La duquesa Dulce contaba con su propio vehículo. Aun así, decidió viajar en el mismo coche que Zlatan y Uziel para “recuperar el tiempo perdido”. Sin embargo, se notaba a leguas que se sentía atraída por el príncipe de los lentes, pero éste era tan indiferente a sus insinuaciones que, en el fondo, la desesperaba.
Durante el trayecto, la duquesa se pasó conversando más con el príncipe Uziel que con Zlatan. Este le explicó todo lo que vivieron desde que se casaron con la reina, alegando también que extrañaba los paseos por el mercado de la ciudad y hacer sus compras, sin que le limitaran sus movimientos.
Zlatan, por su parte, se quedó reflexionando sobre lo vivido en su noche compartida con la reina. Cuando le había tocado el turno, ella lo encontró leyendo un libro. Sorpresivamente, se lo sacó con delicadeza y le dijo:
– ¿Hablamos?
Zlatan se había molestado, pero no dijo nada porque, como esposo, debía complacerla. Así es que asumió con la cabeza.
– Siempre eres tan callado – le dijo Panambi, sentándose delante de él para mirarlo de frente – Bueno, Brett también lo es, pero tú… es como si desearas estar solo a voluntad. Hasta el momento, solo te he visto relacionarte con tus hermanos. ¿Hay algún motivo por la que buscas aislarte del mundo?
Mientras su esposa le hablaba, Zlatan se fijó en una marca que ella tenía en el cuello. Panambi debió darse cuenta de esto porque, de inmediato, se lo cubrió con una mano y se excusó, diciendo:
– Esto… me lo hizo Eber. Es bastante… intenso.
– N… no hace falta que me diga los detalles, esposa mía – dijo Zlatan, agitando las manos con pánico – L… lo que haga con mis hermanos no es de mi incumbencia.
– ¿Acaso… estás celoso? – le preguntó la reina, llevándose una mano en la boca.
– No. Es que… - Zlatan se detuvo por unos instantes, respirando hondo y tratando de calmar su agitado corazón – me agradas, como una hermana. Yo no soy como los demás chicos, no tengo ese “instinto” del que tanto hablan. Y… no puedo hacer esto sabiendo que no la amo como mujer. Aún si soy su esposo, me gustaría que respetara mi cuerpo.
Panambi se sorprendió por la sinceridad del joven. En el fondo, lamentó haberlo atado a ella sin considerar sus sentimientos. Pero lo que más le asombró fue que, aún siendo un chico, éste no haya despertado su “instinto salvaje” ante su presencia. Le habían enseñado que todos los hombres, sin importar su condición o preferencia, lo tenían en mayor o menor grado.
“Quizás… no sea su tipo”, pensó la joven monarca. “Pero hasta donde sé, ninguno ha tenido pareja antes. Los he investigado bien para saber de sus preferencias, pero nunca consideré si estaban enamorados de alguien en específico”.
– Está bien – dijo Panambi – podemos hablar de libros o tomar el té como dos buenos amigos.
Quedaron charlando un poco más, hasta que se terminó el horario de visita. Panambi le devolvió el libro y, al ver que comenzó a relajarse teniéndolo en sus manos, le dijo:
– Bueno, tengo que ver a Uziel. Aunque me dijo que no lo visitara… sería injusto dejarlo de lado.
Zlatan se preguntó si había sido muy precipitado al decir eso. Cuando era niño, la condesa Yehohanan le enseñó que esas cosas debían ser consentidas por ambas partes, así es que se animó a sincerarse ante su inconformidad de compartir una noche íntima en contra de su voluntad. Por suerte, la reina Panambi pareció comprenderlo y respetó su decisión. Pero se debatía si ella seguiría así de comprensiva a futuro.
Miró de reojo a Uziel y, repentinamente, le preguntó:
– ¿Qué tal te fue tu primera noche con la reina?
– ¿Eh? ¿Por qué me lo preguntas?
– Solo... quería saber...
– No la vi – dijo Uziel, encogiéndose de hombros – me quedé dormido. A todo esto, ¿qué te sucede, hermano? ¡Parece como si estuvieses en un velorio!
– Estoy pensando en muchas cosas, entre ellas nuestra misión.
– ¡Vamos! ¡Relájate! ¡Es la primera vez que estamos fuera del palacio desde hace tiempo! No sé, mira el paisaje, hagamos competencias de cuántos pájaros vemos por el camino… ¿Es que no tienes sentimientos?
– ¡Compórtate, Uziel! O tendré que castigarte.
– ¡Uy! ¡Qué aguafiestas!
Sus escoltas no evitaron reírse ante la situación ya que, aún si eran los maridos de la reina, todavía los consideraban unos niños. Así es que no les quedaba otra opción más que sentir cariño por ellos y desear protegerlos con sus vidas. Por su parte, la duquesa Dulce lamentó no haber tomado la iniciativa y confesarle abiertamente sus sentimientos. Quizás, así, podrían fusionar ambos ducados e incentivar juntos a la educación y protección de los civiles contra toda clase de peligros.
Cuando llegaron a su castillo, ésta dejó que se acomodaran primero en sus respectivas habitaciones. Luego, los invitó a tomar el té en el jardín y, ahí, charlaron sobre el caso.
– Me he comunicado con la duquesa Sofía y la reina Panambi, quienes me hablaron de los comunicadores – les explicó Dulce – pero aunque intervenimos todos los aparatos, los niños siguen desapareciendo. Es como si alguien los “llamara”, como una suerte de hipnosis.
– La “hipnosis” no está demostrada científicamente que funcione – dijo Zlatan – puede que los bandidos usen métodos más “pacíficos” para no llamar tanto la atención.
– En el ducado de nuestro hermano mayor las cosas se calmaron, luego de habernos casado con la reina – dijo Uziel – aunque Brett tuvo algo que ver, supongo.
– Tanto Panambi como Sofía y yo fuimos compañeras en el instituto de las reinas – les explicó Dulce a loa chicos – Panambi era la más joven y siempre soñó con casarse con el príncipe Brett porque… bueno… es el sueño de toda chica.
– No entiendo qué le ven tanto a los príncipes – dijo Uziel, entornando los ojos – cuando cumplí catorce años, la hermana de un amigo me besó a la fuerza porque quería saber “como besaba un príncipe” ¡No saben lo mucho que me regañaron por eso!