Los esposos de la reina

Capítulo 14. El primer flechazo

Brett decidió cenar en su habitación, debido a que quería leer un libro que le prestó Zlatan de su recién instalada biblioteca privada. El caballero Luis se había quedado dormido sobre una silla, por lo que el joven príncipe supuso que hizo un largo viaje desde la mansión de su esposa hasta el palacio real.  
“Ahora si estoy siendo tratado como el esposo de una reina” pensó Brett, mientras finalizaba su cena. “Solo unos nobles caballeros pueden escoltar al hijo o pareja de una monarca. Mis hermanitos siguen teniendo sus escoltas de siempre, pero ahora que el guerrero Zafiro está entrenando a los soldados Van y Rojo, confío en que éstos orienten a esos soldados y les hagan ser leales a nosotros. Será un trabajo duro, pero puedo gestionarlo por ahora”  
En eso, vio que su comunicador emitió un par de pitidos. Así es que lo activó y se llevó la sorpresa de su vida al ver la proyección del rostro de la reina Jucanda.  
- ¿Madre? – dijo Brett, mientras se le caía el pedazo de pollo que estaba comiendo.  
- Buenas noches, Brett – le saludó la reina – Tu esposa me dijo que podía comunicarme contigo directamente. ¡Qué dulce, permitiendo que no pierda contacto con mis hijos!  
- ¿A qué se debe que me está llamando directamente? – preguntó Brett – Es decir… usted nunca se comunicó con nosotros cuando vivíamos en la mansión de la condesa Yehohanan… ni en el castillo de nuestro hermano mayor.  
- Sí, pensé que no querrían saber de mí, por eso decidí dejarlos tranquilos. Pero ahora las cosas son diferentes. Por cierto, ¿estás solo? Necesito que llames a tus hermanos, Dani quiere saludarlos.  
Brett les envió un mensaje a sus hermanos, desde su dispositivo comunicador. Al instante, éstos entraron a su dormitorio y se acercaron al comunicador.  
- ¿Madre? – dijeron todos, al unísono.  
- ¡Sí que han crecido, mis niños! – dijo Jucanda, mostrando una cálida sonrisa que no concordaba en nada con ella – Mi niña insistió tanto en saludarlos, así es que… ¡Dani, querida! ¡Ven aquí!  
Segundos después, se reflejó el rostro de la princesa heredera de diez años quien, al ver a sus hermanos mayores, mostró una gran sonrisa y les saludó:  
- ¡Hola, hermanitos! ¡Qué gusto verlos al fin! Quería mostrarles lo que hice.  
La niña extendió un trozo de tela que llevaba en las manos, donde se veía una flor bordada de forma bastante desprolija, ya que estaba hecho por ella que aún no era diestra en eso.  
- ¿Les gusta? – preguntó la niña.  
- Sí, está muy lindo, Danitza – respondió Eber, intentado mostrarle una sonrisa que más bien se asemejaba a una mueca - ¡Serás una gran bordadora!  
- ¡Gracias, Eber!  
Los hermanos hablaron por unos minutos con la princesa, hasta que ésta al fin se marchó. Pero Jucanda siguió sin desactivar la llamada.  
Cuando la niña ya se retiró de la oficina de la reina, ésta dejó de sonreír y volvió a mostrar la misma expresión seria y fría de siempre.  
- Ahora mismo díganme lo que está pasando. Rhiaim solo responde con evasivas y presiento que esta nueva reina está tramando algo. Bueno, si con esto pretendía controlar mis acciones, no me quejo. Yo también haría lo mismo. Pero es otra cuestión lo que me preocupa. Díganme, ¿ya la sedujeron?  
- ¿Qué? – dijo Brett - ¿Seducirla?  
- ¡Claro, querido Brett! – dijo Jucanda – Ay, chicos, deberían ponerse las pilas. ¿O por qué creen que permití que la nueva reina del Sur se casara con todos ustedes?  
Los cuatro príncipes se miraron entre sí, sin entender lo que intentaba decirles su madre. Ésta, entonces, respiró hondo y, manteniendo una expresión neutra, les dijo:  
- Si bien en los matrimonios por compromiso se recomienda no enamorarse de la pareja, es inevitable pasar por esa fase y más si involucra la convivencia diaria. Esto se debe a que el amor te nubla el raciocinio y te hace perder los estribos, dirigiéndote directo al abismo. Incluso yo caí en eso, me dejé engañar por su padre y mientras lo defendía de los conservadores que le menospreciaron por no darme una niña, él me apuñaló en la espalda. Si una basura como yo pudo ser sedada por el efecto del amor, un alma gentil como la nueva reina del Sur será presa fácil para ese hechizo diabólico.  
Tras dar una pausa, Zlatan pareció entender lo que intentaba decirles su madre y le preguntó:  
- ¿Acaso quiere que seduzcamos a nuestra esposa para tener el control de la nación del Sur?  
- ¡Así es, querido Zlatan! – dijo Jucanda, ensanchando una amplia sonrisa mientras daba un aplauso – la nación del Sur es rica en recursos naturales, cosa que nos falta en nuestro reino. Puedo entender que la reina se sienta atraída por Brett por su belleza y, también, porque cree que así tendrá mayor control sobre negocios comerciales entre ambos países. Si ella los considera apuestos, ya hicieron el primer flechazo, pero no es suficiente. Necesitan de inteligencia para tenerla a sus pies. Por eso, deben averiguar lo que le gusta, ser gentiles, pero a la vez rebeldes, acabar con sus enemigos y adornar el jardín con sus cabezas para, así, demostrarles fidelidad. Y una vez que se apoderen de su corazón, apoderarse de la nación del Sur será pan comido. Ja ja ja ja.  
Los príncipes se estremecieron ante las risas estridentes de la reina Jucanda. Cuando ésta se calmó, los miró con frialdad y les dijo:  
- Recuerden, niños. Aunque les haya dejado ir, todavía me pertenecen. Siempre tendrán mi podrida sangre en sus venas y, al ser príncipes, la única forma que tienen de alcanzar la libertad es con la muerte. Esto también aplica para mi querido Rhiaim, a quien adoro con mi alma, aunque él no lo crea. Todos ustedes son míos y así siempre será, le duela a quien le duela.  
Tras decir esto, se cortó la comunicación.  
Los cuatro príncipes se sintieron apesadumbrados. Y es que, en esos momentos, le vinieron los recuerdos de cuando vivían bajo la tutela de su madre en el reino del Este. Hablar con ella les bajó los ánimos y, rápidamente, perdieron las ganas de sonreír. Además, el ver a la princesa Danitza bien consentida, les hizo llenar de resentimientos hacia su pequeña hermanita, ya que ella recibió todo el amor de su madre solo por el hecho de nacer con el sexo correcto. La princesa heredera, a medida que creciera, gozaría de mucho poder e influencia sin tanto esfuerzo. También podría gestionar tierras ella misma y gobernar con su madre, codo a codo, hasta que ella falleciera o decidiera abdicar para cederle su lugar en el trono.   
En eso, Zlatan intervino.  
- ¿De verdad tenemos que seducir a nuestra esposa? ¿Por qué nuestra madre está tan obsesionada con este país?  
- A ella le dolió perder su colonia hace diez años – recordó Brett – eso significó un perjuicio a nuestro reino, quedándonos muy atrás del reino del Norte quien, inteligentemente, se apropió del antiguo territorio perteneciente a la Doctrina, rico en cobre y metales, para ampliar sus dominios.  
- Aún así… no me gusta esta situación – dijo Eber – nuestra esposa es cálida y, aunque suele castigarnos, sus métodos no son para nada severos. Además, también se asegura de que comamos todos los días. Y lo más importante… aunque sea una reina, sigue siendo una mujer. ¡No puedo jugar con sus sentimientos!  
- A mí tampoco me gusta – dijo Brett – ella apenas está iniciando con esto de ser reina y, aunque fue su decisión usarnos a su conveniencia, no creo correcto que debamos corromperla. Su alma nunca debería ser contaminada por basuras como nosotros.  
De inmediato, Uziel golpeó la pared, llamando la atención de sus hermanos mayores. Su rostro se encontraba enrojecido de la ira y, cuando logró su objetivo, exclamó:  
- ¡Me importa una mierda la reina Jucanda! Si debo estar atado a la reina Panambi de por vida, aceptaré mi destino. ¡Pero no pienso enamorarle a alguien de quien no sienta amor! Así es. ¡No la amo! Pero como dijo Eber, no hay que jugar con los sentimientos de una mujer. Por mí… ¡La reina Jucanda se puede ir al infierno!  
- ¡Oye! ¡Es nuestra madre! – comenzó a decir Brett, pero Uziel lo interrumpió.  
- ¡Ella no es mi madre! ¡A la única que puedo llamarla así es a la tía Yehohanan! Y desde aquí me declaro un desertor. ¡Renunciaré a mi título de príncipe para no “pertenecer” a nadie nunca más! ¡He dicho!  
Y tras lanzar esas duras palabras, salió inmediatamente del cuarto, sin cerrar la puerta, mientras sus hermanos mayores quedaron impactados con sus duras palabras.  
El caballero Luis despertó con el escándalo y, de inmediato, se acercó a Brett y preguntó:  
- ¿Sucedió algo, “princesa”?  
- Es mi hermanito, Uziel – respondió Brett, con un ligero suspiro de fastidio – está en esa etapa rebelde en que odia que se le dé órdenes.   
- Ah, te refieres al pequeño príncipe que se tiñó el pelo de rubio – dijo el caballero – en ese caso, ¿desea que lo detenga?  
- Sí. Necesito que me lo traigas aquí de vuelta. No vaya a ser que se le salten algunos tornillos y de verdad decida renunciar a su título.  
- Entendido, “princesa”. Iré tras él y te lo traeré con vida.  
Cuando el caballero se retiró, Brett se acostó en su cama, con los brazos extendidos hacia los costados. Eber y Zlatan se sentaron lado a lado, sin dejar de lado sus expresiones de pesadumbre por la orden que les dio la reina Jucanda. En un momento, Eber dijo:  
- No entiendo qué pretende el controlarnos, si ya llevamos una década ahí. ¡Apenas recuerdo su rostro! Ni tampoco sé el porqué de pronto quiso que conociéramos a nuestra hermanita. ¡Con saber que respira está bien! ¡No hace falta que nos lo restriegue en la cara lo mucho que la adora!  
- Tranquilízate, Eber – le dijo Brett, levantándose y tomándolo de las manos – Eran otros tiempos, ahora las cosas han cambiado.  
- Lo sé, pero…  
- Me preocupa Uziel – dijo Brett – él dijo de renunciar a su título, pero… ¿Se puede hacer eso?  
- En teoría, cualquier noble o miembro real puede renunciar a sus títulos y privilegios que eso conlleva – dijo Zlatan – pero en el caso de los príncipes… aún si nuestra tía Yeho nos educó para que fuéramos lo más independiente posibles, sería difícil valernos por sí mismos como simples ciudadanos.  
Los tres hermanos quedaron en silencio. Y es que justo cuando creían que estaban tomando las riendas de su vida, la tiránica monarca del reino del Este les volvió a recordar cuál era su lugar. Y de nuevo les surgió el temor antiguo de que, si las cosas se complicaban, ella volvería a reclamarlos por custodia para volver a vivir encerrados en esa jaula de oro, bajo su sombra y desprecio por ser lo que eran.  
 




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