Con el paso de los días, ya se dejaron de reportar casos de desapariciones de niños. Sin embargo, traían a cada tanto a uno que otro sospechoso para interrogarlo. Pero nadie parecía saber el aspecto del tal Roger y dónde se encontraba oculta su base.
Durante su reclusión, Brett supervisó personalmente a Tim y Sam, quienes demostraron ser muy serviciales y dispuestos a apoyarlo como principales contactos con el mundo exterior. También solía acompañar a Van y Rojo en su entrenamiento con Zafiro, admirándose cómo sus escoltas temporales estaban fortaleciéndose gracias a las instrucciones del fierro guerrero del Norte.
En cuanto a la relación de la reina con sus esposos, ésta se aligeró notablemente. Panambi solía pasar el tiempo con ellos en sus tiempos libres, pero aún no pudo establecer cómo se “repartiría” entre los cuatro, debido a todas las gestiones que debía establecer para su nuevo mandato. Y tras haberlos escuchado aquella noche, aún no confiaba lo suficiente en ellos para encargarles las tareas de gestión y revisión de decretos, con la excusa de que quería verlos concentrados en la misión de interrogar a los sospechosos y ver la forma de evitar que Roger siga capturando a más niños para sus macabros planes.
Y fue así que, un día, todos los príncipes se sorprendieron cuando la reina Panambi los llamó a la oficina para una propuesta.
– Organizaré una fiesta de disfraces en el palacio – les dijo la reina - Les gustan esas cosas, ¿no? Sé que solían ir a fiestas o eventos con sus amigos antes de casarnos.
– ¡Sí! ¡Me encantan las fiestas! – dijo un entusiasmado Eber.
– ¿Y a qué se debe, esposa nuestra? – le preguntó Brett, quien no pudo evitar ponerse incómodo ante la idea – Acaso… ¿Es su cumpleaños?
– No, no es mi cumpleaños – respondió Panambi – Es que… pensé que necesitamos relajar las tensiones. Ya ha pasado mucho tiempo desde que les prohibí salir del palacio y, por más que vivan rodeados de lujos, sé que lo que más anhelan es relajarse, disfrutar de algún momento recreativo. Por eso decidí que hagamos una fiesta de disfraces en el palacio, donde invitaremos a todos los nobles y amigos nuestros que quieran asistir.
– Perdón, esposa nuestra – dijo Brett, tapándose la cara con ambas manos – pero las fiestas me provocan ansiedad.
– ¡Vamos, Brett! ¡Será divertido! – insistió Panambi, mientras se acercaba a él para tomarlo del brazo. Pero esto solo generó que el joven príncipe se sintiese más incómodo – además, la teñida será de máscaras, así es que tendrás el rostro oculto. ¡Nadie te reconocerá!
– Nunca he ido a una fiesta de disfraces antes – dijo Uziel – pero suena divertido.
– Yo solo leí un libro sobre ese tipo de eventos – dijo Zlatan – si es disfraces con máscaras… ¿puedo elegir disfrazarme de mi personaje favorito?
– ¡Claro! – respondió Panambi – la única condición es que usen máscaras.
– Está bien. También participaré – dijo un resignado Brett – En ese caso, ¿hay algo en lo que podamos ayudarla, querida esposa?
– Sí, los necesito para organizar la fiesta ya que tengo muchos pendientes atrasados – dijo la reina - ¡Ah! Y también quiero que estén atentos por si vengan las modistas a tomarles las medidas. Pueden decirle si tienen alguna preferencia en específico y ellas harán todo el trabajo.
Los ojos de Zlatan brillaron de la emoción, Eber no paraba de sonreír y Uziel se quedó pensando de qué podría disfrazarse. Solo Brett presintió que Panambi estaba tramando algo, ya que ella tenía una peculiar manera de resolver las cosas.
Durante el transcurso de la semana estuvieron con los preparativos. Establecieron el jardín principal como el sitio donde se llevaría a cabo el evento, así como también decidieron las comidas y armaron la lista de los invitados, en donde incluyeron a Rhiaim y Yehohanan. A mitad de semana recibieron la visita de las modistas, quienes les midieron para confeccionar sus disfraces.
Cuando éstas se marcharon, Brett decidió tomarse un descanso en su dormitorio y, durante el camino, se encontró con Panambi, quien estaba hablando seriamente con su mayordomo, su secretaria y su dama de honor.
– Inspeccionen a cada sirviente – les pidió la reina – y verifiquen que los más importantes nobles confirmen asistencia. Es primordial para saber quiénes están realmente de nuestro lado.
– Sí, su majestad. Sus deseos son órdenes.
Cuando los subordinados de la reina se retiraron, Brett se acercó a Panambi y le preguntó:
– ¿Puede decirme el verdadero motivo por el cual quiere hacer esta fiesta?
Panambi se sorprendió ante la pregunta de Brett, ya que no esperaba que el mayor de los príncipes se diera cuenta de lo que tramaba. Así es que dio un ligero suspiro y le respondió:
– ¡Vaya! ¡Sí que eres muy observador! ¿Cómo te diste cuenta de que la fiesta es con doble intención?
– Es que sé que tiene una peculiar manera de resolver los problemas – dijo Brett, sin evitar mostrar una ligera sonrisa – lo presentí cuando se casó con nosotros.
La reina lo miró con seriedad. Brett tragó saliva y borró la sonrisa de su cara, murmurando un:
– L… lo siento… solo quise…
– Estoy buscando a posibles conspiradores y enemigos de la corona – respondió Panambi – Como sabrás, soy plebeya de nacimiento y sé que no a todos los nobles les agrada que el pueblo me haya elegido como su reina. Y con todo lo que está sucediendo últimamente, necesito estar con gente que realmente sea leal a mí y me apoye para llevar esta nación a la gloria.
Los ojos de Brett se agrandaron al ver que la reina Panambi le confió su plan. Y planteándose el apoyarla para no volver a verla llorar de vuelta, levantó sus puños por la altura de su pecho y le dijo:
– ¡Es un brillante plan, querida esposa! En ese caso… ¡Deja que mis hermanos y yo nos encarguemos de detectar a los opositores del gobierno actual!