Los esposos de la reina

Capítulo 13. El necesario cambio de escoltas

Apenas llegaron al palacio, la reina ordenó a los príncipes a que no salieran bajo ningún motivo. Así es que se comunicaron con Rhiaim y Yehohanan para explicarles la situación. Cuando escucharon lo de la extracción de sangre ilegal a los niños, se aterraron al saber que un ser humano pudiese ser capaz de semejante atrocidad por un deseo egoísta. Durante la conversación, Yehohanan dijo:  
- Mi espía llamada “Azul” consiguió infiltrarse con éxito. Pronto me dará un informe por escrito y se los enviaré para que lo gestionen junto con la reina. Pero estoy preocupa, ahora que ese tal Roger sabe que la reina intervino en este asunto de forma directa, estoy segura de que no descansará hasta sacarla del camino.  
- ¿Les dijo por cuánto tiempo deben permanecer encerrados? – preguntó Rhiaim.  
- Dijo que hasta que surgiese otro caso – respondió Brett – por el momento, aprovecharemos este tiempo muerto para entrenar y seguir con nuestros estudios. Los sospechosos serán traídos al palacio para que los interroguemos desde la celda.  
- De esa forma, seguiremos recopilando pistas aún si no nos permiten salir – continuó Eber.  
- Lo entiendo. Si ese es el caso, no hay nada que hacer – dijo Rhiaim – Aunque esto de que la sangre puede rejuvenecer la piel… creo que ya lo he escuchado antes, pero no estoy seguro. Haré mis propias investigaciones y les aviso si encuentro algo. Por el momento, les aconsejo que sean buenos chicos y no molesten a su esposa.  
- Está bien, hermano. Me encargaré de eso – dijo Brett – Por cierto, ¿has podido contactarlos?  
- Sí, lo hice – dijo Rhiaim, con una sonrisa – Están deseosos de cuidar de ti como lo hicieron en el pasado, Brett. Siéntete tranquilo por eso.  
- ¡Qué lástima! ¡Tenía la ilusión de que rechazaran el puesto de escoltas! – dijo Brett, haciendo un extraño gesto con su rostro – la última vez no me dejaban ni vestirme solo por la sospecha de que podría esconder un arma para…  
- Trata de controlarte, Brett. Respira hondo y no pienses en nada – le aconsejó Rhiaim – antes de cometer alguna locura, piensa en tus hermanitos. Ahora ellos te toman como guía.  
- Entiendo, hermano. Me calmaré. Esperaré a quienes serán mis escoltas.  
Cuando cortaron la transmisión, fueron al SPA para relajar las tensiones. Los masajistas hacían un buen trabajo y, de inmediato, sintieron que toda la tensión acumulada en sus músculos desapareció por completo.  
Tras en relajante masaje, se metieron a la sauna y, ahí, tuvieron una breve charla sobre el asunto.  
- ¿Creen que el tal Roger vuelva a intentarlo? – Se preguntó Brett.  
- Espero que no – dijo Zlatan – no me agradaría estar en otra situación similar al del pueblo Verde.  
- La reina en verdad es muy cálida con nosotros – dijo Eber – nos mostró su gratitud por encargarnos del hombre que intentó asesinarla y hasta nos dio varios días libres. Eso más este SPA y la sala de juegos… me malacostumbraré a sus mimos. ¿Y si seguimos siendo sus esposos por siempre?  
- ¿Estás loco? – dijo Uziel, agitando sus brazos - ¡Nunca seremos libres así! Además… - miró de reojo el brazo herido de Brett – no sabemos si la “próxima” será peor.  
Brett se tocó su brazo, sintiéndose culpable por no haber prestado más atención. No solo preocupó a sus hermanos sino, también, hizo llorar a la reina. Todavía recordaba cuando los recibió, con lágrimas en los ojos, y dándose golpes en el pecho por no impedir que salieran heridos en su primera misión.  
- Yo me retiro – dijo Brett, acercándose a la salida – Quiero… estar un rato a solas.  
- Nosotros seguiremos aquí – dijo Eber – luego iremos a la sala de juegos, por si nos buscas.  
Brett se colocó una bata y salió del SPA. Por suerte, le colocaron ropa limpia en su casillero, el cual consistía en un conjunto de camisa con pantalones de colores neutros y una bata larga de color negro, con un par de pantuflas. Cuando se vistió, se miró al espejo y pensó que se veía bastante hogareño como para estar dentro de un palacio.  
Y entonces, recordó las palabras que dijo Uziel en la sauna: “Nunca seremos libres”  
- Libertad – murmuró Brett, mirando su reflejo - ¿De verdad los príncipes podemos ser libres? Aunque la tía Yehohanan nos permitió residir en el castillo de nuestro hermano cuando le otorgaron el título de duque en este país, por ley aún le “pertenecemos” a ella. Prácticamente somos como eternos menores de edad, porque siempre debemos estar bajo la tutela de nuestra madre… o esposa. Y en caso de que la reina decida anular el matrimonio, volveremos a depender de nuestra tía o, peor, que nuestra madre nos reclame de vuelta por “ser repudiados”. Siempre asumí que ese sería mi destino y estoy bien con eso. Mientras me dejen mi espacio…  
El príncipe dio un largo suspiro y procedió a salir del lugar. Recorrió sin rumbo fijo por los pasillos del palacio. Sus pies lo llevaron de forma inconsciente al patio central el cual, en esos momentos, transmitía un aspecto tornasolado debido a que ya anocheció.  
- ¡Guau! ¡Sí que pasamos horas en el SPA! – se sorprendió el joven – Me pregunto si estará lista la cena, aunque no tenga tanto apetito, pero seguro que nuestra esposa querrá que coma algo…  
Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando vio a la reina, delante del naranjo. Su mirada reflejaba mucha preocupación, o eso fue lo que percibió. Así, tuvo el sentimiento de querer estar a su lado, consolarla y demostrarle que, con él, estaría a salvo de todo peligro.  
“Hasta hace un par de semanas, jamás imaginé que podría estar con una mujer sin caer en mi mutismo” pensó el joven príncipe. “Pero con ella no tengo ese problema. ¿Será porque se trata de una reina?”  
Cuando se acercó, Panambi notó su presencia y lo miró. Brett se detuvo y regresaron sus dudas sobre si seguir o marcharse.  
Pero antes siquiera de decirle algo, ella se acercó y le preguntó:  
- ¿Cómo está tu brazo?  
Brett se volvió a tocar la zona herida y le respondió:  
- Bien. Por suerte la bala no se atoró en los músculos ni en los huesos. Solo fue un roce.  
- La verdad, siento mucho hacerles pasar por esto – dijo la reina, extendiendo su mano hasta llegar al brazo del joven – Cuando fui elegida por el pueblo, el ego me nubló mi mente y estaba segura de que lograría cumplir mis objetivos. Pero ahora es diferente. No sé si pueda lograrlo, si lograré salvar a esos niños y… si podré proteger a mis esposos.  
Brett se sorprendió por las palabras de Panambi. Nunca creyó que existiera una reina que mostrara sus inseguridades frente a un esposo. Así es que, en su mente, solo pudo pensar en una sola cosa:  
“Somos más parecidos de lo que creía” 
La reina, al darse cuenta de que Brett seguía sin decir nada, decidió sincerarse con él y explicarle el porqué realmente quiso casarse con ellos:  
- Entiendo que en el reino del Este los chicos sufren de mucha opresión. Y me aproveché de eso para atarlos a mí y tener mayor control a la hora de negociar con el país vecino. Por eso, entenderé si me odias y deseas estar en otro sitio que no sea éste.  
- No la odio – dijo rápidamente Brett - ¿Por qué piensa eso de mí?  
- Es que… como siempre eres tan esquivo, creí que podrías tener algún resentimiento conmigo – dijo Panambi, mientras sus mejillas se coloreaban.  
Brett intuyó que la timidez que siempre tuvo al estar cerca de una chica, así como la forma en que despreció a los escoltas que asignó para “cuidarlos”, la hizo malinterpretar la situación. Por lo que decidió aclarárselo para evitar cualquier otro malentendido a futuro acerca de sus reacciones con ella.  
- En realidad, me cuesta socializar. Tengo complejo de inferioridad porque siento que todos mis hermanos destacan en algo menos yo. Mi hermano mayor me dijo que estoy equivocado, que yo si tengo algo bueno pero que aún no me di cuenta. También… me mencionó que las mujeres son las primeras en detectar las cualidades de los chicos. Por eso, querida esposa, me gustaría saber qué viste en mi para elegirme como tu esposo oficial.  
La reina dio un ligero suspiro, mientras se formaba una pequeña sonrisa. Luego, acarició la mejilla del joven y le respondió:  
- Eso, amado esposo, deberás descubrirlo tú mismo.  
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Al día siguiente, la reina Panambi recibió en su trono a quienes serían los escoltas del príncipe Brett, contactados por el mismo príncipe Rhiaim. La joven monarca se percató de que en verdad eran nobles caballeros, cada uno experimentado en distintas áreas y con un gran historial de batallas y enfrentamientos que liberaron en el pasado.  
Uno era un joven rubio de ojos azules, alto y delgado, que lucía una armadura azul propia del reino del Oeste y que denotaba sus orígenes. El otro era un pelirrojo de ojos verdes, que portaba una armadura plateada típica del reino del Norte ya que, el mismo, era considerado un guerrero de ese país.  
- Bienvenidos al palacio – les saludó la reina, manteniendo una expresión neutra – han sido convocados para ser los escoltas principales de mi esposo, el príncipe Brett del reino del Este. Me han dicho cosas buenas de ustedes, así es que espero que hagan un gran trabajo protegiendo la integridad de mi querido marido que, tengo entendido, ya lo conocen desde hace años.  
- En efecto, su majestad, lo hemos conocido y protegido de sus enemigos en su primer año de estadía en el país – explicó el caballero rubio – nos gustaría poder verlo, ya que le tenemos un especial aprecio por ser un muchacho gentil y amable, capaz de recompensar a las personas que demuestran ser sus aliados.  
- Estamos deseosos de hablar con él y garantizarle la máxima protección a su integridad – dijo el guerrero pelirrojo – No dejaremos que nada ni nadie se atreva a hacerle daño.  
- Mi esposo está entrenando en el campo de entrenamiento – dijo Panambi, con una media sonrisa – si gustan, puedo guiarlos.  
La reina condujo a los caballeros al campo de entrenamiento. Brett y Eber estaban ahí, simulando un duelo de espadas. Eber logró bloquear varios ataques del joven príncipe pero, a la vez, le forzaba asestarle algún golpe con su arma. En un par de minutos, a los dos se les resbalaron las espadas y quedaron en empate.  
- Te estás volviendo cada día más fuerte, Eber – le dijo Brett, dando un largo respiro.  
- ¿Viste que te he superado? Así es que no tienes que protegerme – le dijo Eber a Brett, con una amplia sonrisa.  
- Aún sigo siendo el mayor – le recordó Brett – Así es que tendrás que obedecerme, aunque no te guste.  
Los caballeros se acercaron. Brett y Eber interrumpieron su conversación y los miraron. Al principio mantuvieron silencio, pero entonces Brett rompió su etiqueta y dijo:  
- ¿Qué hacen aquí? ¿Para qué vinieron?  
- Tu hermano mayor nos contactó para tomar el puesto de escoltas, majestad – le respondió el guerrero pelirrojo – Nos dijo que no aceptarías a nadie que fuese más débil que usted. 
- No hacía falta que hicieran caso a su pedido, idiotas – murmuró Brett, inflando las mejillas.  
“¿Pero qué le pasa?”, pensó una impactada Panambi, al ver la forma en que Brett trataba a sus nuevos escoltas.  
- Sigues siendo tan caprichosa como siempre, “princesa” – intervino el caballero rubio, quien se acercó al joven príncipe y apoyó una mano sobre su hombro – Pero olvidas que mientras más nos rechazas, más nos empecinaremos en cuidarte.  
- ¿Por qué le dices “princesa”? – le preguntó Eber al caballero rubio.  
- Porque aunque es un chico, tiene la astucia y tenacidad de una princesa – le respondió, mostrando una sonrisa gentil.  
Brett vio que, a lo lejos, los contemplaban los soldados Van y Rojo. Aunque fueron sus escoltas temporales, consideró que hicieron un gran trabajo en el pueblo Verde y, también, cumplieron con su orden de detectar a los soldados y personal del palacio en general que eran hostiles hacia él y sus hermanitos. Así es que le daba un poco de pena el despedirse de ellos.  
Es por eso que miró al caballero pelirrojo y, señalando a sus escoltas temporales, le dijo:  
- Guerrero Zafiro, quiero que entrenes a esos dos soldados para que puedan fortalecerse y lograr defender a los miembros de la realeza de este país.  
Tanto Van como Rojo se sorprendieron por las palabras del príncipe, ya que esperaban ser despedidos ahí mismo. Si eso pasaba, no les quedaría de otra que buscar empleo siendo escoltas de algún noble o sirviendo al ejército de algún duque de mal carácter.  
El pelirrojo llamado Zafiro miró a los soldados y le preguntó a Brett:  
- ¿Todavía quiere jugar al rol del “príncipe gentil”, majestad? En verdad que no tiene remedio.  
- No lo hago por gentileza. Solo porque ellos me fueron leales durante el breve periodo en que me sirvieron de escolta – respondió Brett, retornando a su etiqueta – Como príncipe, estoy en la necesidad de retribuirles el favor a aquellos que me ayudan.  
- Está bien. Ayudaré a esos soldados con su entrenamiento. Pero tendrá que acceder a que el caballero Luis te acompañe en todo momento, no importa si sale o no del palacio. ¿Entendido, majestad?  
Brett miró al rubio, llamado Luis, quien le dedicó una tierna sonrisa. Si bien tuvieron una extraña relación en el pasado que prefería evitar recordarlo, sabía que no se despegaría fácilmente de él aún si ambos estaban casados. Así es que, con una media sonrisa, le respondió a Zafiro:  
- Lo entiendo. Así se hará.  
La reina Panambi dio un ligero suspiro al ver que Brett todavía quería conservar a los soldados que les asignó como su escolta. Sin embargo, sospechó que se traía algo entre manos y, por alguna razón, los caballeros que estaban en su presencia no le agradaban para nada. Consideraban que, al ser de otros reinos, no serían del todo leales ni a ella ni a su esposo.  
Pero ya que había accedido a aceptarlos a cambio de que Brett la obedeciera en todo, no tenía otra opción más que ceder debido a que, en el fondo, tenía otras formas de lograr ser ella quien llevara las riendas de su extraña relación.  
 




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