirvientes con buenas referencias y que le recomendaron ir al pueblo Verde para averiguar lo de las desapariciones de niños.
Panambi reflexionó sobre esas peticiones. No le veía nada extraño, ya que sabía que Brett, como esposo de una reina, buscaría apoyarla supervisando los asuntos internos del palacio y establecer la conexión con el pueblo. Al final, dijo:
- Si dices que esos dos aspirantes a sirvientes tienen buenas referencias, confiaré en tu palabra. Dejaré que te encargues de eso pero, por favor, infórmame con anticipación sobre cualquier vacante a cubrir en el palacio.
- Así lo haré, esposa.
- Zlatan y Uziel me mencionaron que hablaron con el barón Orestes y que él les sugirió ir al pueblo Verde. En ese caso, propongo que vayamos todos juntos a intervenir ese lugar e interrogar a esos criminales para saber quién es el cabecilla que orquesta estos secuestros.
- ¿Acaso piensa venir con nosotros, esposa? ¡Podría ser peligroso!
Panambi lo miró fijamente. Brett tragó saliva, temiendo haberla enfadado. Pero en lugar de regaños, la reina soltó un par de risas y le dijo:
- Te recuerdo, mi dulce esposo, que yo tengo orígenes plebeyos. Al contrario que tú y tus hermanos, no nací en cuna de oro. He estado en más peligros de lo que imaginas, cielo. Pero si te preocupas por mí, debes calmarte. No soy tan tonta como para salir por ahí sin mis escoltas. Y les tengo a ustedes cuatro, que sé que me protegerán las espaldas. Más seguridad que esa no hay en este mundo.
Brett sintió una pequeña alegría al saber que su esposa le confiaba su vida. En esos momentos tuvo ganas de abrazarla, pero se contuvo. En el fondo, pensaba que ella se gustaba de Eber y que éste le correspondía, por lo que no quería serles un incordio, a pesar de ser el esposo oficial.