Los esposos de la reina

Capítulo 19. La mujer de los dulces

Mientras Zlatan se encontraba en la biblioteca, Uziel salió junto a su escolta a recorrer las calles de la ciudad. Como también le acompañaba la escolta de su hermano de los lentes, entonces le seguían dos soldados que no paraban de llamar la atención de los transeúntes.

Aún si el pequeño príncipe vestía con un velo que le cubría el rostro, todos lo relacionaban como uno de los esposos de la reina y no paraban de murmurar cuando pasaban a su lado. Esto hizo que el muchacho se hartara en un momento del paseo, se metiera en un callejón con su escolta y los confrontara.

– Lo mejor será que me dejen solo – les dijo Uziel.

– No podemos – le dijo su escolta – son órdenes de su esposa la reina.

– ¿Pero por qué a Zlatan si le dejaron ir a la biblioteca por su cuenta? – les cuestionó el muchacho, mientras inflaba sus mejillas.

– Usted todavía es menor de edad y… - el soldado pareció dudar de lo que quería decir – tiende a meterse en problemas.

– ¡Oh, vamos! – dijo Uziel, poniendo los ojos en blanco - ¡Ni que pasara nada extraordinario aquí! ¿Qué no ven que no me dejan hacer mi misión? ¡Se supone que debo estar de incógnito!

– No nos preste atención, su alteza – le dijo el escolta de Zlatan – los escoltas somos invisibles ante los príncipes y los reyes que nos encargaron proteger. Haz como si no nos conociera.

– Mmmh… está bien – dijo Uziel, resignado ante la idea.

Así es que salió del callejón. Los soldados todavía lo seguían pero, esta vez, se alejaron un par de metros para no incomodarlo. El muchacho intentó ignorar los ojos curiosos de los ciudadanos y se centró en la misión.

“Supuestamente, las nuevas desapariciones ocurren después de la escuela. Esto me recuerda a que nunca he ido a una. Mis hermanos y yo fuimos educados en casa porque se supone que los príncipes recibimos la educación en los palacios, pero como a mí me llevaron a los cinco años… ¡No! ¡Enfócate, Uziel! ¡Da igual si fuiste o no a una escuela! ¡Lo importante es el ahora”

Cuando llegó a un colegio, vio que de ahí salía un niño. Según le explicaron, todavía no era el horario de salida, por lo que le extrañó verlo en la calle. Supuso que se escapó por algo por lo que, de inmediato, se acercó a él y le bloqueó el paso, diciéndole:

– ¿Qué no deberías estar en clases?

El niño lo miró. Estuvo a punto de replicar cuando vio que, a espaldas del príncipe, se encontraban los soldados. Así es que supo que se trataba de una persona muy importante y le preguntó:

– ¿Quién eres?

Uziel pensó que, quizás, el niño aún era muy joven para identificar a todos los miembros de la realeza y la nobleza. O, simplemente, era muy malo en los estudios.

“Debe ser un burgués”, pensó el príncipe. “Éstos suelen ser flojos y distraídos. ¡Mejor para mí! No me gusta que me relacionen como el esposo de la reina… o el hijo de esa tal reina Jucanda”

– Soy un viajero – le respondió Uziel – y estoy buscando a una persona muy malvada que ha secuestrado a mi hermanito y se encuentra en esta ciudad.

– ¿A usted también le pasó lo mismo que a mí? – preguntó el niño, cuyos ojos comenzaron a brillar – Si es así… ¿Tu hermanito conoce a Tomy?

– ¿Quién es Tomy?

– ¡Mi amigo!

– No me habló de ningún Tomy, pero quizás tenga relación. ¿Qué le sucedió?

El niño parecía dudar de si confiarle o no a un desconocido, y más si lo acompañaba un par de soldados. Pero al ver que éstos fruncieron el ceño ante su mutismo, tragó saliva y respondió, con la voz temblorosa:

– Ayer, después de la escuela, fuimos a la Plaza Central del pueblo. Entonces, se nos acercó una mujer que repartía caramelos gratis a los niños. Los que la aceptaban, la seguían porque ésta les prometía que tenía más dulces en su casa. Tomy la siguió, pero yo no. Mi mamá me enseñó a no juntarme con extraños…

– ¡Y lo hiciste bien, niño! ¡Hay que hacer caso a nuestros mayores!

Enseguida escuchó que su escolta tosió muy fuerte ya que Uziel era muy reacio a obedecer a sus hermanos mayores y a su esposa. Decidió ignorarlos y seguir con el interrogatorio.

– ¿Y Tomy no regresó?

El niño negó con la cabeza y empezó a llorar. Uziel se puso nervioso, ya que no estaba acostumbrado a consolar a niños. Por suerte, éste logró calmarse y seguir explicándole lo sucedido.

– Tomy me dijo que nos encontraríamos en casa, pero esperé horas y jamás regresó. Creí que se fue a su casa y no me preocupé. Pero esta mañana, cuando entré al colegio, vi a su mamá hablando con la directora y preguntando por él. Es por eso que decidí escaparme de la escuela para buscarlo y…

Otra vez regresaron los llantos. Uziel se debatió entre si mostrarle o no su identidad, pero lo único que sabía era que ese niño no podía estar andando solo por ahí.

“Creo que ahora entiendo a mis hermanos mayores”, pensó el muchacho. “Pero a diferencia de este niño burgués, yo sí sé pelear y defenderme solo. Así es que no queda de otra: debo priorizar su seguridad”

Con eso en mente, dirigió una mirada a sus escoltas y les dijo:

– Llévenlo ante la duquesa. No es bueno que esté en la calle habiendo una secuestradora de niños por aquí suelta.

– Está bien, su alteza - dijo el escolta de Zlatan – puedo llevarlo mientras usted y mi colega…

– Vayan los dos – dijo Uziel, con la voz seria.

Ambos soldados se miraron, confundidos. Si bien la misma reina les ordenó que no debían dejarlo solo, también tenían la misión de cumplir sus órdenes si éstos implicaban proteger a los más necesitados. Uziel, al verlos dudar, insistió con su pedido:

– Estaré bien. Conozco esta ciudad como la palma de mi mano, así es que no me perderé. Iré al mercado y, cuando me aburra, regresaré al castillo de la duquesa como un chico bueno. Se los prometo.

Al final, los soldados decidieron obedecerlo y se llevaron al niño al castillo de la duquesa Dulce.




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